La reina Letizia, la infanta Sofía, la reina Sofía y la princesa Leonor, paseando por Palma el pasado lunes. EFEEscribo esta primera columna de agosto después de un delicioso y
prolongado baño en el lago de Zúrich, junto a cisnes muy civilizados. Parece una curiosa elección de veraneo pero mi marido lleva años con el
quijotesco plan de hacerme europeo y para complacerle, me dejo llevar. También es cierto que escribo sobre Suiza con frecuencia, porque muchas
cosas o personas que ocupan nuestra actualidad, suceden aquí o terminan
viviendo cerca de los Alpes. Así que he aceptado la idea de mi marido y
me he tirado a nadar en el Rhin a su paso por Basilea. Más que nadar,
uno se deja llevar por su corriente mientras contempla campanarios
medievales y sedes de bancos suizos. En esa corriente del Rhin, río
abajo me di cuenta de que la belleza y el lujo cuando están bien
asegurados, parecen más naturales.
Suiza
funciona como un reloj. Neutral con todo y todos excepto con la falta
de control. Nadie habla alto, todo el mundo lleva móviles con
auriculares y el alemán que emplean no se entiende y sin embargo te
entran ganas de aprenderlo. Los tranvías son puntualísimos y los Alpes
te acompañan. El cambio climático ha aumentado las temperaturas pero
como los suizos son ecológicos desde 1292, no usan el aire acondicionado
ni el ventilador aunque lleguen a los 35 grados. El sudor pasa a ser
una presencia fina que les preocupa menos que el turismo asiático. Así,
liviano y un poquito húmedo, descubres maravillas como la colección
Rosengart en Lucerna donde te espera Paul Klee y 32 Picasso,
coleccionados por el abuelo, el padre y la hija, Angelika Rosengart, a
lo largo de varias décadas de amistad con el genio malagueño. Los
retratos de Angelika son maravillosos pero la joya de la corona es un
retrato a Marie Therese Walter, en rosa y azul, que te hace pensar que
esos son los colores del amor. A la salida, para mi asombro, la
mismísima Angelika Rosengart estaba ordenando el libro de visitas . “Al ser español, está claro que le han emocionado los picasso”,
me dijo. No solo eso, le confesé, estoy emocionado porque Suiza me
acaba de regalar conocerla y verla atender y compartir su colección con
los aficionados y visitantes. Aparte de esos picasso, España ha estado muy presente en
esta semana en Suiza. En la estación de tren de Basilea, María Teresa
Campos nos apareció en la portada de Semana, asegurándonos que
todo irá bien con su hija, Terelu. Y mientras conciliábamos el sueño, la
señal internacional de TVE retransmitió el programa Lazos de Sangre
dedicado a los Iglesias-Preysler. La mayoría de los colaboradores en
ese programa son mujeres que se mostraban más complacientes con la fama
de depredador de Julio Iglesias que ante los tres matrimonios de Isabel
Preysler. Quizás porque estaba en Suiza, los comentarios de ellas me
olieron a machismo femenino en la televisión pública. Y además en boca
de señoras que se mostraron poco feministas. La cantante Madonna en Malawi el 16 de julio. IAP Una semana en Suiza ayuda a ventilarse. Así lo hacen los españoles más
internacionales, como Marta Gaya, que prefieren Gstaad en vez de
Baleares. Al menos estos días de verano. Por eso me hizo gracia la imagen de la reina Sofía aireándose con un ventilador individual
mientras paseaba con sus nietas y nuera por el mercado de Palma . Aunque
resultaba bastante irreal la situación, el coqueto ventilador
individual refrescaba el ambiente. Existen otras señoras que no dudan en
recurrir a un ventilador. Paulina Rubio, Beyoncé, Shakira, lo utilizan mucho en el escenario.
Con todo, ventilador incluido, ese paseíllo veraniego con casi más
mujeres que en el gobierno de Pedro Sánchez me devolvió un tufillo
tradicional. Mujeres haciendo la compra y los hombres practicando
deporte o convalecientes. En otra isla, lejos de allí, mucho más al norte, con la misma
temperatura y el mismo día, se robaban dos coronas del tesoro real
sueco. Como en la divertida película Ocean´s Eight,
los ladrones o ladronas, aprovecharon el despiste propiciado por la ola
de calor y saltaron a una lancha con el motor en marcha, dándose
espectacularmente a la fuga con el botín. Es lo que tienen las coronas. O
te las pones. O te las quitan. La corona del pop la tiene Madonna bien puesta. El día 16 cumple 60 años. Quiere que su regalo de cumpleaños sea la
reinvención de Malawi, un pequeño país que para ella es una causa.
Madonna, como Suiza, nunca pierde el tiempo.
Este licor me lleva directamente a los tiempos de felicidad de mi primer viaje a Italia
Con un poco de suerte podría ver a Pier Paolo Pasolini escribiendo sentado en una terraza.
Pier Paolo Pasolini, en la terraza del café Rosati de Roma en julio de 1960.FARABOLA/LEEMAGE
1. Puestos a seguir la ruta de la memoria por donde
conducen también algunas bebidas, el Campari me lleva directamente a los
tiempos de felicidad de mi primer viaje a Italia. Ignoro de qué clase
de hierbas se compone ese trago amargo y ligero, pero yo era tan frívolo
que al principio lo bebía solo por su color rojo quisquilla y por el
placer de tenerlo en la mano. La primera vez fue en el Rosati en la
plaza del Popolo de Roma, un día de primavera, en una mesa donde, según
el camarero, solían sentarse a charlar Fellini y Alberto Moravia. Como
siempre sucede, ellos ese día no estaban allí. Fue
un año indefinido del que solo recuerdo la sensación de libertad que
suponía dejar atrás por unos días aquella España de esparto y estameña y
creerse libre como un perro al que le quitan la correa y el collar. En
aquel tiempo cualquier progresista llegado a Roma tenía la obligación de
visitar a Alberti o fingir que lo había visitado en su casa de Vía
Garibaldi, en el Trastevere. No fue mi caso puesto que en ese momento yo
tenía otro dios, llamado Pier Paolo Pasolini, y mi sueño consistía en
imaginar que un día podría cruzar mi campari con el suyo haciendo sonar
nuestros vidrios en el aire. Alguien me había contado que Pasolini solía comer en una trattoria
llamada Al Biondo Tevere, junto a la basílica de San Pablo en la Vía
Ostiense. Con un poco de suerte podría verlo escribiendo sentado en la
terraza que daba al Tíber o en su asidua tertulia con Moravia, Elsa
Morante, Fellini, Sordi y Anna Magnani. Pregunté por él a Giuseppina, la
mujer de Vincenzo, el dueño, quien me dio largas diciendo que hacía
tiempo que Pasolini ya no iba por allí. Años después, esa trattoria
se convirtió en un lugar de culto, parada obligatoria para muchos
devotos de este santo laico representado en las fotografías que cubrían
las paredes, porque la noche del 2 de noviembre de 1975, antes de tomar
la Vía Nazionale en sentido al Lido di Ostia, donde fue asesinado,
Pasolini se detuvo allí con su verdugo, el chapero Giuseppe Pelosi, al
que había cargado en su coche en los aledaños de la estación Termini. El
chico pidió unos espaguetis y el poeta, que ya había cenado, se tomó
una cerveza y un plátano. . Se dice que no hay que morir sin haberse reflejado
en los espejos biselados de todos los cafés literarios donde se han
sentado los artistas que admiras. En mis primeros tiempos de Campari yo
sufría esta devoción de la que me he curado por completo, gracias a la
aversión que llegó a producirme la figura de Hemingway como marca
turística. Así que, recién llegado por primera vez a Venecia, fui a
sentarme en la bombonera del Caffè Florian, que sigue en pie en la plaza
de San Marcos desde principios del siglo XVIII, y me tomé un campari, a
la sombra de Proust, que pasó muchas veces por allí cuando se hospedaba
en el hotel Danieli. Fuera, en la plaza, una orquestina tocaba un vals
mientras la ciudad, como el Titanic, se hundía en la laguna.
Entonces aún se podía pasar la noche en un saco de dormir bajo los
soportales de la plaza y cientos de jóvenes se disponían a hacerlo como
caídos en un campo de batalla después de orinar contra las paredes de la
fenecida belleza. El Campari brillaba sobre el color de limón podrido
de la ciénaga donde se ahogaba la estética.
3. Sentado en un viejo sillón de mimbre, en el belvedere del Grand Hotel Villa Politi de Siracusa, en Sicilia, con los pies desnudos apoyados en la barandilla que guarda el foso de la latomia de Capuchinos me recuerdo con un campari en la mano leyendo El Inmoralista de Gide. Las latomias
de Siracusa son las profundas galerías, abiertas algunas a pleno sol,
que dejaron las antiguas canteras de los griegos, desde el siglo Vl
antes de Cristo, de donde se extrajo toda la piedra caliza para levantar
bastiones militares, teatros, templos y los dioses respectivos. Hoy los
templos antiguos ya no existen y los dioses también han desaparecido,
pero estas grutas gigantescas poseen la sombra idealista de la que
extrajo Platón el mito de la caverna. Los salones del Villa Politi
albergan los espectros de Renan, de Maupassant, de André Gide, de
personajes de la alta sociedad centroeuropea que en el periodo de
entreguerras pasearon por este lugar una tuberculosis muy elegante,
románticos exploradores del sur, todos en busca de los últimos placeres
de los sentidos bajo el fuego del siroco.
Las tres faltas de ortografía en 'Sábado Deluxe' que harán que te sangren los ojos.
TELECINCO.ES
Si usted es una persona sensible, absténgase de seguir leyendo. Porque lo que se pudo ver este sábado en el programa Sábado Deluxe de Telecinco, presentado por María Patiño, es para que a uno le sangren los ojos. El espacio del corazón entrevistó a la peluquera y exconcursante de Supervivientes, Raquel Mosquera, a la que sometieron a un polígrafo para que despellejara poco a poco a otros famosos del papel cuché.
Pero había un problema: que Mosquera había vetado a una de las colaboradoras del programa, la periodista Belén Rodríguez, que no estaba en el plató (de momento). Así se anunciaba en la pantalla con un rótulo que incluía una
tremenda falta de ortografía que reproducimos textualmente: "Raquel
Mosquera a vetado a Belén Rodríguez. ¿Se lo pensará y permitirá que
entre a plató?". Alguien debió de darse cuenta del tremendo error y quiso corregirlo
añadiendo la H, con tan mala fortuna que la puso detrás de la A,
quedando tal y como recogió la cuenta de Twitter @ElCorrectorDeTV, que no pierde comba ni en verano. No contentos con esto, ya con Rodríguez en plató, comenzó el
rifirrafe entre ambas con la exsuperviviente acusando a la periodista de
no tener "credibilidad periodística".
Una frase que el programa reprodujo textualmente pero con otro
tremendo error ortográfico, ya que escribieron "credibilidad" con uve.
El periódico llega hoy a su número 15.000, después de más de 42 años de historia.
El presidente del Gobierno Adolfo Suárez, solo en el banco azul del Congreso de los Diputados. Marisa Florez
EL PAÍS nació el 4 de mayo de 1976,
Cumple hoy su número 15.000. Los primeros días fueron de infarto. La
rotativa rompía el papel. La tardanza en salir a la calle desató la
broma: “Es el diario independiente de la mañana… porque sale por la
tarde”. Al
peso estos 15.000 números que se cumplen hoy equivaldrían a más de un
millón de toneladas de papel, según el cálculo de Pablo Cayado, actual
director de Producción. Fue el periódico de la Transición democrática,
el que salió a la calle contra el golpe de Estado del 23F de 1981; fue
el blanco de la ultraderecha, que en 1978 causó un muerto en sus
instalaciones. Fue pronto el de mayor difusión en España, y lo ha
seguido siendo. Ahora es también “el periódico global en español”, con
ediciones en América y con una importante implantación de sus ediciones
digitales, que alcanza los cien millones de usuarios únicos. El filósofo José Luis López Aranguren
dijo que era “el intelectual colectivo”. Para el sociólogo José Vidal
Beneyto era “la referencia dominante”. Camilo Valdecantos, el primer
periodista contratado por Juan Luis Cebrián, dice ahora que “fue la
mejor escuela de periodismo imaginable”. Bernardo Marín,
subdirector del periódico, antes en la Redacción de México, veinte años
en EL PAÍS, en cuya Escuela hizo el Master. Apasionado de las
Matemáticas, interpreta para este reportaje datos sobre lo que pesa la
historia: “15.000 números a 80 páginas de media --contando suplementos,
cuadernillos y especiales—son, más o menos, 1.200.000 páginas . Como el Quijote,
versión extendida de Francisco Rico, escrito 750 veces. Desplegando
todas esas páginas podríamos alfombrar seis veces la Puerta del Sol o
diez veces el césped del Camp Nou. O más de vez y media el Zócalo de
Ciudad de México”. Y desplegando las páginas de todos los periódicos que
ha vendido EL PAÍS en sus 42 años de historia a una media de 300.000
ejemplares diarios –en total unos 360.000 millones de páginas--
podríamos tapizar entera toda la Comunidad Valenciana.
El presidente del Gobierno Adolfo Suárez, solo en el banco azul del Congreso de los Diputados. Marisa Florez
El filósofo José Luis López Aranguren
dijo que era “el intelectual colectivo”. Para el sociólogo José Vidal
Beneyto era “la referencia dominante”. Camilo Valdecantos, el primer
periodista contratado por Juan Luis Cebrián, dice ahora que “fue la
mejor escuela de periodismo imaginable”. Bernardo Marín,
subdirector del periódico, antes en la Redacción de México, veinte años
en EL PAÍS, en cuya Escuela hizo el Master. Apasionado de las
Matemáticas, interpreta para este reportaje datos sobre lo que pesa la
historia: “15.000 números a 80 páginas de media --contando suplementos,
cuadernillos y especiales—son, más o menos, 1.200.000 páginas. Como el Quijote,
versión extendida de Francisco Rico, escrito 750 veces. Desplegando
todas esas páginas podríamos alfombrar seis veces la Puerta del Sol o
diez veces el césped del Camp Nou. O más de vez y media el Zócalo de
Ciudad de México”. Y desplegando las páginas de todos los periódicos que
ha vendido EL PAÍS en sus 42 años de historia a una media de 300.000
ejemplares diarios –en total unos 360.000 millones de páginas--
podríamos tapizar entera toda la Comunidad Valenciana. Valdecantos recuerda “el ambiente de entusiasmo contenido por la
incertidumbre” cuando llegaron al edificio de Miguel Yuste el 2 de
febrero del 76 “y encontramos una inmensa sala de Redacción con suelo de
terrazo y un mobiliario muy escueto. El runrún de la calle decía que
iba a ser periódico muy orteguiano. Afortunadamente, profesionalmente
hablando, enseguida vimos que sería un periódico muy cebriniano”. Juan Luis Cebrián (31 años en ese momento) fue el primer director;
José Ortega Spottorno, el hijo del filósofo, lo fundó y lo presidió;
Jesús Polanco fue el primer consejero delegado, y luego fue su
presidente hasta su muerte. Juan Luis Cebrián era el director. Javier
Baviano era el director gerente. En la primera etapa, recuerda José
María Aranaz, en aquel momento Director de Servicios, Polanco se empeñó
en convertir EL PAÍS “en una empresa periodística”. Cebrián era el
responsable de la Redacción, “y era el líder de todo”, pero Baviano
estaba integrado en el equipo, como representante de la empresa. La
clave del éxito, dice Aranaz, “era que fuera un buen periódico y que
fuera un negocio”. Esa organización empresarial fue la clave.
Eso hizo, añade Valdecantos, que el periódico alcanzara el liderazgo
con rapidez y se convirtiera “en una referencia muy influyente social y
políticamente”. “El periódico”, dice Aranaz, “llegaba a todos los
sitios”. Félix Díaz Martínez lo vio llegar por la mañana al quiosco de su
padre, en la calle Santa Engracia. Él tenía 16 años, de su padre heredó
el quiosco, que ya tiene sesenta años. Se acababa de morir Franco “y en
su primera página EL PAÍS pedía la dimisión del presidente Carlos Arias
Navarro... Tenía garra y todavía tiene que dar mucha guerra. De sus
portadas se me quedó una para siempre: la matanza de Atocha. Conocía a
los abogados, trabajaban aquí al lado… Yo aprendo de los periódicos; un
periódico te enseña a amar lo bueno de la vida y también a conocer lo
malo”. Y Antonia Talavera lo estaba esperando; lo conocía por amigos del
fundador, Ortega Spottorno. “Y de Laín, y de Tovar, amigos de mi marido.
Nos hicimos suscriptores, hasta hoy”. Ella es enfermera, “inauguré La
Paz”, tiene 86 años. Se hizo de EL PAÍS “porque representaba
nuestros pensamientos, nos creó fidelidad y nos dio una referencia”. Un
día la invitaron a la Redacción. “Me recordó los principios del
periódico, y me emociona que no haya cambiado su línea de conducta…
Pasaban tantas cosas, y ahí estaba EL PAÍS: el golpe de Estado, los
cambios políticos, mi marido coleccionaba los ejemplares”. Ahora “los
sobrinos leen Internet y yo sigo bajando al quiosco”. Como hace Andrés Ruiz Torres, 76 años, internista en la Jiménez Díaz. Le escribió a Ortega: “quiero ser suscriptor y accionista”. Hasta hoy.
“Al principio me lo robaban de la puerta. En Inglaterra, donde estudié,
aprendí democracia, y EL PAÍS me ha fortalecido esas convicciones. Y
todos los días, a las seis y media, todavía bajo al quiosco con mucha
ilusión”.
Alejandra Torres, ecuatoriana, nacida en 1982, hizo el Master, como
Manetto, en 2013. Ha transitado de la Edición América a la web, estudió
también en la escuela de García Márquez y fue alumna “del maestro Miguel
Ángel Bastenier, que siempre hablaba bien de la Escuela y muy bien de
su periódico. Aquí me gustó la calidad de la Redacción, el rigor, la
honestidad, valores que Bastenier nos enseñó”. Cuando trabajaba para el
papel “leía la web; ahora que trabajo en web leo el papel. El papel le
da jerarquía a la noticia”. Eneko Ruiz Jiménez hizo el Master con
Alejandra. Es bilbaíno, de 28 años. Se inició en nuestra Redacción en el
País Vasco. “EL PAÍS era un sueño inalcanzable. Me hice de EL PAÍS por El pequeño País,
en la infancia…” Ahora lleva Redes Sociales en EL PAÍS. No conoce a
ningún amigo de su cuadrilla que lea el papel, pero sabe que el papel
representa “orden, orientación para saber dónde está cada cosa: en la
web están las cosas de las que sabemos, en el papel están también las
cosas de las que conocemos poco. Existe el peligro de que nos creemos
una burbuja si sólo leemos lo que ya conocemos”.
La mayor tragedia que sucedió en Miguel Yuste fue la que produjo la
bomba en Servicios Generales, octubre de 1978. Allí estaba Juan Antonio
Sampedro, el responsable de la sección, con Carlos Barranco y Andrés
Fraguas, ambos a sus órdenes. Una bomba llegó por correo, enviada por la
ultraderecha. Andrés Fraguas murió. Aranaz fue en la ambulancia,
“sosteniendo su cara, los policías se abrían paso gritando a coches y
transeúntes”. Sampedro perdió el conocimiento, fue herido, como
Barranco. Hoy recuerda “sin odio; me da igual qué haya sido de los
asesinos, lo que me ha marcado para toda mi vida fue la muerte de ese
muchacho”. Para él, “el periódico fue mi segunda familia. Mientras
hacíamos los números cero me fijé en las edades: Juan Luis, Aranaz,
Baviano… Todos teníamos unas edades similares. Juan Luis era el timón,
Aranaz era un tío grande, Baviano era ídolo para todos los que
trabajábamos a sus órdenes en la administración del periódico”. Y luego
el periódico fue “una lección adelantada de democracia. Era un orgullo
estar ahí”, Ahora tiene 75 años, llegó al periódico en febrero de 1976,
se jubiló hace catorce años. Su única sombra fue aquel septiembre. “Ese
dolor no se me irá nunca”. ¿Y EL PAÍS qué es?, le preguntamos ayer, víspera de los 15.000, a
Manuel Vicent. “El espíritu del regeneracionismo, los ideales de la
República, de la Institución Libre de Enseñanza y del europeísmo, que
continuaron en suspensión en el aire como polvo del infame derribo de la
guerra civil y de la dictadura las sintetizó de nuevo el diario EL PAÍS
en un sueño renovado de democracia y libertad”. Número 15.000. Continuará. Un millón de toneladas de papel más entusiasmo más periodismo. EL PAÍS.
Gente que estaba aquella noche del 4 de mayo de 1976. Carlos Montejo,
en Montaje.
Tenía 28 años. “Había nervios, expectación, la nebulosa de
que iba a ser un periódico decisivo, con credibilidad, distinto a los
otros. Con EL PAÍS entonces nació la prensa libre.
Y era divertido,
además, trabajar ahí”. Aranaz: “Significó la oportunidad de alimentarse
de algo que necesitábamos. Un maná. Un descubrimiento.
Mi generación se
lanzó a leerlo. Fue un acierto como producto. La gente esperaba algo
así, y era EL PAÍS”.
Karmentxu Marín, 24 años ese día: “Emoción y
nervios. Entusiasmo es la palabra que nos juntaba. Hacíamos horarios
endiablados, como si estuviéramos haciendo historia ¡y hacíamos números
cero! Allí estaban Fernando Samaniego, Ángel Sánchez Harguindey, Ángel
Luis de La Calle…