Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 nov 2018

Vivir sin esperanza............................................. Elvira Lindo.........

Las victorias de la extrema derecha se alimentan del rencor.

 

El filósofo y lingüista Noam Chomsky
El filósofo y lingüista Noam Chomsky
Leo los análisis sobre las recurrentes victorias de líderes ultraderechistas y percibo que hay algo que me falta para entender un fenómeno que, dejando a un lado las particularidades locales, se alimenta de un sentimiento común: el rencor.
 Observo estadísticas, porcentajes, y encuentro que hace tiempo que nos damos de bruces con una cuestión de difícil respuesta: ¿cómo se alimenta el odio que lleva a lanzar a unos seres humanos contra otros? Recuerdo los meses previos a la victoria de Trump.
 De pronto, los medios comenzaron a experimentar interés por esas zonas de industria en decadencia poco frecuentadas por unos políticos que no las consideraban clave para su estrategia.
 Los periódicos comenzaron a desembarcar en esas áreas de exclusión como si visitaran un país extranjero.
 Lo era. Finiquitado el periodismo local, dejados de la mano de Dios, sus habitantes sobrevivían alimentando de furia su desamparo.

Cada crítica, una medalla.....................................Juan José Millás..

Cada crítica, una medalla








Juan José Millás

HE AQUÍ A Dolors Montserrat compitiendo con Martes y Trece en el número de las empanadillas.
 Se había levantado del asiento para aconsejar a la vicepresidenta que se coordinara cuando ella misma devino en pura descoordinación sintáctica y temática y tonal. 
Hablaba sin decir nada y cuanto más se esforzaba en la captura de los significados menos era lo que decía, de modo que al comprender interiormente la vaciedad de su propuesta comenzó a actuar con los brazos y con las manos y con los ojos también, en fin, con todo el cuerpo, que flameaba como el de una bacante en pleno éxtasis.
 La suma de los enunciados verbales y de los no verbales arrojaba resultados tan estremecedores que sus señorías permanecían perplejas, con los cinturones de seguridad abrochados, como cuando el finiquito en diferido de Cospedal y Bárcenas, otro momento cumbre de la sindéresis nacional, de la elocuencia patria.
Al discurso de la diputada, leído atentamente, se le adivina sin embargo una intención irónica de tal altura que después de prepararlo debió de pensar que iba a dar el golpe.
 De ahí su desconcierto ante las primeras risitas. Se burlaban de una obra maestra de la retórica, de una pieza oratoria cuya singularidad, enseguida lo advirtió, no tendría la recepción que se merecía. 
Ahí es donde comenzó a atorarse, a dudar de si había metido a los niños en el horno y había llevado a las empanadillas al colegio o al revés.
 Un aplauso cerrado y una carcajada unánime premiaron su desvarío. “Cada crítica, una medalla”, diría después Teodoro García, secretario general de la portavoz. Qué vida.  

Burbujas que matan........................................Rosa Montero.

¿Se acuerdan de cuando los desahucios eran un escándalo nacional? Pues siguen estando ahí. 
Lo único que ha cambiado es nuestra sensibilidad
TENGO UN BUEN AMIGO uruguayo que, por razones profesionales, vivió un par de años en Madrid. 
En 2013 se trasladó a México, pero decidió no cerrar su cuenta bancaria española, que mantiene con un saldo muy modesto. 
Hace un mes mi amigo vino de visita a España y se acercó a su banco, y el director de la sucursal le ofreció una hipoteca. 
Insistió en que se la concedería fácilmente, en apenas unos días, antes de que regresara a México.
 Mi amigo, que ama Madrid, se sintió tentado: “Me pasé la noche en vela, pensando en que podría comprar un pisito aquí para venirnos cuando me jubile… Menos mal que a la mañana siguiente me di cuenta de la barbaridad y de la trampa económica que supondría para mí”. 
Su relato me dejó espantada: es extranjero, ni siquiera reside en España, no tiene ni una nómina domiciliada y pese a todo ello le están calentando la sesera con los cantos de sirena del dinero fácil. Conozco esa música: es una marcha fúnebre.
 Tengo la sensación de que nuestra realidad se asienta sobre una capa de hielo resplandeciente, pero tan fina y frágil que en cualquier momento puede quebrarse y arrojarnos a un gélido abismo de agua negra.
 No sólo la pasada crisis parece estar incubando su próximo huevo de serpiente, sino que en realidad ni siquiera se acabó del todo.
 El relato de mi amigo me chirrió especialmente porque llevaba unas semanas estremecida por algunas noticias sobre desalojos.
 Y es que los desahucios no se han acabado. ¿Se acuerdan de cuando eran un escándalo nacional, en lo más álgido de la crisis? Pues siguen estando ahí.
 Lo que ha cambiado ahora es nuestra sensibilidad; el oído, que se nos ha endurecido; y que ahora cuesta mucho más llegar a los medios de comunicación con un desahucio.
 Ahora necesitan añadir circunstancias atroces para que nos fijemos.
 Como sucede con Safira Sánchez, esa chica de 23 años que sufre una discapacidad del 66% por una rara enfermedad cardiovascular. 
Su único ingreso al mes es una pensión de 380 euros y con esa miseria vivía sola en Guadalajara hasta que la echaron el pasado mes de octubre, pese a que el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU pidió a España que paralizara momentáneamente el desalojo mientras estudiaba el caso. 
O como Nani y Mariano, jubilados de 62 y 78 años y con un hijo con una discapacidad de más del 80%, a quienes echaron del piso de Parla en el que habían vivido los últimos 50 años porque les subieron el alquiler a 700 euros, que es lo que cobran de pensión. También fue en octubre: dos casos demoledores y recientes.
 
Según la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), se siguen produciendo en España 16.000 de­salojos al trimestre, aunque ahora hay más desahucios por alquileres que por hipoteca (a los hipotecados ya los echaron masivamente en la crisis).
 Pocas tragedias debe de haber en la vida tan atroces como un desahucio. 
Es un dolor inmanejable, el fin de todas las esperanzas, un apocalipsis personal.
 Quiero decir que es un sufrimiento que mata. El pasado junio, un hombre de 45 años se tiró por la ventana de su piso en Cornellà de Llobregat justo cuando llegaban a su puerta para desalojarle.
 Ha habido y sigue habiendo suicidios a causa de los desahucios. En la prensa constan varias decenas desde el principio de la crisis, muertes incontestables porque dejaron carta explicando la razón, o porque se ahorcaron o tiraron por la ventana cuando llegaban los judiciales, como en el caso de Cornellà. 
Y yo me temo que son muchos más. Aun así, hay mucha gente interesada en minimizar esa causalidad, así como psiquiatras que sostienen que el nexo no está claro y que la gente se mata por depresión y otras dolencias psíquicas.
 Sin duda; pero es que un estudio de la Universidad de Granada mostró que el 88% de los desahuciados padecen ansiedad y el 91% depresión.
 Un informe de la PAH de 2017 sostenía que la mala situación económica había causado más de 13.300 suicidios desde 2008 hasta 2015, un poco menos de la mitad del número total de suicidios del país.
 Suena muy abultado, pero aunque lo rebajáramos a la veinteava parte sería una cifra inhumana, inadmisible. 
Uno solo ya es demasiado. 
Y encima estamos volviendo a hinchar la burbuja. 

De quién cobramos.......................................Javier Marías.

Los países democráticos tienen que decidir si lo importante es cobrar, venga de donde venga el sueldo.
 Aunque lo propio de esta época es contradecirse sin parar.

EL ASESINATO del periodista Jamal ­Khashoggi en el consulado de Arabia Saudita en Estambul ha desencadenado cuestiones de interés, a saber: para quién se trabaja, quién le paga a uno su salario, qué uso hace ese empleador de nuestro esfuerzo.
 La mayoría de las personas no se preguntan por lo general nada de eso. 
Bastante tienen con no saberse en el paro y cobrar a fin de mes (o excepcionalmente, si por ejemplo se trata de premios o de encargos ocasionales). 
Su sentido de la “ética” —por llamarlo de alguna forma— no va más allá de cumplir sus tareas o de esmerarse en su desempeño.
 Su exigencia no va más allá de recibir lo pactado con justicia y puntualidad, y de no ser engañados ni explotados. 
Su exigencia no va más allá de recibir lo pactado con justicia y puntualidad, y de no ser engañados ni explotados.
 De ahí que los trabajadores de Navantia, ante los amagos del Gobierno de suspender la venta de armas a la propia Arabia Saudita hace unos meses, por su bombardeo de un autobús con escolares en Yemen, montaran en cólera incendiaria con sólo oír de esa posibilidad: lo esperable era que el país “castigado” tomara sus represalias y cancelara el encargo de cinco corbetas —buques de guerra, dicho sea de paso— a esos astilleros gaditanos, con la consiguiente pérdida de ingresos y empleos.
 Llamó la atención entonces la reacción (no fue la única) del podemita alcalde de Cádiz, quien dejó claro que lo que a él le importaba era el sustento de sus conciudadanos, y que le traía sin cuidado lo que hubiera hecho el régimen de Riad a millares de kilómetros. 
Ahora, tras el asesinato de Khashoggi, la actitud de nuestro Gobierno ha dado un giro y se ha alineado con el alcalde llamado Kichi (creo, es difícil recordar los apelativos pijos), y se ha visto secundado por el PP y algún partido más. 

El de Kichi, en cambio, para completar las contradicciones, aboga por suspender los tratos comerciales con Riad, o al menos la venta de armas.
 En esta línea está también Alemania, mientras que Francia considera tales medidas “demagógicas”. 
Los Estados Unidos del sacaperras Trump ni se plantean el dilema. No seré yo quien critique a unos ni a otros.
 Ya se ha dicho muchas veces que la dignidad, los principios, la moral y la integridad son virtudes que los modestos y los pobres apenas se pueden permitir.
 Cuando está en juego ponerles un plato a los churumbeles, la mayoría se traga todo eso y aguanta lo que le echen.
 Ahora bien, lo interesante es esto: si lo prioritario son los puestos de trabajo y el bienestar de la población (o por lo menos que no muera de inanición), no veo por qué no se admite que el negocio del narcotráfico también da a mucha gente de comer.
 Hace poco vimos cómo individuos “normales” se enfrentaban a la policía y protegían a narcos en Algeciras o en La Línea de la Concepción, porque la aprehensión de un alijo de droga les suponía un considerable revés económico
 (lo mismo sucedió en Galicia, en Colombia y en otros lugares).
 Y quien habla de narcotráfico lo hace asimismo de prostitución, que da dinero a raudales, y no sólo a los dueños de los prostíbulos, sino a ciudadanos “normales”.
 En Madrid y en Barcelona, los manteros son mimados por las respectivas alcaldesas, las cuales no pueden ser tan pardillas como para no saber que detrás de los inmigrantes que ofrecen en plena vía sus mercancías falsificadas, y con ello se sacan unos euros para subsistir, están unas mafias que se dedican a muchos otros negocios, más crueles y dañinos que la venta callejera (armas y trata incluidas).
 Es decir, Carmena y Colau, a sabiendas (insisto: no lo pueden ignorar), están facilitándoles a esas mafias sus actividades, y encima con la conciencia satisfecha.
 En la idea de ayudar a los pobres inmigrantes, las enriquecen, y por tanto contribuyen a financiar sus crímenes y a propiciar su expansión.
 Son sólo unos ejemplos. 
 Yo suelo mirar, en la medida de lo posible, de dónde procede el dinero que se me paga.
 Quizá se recuerde que ni siquiera acepto emolumentos del Estado español, en forma de premios, invitaciones o lo que se tercie. 
Pero yo no tengo churumbeles (no directos) que alimentar, así que me permito eso, mal que bien.
 Comprendo que la gente no esté mirando cómo se ha conseguido el dinero que se le paga, de dónde viene, por qué manos ha pasado antes, si nuestro pagador es intachable o no. 
En España hay periodistas y columnistas que al parecer cobran directamente del Kremlin, y los fundadores del ahora purista Podemos recibieron remuneraciones de Venezuela y de Irán, todos países poco menos dictatoriales que Arabia Saudita, y que de hecho tienen también por costumbre deshacerse de periodistas o rivales molestos para sus regímenes, a veces con tanta alevosía y violencia como la empleada contra Khashoggi en el consulado de Estambul.
 El propio Erdogan, Presidente de Turquía hoy indignado, tiene a más de cien reporteros encarcelados o exiliados a la fuerza. 
Nadie se plantea en serio dejar de hacer negocios con él, ni con Putin y otros de su jaez.
  Los países aún democráticos tienen que decidir si lo importante es cobrar, venga de donde venga el sueldo. 
Y si es así, quizá no deban perseguir con tanto ahínco a los narcos, a las mafias y a las redes de prostitución.
 Claro que lo propio de nuestra época es contradecirse sin parar, y ni siquiera percatarse de sus flagrantes contradicciones.