Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 ago 2018

Leonard Cohen - I'm Your Man (Live in Dublin - edited)

¿El fin del macho televisivo?.......................... Manuel Morales

Cada vez hay más series que dan paso a historias con mayor protagonismo de mujeres.

 

Liev Schreiber en 'Ray Donovan'.
Liev Schreiber en 'Ray Donovan'.
 
Machistas, violentos hasta ordenar o perpetrar asesinatos, mentirosos sin un parpadeo, chantajistas, adúlteros sin remedio, capaces de retorcer el pescuezo de quien sea si el bolsillo le va en ello
. Los protagonistas de algunas de las mejores y más exitosas series de lo que se ha denominado edad de oro de este género están cortados, con algunas diferencias, por ese truculento patrón.
 Son los Tony Soprano, Walter White, Don Draper (menos bestia pero no menos inmoral) o Ray Donovan, este como ejemplo más reciente, que cuenta la historia de un matón al servicio de estrellas de Hollywood y de la que se estrenará, gracias a su audiencia en EE UU, su sexta temporada en octubre. Ray Donovan es una señal de que el modelo de estrella del megamacho malo no parece agotarse. 
Todos comparten, además, una concepción de la familia a lo Corleone: yo decido cómo debes quererme, tú no lo entiendes.
Sin embargo, cada vez hay más series en las que este tipo de tipejos dejan paso a nuevas historias, otras inquietudes, con mayor protagonismo de mujeres, como The Handmaid's Tale, Big Little LiesThe Good Fight. Quizás ese incipiente cambio de modelo resida en lo que ha ocurrido con el movimiento #MeToo, y volverá a pasar, en calles de todo el mundo, cada vez que haya una lacerante decisión judicial o crímenes machistas.
 O quien sabe si todo esto no tiene nada que ver. ¿Están atentos los guionistas?
 Seguro, la audiencia manda y si sus intereses mudan, los autores lo husmearán rápidamente.
 Así parece que vamos a asistir a una lucha entre ambos tipos de entretenimiento. 
A mí, personalmente, me cansan, cada vez con más prontitud, las sagas de tiros, batazos y palizas.
 No digo que no sea necesario asomarse de vez en cuando a todo aquello del ser humano que nos aterra y nos atrae, pero busquemos otros registros.
 Con todo, no puedo dejar de sonreír al recordar a Tony Soprano en ese restaurante de lujo en el que ve a un joven cenando con la gorra puesta y se levanta para decirle: "¡Quítatela, aquí no se venden perritos calientes!".

 

Puentes, bodas y accidentes------------------------------ Boris Izaguirre

En la fiesta Flower Power conviven, protegidos como linces, sobrevivientes de varias décadas junto con actores jóvenes, deportistas retirados y algún despistado.

De izquierda a derecha (después de la azafata), De izquierda a derecha, Carles Sans de Tricicle, María Antonia Rodríguez, Carlos Martorell, Vanessa Lorenzo y Carles Puyol. De izquierda a derecha (después de la azafata), De izquierda a derecha, Carles Sans de Tricicle, María Antonia Rodríguez, Carlos Martorell, Vanessa Lorenzo y Carles Puyol.

En la medianía de agosto, el excomisario y casi relaciones públicas José Manuel Villarejo sombrea mis pensamientos.
 Era una de las personas mejor relacionadas del país y terminó en la cárcel, convertido en enemigo público.
 ¿Cómo pudo pasar eso? Siempre asumí que si te codeabas con gente importante lo último que podría pasarte era terminar en la cárcel.
 Al menos es lo que me decían cuando me quedé en el paro. "Saldrás adelante porque estás muy bien relacionado". 
Pero no, a veces puede pasar que estar tan extremadamente bien relacionado puede resultarte o muy caro o muy peligroso. 
La vida no es como te la pintan.
 Pero de repente surge alguien como María José Suárez y todo vuelve a su cauce.
 ¡Qué maravilla que al fin haya conseguido su sueño de casarse!
 Y hacer de esa boda una cumbre de Miss España en Grecia.
 ¡Un G5 de Miss España en la cuna de la belleza clásica! Valió la pena esperar, María José, has dado en el clavo y has recibido un anillo.
 Ya se habla de esta boda como una vertiente andaluza del #MeToo. Esa foto de María José con todas sus damas de honor, vestidas con sus diseños y reuniendo varias generaciones de Miss España, es una prueba irrefutable de que los concursos de belleza colaboran a conseguir una vida mejor.
 Y también un marido.

Tenemos que rodearnos de noticias buenas. La positividad ayuda a la supervivencia.
 Por eso celebro que Pedro Sánchez llevara a Angela Merkel a visitar un centro de protección de linces en Doñana, lamentablemente sin Susana.
 La ausencia de Susana Díaz hizo más irresistible la imagen, los únicos linces aparte de los animales eran Sánchez y Merkel.
 Pedro, que sabe mucho de estilismo, escogió camisa vaquera, pantalón ligero y pies descalzos en la arena, un poco como Julio Iglesias cuando también conquistaba el mercado alemán. 
Merkel, mujer seria y tecnócrata integral, acudió sin maquillaje, que es la única manera en que puedes ir a ver unos animales en cautiverio. 
Como una valkiria . 
Esta semana nos ha sobrecogido el hundimiento de un puente en Génova.
 Su ingeniero, Riccardo Morandi, construyó sobre el Lago de Maracaibo, en Venezuela, el puente Urdaneta que todos los venezolanos de mi generación aprendimos a calificar como "el segundo más largo de América", sin averiguar jamás cuál era el primero.

 Mis amigos de infancia, reunidos en un grupo de WhastApp, preguntan si existen puentes de la antigüedad que estén en pie. 
Mencioné Puente Romano en Marbella porque acabo de estar allí y sus ruinas dan nombre a uno de los hoteles más prestigiosos de esa localidad.
 En realidad, ¿qué es la vida sino tender puentes? 
A mi modo de ver es lo que sucede cada año en la fiesta Flower Power que organiza Carlos Martorell en Ibiza.
 Un puente entre la generación que creyó en el poder de las flores y las otras que entienden las flores solo como estampado.
 Aparte de ese puente generacional está el puente estético entre Ibiza y Marbella, lugares de veraneo chic que no siempre habían conectado. 
Hubo una época que los de Ibiza sintieron la invasión marbellí al tiempo que los de Marbella subrayaban la eterna batalla entre el chunda-chunda ensordecedor y su fiesteo más folk pero no menos eufórico.
. La fiesta Flower Power ha conseguido acortar esas distancias creando un universo propio donde conviven, protegidos como linces, sobrevivientes de varias décadas junto con actores jóvenes, deportistas retirados y algún despistado convencido de que lo hippie y lo disco sucedieron al unísono.
María José Suárez (de blanco) rodeada de sus damas de honor entre las que se encontraba Eva González (a su lado).
María José Suárez (de blanco) rodeada de sus damas de honor entre las que se encontraba Eva González (a su lado).
Vamos con la música a otra parte: durante un concierto en Torrelavega, Marta Sánchez sufrió un accidente escénico 
. La parte superior de su vestido se desprendió en plena actuación. Un recurso retro que arrancó gritos de asombro y regocijo, muchos recordaron a Sabrina cuando la soberbia interprete italiana desnudó un seno en pleno especial de Navidad en televisión. 
Aquella heroicidad hizo historia. 
También Marta tiene mucho de héroe en su sangre, continuó su actuación cubriéndose con el brazo que no sostenía el micrófono sin perder compás de la coreografía.
 Un asistente acercó una chaqueta dorada y para asombro de todos
 Marta consiguió ponérsela sin dejar de cantar y sujetar el micrófono. Eso merece una medalla. 
Al menos una placa en Torrelavega que genere memoria histórica. Y así, las próximas generaciones podrán escoger, respetuosamente, entre Marta, María José y la fiesta Flower Power antes que sobre Villarejo y sus relaciones.

 

Érase una vez el “érase una vez”......................... Alberto Manguel

Algunos comienzos de libros se hacen tan célebres que se convierten en lugares comunes:

 'El Quijote', 'Cien años de soledad', 'La metamorfosis'... ¿Qué secreto encierran esas frases que pasan a la posteridad?

Ilustración de Pep Boatella.
Ilustración de Pep Boatella.
Cuando el Conejo Blanco aparece ante el Rey Rojo para dar su testimonio en el País de las Maravillas, dice que no sabe por dónde empezar. 
“Empiece en el principio”, le dice el Rey, “y siga hasta que llegue al final. Entonces deténgase”.
 ¿Pero qué es ese principio? San Juan, pensando sin duda que aclaraba así el complejo dogma cristiano, escribió que en el principio era el verbo. 
Siglos más tarde, en la primera parte del Fausto, el desilusionado doctor busca en esa primera palabra el entendimiento que siente le falta.
 Lutero había traducido ese verbo (logos) como wort, “palabra”, perdiendo así los otros sentidos implícitos en el vocablo griego, y Fausto se propone leerlos como “sinn”, “kraft” y “tat” —“intelecto”, “fuerza” y “acción”—. 
Para Fausto, en el principio del libro sagrado están todas esas cosas.
Las palabras iniciales de todo texto deben hacer presentir las páginas que siguen. 
Pausada o bruscamente, resumiendo el argumento o distrayendo al lector para que no adivine el desenlace, indicando el tono de la narración que vendrá o dando falsos indicios, excusándose o vanagloriándose de la aptitud del autor, las primeras palabras son el gesto de reconocimiento o desafío lanzadas desde el punto final de un libro al lector que inicia el recorrido.
 Por motivos por lo general misteriosos, ciertas de estas aperturas se hacen tan célebres que se transforman en lugares comunes, mientras que otras son relegadas al olvido como enamoramientos fugaces.
 Todo lector reconoce el aterrador inicio de La metamorfosis, de Kafka:
 “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto” 

Nadie puede olvidar el inapelable comienzo de El contrato social, de Rousseau:
 “El hombre ha nacido libre y en todas partes se halla en cadenas”. ¿Por qué recordamos el musical inicio de Las ruinas circulares, de Borges (“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”), y no con igual facilidad “
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua”, de Casa tomada, de Cortázar? 
Quizás por el poder del inaudito adjetivo “unánime”, tanto más memorable que los banales aunque exactos epítetos “espaciosa y antigua”. 
Esto sugiere que tal vez nos dejemos seducir más prontamente por el tono de los comienzos que por su significado.
 “Háblame, Musa, del varón de gran ingenio” con que inicia la Odisea y “Canta, diosa, la cólera de Aquiles” de la Ilíada dependen, para que las recordemos, y a menos que sepamos griego antiguo, de la traducción que elijamos para leerlas.
Sin tomar en cuenta las páginas preliminares que Cervantes escribió para su Quijote, aun quienes no han leído la novela se saben de memoria las primeras hoy célebres palabras del primer capítulo.
 Sin embargo, a pesar de los innumerables comentarios que aparecieron desde la publicación del libro en 1605 (y aún antes, cuando circulaban copias manuscritas del libro, como prueban las respuestas que da Lope a Cervantes en El peregrino en su patria, publicado el año anterior), no sabemos nada de cómo el Quijote fue compuesto.
 No conservamos un manuscrito de la mano de Cervantes, no sabemos cuáles fueron sus primeros esbozos, sus dudas, qué otras palabras iniciales fueron imaginadas y desechadas, cuál fue su inspiración inicial. 

El imprescindible Francisco Rico, comentando en 1996 una edición crítica del Quijote de Rodríguez Marín, observó que la larga nota acerca de aquel “lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” señalaba la influencia de “un menguado romancillo que ni el autor ni nadie podía tener presente” y no decía nada sobre la palabra lugar, que el lector, según Rico, “interpreta indefectiblemente y equivocadamente como ‘sitio’, ‘paraje’ y no como pueblecito”. 
Rico añade que la emoción que pueden despertar en el lector las famosas palabras de Cervantes muchas veces requiere el salteo de todo el armatoste crítico. 
Las primeras palabras de una obra maestra pueden prescindir de celestinas.
Goethe decía que, antes de escribir un libro, uno tenía que tener “el todo en su cabeza” porque “un libro no empieza necesariamente por la primera frase”.
 Probablemente esto sea cierto, pero hay algo inefable en las palabras iniciales que para un lector es el “Ábrete, Sésamo” de un texto.
“Arma virumque cano”, “Nel mezzo del cammin di nostra vita”, “Call me Ishmael”, “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, 
“Longtemps je me suis couché de bonne heure”, se han convertido, al correr de nuestras lecturas, en una suerte de catálogo abreviado de la literatura universal canónica.
 Al placer de la cita reconocida (de la Eneida, la Divina comedia, Moby-Dick, Anna Karénina,
 En busca del tiempo perdido) se agrega la emoción de iniciar un viaje, el encanto de una aventura compartida.
  A veces, la arqueología literaria nos permite entrever la prehistoria de una obra.
 Boccaccio nos cuenta que Dante empezó a escribir su Comedia en latín antes de elegir la lengua florentina, y que sus primeras palabras fueron“ultima regna canam”
 
  (“los reinos ultraterrenos cantaré”), en lugar de la oscura selva y el camino de la vida.
 Sabemos, por el manuscrito que se conserva en la Fundación Bodmer de Ginebra, que Proust imaginó las palabras“Pendant bien des années, chaque soir, quand je venais me coucher” antes de preferir la frase ahora célebre.
 El tapuscrito de Cien años de soledad (conservado en la Universidad de Texas) nos revela en la primera página una única corrección: la primera frase que anuncia el descubrimiento del hielo no tiene alteraciones, pero, en cambio, los dos párrafos iniciales se convierten en uno solo.
Ilustración de Salvador Dalí para 'Don Quijote' (1945).
Ilustración de Salvador Dalí para 'Don Quijote' (1945).
Louis Aragón, en desacuerdo con Goethe, declara en Je n’ai jamais appris à écrire que la escritura no ocurre después de concebir la obra entera sino en el incipit, por detrás de las palabras iniciales y también a partir de ellas. 
 Aragón no entendía por “palabras iniciales” las que aparecen impresas en el primer renglón de un libro, sino esa primera iluminación verbal que tiene un escritor, una suerte de epifanía literaria a partir de la cual una obra empieza a existir.
 “Una historia no tiene ni principio ni fin” son las primeras palabras de El fin de la aventura, de Graham Greene. 
 “Uno elige arbitrariamente el instante de la experiencia desde el cual mirar hacia atrás o hacia adelante”. Ese instante puede estar fuera del marco de la historia.
 Sabemos que en el caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, ese instante fue una pesadilla, una de las muchas en las que sentía que lo que él llamaba “la bruja nocturna” lo atrapaba por la garganta y le impedía respirar.
 La pesadilla no fue verbal sino física: la sensación de estar poseído por un temible y aborrecido color pardo. 
 Para Flaubert, su Madame Bovary no comenzó con el aún hoy misterioso “nosotros” que reciben en su clase al nuevo alumno Charles Bovary, sino con la breve lectura de un suelto policial que le inspiró no sólo el argumento, sino también el estilo llano del libro.
 “Anoche empecé mi novela”, le escribe Flaubert a su amiga Louise Colet el 20 de septiembre de 1851.
 “Entreveo ahora dificultades de estilo que me aterran.
 No es un simple asunto ser sencillo
. Tengo miedo de caer en un Paul de Kock o en un Balzac chateaubrianizado”. 
El lector de Madame Bovary siente el deseo de consolar a Flaubert y decirle que por cierto no fue así.
 Hay primeras palabras de obras ilustres que no nos dicen nada de la genialidad a venir o por lo menos no nos embelesan.
 No creo que la lectura de “Bien, desde ahora, Génova y Lucca no son más que haciendas, dominios de la familia Bonaparte” haga que un lector desprevenido intuya que está empezando a leer Guerra y paz, ni que “Un fantasma recorre Europa” es la introducción al Manifiesto comunista. 
 Por otra parte, hay comienzos tan geniales que el lector no puede sino sentirse desilusionado con las páginas que le siguen. Por ejemplo, no sé si el Monsieur Teste, de Valéry, cumple con la promesa de su admirable inicio, 
“La estupidez no es mi fuerte”, ni si Las torres de Trebisonda, de Rose Macaulay, mantiene a lo largo del libro la sutil ironía de su primera frase: 
“Toma mi camello, querida’, dijo mi tía Dot al desmontar del animal al regresar de la misa”.
 Los lectores sentimos que las palabras con las que comienza un libro son esenciales, quizás más que las últimas, porque sabemos que toda conclusión tiene algo de Ítaca y que llegados a ella ya no hay más viajes ni aventuras.
 La frase inicial de un texto presagia (aunque no revela) ese arribo al ansiado puerto. 
“Si seré el héroe de mi propia vida, o si ese rol será adjudicado a otro, las páginas siguientes lo dirán”, escribe Dickens al comienzo de David Copperfield.
  Lo mismo puede decirse de toda primera palabra.