24 nov 2018
El impuesto psicológico de la tecnología................. Bruno Martín ...
Los expertos asocian el auge de los ‘smartphones’ con más casos de ansiedad, sobre todo en jóvenes.
Vivimos en la década de los fidget spinners, de los libros de colorear para adultos y de los vídeos virales de susurros relajantes. También vivimos en la década de la gig economy, de la falta de sueño por las pantallas y del año en que el 10 % de la población mundial se enganchó a Instagram.
Son solo ejemplos, pero no casualidades: los primeros son síntomas y
los segundos, posibles causas de la epidemia de ansiedad asociada a la
revolución digital.
En este momento, los trastornos emocionales derivados del estrés, como
la ansiedad y la depresión, son los problemas de salud mental más
prevalentes del mundo.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística
(INE), juntos afectan al 14,6 % de la población adulta española, y los grandes estudios demográficos
señalan que hasta un tercio de las personas en todo el mundo sufren
algún tipo de ansiedad a lo largo de su vida.
El periodista británico
Johann Hari, autor de un libro
sobre el aumento reciente de estos trastornos, señala que no son
cambios aleatorios en la bioquímica cerebral, sino reacciones a la
desconexión social.
Menos seguridad financiera, menos fe, menos trabajos
vocacionales o menos tiempo con los amigos son todo pérdidas que han
pasado factura
.“Por un lado cada vez tenemos más estrés
y por otro lado no sabemos manejar ese estrés y las emociones que
genera”, explica el psicólogo de la Universidad Complutense de Madrid
Antonio Cano, que también es presidente de la Sociedad Española para el
Estudio de la Ansiedad y el Estrés.
Cano señala que es difícil poner
cifras concretas a la propagación de la ansiedad, ya que los estudios
epidemiológicos no se suelen repetir con la misma metodología o en la
misma población, pero asegura que los datos existentes confirman un
aumento desde hace varios años.
Según él, las reglas de la sociedad han
cambiado, de manera que ahora se generan más demandas y mayor
incertidumbre:
“Ya no se tiene un trabajo para toda la vida.
Estudiar
una carrera ya no sirve para ascender automáticamente de clase social
como ocurría en los años 60”, dice.
En una familia exigente, Luminița empezó a identificar síntomas de ansiedad,
que ella asocia con expectativas académicas, a los 16 años: náuseas,
dolor de pecho, taquicardia.
El médico de cabecera le dijo que era
demasiado joven para sentir dolor en el pecho. “Lo que te pasa es que
eres muy nerviosa”, recuerda oír aquel día en la consulta. Ahora, a
punto de cumplir 20 años, está en tratamiento por la ansiedad y
depresión que le diagnosticaron hace dos, cuando su condición era ya
incontestable. A toro pasado, Luminița cree que vivió con ansiedad desde
mucho antes de ir al médico.
“No se toman en serio
las enfermedades mentales”, denuncia. “Muchísima gente puede tener
depresión o ansiedad sin saberlo; yo estaba todo el día en alerta, pero
solo lo identifiqué cuando influía en mi estado físico”.
“Las redes sociales fomentan la neurosis”
Muchos expertos ponen la lupa en las nuevas tecnologías.
La
especialista en cambios generacionales Jean Twenge advierte que los
adolescentes, concretamente, están sufriendo de forma más acusada los
trastornos emocionales derivados del estrés, y no cree que sea
casualidad que esta es la primera generación que ha crecido con un móvil entre las manos.
Su hipótesis está edificada sobre una simple correlación —aparecen los smartphones,
empeora la salud mental de los jóvenes—, pero muchos expertos la
consideran más que convincente.
Cano también comparte esta visión, y
aporta datos y anécdotas que parecen sustentarla: “Los trastornos de
ansiedad en el 50 % de los casos ya están establecidos a la edad de 14
años.
A veces viene una persona a la clínica con fobia social o
agorafobia pero tiene 120 000 seguidores en Instagram”, cuenta.
Uno de los argumentos principales de Twenge, profesora de
psicología en la Universidad de San Diego (EE UU), es que los jóvenes se
sienten bien o mal con relación a su percepción de cómo les va a los
demás.
El problema es que las redes sociales suelen ofrecer una ventana a
los momentos más atractivos de las vidas ajenas. “Yo sé que la gente
solo comparte lo positivo, pero a veces no puedo evitar pensar cuando
veo stories de Instagram por qué a otros les va tan bien y yo estoy en la mierda”, reconoce Luminița. Quizá por eso, un estudio
científico publicado este mes demostró
que limitar el tiempo en
Facebook, Instagram y Snapchat reducía la soledad y la depresión en 143
estudiantes de grado de la Universidad de Pensilvania (EE UU).
El psicólogo clínico e investigador Scott Stanley, que
estudia relaciones románticas desde la Universidad de Denver (EE UU),
opina que además las redes sociales exacerban la ambigüedad y la
incertidumbre en las interacciones personales, algo que la ciencia
también relaciona con el deterioro de la salud mental. “Los animales, y
yo creo que esto debe de ser cierto para los humanos, se vienen abajo
cuando no pueden distinguir lo que significan los estímulos que reciben y
la importancia que tienen”, cuenta a Materia el investigador.
Política de serrín y estiércol........................... Joaquín Estefanía
Hay una sensación de estar al borde del abismo, una percepción autoinducida de alarma social.
Las imágenes y las palabras de Rufián contra Borrell no deben hacer olvidar la diatriba insultante del diputado popular Rafael Hernando contra la ministra de Justicia, Dolores Delgado,
en la misma sesión del Congreso de los Diputados.
También en estas palabras está la política del “serrín y el estiércol” denunciada por el titular de Asuntos Exteriores.
La estrategia de la crispación no se debe al grado de exaltación, y hasta de locura, de quien la practica, sino que es una estrategia deliberada porque entiende que le beneficia para sus intereses electorales
. Llegó desde los EE UU de Bush II y sus neocons, y la teorizó su principal asesor, Karl Rove.
Los politólogos han definido esa estrategia de la crispación como un desacuerdo permanente y sistemático sobre las iniciativas del antagonista político, presentado desde la otra parte como signo de un cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático (‘La estrategia de la crispación’, Informe sobre la democracia en España 2007, Fundación Alternativas). Se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta hace poco tiempo se habían identificado como “temas de Estado” (política antiterrorista, exterior, territorial…), que ocupan el centro de la agenda política.
Se recuerdan las palabras, ya lejanas, de José María Aznar cuando, preguntado sobre si la lucha antiterrorista estaría al margen de la dialéctica partidaria, contestó:
“No. No me ha entendido usted: cuando digo que nada habrá ajeno a la crítica política, digo nada”.
En esa estrategia, la aspereza de las formas degenera en muchas ocasiones en insultos.
También en estas palabras está la política del “serrín y el estiércol” denunciada por el titular de Asuntos Exteriores.
La estrategia de la crispación no se debe al grado de exaltación, y hasta de locura, de quien la practica, sino que es una estrategia deliberada porque entiende que le beneficia para sus intereses electorales
. Llegó desde los EE UU de Bush II y sus neocons, y la teorizó su principal asesor, Karl Rove.
Los politólogos han definido esa estrategia de la crispación como un desacuerdo permanente y sistemático sobre las iniciativas del antagonista político, presentado desde la otra parte como signo de un cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático (‘La estrategia de la crispación’, Informe sobre la democracia en España 2007, Fundación Alternativas). Se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta hace poco tiempo se habían identificado como “temas de Estado” (política antiterrorista, exterior, territorial…), que ocupan el centro de la agenda política.
Se recuerdan las palabras, ya lejanas, de José María Aznar cuando, preguntado sobre si la lucha antiterrorista estaría al margen de la dialéctica partidaria, contestó:
“No. No me ha entendido usted: cuando digo que nada habrá ajeno a la crítica política, digo nada”.
En esa estrategia, la aspereza de las formas degenera en muchas ocasiones en insultos.
Todo ello produce la sensación de estar permanentemente al borde del abismo, como si el país se encontrase en una encrucijada en la que se jugase la propia supervivencia.
Hay una percepción autoinducida de alarma social.
Los elementos instrumentales de dicha estrategia se repiten cada vez que es aplicada.
Si uno de los partidos en competición por el Gobierno subordina cualquier consideración (para recuperar el poder vale todo, incluso la deslegitimación sistemática del adversario) a ese objetivo y entiende que una atmósfera de crispación le favorece en mayor medida que a su adversario, es muy probable que la promueva bajo los siguientes argumentos: las elecciones no se ganan sino que se pierden y, por consiguiente, es inútil competir desde la oposición con el Gobierno; es más difícil atraer a los sectores identificados con el Gobierno que desmovilizar a una parte de ellos; en consecuencia, la estrategia para ganar consiste en movilizar a los nuestros, radicalizando las declaraciones y las posiciones, para asegurar su lealtad, y en atribuir la radicalización al adversario para desmovilizarlo en lo que se pueda.
Así, el partido que lidere la estrategia de la crispación renunciará a discutir las políticas del Gobierno tratando de deslegitimarlas por todos los medios; rechazará de modo sistemático las iniciativas del Ejecutivo evitando competir con él mediante la contraposición de las suyas propias; se negará a aceptar cualquier oferta de acuerdo por parte de los gobernantes, inclinándose a invertir los papeles, y exigiéndoles a aquellos acuerdos y compromisos basados en sus contrapropuestas, como si le correspondiese a la oposición la dirección de la política nacional.
Existen estos rasgos y otros como la deslocalización de la crítica, trasladándola de la arena parlamentaria a los medios de comunicación y a las redes sociales, de modo que el discurso en el Parlamento busca menos el intercambio de opiniones y propuestas que su eco mediático. Halperin y Harris escriben: “Cada noticia o cada opinión es considerada como un arma o un escudo en el enfrentamiento ideológico diario. Y cada suministrador de información es o bien parte del equipo de casa o del enemigo. Se trata de una concepción radical del papel de la información con ausencia de hechos comúnmente aceptados que enmarquen el debate”.
Que cada lector ponga a estas ideas las siglas que crea.
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