10 nov 2018
Cambio de sentencia................................... Boris Izaguirre
Llevo años intentando involucrar a mi marido en fregar los platos y no lo he conseguido. No tengo el carácter de María Dolores de Cospedal.
En una escena de La mala educación, de Almodóvar, sus protagonistas entran en un cine y uno de ellos dice: “Pienso que todas las películas hablan de mí, de nosotros”.
Es una frase maravillosa, me encantaría escribir algo así.
A mí me está sucediendo lo mismo, pero con la actualidad, con esa realidad galopante y furiosa que no hace más que enredarnos.
Tanto que he terminado por creer que soy el protagonista de cada noticia.
Que tengo un poquito de juez del Tribunal Supremo para cambiar una sentencia o una opinión.
Que puedo empatizar con María Dolores de Cospedal por pedirle a su marido que haga un trabajo sucio.
O que intento asumir cómo Lecturas anuncia el divorcio de la infanta Cristina y ¡HOLA! lo refuta en menos de un cambio de sentencia.
María Dolores de Cospedal, renunció el jueves a su escaño no sin antes explicar, en diferido y con un elegante comunicado, que se arrepiente de haber involucrado a su marido en un trabajo sucio para su partido.
Es asombroso, llevo años intentando involucrar a mi marido en fregar los platos y no lo he conseguido.
No tengo el carácter de María Dolores. En alguna ocasión me identifiqué con Cospedal, somos del mismo año y, como ella, también hubiera querido empezar mi carrera siendo Maja o Miss. María Dolores ha llegado muy lejos en política y fue la recuperadora de esa profética frase:
“Que cada palo aguante su vela”, que aunque no sea suya, supo como nadie llevarla a su terreno, igual que hacen los cantantes de OT con las canciones de otros.
Y ahora es coprotagonista de un dueto, en una de esas grabaciones con las que el comisario Villarejo anima las tertulias y los salones, acompañando a su marido a pedir un trabajito que descubra debilidades de sus archienemigos.
¿Soy el único que se sorprende de cómo hablan los que figuran en esas grabaciones? A excepción de la princesa Corinna, cuyas cintas no serán investigadas, todos los demás se expresan con palabras malolientes, oraciones enfangadas, una vulgaridad demoledora, tan poco ejemplar y tan poco parecida a sus imágenes publicas, que te hace sospechar que Villarejo les daba algo antes de grabar, como hacía la pobre Amy Winehouse.
Es eso o que vivimos gobernados por personas con múltiple personalidad.
Antes vivíamos el cambio de tendencias, ahora también el de sentencias.
El Tribunal Supremo modifica su opinión, convirtiéndose en un influencer más.
En octubre estuvo en plan Robin Hood, reclamándole a los bancos que se hicieran cargo de los impuestos de sus hipotecas y muchos hipotecados nos sentimos eufóricos.
Pero, empezado noviembre, la Justicia, harta de ser ciega, se hizo voluble. Y ahora los bancos no tienen que pagar ese impuesto. Nosotros sí.
Vargas Llosa e Isabel Preysler, listos para el compromiso
El autor viaja a Perú con su pareja para participar en el Hay Festival de su ciudad natal, al que también acudió su exesposa Patricia Llosa.
Se les ve ya "Ancianos" aparentando ser quinceañeros"
La primera vez que Mario Vargas Llosa vio los camarones de un delicioso chupe arequipeño parece que lloró.
Luego, ese manjar de la gastronomía peruana se ha convertido en su plato favorito.
Lo malo es que cuando suele regresar a la ciudad que le vio nacer y donde sólo pasó el primer año de vida, resulta imposible conseguir el ingrediente principal.
Hay veda en el río y no se pueden pescar cangrejos. Trata de volver con frecuencia en la fecha de su cumpleaños —el 28 de marzo— pero entonces no se cocina chupe ni ocopa a base de crustáceos. Ahora, sí.
Y fueron precisamente los dos platos que comió ayer en la ciudad donde se encuentra junto a Isabel Preysler, su actual pareja, para participar en el Hay Festival.
Mónica Parra lo conoce desde hace años.
Es dueña de la picantería La Nueva Palomino y se lo preparó a su gusto como gran especialidad de la casa: queso, leche, zapallo, yuta, habitas, choclo, ajo, cebolla, papa, repollo, arroz y camarones.
De ahí sale un delicioso y nutriente caldo rojizo con el que el premio Nobel se chupa los dedos.
De hecho, en vez de cualquier banquete en un restaurante de postín, Mario quiso celebrar la conquista del galardón en la picantería de su amiga.
“Eso le define”,
afirma Parra, después de pasarnos sin que faltara detalle la receta.
A la comida le acompañó Isabel Preysler y convocó Penguin Random House,
su editorial.
Es la segunda vez que ella viaja con Vargas Llosa a Arequipa. Aterrizaron el pasado jueves, se cambiaron y acudieron al Monasterio de Santa Catalina (siglo XVI) para acaparar todos los flashes en la inauguración de Hay Festival.
La fiesta congregó a más de mil asistentes a los largo del espacio que es patrimonio de la humanidad y recibió a la pareja entre pisco y cumbia.
No había ojos para Shalman Rushdie o Helen Fielding, autora del Diario de Bridget Jones, otras dos estrellas del festival.
Sólo para el hijo pródigo en traje con corbata y Preysler, enfundada en un vestido negro estampado.
Por Arequipa, ella ya había conocido la Biblioteca Vargas Llosa, donde él ha cedido gran parte de sus libros y cada año envía un nuevo cargamento para mantenerla convenientemente surtida.
También su casa natal, hoy museo, en la Avenida Parra 101. Fue allí, en ese cruce hoy bullicioso, antaño más campestre, donde el autor vino al mundo en el segundo piso alquilado del edificio, en 1936.
Allí pasó sus primeros meses de vida ante la imponente vista del Misti y el Chachani, dos de los volcanes que rodean la ciudad, con 5.822 metros de altura el primero y 6.057, el segundo.
Apenas afectó la labor de Miss Pitzer, la comadrona más reconocida de la ciudad, aunque quizás sí los dolores de parto de Dorita, su madre, con quien un año después partiría junto a él y sus padres a Cochabamba (Bolivia) tras certificar que su marido los había abandonado.
Mario volvió a Arequipa de niño en sucesivas visitas familiares. Con tiempo para aficionarse allí al chupe de camarones que le prepararon por primera vez en casa de su tío Eduardo García. También para palpar con los pies y la mirada toda la iconografía del recuerdo que atrapaba a su madre y a sus abuelos cuando salieron hacia Bolivia, aquejados de frecuentes ataques de nostalgia.
Pero hoy, el lugar no es un triste pozo de memorias para Vargas Llosa.
Más bien una ciudad que lo celebra como a uno de sus nativos ilustres y a quien esta semana esperaban con orgullo.
El Hay Festival lleva cuatro años celebrándose en la ciudad blanca, que llaman, tallada a base de piedra volcánica y recia pese al embate frecuento de los terremotos.
Se ganó el apelativo por su impacto reluciente en mitad de un agreste valle desértico, como un oasis atravesado por varios ríos de cuencas habitualmente secas.
El autor participó en el impulso inicial del evento cultural junto a su entonces esposa, Patricia Llosa.
Ella ha acudido a todas las ediciones anteriores, como también lo ha hecho en esta ocasión.
El divorcio no propició un acercamiento del escritor en las fechas que se suele celebrar el evento literario pero el viernes ambos acompañaron a su hija Morgana en la inauguración de Indomables, su exposición fotográfica en el festival.
Este año, Vargas Llosa es el invitado estrella.
“Tenía una deuda con nosotros”, comentó en la apertura del Hay la gobernadora de la región, Yamila Osorio.
Ahora ha cumplido. Además de conversar en público hoy sábado con Rushdie, ayer viernes lo hizo con la periodista cubana Yoani Sánchez y junto a escritores peruanos de generaciones posteriores a la suya como Santiago Roncagliolo, Jeremías Gamboa, Karya Adaui, Mariana de Althaus y Renato Cisneros.
Una agenda apretada que no le impedirá pasearse por la amplia Plaza de Armas o perderse de nuevo por el asombroso laberinto sacro en perfecto estado de conservación del Monasterio de Santa Catalina.
Con rumores de boda desde no hace muchos días, después de que la pareja apareciera en las portadas de varias revistas sin ataduras y listos para un nuevo compromiso.
La sonrisa maldita de Lucia Berlin...................... Andrea Aguilar...
Tras el sensacional éxito de 'Manual para mujeres de la limpieza', se publica una nueva colección de relatos y un volumen con escritos biográficos y cartas de la escritora,
Prácticamente desconocida hasta 2014, el rotundo éxito de la escritora Lucia Berlin llegó 10 años después de su muerte. Manual para señoras de la limpieza, una amplia recopilación de sus relatos reunida por Stephen Emerson y prologada por Lydia Davis, pronto se convirtió en un fenómeno literario de primer orden.
Crítica y público quedaron arrebatados por esa voz inteligente,
tiernamente observadora y llena de humor que era capaz de volver
candorosamente digeribles incluso crudas historias de adicción y caídas
en picado.
Berlin rebosaba vida, claros y oscuros, asombraba, enganchaba, y helaba la sonrisa.
Los derechos de aquella antología se han vendido a 30 países, y la traducción en español —una de las más exitosas en el mundo— apareció en el sello Alfaguara en 2015 y ya va por la 16ª edición.
El fulgurante ascenso de Berlin vino rodeado de un cierto aura de misterio.
¿Dónde había estado esta prodigiosa escritora hasta entonces? ¿Cómo había pasado desapercibida su voz?
Calificada como “el secreto mejor guardado de las letras estadounidenses”, la imponente belleza de la autora, su accidentada vida —tres maridos y cuatro hijos antes de los 30 años— y la dura batalla contra el alcoholismo en la que estuvo metida más de una década, añadían cierto malditismo a su figura, pero no zanjaban las preguntas.
La más acuciante para sus editores pronto pasó a ser: ¿qué más sorpresas escondía la bella Lucia?
Aunque permanecía inédita en otras lenguas, los relatos de Berlin habían sido publicados en varios libros por editoriales independientes en EE UU.
“Muchos de ellos quedaron reunidos por su buen amigo Emerson en Manual, pero esa era su selección.
Por otro lado, no queríamos sacar simplemente lo que había quedado fuera”, explica en conversación telefónica desde Nueva York Devon Mazzone, del sello Farrar, Strauss & Giroux.
Unos textos autobiográficos que conservaba la familia, y en los que Berlin trabajaba cuando murió, fueron el eje para armar dos nuevos volúmenes que ayudan a completar el retrato de la escritora. “Esos textos dialogaban con los cuentos y permitían conocer más a la autora”, dice Mazzone.
Así, esta semana se han publicado simultáneamente en el mercado anglosajón las dos novedades: la colección de relatos Una noche en el paraíso y Bienvenida a casa, libro que reúne apuntes autobiográficos, una selección de cartas y fotografías.
“En algún momento pensamos en sacar un solo libro, y hay algunos países que quieren hacerlo así, pero nosotros finalmente optamos por mantener cuentos y biografía separados”, explica Mazzone.
Las versiones en español y en catalán (editadas en Alfaguara y L'Altra, respectivamente) también han apostado por esta fórmula, pero además han decidido espaciar los dos volúmenes: el libro biográfico saldrá el próximo octubre.
“Creo que para los lectoras será agradable saber que aún queda otro Lucia Berlin el año que viene”, dice Pilar Álvarez, de Alfaguara.
Mientras tanto, esta semana han llegado a las librerías los 22 relatos de Una noche en el paraíso prologados por Mark Berlin, que falleció un año después que la escritora, en 2005.
El mayor de los dos hijos que Berlin tuvo con su primer marido, el escultor Paul Suttman, recuerda a su madre contándoles historias: “No importa qué cuento fuera, porque cada noche traía una historia con su dulce tonada, un acento mezcla de Texas y Santiago de Chile”.
Nacida en Alaska en 1936, hija de un ingeniero de minas y un ama de
casa, Berlin tuvo una infancia itinerante por Idaho, Kentucky, Montana,
Arizona y Texas, donde pasó la Segunda Guerra Mundial con su madre y sus
abuelos, antes de recalar en Chile en la adolescencia.
En la Universidad de Nuevo México fue alumna del novelista Ramón J. Sender y se enamoró de un mexicano, episodio que indignó a sus padres y que acabó llevándola a casarse con Suttman, en parte para evitar ser enviada a Europa.
Sus dos siguientes esposos fueron los músicos Race Newton y Buddy Berlin, este último padre de sus dos hijos menores y adicto a la heroína.
Siguió itinerante por Nueva York, México, Guatemala, Nuevo México y, más adelante, California, ya separada de Berlin, antes de dejar el alcohol y obtener gracias a su amigo Emerson una plaza como profesora en Colorado.
“Hubo momentos duros, incluso peligrosos”, escribe Mark.
“Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero por poco”.
La autoficción que muchos lectores intuyen en las páginas de Lucia Berlin es uno de los factores que, según Mazzone, han contribuido de alguna manera a su fenomenal éxito en un momento en el que este género está en auge.
“Berlin no escribe sobre vidas perfectas, cuenta experiencias duras, pero no victimiza a la mujer. Son relatos cortos, pero con muchas capas de significado”, apunta. “Los lectores y la crítica sintieron que eran muy contemporáneos. El redescubrimiento de voces literarias femeninas y las estupendas reseñas de Manual ayudaron mucho”. El editor cita la novela Stoner como precedente de obra olvidada y redescubierta que causó sensación. También habla de la “eulogía colectiva” que la reedición de Berlin provocó, con muchos de sus amigos escribiendo sobre ella.
La leyenda ha seguido creciendo, pero al fin como Lucia decía a sus hijos “la historia es lo que cuenta”.
Berlin rebosaba vida, claros y oscuros, asombraba, enganchaba, y helaba la sonrisa.
Los derechos de aquella antología se han vendido a 30 países, y la traducción en español —una de las más exitosas en el mundo— apareció en el sello Alfaguara en 2015 y ya va por la 16ª edición.
El fulgurante ascenso de Berlin vino rodeado de un cierto aura de misterio.
¿Dónde había estado esta prodigiosa escritora hasta entonces? ¿Cómo había pasado desapercibida su voz?
Calificada como “el secreto mejor guardado de las letras estadounidenses”, la imponente belleza de la autora, su accidentada vida —tres maridos y cuatro hijos antes de los 30 años— y la dura batalla contra el alcoholismo en la que estuvo metida más de una década, añadían cierto malditismo a su figura, pero no zanjaban las preguntas.
La más acuciante para sus editores pronto pasó a ser: ¿qué más sorpresas escondía la bella Lucia?
Aunque permanecía inédita en otras lenguas, los relatos de Berlin habían sido publicados en varios libros por editoriales independientes en EE UU.
“Muchos de ellos quedaron reunidos por su buen amigo Emerson en Manual, pero esa era su selección.
Por otro lado, no queríamos sacar simplemente lo que había quedado fuera”, explica en conversación telefónica desde Nueva York Devon Mazzone, del sello Farrar, Strauss & Giroux.
Unos textos autobiográficos que conservaba la familia, y en los que Berlin trabajaba cuando murió, fueron el eje para armar dos nuevos volúmenes que ayudan a completar el retrato de la escritora. “Esos textos dialogaban con los cuentos y permitían conocer más a la autora”, dice Mazzone.
Así, esta semana se han publicado simultáneamente en el mercado anglosajón las dos novedades: la colección de relatos Una noche en el paraíso y Bienvenida a casa, libro que reúne apuntes autobiográficos, una selección de cartas y fotografías.
“En algún momento pensamos en sacar un solo libro, y hay algunos países que quieren hacerlo así, pero nosotros finalmente optamos por mantener cuentos y biografía separados”, explica Mazzone.
Las versiones en español y en catalán (editadas en Alfaguara y L'Altra, respectivamente) también han apostado por esta fórmula, pero además han decidido espaciar los dos volúmenes: el libro biográfico saldrá el próximo octubre.
“Creo que para los lectoras será agradable saber que aún queda otro Lucia Berlin el año que viene”, dice Pilar Álvarez, de Alfaguara.
Mientras tanto, esta semana han llegado a las librerías los 22 relatos de Una noche en el paraíso prologados por Mark Berlin, que falleció un año después que la escritora, en 2005.
El mayor de los dos hijos que Berlin tuvo con su primer marido, el escultor Paul Suttman, recuerda a su madre contándoles historias: “No importa qué cuento fuera, porque cada noche traía una historia con su dulce tonada, un acento mezcla de Texas y Santiago de Chile”.
En la Universidad de Nuevo México fue alumna del novelista Ramón J. Sender y se enamoró de un mexicano, episodio que indignó a sus padres y que acabó llevándola a casarse con Suttman, en parte para evitar ser enviada a Europa.
Sus dos siguientes esposos fueron los músicos Race Newton y Buddy Berlin, este último padre de sus dos hijos menores y adicto a la heroína.
Siguió itinerante por Nueva York, México, Guatemala, Nuevo México y, más adelante, California, ya separada de Berlin, antes de dejar el alcohol y obtener gracias a su amigo Emerson una plaza como profesora en Colorado.
“Hubo momentos duros, incluso peligrosos”, escribe Mark.
“Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero por poco”.
La autoficción que muchos lectores intuyen en las páginas de Lucia Berlin es uno de los factores que, según Mazzone, han contribuido de alguna manera a su fenomenal éxito en un momento en el que este género está en auge.
“Berlin no escribe sobre vidas perfectas, cuenta experiencias duras, pero no victimiza a la mujer. Son relatos cortos, pero con muchas capas de significado”, apunta. “Los lectores y la crítica sintieron que eran muy contemporáneos. El redescubrimiento de voces literarias femeninas y las estupendas reseñas de Manual ayudaron mucho”. El editor cita la novela Stoner como precedente de obra olvidada y redescubierta que causó sensación. También habla de la “eulogía colectiva” que la reedición de Berlin provocó, con muchos de sus amigos escribiendo sobre ella.
La leyenda ha seguido creciendo, pero al fin como Lucia decía a sus hijos “la historia es lo que cuenta”.
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