Las victorias de la extrema derecha se alimentan del rencor.
Leo los análisis sobre las recurrentes victorias de líderes
ultraderechistas y percibo que hay algo que me falta para entender un
fenómeno que, dejando a un lado las particularidades locales, se
alimenta de un sentimiento común: el rencor.
Observo estadísticas, porcentajes, y encuentro que hace tiempo que nos damos de bruces con una cuestión de difícil respuesta: ¿cómo se alimenta el odio que lleva a lanzar a unos seres humanos contra otros? Recuerdo los meses previos a la victoria de Trump.
De pronto, los medios comenzaron a experimentar interés por esas zonas de industria en decadencia poco frecuentadas por unos políticos que no las consideraban clave para su estrategia.
Los periódicos comenzaron a desembarcar en esas áreas de exclusión como si visitaran un país extranjero.
Lo era. Finiquitado el periodismo local, dejados de la mano de Dios, sus habitantes sobrevivían alimentando de furia su desamparo.
Observo estadísticas, porcentajes, y encuentro que hace tiempo que nos damos de bruces con una cuestión de difícil respuesta: ¿cómo se alimenta el odio que lleva a lanzar a unos seres humanos contra otros? Recuerdo los meses previos a la victoria de Trump.
De pronto, los medios comenzaron a experimentar interés por esas zonas de industria en decadencia poco frecuentadas por unos políticos que no las consideraban clave para su estrategia.
Los periódicos comenzaron a desembarcar en esas áreas de exclusión como si visitaran un país extranjero.
Lo era. Finiquitado el periodismo local, dejados de la mano de Dios, sus habitantes sobrevivían alimentando de furia su desamparo.