Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

19 ago 2018

La otra exhumación de Franco: el rescate de los papeles del dictador

Ninguno de los Gobiernos en democracia ha reclamado los cerca de 27.500 documentos sobre la actividad política que generó el dictador conservados en la fundación dedicada a enaltecer su figura.

 
Francisco Franco en su despacho de El Pardo en los años cincuenta.
Francisco Franco en su despacho de El Pardo en los años cincuenta. Efe
"No les pertenecen”. Al historiador Antonio Cazorla le parecía “muy extraño” tener que consultar documentos públicos “en una fundación de extrema derecha”. 
Autor de Franco. Biografía del mito (Alianza) y de Cartas a Franco de los españoles de a pie (RBA), suele visitar la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF) para peinar la que está considerada como fuente esencial para el estudio de la gestión política del Gobierno franquista.
La mayor parte de la documentación producida por Francisco Franco como jefe de Estado se encuentra en el Archivo General de Palacio, donde hay acceso libre a las casi 4.000 cajas sobre sus funciones civiles.
 En el Archivo General Militar de Ávila se conservan 236 cajas de sus decisiones militares.
 El archivo de la cuestionada fundación de la familia del dictador atañe al área política de su Gobierno y comprende registros producidos por el Alto Estado Mayor, el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Presidencia del Gobierno o el Ministerio de la Gobernación, hasta el nombramiento de Carrero Blanco como presidente, en 1973. 
Son cerca de 27.500 documentos y se custodian en el chalé de la calle de Concha Espina de Madrid, propiedad de la familia Franco y ­sede de la FNFF. 
Allí, la consulta de los documentos también es libre, pero para el historiador almeriense la situación es una “anomalía democrática”. No entiende cómo es posible que una fuente de información política del franquismo de esta índole se encuentre en poder de una fundación privada, amenazada de cierre por el Gobierno de Pedro Sánchez por enaltecimiento del dictador.
Durante cuatro décadas los historiadores han calificado esta situación como un “escándalo incomprensible y siniestro”, que responde a la tradición de los altos cargos españoles de llevarse papeles públicos a casa. 
“No tiene ni pies ni cabeza. Allí estás rodeado de viejos falangistas y esto no es el archivo de la Falange”, cuenta Cazorla, investigador y profesor en la Trent University de Ontario (Canadá) hace más de una década, donde ejerce como catedrático de Historia Contemporánea de Europa. “¿Qué garantías tenemos de objetividad en la conservación, acceso y difusión del archivo? Ninguna”, afirma.
 “Debemos recuperarlo, porque es nuestro”.
Son más de 100.000 páginas —recogidas en 338 carpetas y 230 rollos microfilmados— que fueron llevadas, no se sabe cómo ni exactamente cuándo, al hogar de la viuda del dictador, Carmen Polo.
 Ella las entregó a la fundación creada en 1976 y presidida por su hija, Carmen Franco, hasta su muerte el año pasado.

Guirao tiene la palabra
La FNFF tiene en este archivo su principal activo para cumplir con su objetivo estatutario: “Difundir el conocimiento de Francisco Franco, su dimensión humana y política”.
 Sin los papeles, quedaría descapitalizada. Pero nunca, ningún Gobierno demócrata, ha reclamado el fondo.
Este periódico ha tratado de saber si a lo largo de la actual legislatura el Ministerio de José Guirao se pondrá manos a la obra para exhumar los documentos, pero no ha recibido respuesta. 
El pasado noviembre la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) presentó una denuncia en la Fiscalía General del Estado para que la justicia determine si los documentos que custodia la FNFF son propiedad del Estado.
 La fiscalía pasó la bola al ministerio dirigido entonces por Íñigo Méndez de Vigo, que nunca respondió.
La ARMH tiene previsto remitir en los próximos días una carta al ministro Guirao para que aclare su postura.
 Para el presidente de la ARMH, Emilio Silva, es una apropiación indebida de la familia Franco, un “expolio” de documentos que deben volver a manos del Estado.
 “Este es otro de los privilegios que se les ha consentido a los Franco: si alguien se lleva documentos de un archivo, el Estado debe perseguirlo.
 Es un robo, y la manera de recuperarlo es como se resuelve cualquier delito, con la intervención de la policía”, señala.
 Por ley, los originales son propiedad de los órganos productores o receptores de la documentación.

“Es incuestionable la importancia de esta colección única de los papeles de quien fue jefe del Estado español de 1939 a 1975”, responde por correo electrónico el historiador británico Paul Preston, que no logró que la ­FNFF le permitiera acceder al archivo a mediados de los ochenta cuando preparaba su famosa biografía del dictador, ni que tan siquiera le contestaran aquella carta de solicitud que aún está sin respuesta.
 “Lo único que pude ver fueron los documentos citados por Luis Suárez en su propio estudio del dictador, para el cual él tuvo un acceso privilegiado a los papeles de la FNFF”, comenta.
Suárez tuvo exclusividad sobre el archivo y la aprovechó para publicar, en 1984, Francisco Franco y su tiempo, una obra de ocho volúmenes.
 Los documentos, antes de su informatización y constitución como archivo, estaban en 338 carpetas
. Carmen Franco le encargó a Suárez, historiador medievalista, que realizara labores de archivero y clasificara los documentos, dada su cercanía con el pensamiento del dictador (fue procurador de las Cortes en el franquismo). 
El veto sobre los papeles públicos que padeció Preston se prolongó hasta 2004.
 Entre 2000 y 2003, el Gobierno de José María Aznar invirtió en la fundación privada 150.000 euros para la digitalización de sus fondos.
 El archivo antes de esa fecha sólo pudo ser consultado, durante 28 años, por 51 personas. 
En los últimos 14 años por la sede de la FNFF han pasado unas 1.000 personas.
 Lejos de resolver el veto, la digitalización del archivo reforzó la anomalía porque la propiedad sigue en manos de la FNFF, y ésta no entregó una versión completa del material digitalizado al Ministerio de Cultura.
La copia que llegó en 2010 al Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH) de Salamanca está incompleta. 
Tal y como se puede leer en la descripción del Portal de Archivos Españoles (Pares), el CDMH conserva una versión “parcial” que comprende 27.357 documentos. En el inventario facilitado por la FNFF figuraban 27.490. 
Es decir, hubo expurgo. 
No hay copia en Salamanca de 133 documentos, los que van del “27.357 al 27.490”. Pares apunta que la consulta de los expurgados “debe realizarse en la FNFF”. Es más, la periodista Tereixa Constenla denunció en este periódico estas graves ausencias en la copia del CDMH. 
Por ejemplo, el documento 1.158 descrito como “cuentas de Franco” no está. 
El microfilme salta del 1.157 al 1.159.

Suárez es presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos y miembro de la Real Academia de la Historia y, en 2011, firmó la biografía de Franco que descubrió la inconsistencia historiográfica del Diccionario biográfico español. El académico “tardó cinco años en ordenar todos estos documentos del archivo”, dice la FNFF.

 

 

Nueve estrellas de Hollywood para las que la tragedia cruzó la pantalla

Han triunfado en la música y en el cine y sonreído ante el mundo, pero llevan a cuestas historias que los han marcado para siempre.

 Repasamos los casos más impactantes.

 

El arte y la vida................................................Juan José Millás

Juan José Millás 

El arte y la vida

ALGO QUE PERMANECÍA desencajado en tu interior se articula al contemplar esta fotografía, como cuando te quedas embobado ante un mondrian.
 ¡Pero si no hay nada más que geometría y cromatismo!, te dices. Geometría y cromatismo, vale, pero tú sigues ahí, delante de la pintura, como un pasmarote, igual que al dar el primer trago a la copa de vino permaneces atento al modo en que el alcohol se abre paso por el sistema vascular y alcanza misteriosamente el encéfalo para provocar un estallido de depresión o euforia. 
Así permaneces frente al mondrian, siguiendo el rastro que su mera observación provoca en tu intelecto, tan difícil de expresar en palabras.
Lo cierto es que, al alejarte de la pintura, te sientes como organizado, igual que cuando, perdido en una ciudad extranjera, tropiezas con uno de esos mapas en los que una leyenda dice: “Usted está aquí”. 
¡Qué felicidad, la de encontrarnos!
  Nos ocurre también al leer un buen poema, una buena novela, al ver una película estimable: que descubrimos, siquiera de forma provisional, nuestro lugar en el mundo.
 Para eso sirven las representaciones de la realidad que proporciona el arte.
 Quizá el valor de esta fotografía sea el de señalarnos dónde estamos. O el de ayudarnos a decidirlo. 
Nos hallamos, por ejemplo, fuera, observando las cosas desde el ojo de la fotógrafa. 
O quizá dentro, detrás de una de esas persianas. 
Tal vez esta geometría plana y ligeramente coloreada sea el reflejo de una aspiración moral. 
Ese orden, esa discreción, ese juego de luces y de sombras nos representan. De ahí el placer de su contemplación. 

De criada a descubrir el universo, y otras pioneras de la astronomía


Dorothea Klumpke Roberts, matemática rny astrónoma, en una ilustración de 1903. rn
Dorothea Klumpke Roberts, matemática y astrónoma, en una ilustración de 1903.
 La ciencia fue coto reservado a los hombres hasta fines del XIX, cuando un proyecto astronómico internacional abrió las puertas al trabajo femenino.
 Fueron apenas un centenar de pioneras, pero su contribución engrandeció nuestro conocimiento del cosmos.
HACÍA UN AÑO que había emigrado desde su Escocia natal a Boston, EE UU, cuando su marido la abandonó. 
Era 1880 y, recién embarazada, Williamina Fleming contaba 23 años. 
Dadas las circunstancias, la joven se vio en la obligación de solicitar trabajo como sirvienta en casa de Edward C. Pickering, director del Observatorio Astronómico de Harvard.
 Ante el escaso interés y profesionalidad de sus ayudantes, que contrastaba con el buen hacer de su criada, el hombre no tardó en decidirse a instruirla y contratarla para llevar a cabo los cálculos del laboratorio. 
Aquella chica se convirtió así en la primera calculadora de un proyecto científico y en la primera integrante de lo que después se conocería como el harén de Pickering, apelativo despectivo con el que se denominó al grupo de mujeres que el científico acabaría contratando.
 Hoy, el cráter lunar Fleming lleva este nombre, compartiendo el honor con el del descubridor de la penicilina, en memoria de Williamina. 

Dorothea Klumpke Roberts, matemática y astrónoma, en una ilustración de 1903.

 

De criada a descubrir el universo, y otras pioneras de la astronomía

Dorothea Klumpke Roberts, matemática rny astrónoma, en una ilustración de 1903. rn
Dorothea Klumpke Roberts, matemática y astrónoma, en una ilustración de 1903.
La ciencia fue coto reservado a los hombres hasta fines del XIX, cuando un proyecto astronómico internacional abrió las puertas al trabajo femenino. Fueron apenas un centenar de pioneras, pero su contribución engrandeció nuestro conocimiento del cosmos.
HACÍA UN AÑO que había emigrado desde su Escocia natal a Boston, EE UU, cuando su marido la abandonó. Era 1880 y, recién embarazada, Williamina Fleming contaba 23 años. Dadas las circunstancias, la joven se vio en la obligación de solicitar trabajo como sirvienta en casa de Edward C. Pickering, director del Observatorio Astronómico de Harvard. Ante el escaso interés y profesionalidad de sus ayudantes, que contrastaba con el buen hacer de su criada, el hombre no tardó en decidirse a instruirla y contratarla para llevar a cabo los cálculos del laboratorio. Aquella chica se convirtió así en la primera calculadora de un proyecto científico y en la primera integrante de lo que después se conocería como el harén de Pickering, apelativo despectivo con el que se denominó al grupo de mujeres que el científico acabaría contratando. Hoy, el cráter lunar Fleming lleva este nombre, compartiendo el honor con el del descubridor de la penicilina, en memoria de Williamina.
Imagen de 1909 de la estrella Eta Carinae. En la segunda imagen, la galaxia Andrómeda fotografiada en 1888. / GETTYColl. B. Garrett (album)
 Hasta entonces, salvo contadas excepciones –la de Hipatia de Alejandría, en la Antigüedad tardía, o la de Fátima de Madrid, en la Edad Media, ambas hijas de célebres astrónomos–, la ciencia era un territorio inaccesible para la mujer sola, que únicamente podía transitarlo de la mano de un varón, ya fuera su padre, hermano o esposo. 
La irrupción de las mujeres en el ámbito científico se produjo con carácter general a finales del siglo XIX, concretamente en el campo de la astronomía.
 Su expansión se dio gracias a la Carte du Ciel, una iniciativa impulsada por el Observatorio de París y considerada como el primer gran proyecto científico de carácter internacional. 
Su objetivo consistía en elaborar una cartografía celeste que, con el concurso de 18 observatorios repartidos por el globo, pretendía localizar y medir millones de estrellas.
 La ingente cantidad de operaciones matemáticas que había que desarrollar abrumaron a los astrónomos titulares, por lo que optaron por buscar una mano de obra eficaz y barata. 
  En Oxford encomendaron la tarea a jóvenes recién graduados, quienes cobraban menos aún que las mujeres. 
Pero en la Universidad de Harvard, Pickering abrió la puerta al empleo femenino, una práctica que acabó extendiéndose a otros observatorios en Francia, Reino Unido e Italia.
La astrónoma Henrietta Leavitt, póstumamente propuesta para el Premio Nobel.Granger NYC (Album)

Los catálogos de la entonces incipiente astrofotografía, que generaba enormes cantidades de datos que había que interpretar, abrieron un área importante para la incorporación de las mujeres al trabajo de los observatorios.
 Pero dado el paternalismo de la época, no fue fácil reivindicar su talento.
 Cuando, con el transcurso del tiempo, ellas se involucraron en la investigación científica de mayor calado, sus artículos y proyectos siempre aparecían firmados por su mentor o, en el mejor de los casos, su nombre aparecía en segundo lugar.


Aunque en vida solo ostentó el título de ayudante, el trabajo de Henrietta Leavitt fue propuesto para el Nobel después de su muerte.
 Algunas de las calculadoras ingresaron en el proyecto de Pickering a través de un vínculo familiar o de amistad con algún científico; otras, simplemente, se ofrecieron voluntarias inicialmente para poder cobrar luego un salario de 25 centavos de dólar por hora (la mitad de lo que hubiera cobrado un hombre), durante 6 días a la semana y 7 horas al día.
 El mal llamado harén llegó a reunir a más de 80 mujeres en un contexto, el de Harvard, donde se pensaba que “un cuerpo femenino solo puede manejar un número limitado de tareas simultáneamente, dado que las chicas que gastan mucha energía en su desarrollo mental durante la pubertad terminarán por experimentar desarreglos en su sistema reproductivo”, como aseguraba Edward H. Clarke, profesor de medicina de esa universidad, en su obra de 1873 Sex in Education (el sexo en la educación).
  

 
Williamina Fleming. En la segunda foto, Annie Jump Cannon, en la fotografía de su graduación en Oxford en torno a 1900. / ASTRONOMICAL PHOTOGRAHS AT HARVARD COLLEGE OBSERVATORY / GETTYColl. B. Garrett (album)

 
 
Antonia Maury, fotografiada cerca de 1910 y retrato de Hipatia de Alejandría, científica griega de los siglos IV y V. / GRANGER NYC (ALBUM) AGE

En Francia, y siempre bajo el paraguas de la Carte du Ciel, se crearon en París, Burdeos y Toulouse los llamados Gabinetes de las Damas.
 Los trabajos ligados al proyecto evidenciaban una división de género, donde la percepción masculina y patriarcal de la actividad científica asignaba a las mujeres las tareas subalternas que supuestamente se correspondían con aptitudes femeninas: los astrónomos implicados asociaban la precisión a una atención reverente y confundían la disciplina con la paciencia. 
En la práctica, la actividad del Gabinete de las Damas era rutinaria hasta lo exasperante, sin dejar lugar a la iniciativa personal.
 El manejo de los grandes instrumentos de observación estaba reservado a los hombres, cuyo papel incluía la planificación de las tareas de las calculadoras.
 Ellas eran las encargadas de medir las placas fotográficas para situar correctamente los asterismos (conjuntos de estrellas que aparentemente recrean figuras o formas) y de reducir estas medidas de posición de las estrellas en los negativos a un sistema de coordenadas coherente.  
También fueron ellas mismas quienes se encargaron de formar a las recién llegadas.
 La mayoría procedía de familias burguesas y habían sido empujadas al mundo laboral por reveses de la fortuna.   
 
Portada del libro de Ernest Mouchez La fotografía astronómica, con imágenes tomadas a partir de 1821.Coll. B. Garrett (album) 

Otras en cambio fueron científicas pioneras con titulación universitaria. 
Las estadounidenses Dorothea Klumpke, Henrietta Leavitt, Annie Jump Cannon y Antonia Maury son algunas de estas astrónomas que, a pesar de su valía, nunca obtuvieron el reconocimiento profesional que merecían.
 Sus aportaciones quedaron opacadas, como también ocurrió con las de los miembros de la congregación de la Virgen Niña, que ejercieron de calculadoras humanas en el Observatorio Vaticano. Es de suponer que serían previamente instruidas y que trabajarían con humildad, rigor y precisión como sus compañeras, pero nada se sabe de ellas. 
No queda ni un nombre propio, ni siquiera una mención, a excepción de los anales de la Carte du Ciel, donde se las cita de forma colateral.
Si hay una historia especialmente llamativa sobre estas pioneras es la de Henrietta Leavitt, que durante toda su vida ostentó el título profesional de ayudante de Pickering. 
Cuando murió, con 53 años, su patrimonio ascendía a 344,89 dólares.
 Cuatro años después, un matemático sueco envió a Harvard una misiva en la que proponía su nominación al Nobel, una petición sobre la que también insistió su superior y famoso descubridor de la expansión del universo, Edwin Hubble: gracias a los trabajos de aquella calculadora sobre un tipo de estrellas, las cefeidas, fue posible computar las distancias a galaxias remotas y, en última instancia, comprender la descomunal grandeza de nuestro cosmos.