Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

18 nov 2018

Los invitados a la fiesta de la boda de Marta Ortega

boda marta ortega

Los invitados a la fiesta de la boda de Marta Ortega


La heredera de Inditex y Carlos Torretta celebran su boda con una primera fiesta en el Club Náutico de A Coruña. Desde Athina Onassis a Núñez Feijóo, entre los asistentes





El nuevo matrimonio Marta Ortega y Carlos Torretta. La heredera de Inditex de nuevo apostó por un modelo de Valentino. 
 El nuevo matrimonio Marta Ortega y Carlos Torretta. La heredera de Inditex de nuevo apostó por un modelo de Valentino.

Rafael Medina y su esposa Laura Vecino.  
Rafael Medina y su esposa Laura Vecino.


La modelo Eugenia Silva, en cuyo cumpleaños se conoció el nuevo matrimonio 
 
La modelo Eugenia Silva, en cuyo cumpleaños se conoció el nuevo matrimonio


La actriz Amaia Salamanca.  
La actriz Amaia Salamanca.


El modelo Jon Kortajarena.   

 El modelo Jon Kortajarena.

Athina Onassis, a su llegada al cóctel de la boda de Marta Ortega y Carlos Torretta.  Athina Onassis, a su llegada al cóctel de la boda de Marta Ortega y Carlos Torretta. 



  

Michelle Obama, un viaje trepidante

Michelle Obama, un viaje trepidante
De un humilde barrio de Chicago a la Casa Blanca. 
Michelle Obama hace repaso a su trepidante biografía en unas esperadas memorias en las que conviven la combativa estudiante de Derecho, la madre primeriza estresada y la primera dama.


MICHELLE OBAMA HA EMPEZADO a procesar lo sucedido desde que su marido, Barack Obama, planteó la posibilidad de aspirar a la presidencia hasta la fría mañana de invierno ( 20 de enero de 2017) en que se subió a una limusina con Melania Trump y la acompañó a la investidura del nuevo presidente de Estados Unidos. “He comparado esos años con la experiencia de ser disparados por un cañón. 
Con todo lo que pasaba volando a nuestro lado a mil kilómetros por hora, mientras nos limitábamos a agarrarnos como si nos fuera la vida en ello”, cuenta días antes de ponerse a la venta sus esperadas memorias. 
A los 54 años, siente que su vida sigue progresando.
No piensa detenerse. 
En su nueva casa, en un barrio tranquilo y lujoso de Washington, el tiempo empieza a parecer diferente.
 Descalza y en pantalón corto, uno de sus atuendos favoritos para moverse cómoda, disfruta de las cosas sencillas.
 Todavía no puede salir a la calle sin servicio de seguridad, pero gestos cotidianos como prepararse un sándwich de queso y degustarlo sola en el jardín le recuerdan que su nueva vida ya es un hecho. 
“Por fortuna, en estos dos últimos años he podido respirar más tranquila”, añade.
 Fue precisamente en su nuevo hogar donde sintió que tenía muchas cosas que contar y decidió ponerse a escribir.
 En Mi historia (Plaza & Janes), una biografía de más de 500 páginas, ajusta cuentas con el pasado, desde que era una estudiante negra en una elegante universidad cuyo alumnado era mayoritariamente blanco hasta su vida como madre primeriza estresada y sus ocho años como primera dama de Estados Unidos.


Michelle Robinson de bebé, en Chicago.
Michelle Robinson de bebé, en Chicago.

Mi historia se puso a la venta el martes pasado en 34 países. 
La biografía de Michelle Obama, por la que Penguin Random House ha pagado una cifra superior a los 60 millones de dólares, tendrá una segunda parte, firmada por su marido, y se publicará el próximo año. 
Markus Dohle, CEO del grupo editorial, que negoció personalmente la compra de derechos, bromeaba con los empleados días antes del anuncio asegurando que se habían quedado con los bolsillos vacíos. Y es que la ex pareja presidencial se ha convertido en un icono que genera mucho dinero. 
Perciben cantidades de seis dígitos por participar en conferencias y debates, y hace unos meses firmaron en exclusiva un contrato con Netflix para producir documentales y películas.
Todas las miradas se centran ahora en Michelle.
 Sus campañas en defensa de una dieta sana para mejorar la salud infantil han contribuido a que 45 millones de niños almuercen de manera saludable en los colegios y 11 millones realicen alguna actividad física; son solo una muestra de lo que sería capaz de gestionar si tuviera poder. 
Las encuestas en su país la sitúan como uno de los personajes públicos más valorados, pero la señora Obama despeja dudas en su biografía. 
No, no piensa dedicarse a la política: 
“No tengo la menor intención de presentarme a un cargo público. Nunca”.  

Claro que, en ocasiones, negativas tan rotundas tienden a significar lo contrario.
 Como ciudadana y miembro del Partido Demócrata, le preocupa la deriva que vive Estados Unidos.
 No soporta la crispación política que conduce a una “división tribal entre rojos y azules”, ni la idea de que debemos elegir un bando y apoyarlo hasta el final.
Enfrascada en la promoción del libro, de la que se ha excluido su presencia en España, la autora contestó a varias preguntas vía correo electrónico, eludiendo cualquier asunto mínimamente político o temas que quedan fuera del contenido del libro.
 De antemano se especificó que no hablaría de Donald Trump, aunque en las memorías lo describe como el típico “abusón” o “la materialización más fea del poder”.
 Acostumbrada desde niña a enfrentarse a esa máxima ancestral de la comunidad negra que sostiene que debes ser el doble de bueno para llegar la mitad de lejos, Michelle mantiene la esperanza frente a la adversidad política. 
Personalmente confía en la fuerza de las instituciones y anima a votar masivamente como elemento imprescindible para apoyar el cambio.
Michelle Robinson (Chicago, 1964) creció en el ­South Side, un barrio humilde de mayoría negra. 
Se define como ambiciosa, testaruda, alguien que puede llegar a levantar la voz cuando se enfada o incluso, como reconoce que hacía de niña con su hermano, usar los puños si hace falta.
 Claro que el tiempo y la experiencia han aplacado su carácter, aunque ante los problemas sigue buscando respuestas concretas. Creció y se educó en lo que denomina el “sonido del esfuerzo” que le inculcó su tía Robbie, su exigente profesora de piano con la que compartían la vivienda, cada familia en una planta. 
“Robbie fue un ejemplo importante para mí. En mis memorias cuento que a veces discutíamos.
 Cuando empecé con las clases de piano, yo tenía cuatro o cinco años, pero, aunque era pequeña, no me acababa de gustar su método de enseñanza. 
Tenía mis propias ideas sobre cómo aprender las escalas y los acordes, saltaba de una parte del libro a otra y aprendía canciones de oído.
 Pero Robbie estaba empeñada en que yo debía seguir su camino, así que, cada pocos días, la tozuda preescolar y su igualmente obstinada maestra dirimían sus diferencias ante el piano de la segunda”.  

Con el paso del tiempo, descubrió que aquella experiencia fue el periodo en el que empezó a desarrollar su propia voz, una fase que formaba parte de un proceso que considera absolutamente decisivo para la persona que ha llegado a ser: 
“En las décadas que siguieron tuve que aprender a utilizar mi voz en multitud de escenarios, desde el barrio con sus matones hasta las aulas universitarias, pasando por las salas de reuniones de los bufetes de abogados y las plazas y estadios del mundo.
 Y me he dado cuenta de lo afortunada que he sido de tener unos padres y unos profesores, personas como Robbie, que no me hicieron callar. 
Por el contrario, me permitieron desarrollar y utilizar mi voz. Espero que los padres fomenten esos valores en sus propios hijos. Y espero que nadie, especialmente las jóvenes, tenga jamás miedo de hacer oír su voz”.
 Pertenecer a la minoría afroamericana marcó su vida, pero aprendió a vivir con ello.
 Desde niña sintió que siempre necesitaba ganar batallas: 
 “Os vais a enterar” se convirtió en algo así como su lema frente a la adversidad.
 Fue una alumna de sobresalientes. En los colegios por los que pasó formó parte de los grupos de niños que eran separados del resto para conseguir un mayor rendimiento, una idea que reconoce como “controvertida”.
 Y se endeudó como muchos jóvenes americanos para poder pagarse la carrera de abogada en Harvard.
 “Con el tiempo he llegado a valorar que mi educación no tuvo nada de mágico.
 Yo no estaba dotada de ningún genio o tesoro particular. No era un prodigio de ninguna clase.
 Sencillamente, me esforcé mucho por dar lo mejor de mí misma.
 Como le gusta decir a mi madre, en mi ciudad hay miles de Michelles por todas partes, niñas y niños con talento, diligentes, honestos y genuinos que se preocupan por las cosas.
 También ellos podrían haber sido presidentes, presidentas, primeras damas o primeros caballeros. Mi madre no lo dice como una gracia ni por gentileza. Mi vida ha dado muchas vueltas. Terminé siendo la primera dama de EE UU, de modo que mi historia se hizo pública, pero en mi barrio hay más de un niño cuya historia nos haría sentirnos orgullosos a todos”, aclara. Su biografía, narrada de manera cronológica, no escatima detalles íntimos. Cuando su sueño parecía haberse realizado, tras graduarse en Harvard y fichar por un flamante bufete de abogados en la planta 47 de un edificio de Chicago, donde ejerció un tiempo como jefa de su futuro esposo y percibía un buen salario, decidió dejar el empleo movida por su vocación de servicio público. 
Para entonces ya se había enamorado del brillante abogado con quien compartía despacho. 
Marian, su madre y consejera, solía advertirle ante sus dudas: “Primero gana dinero y después preocúpate por tu felicidad”. 
Y siguió el consejo al pie de la letra.
 Empezó a trabajar como directora de una organización sin ánimo de lucro que ayuda a gente joven a labrarse una carrera profesional y como subdirectora de un hospital mejorando el acceso a la sanidad de las clases más desfavorecidas. 
Tras contraer matrimonio, vestida de blanco bajo los acordes de Tú y yo (que podemos conquistar el mundo), de Stevie Wonder, empezó a consolidar “un nosotros” tan sólido como eterno.

“Quiero asegurarme de que la gente sepa que el matrimonio puede ser extremadamente difícil y extremadamente gratificante”
Sincera y en ocasiones políticamente incorrecta, relata sin complejos, muy al estilo de la narrativa americana, la relación con su marido, desde el primer beso hasta las discusiones cotidianas motivadas por esperas infructuosas a la hora de la cena. “He intentado ser lo más sincera posible.
 Sé que mucha gente considera que Barack y yo somos un ejemplo de relación por la que vale la pena luchar. 

Ambos valoramos que lo crean así, pero también quiero asegurarme de que la gente sabe que el matrimonio puede ser extremadamente difícil y extremadamente gratificante, y que en la mayoría de los casos no puedes tener una cosa sin la otra. 
No quiero que la gente vea fotos de nosotros dos abrazándonos detrás de los atriles o sonriendo juntos bajo el brillo de los focos y piense que lo hemos conseguido con solo chasquear los dedos. 
Yo lo comparo con las redes sociales. 
Lo que vemos en las noticias que publicamos son los momentos especiales de la vida de otras personas, las fiestas, las vacaciones y los besos desde la cesta de un globo aerostático, pero no vemos las dificultades, las largas conversaciones, ni el esfuerzo que cuesta avanzar para entenderse mutuamente. 
Y ahí, precisamente, toma forma cualquier vínculo verdadero entre dos personas.
 Pensé que era mi deber, sobre todo ante las parejas jóvenes, contar nuestra historia con más detalle”. 


Michelle Obama, en el piso que compartía con Barack Obama cuando eran dos abogados jóvenes y enamorados.
Michelle Obama, en el piso que compartía con Barack Obama cuando eran dos abogados jóvenes y enamorados.

Desde que se conocieron, Barack Obama destacaba por su brillantez. 
 Las empresas se lo rifaban, pero él parecía más interesado por los derechos civiles y la organización comunitaria.
 Fue profesor de Derecho en la Universidad de Chicago y director de la revista Harvard Law Review antes de salir elegido como senador del Partido Demócrata en el Estado de Illinois.
 La vida de la pareja se ha regido por el mantra de que la igualdad es importante, pero todo el peso de la maternidad cayó sobre ella, una situación que se agravó cuando su marido entró de lleno en política, lo que le obligó a retroceder en sus ambiciones y convertirse en la mujer de un político con toda la carga de soledad que conlleva.
 A finales de 2006, cuando llegó el momento cumbre y surgió la posibilidad de optar a la presidencia, hubo escenas de crispación y lágrimas por la repercusión que tendría la decisión sobre su familia. Él quería presentarse y ella no quería que lo hiciera, pero la decisión final quedaba en manos de ella.
 Ganó la política. 
La familia tuvo que mudarse de Chicago a Washington y se convirtió en primera dama, un trabajo que oficialmente no lo es, pero que acabó brindándole una plataforma de conocimiento y contactos que nunca había imaginado. 
“He conocido a personas que considero superficiales e hipócritas, y a otras (profesores, cónyuges de militares…) cuyo espíritu es tan profundo y fuerte que resulta asombroso”.
“Cuando nos mudamos a la Casa Blanca, sabía que seguiría necesitando apoyarme en ellas.
 Fueron mi ancla. 
Solía invitarlas, en especial si necesitaba un soplo de aire fresco, y por eso acudían a actos públicos como las carreras de huevos de Pascua o las fiestas de Navidad. 
Venían cuando yo necesitaba hablar.
 A veces me sentaba y conversaba con un amigo durante horas, desde la comida hasta la cena. 
No pasábamos el tiempo hablando de política ni de lo que pasaba en el mundo, sino que solíamos charlar sobre nuestras familias, nuestros altibajos y esperanzas para el futuro, que eran los temas que siempre nos habían conectado.
 A veces me comentaban lo extraño que les resultaba estar en aquella casa tan bonita y con tanta historia y conversar como si estuviésemos en nuestra cocina de Chicago un sábado por la tarde”.


Michelle Obama, junto a su marido, descansa en el autobús que les conduce de Hanover a Nashua en plena campaña presidencial.
Michelle Obama, junto a su marido, descansa en el autobús que les conduce de Hanover a Nashua en plena campaña presidencial.

Gracias a las 500 páginas de libro sabemos, entre otras cosas, que es una fanática del orden, que odia el tabaco, que sus niñas nacieron por fecundación in vitro o cómo era la cama que compartía con Barack cuando eran novios. 
“No creo que a nadie le beneficie retocar su historia; ni a mí, ni a él, ni a ninguna de las personas a las que me gustaría llegar con mi autobiografía.
 No creo que nadie deba avergonzarse de su vida, en particular quienes han tenido que luchar.
 Todos pasamos por crisis de confianza. Los problemas de fertilidad son de lo más corriente.
 Fracasar, dudar de uno mismo, sentirse vulnerable son experiencias que nos hacen humanos.
 Al reflexionar, descubrí que la esencia de mi historia, el centro de mi proceso de llegar a ser, estaba definida por mis momentos de lucha. Esa fue la razón por la que decidí contar mi vida”.
A lo largo de su biografía deja muy clara la separación familiar de poderes que se instaló durante los ocho años que vivió en la Casa Blanca, tanto que casi parece que se enteró de la muerte de Bin Laden al mismo tiempo que el resto del mundo. Obama encerrado en su despacho, reunido, repasando informes…, y ella ocupada con su huerto en los jardines de la Casa Blanca, uno de sus proyectos estrella, y, como siempre, vigilando la educación de sus hijas, Malia y Sasha, tratando de evitar que el hecho de que su padre fuera el presidente de EE UU no interfiriera demasiado en su relación con los jóvenes de su edad.
A lo largo de su vida, Marian, su madre, a la que se llevó a vivir con ellos a la Casa Blanca, ha sido el puntal en el que se ha apoyado cada vez que necesitaba ausentarse para acompañar al presidente en viajes oficiales, o visitar a familias que acababan de perder todo lo que tenían arrasadas por un huracán, o acompañar en un funeral a los padres de los niños asesinados tras un tiroteo en un instituto.
 Solo su madre parecía librarse de los rigores que imponía el servicio de seguridad.
 Le gustaba sentarse a charlar con los empleados de la residencia presidencial y salir a pasear sin la presión de la popularidad.
 Los Obama fueron la familia presidencial número 44. 
En esa época, cuando miraba las fotos de las personas que habían consagrado su vida a la política (los Clinton, los Gore, los Bush), se preguntaba si vivían felices y eran auténticas sus sonrisas. 
Ahora que su foto ocupa ese mismo lugar de sus predecesores, ha aprendido a relativizar las cosas. 
Ya no analiza minuciosamente sus conjuntos ni se siente juzgada a todas horas.
 Ella y su marido han dejado de llamarse Potus y Flotus (nombre en clave para los agentes de seguridad). “Crecí como una niña de clase trabajadora, criada por unos buenos padres.
 Esperaba que mi familia y su comunidad se sintiesen orgullosas de mí. Muchas veces llegué a ser la única mujer negra de la reunión, y me convertí en una persona que se esforzaba por definirse a sí misma al tiempo que compaginaba su matrimonio con su carrera profesional y sus dos niñas. 
Me encontré en situaciones que jamás había imaginado, abriéndome camino por el mundo a través de muchísimas pruebas y errores”, añade. 
“Mientras estuve en la Casa Blanca, nunca olvidé nada de esto, y creo que fue lo que me ayudó a aguantar muchos de los carros y carretas que se cruzaron en mi camino. 
 Cuando toda tu vida es un escaparate, tu manera de hablar y tu aspecto, tu forma de criar a tus hijos y de comportarte, tienes que tener algo en donde refugiarte. 
Mi pasado me sirvió como refugio”. 
Anécdotas y personajes se suceden a lo largo de las páginas, como el momento en que conoció a su admirado Nelson Mandela, o un apunte sobre su viaje a Europa y su encuentro con la reina Isabel II, a la que abrazó cariñosamente, rompiendo años de protocolo, mientras charlaban sobre las ganas que tenían ambas de quitarse los zapatos. 
Es difícil acotar toda una vida en un volumen. Cada cual echará de menos detalles nuevos. 
En sus memorias no aborda muchas de las decisiones políticas de su marido, pero tampoco dice nada al respecto, por ejemplo, del viaje a Johannesburgo para el entierro del presidente del país en el que coincidieron con presidentes de otros Gobiernos. 
Viendo la serie de fotografías de ese día, parece que no le gustó mucho el selfie que su marido se hizo con el primer ministro británico David Cameron y la primera ministra danesa Helle Thorning-Schmidt.

Michelle, jugando con sus hijas y amigos en el jardín de la Casa Blanca, y con uno de los perros de la familia.
Michelle, jugando con sus hijas y amigos en el jardín de la Casa Blanca, y con uno de los perros de la familia.
 

La auténtica sirvienta de Ava Gardner..................Peio H. Riaño

La serie televisiva sobre los años de la estrella de Hollywood en España saca a la luz la vida de Carmen López, que trabajó para la actriz en el tiempo que retrata ‘Arde Madrid’.

Carmen López, fotografiada en la casa de Ava Gardner en Madrid. Cortesía de la familia de Carmen López
“¡Perón, Perón, maricón!”. Ava Gardner se asoma a la ventana y le grita al expresidente argentino, su vecino de abajo, mientras este ensaya discursos al aire. 
La actriz, libre y sin prejuicios, vivió 13 años enamorada de un país asfixiado por Franco, en una fiesta continua. 
La mayor parte de la aventura española de la estrella del cine pasó en un piso de lujo en la zona más privilegiada de la capital, a pocos kilómetros del Pardo, tras comprarse primero una casa en La Moraleja.
 Gardner grita a Perón y junto a ella está Carmen López, su sirvienta.
 La actriz en aquel Madrid es un mito que emerge de la cruda realidad para iluminar un país prisionero por los militares. 
Y Carmen encarna la España real de los sesenta. 
Pero también es un personaje que la ficción audiovisual ha creado sin tener noticias de su existencia.
Anna R. Costa, creadora de la serie Arde Madrid (Movistar+) junto a Paco León, y que firma el guion con Fernando Pérez, no sabía nada de Carmen hasta que recibió la llamada de EL PAÍS el pasado miércoles, cuando la serie ya había sido estrenada con éxito crítico. Y, sin embargo, ha escrito un personaje de ficción (Pilar, interpretada por Anna Castillo) que existió, con frases que dijo, con viajes que hizo. 
Hasta se parecen. “Que coincida con la realidad me emociona muchísimo, quiero conocer a su familia”, explica, mientras ultima el guion de la segunda temporada del último éxito de la ficción española. 

Costa ha documentado durante cinco años los detalles de la serie. Ya había investigado la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera para una obra de teatro que estrenó hace una década en el Teatro Lara, de Madrid, El manual de la perfecta esposa. 
 En Arde Madrid entrevistó a testigos que conocieron a la actriz, leyó biografías y el libro de Marcos Ordóñez —Beberse la vida: Ava Gardner en España (Aguilar)—. Se carteó con Carmen Vargas (la segunda sirvienta que trabajó con la diva), la primera telefonista internacional que pasaba las llamadas de Frank Sinatra, el pianista Paco Miranda...

Rumbo a Nueva York

Carnet de avión de Ava Gardner y Carmen López para un vuelo a Nueva York.
Carnet de avión de Ava Gardner y Carmen López para un vuelo a Nueva York.
Un año, que en este caso equivale a decir toda una vida. “Para Carmen. Happy first trip to America. Bien. Venida”. Y la firma: “Ava Gardner”. 
Es un carné de vuelo que sirve la TWA —quizá solo a los pasajeros de primera—, con la que vuelan Ava y Carmen con destino a Nueva York el 29 de agosto de 1961.
 La tripulación ha estampado su autógrafo en el documento, que en una de las páginas incluye una polaroid de López en su asiento, antes de despegar. 
El vuelo, dice la credencial, durará ocho horas y media, cubrirá la distancia a una velocidad media de 550 kilómetros por hora y el papel que lo acredita será un recuerdo para siempre.
 Incluso cuando ella no esté o su memoria haya desaparecido.

Carmen López hoy se encuentra en una residencia del extrarradio de Madrid, borrada por el alzhéimer. 
Como un náufrago, Juan Carlos ha ido recogiendo los restos de la vida de su madre, que flotan a la deriva.
 Es el menor de los tres hijos que tuvo Carmen con Juan José. No ha visto la serie. Sus hermanos tampoco. Ninguno de ellos se atreve, por miedo al dolor de reconocer a su madre entre los personajes.
 Y lo cierto es que la encontrarían.
 Hay diálogos que mantuvo su madre con Ava que están rodados. La realidad haciendo un cameo en la ficción, o viceversa. Quién sabe.
 Además, una carta del Hotel Plaza de Nueva York, que presenta una actuación de la vocalista británica Shirley Bassey, famosa por haber cantado temas de la saga de James Bond. Dos espectáculos por noche y tres dólares la entrada. Desde allí vuelan a Boston.

La misma talla

Nunca antes López se había montado en un avión. 
Jamás volvería a salir de España. Guardaba sus anécdotas para las reuniones familiares. 
Era pudorosa, tenía miedo de que se conocieran y acabara tocando su puerta la prensa del corazón. 
“Es una mujer muy discreta. Ava fue muy cariñosa con ella, no la miraba por encima del hombro.
 Le regaló muchísima ropa. Usaban la misma talla y eso a mi madre, que era muy coqueta, le gustaba recordarlo.
 Pero lo metimos todo en una caja y no sabemos dónde está”, cuenta el hijo. Lo que no ha perdido es la pelota de béisbol firmada por los jugadores de New York Giants.
 Ni unas gafas de sol que le regaló la actriz.
A los pocos meses de aquello, López se despidió para regresar al inicio, a Fuengirola, a trabajar en un hotel donde conocerá al carpintero con el que se casa y tiene tres hijos. 
Ellos volverán a Madrid, al barrio de Hortaleza, para instalarse en unos edificios que reciben el aluvión rural, a cumplir con la vida a la que su madre nunca quiso renunciar.
 Aquella que empezó con el paréntesis que le regaló Ava Gardner y que la ficción imaginó muchos años después para una exitosa serie de televisión.

Los hijos están orgullosos de saber que su madre podría ser uno de los personajes de Arde Madrid. “Somos como mi madre... viviendo una aventura”, dice Juan Carlos, sentado en una cafetería de Madrid. Le habría gustado que ella hubiese ayudado a recrear aquellos momentos, pero su memoria ya no está con ella. Ahora la tienen sus hijos y una parte cabe en esa carpeta que trae bajo el brazo.
La abre y empieza a sacar afiches de salas de jazz y tarjetas de restaurantes de lujo de Nueva York. También un tríptico del local de jazz de moda, Birdland —abierto en 1949 con ese nombre en tributo al saxofonista Charlie Bird Parker—. En él, aparecen fotos de Duke Ellington, Dizzy Gillespie o el cantante Joe Williams. Este le firma una dedicatoria en el papel. También tiene una postal de un local de cócteles, Ship’s Haven, con “atractive rooms for private parties”. Otra imagen retrata una villa en Maine y la publicidad de un restaurante donde sirven “sabrosas” costillas: Rib Room.
Pero no conocía a Carmen López. Esta llegó de Fuengirola a Madrid a finales de 1960 en busca de trabajo. La muchacha andaluza de 27 años había sobrevivido a la Guerra Civil. A la izquierda de Franco, aunque sin inquietudes políticas. No tenía estudios y le costaba leer con fluidez. Andaba en busca de una oportunidad para sobrevivir. Cree que puede hacerlo atendiendo la intimidad de las casas o las habitaciones de los hoteles. Y encuentra un hueco en un apartamento en la avenida del Doctor Arce, número 11. López entró como interna para atender las necesidades de la estrella de Hollywood en 1961. Estuvo con ella un año, cuando decidió que había tenido suficiente.

 

Más se perdió en La Habana ................Por MAURICIO VICENT

Turrones, brujería y geopolítica en la Cuba de Fidel.

Adolfo Suárez, en 1978, protagonizó la primera visita de un presidente del Gobierno español a la isla.

Adolfo Suárez y Fidel Castro, con Natalia Bolívar, durante el viaje a Cuba en 1978 del entonces presidente del Gobierno español.
Adolfo Suárez y Fidel Castro, con Natalia Bolívar, durante el viaje a Cuba en 1978 del entonces presidente del Gobierno español.
Ahora que de España vuelve a viajar a Cuba gente importante, empezando por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y si nada se tuerce en el camino también los Reyes, el año próximo, con motivo del quinto centenario de La Habana, conviene recordar otras visitas de altos vuelos y algunas anécdotas de las relaciones bilaterales para que luego nadie se espante cuando comiencen a gritar los que siempre se oponen a cualquier acercamiento a Cuba.

Mes y medio antes de aprobarse la Constitución Española, el 9 de septiembre de 1978, se produjo el primer viaje oficial de un presidente español a la isla, el de Adolfo Suárez. 
La visita no solo era importante por su simbolismo, recién estrenada la democracia. 
Además de revitalizar los lazos culturales y económicos, aletargados tras el largo apagón de Franco, el viaje tenía un morbo geopolítico considerable: se trataba del primero de un líder occidental a Cuba, en momentos en que el campo socialista parecía indestructible y el alineamiento cubano con la antigua Unión Soviética era absoluto.
Aunque alérgica al comunismo, la España de Franco nunca quiso romper con la Cuba de Fidel Castro: el turrón y el brandy Terry Malla Dorada sobrevivieron en la mesa y en el imaginario de los cubanos a la temprana expulsión de La Habana del embajador Juan Pablo de Lojendio, en enero de 1960, tras lo cual ambos países pasaron 14 años con relaciones diplomáticas mermadas.
 Sin embargo, el turrón de Jijona, en la isla, y el azúcar, los puros y el ron cubano que España siguió comprando fueron en aquellos años difíciles los mejores embajadores, y ni siquiera tras la visita del presidente Eisenhower a España Franco quiso sumarse a la política de aislamiento estadounidense.
Turrones, brujería y geopolítica en la Cuba de Fidel
La anécdota del primer encuentro la puso Raúl: la ceremonia en el aeropuerto concluyó con un desfile de tropas ante los dos presidentes, pero frente al tumulto de fotógrafos e informadores a su alrededor, momentos antes de iniciarse la parada militar, el hermano de Fidel, entonces ministro de las Fuerzas Armadas, soltó: "Quítenme de ahí a esa prensa para que no digan luego que los arrolló el Ejército revolucionario". Suárez y Castro soltaron la carcajada.

Si bien en 1978 a Estados Unidos no le hizo ninguna gracia aquella visita, Suárez entendió que se trataba de un reencuentro necesario y así, aquel 9 de septiembre de 1978, a las doce en punto del mediodía, se abrieron las puertas del DC-8 que lo llevaba desde Venezuela.
  El recibimiento fue apoteósico. Fidel y Raúl Castro al pie de la escalerilla del avión, 21 salvas de artillería, los himnos de España y Cuba a todo dar y miles de personas saludándolos con banderitas de ambos países y, de fondo, un gran retrato del presidente Suárez con el lema de "Viva la amistad hispano-cubana".
 "Desde el primer momento hubo química entre los dos", recuerda la escritora y experta en religiones afrocubanas Natalia Bolívar, que había combatido clandestinamente contra Batista y entonces era directora del Museo Numismático del Banco Nacional de Cuba. Ambos mandatarios inauguraron en su museo una exposición de monedas y arte hispanoamericano, y allí Natalia, con sus 40 años esplendorosos, fue la anfitriona. 
"Ellos llegaron haciendo chistes, llevaban solo unas horas juntos y ya el clima era de complicidad total".
Cuenta que se tomaron varios mojitos y que, en un momento, Suárez (45 años entonces) y Fidel (52) "se fajaron" por sentarse a su lado, sin hacer caso al ministro presidente del Banco Nacional, Raúl León Torras. 
 "Aquello era un flirteo a la cara, y Adolfo era atractivísimo, muy elegante…". Entre piropo y piropo de ambos, Suarez la invitó a ir de visita a España, y Castro bromeó con que no podía ser, pues Natalia estaba muy ocupada. 
Cuarenta años después, Natalia saca de su archivo una foto de aquel encuentro, Suárez con el ojo guiñado y Fidel observándolo todo, ella de traje blanco —"Yo no tenía ropa para la ocasión y me había hecho el vestido con la tela de unas cortinas que habían traído los rusos para una exposición"—. Lo que más recuerda de aquel día "eran las risas y la gran sintonía de los dos".
Pero… ¡Ahhh la química y la sintonía! 
Si algo enseña la historia es que en las relaciones hispano-cubanas la química no basta, pues las cosas tienden a enredarse.
 Durante los dos días que estuvo Suárez se pasaron revista a los temas bilaterales: la renovación de un acuerdo comercial que estaba a punto de caducar, la creación de un mecanismo para indemnizar a los españoles perjudicados por las nacionalizaciones del comienzo de la revolución, la apertura de diversas líneas de cooperación y el siempre delicado asunto de los derechos humanos, en ese caso centrado en las gestiones para la liberación del preso español Eloy Gutiérrez Menoyo, que había sido comandante de la revolución y llevaba 14 años en la cárcel por alzarse en armas contra Castro, y el permiso de salida del país para unos doscientos descendientes de españoles.
Turrones, brujería y geopolítica en la Cuba de Fidel
El viaje tuvo como colofón una simpática rueda de prensa en la que Fidel, con puro en la mano y pistola al cinto, expresó su preocupación por el acercamiento de España a la OTAN. 
Se produjo también el anuncio oficial de que el Rey Juan Carlos I invitaba al presidente cubano a visitar España en 1979. 
 "Nos vemos en Madrid", dijo Castro a los periodistas al terminar el viaje, y ese fue el titular del día siguiente de muchos diarios.
Cuenta Natalia que tras la visita de Fidel y Suárez al museo, el ministro presidente del Banco Nacional se le "encarnó".
 "Parece que molestó aquel protagonismo mío, y a partir de entonces comenzó a hacerme la vida imposible.
 Todos los días era un problema, no me dejaban vivir…". Entonces Natalia fue a ver a unos amigos suyos paleros, practicantes de la religión afrocubana de Palo Monte, que hicieron diferentes obras de brujería y sacrificios de animales para protegerla. 
 "Fue remedio santo. Quedaron neutralizados".
La carga “revolucionaria” del viaje pasó factura al presidente español con los sectores más recalcitrantes de UCD
Al poco tiempo, al ministro del Banco le dio un infarto.
 Y las relaciones hispano-cubanas siguieron zigzagueantes. 
Para Suárez, la visita constituyó un espectacular golpe de efecto ante la opinión pública española e internacional, y para Cuba supuso la apertura de nuevas fronteras políticas y comerciales fuera del campo socialista. 
 Pero por aquel entonces comenzó la mala maña en España de convertir el tema de Cuba en política nacional y no en política de Estado. 
La carga "revolucionaria" del viaje pasó factura al presidente español con los sectores más recalcitrantes de UCD, que miraban con preocupación las elecciones de 1979. Suárez ganó aquellos comicios, pero no por mayoría absoluta. 
El viaje de Fidel Castro finalmente no se produjo.
 Y las indemnizaciones y la salida de Menoyo tuvieron que esperar a que Felipe González ganara las elecciones y viajara a Cuba en 1986. 
Pero esa es otra historia que acabó en culebrón, aunque los turrones siguieron llegando.