Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 jul 2018

La miseria que rodeó Madrid

Decenas de poblados chabolistas han crecido a la sombra de la capital. 

Muchos de ellos han desaparecido y otros continúan. 

Te mostramos una selección de imágenes, nunca antes digitalizadas, donde la pobreza y la marginación son las protagonistas.


Bernardo Pérez
6 de octubre de 1984.
 Sin previo aviso. Francisca Pardo Jiménez, ante los escombros de su chabola, en la colonia Torregrosa, cerca del kilómetro 7 de la carretera de Andalucía el 6 de octubre de 1984. La demolición, de la que ningún organismo municipal o estatal quiso responsabilizarse, fue llevada a cabo con excavadoras protegidas por agentes de la Policía Municipal de Madrid cuando los habitantes de las chabolas se encontraban ausentes trabajando como temporeros agrícolas. Foto: Bernardo Pérez
5 de febrero de 1988. Mercadillo de venta de sanitarios procedentes de remates de obras, conocido como Guarrerías Preciados, en el poblado chabolista en la carretera de Vicálvaro.
 El Tribunal Supremo condenó al Ayuntamiento de Madrid por actitudes y acciones racistas contra los gitanos de este poblado al cercarlo con una zanja de tres metros de ancho y dos de profundidad y un dispositivo policial para controlar las entradas y salidas de sus habitantes. Foto: Luis Magán
5 de agosto de 1991.
 Unos niños se bañan en un cubo de basura mientras otro trastea con una bicicleta en el nuevo foco chabolista en la zona alta del parque de San Isidro de Madrid, donde se instalaron unas 50 familias, con tiendas de campañas, y un gran número de animales domésticos, lo que provocó conflictos con los vecinos de la zona. Foto: Gorka Lejarcegi
21 de noviembre de 1978. Unos niños miran a un operario de la Delegación Provincial de la Vivienda derribar una chabola junto al cementerio de San Isidro, en Carabanchel. 
Los habitantes fueron traslados a viviendas en Alcalá de Henares y Pan Bendito. Foto: Joaquín Amestoy
13 de agosto de 1992. Un hombre plancha en su chabola del poblado de Peñagrande (Fuencarral), donde la mayoría son inmigrantes marroquíes que han pagado una tasa a los gitanos que vivían en el poblado y que fueron realojados en la Quinta del Pardo. Foto: Miguel Novack

21 de junio de 1976. Mujeres y niños en un poblado chabolista en Madrid. Foto: Antonio Gabriel

 

29 jul 2018

Emily Brönte, 200 años de desafío y vigencia de una autora clásica

La creadora de 'Cumbres borrascosas' nació el 30 de julio de 1818 y su prosa y poesía son analizadas hoy como una fuerza poderosa con temas que abrieron caminos a la literatura-

 
 
Retrato de las tres hermanas Brontë (Emily en el centro) realizado por su hermano, Branwell.
Retrato de las tres hermanas Brontë (Emily en el centro) realizado por su hermano, Branwell.
En una casa de piedra rojiza y madera, en la cima de una colina custodiada por el cementerio del pueblo y los rugidos del viento, se fraguó lentamente un milagro literario.
Es la voz poderosa y persuasiva de Emily Brontë, la más solitaria de las tres hermanas que sobrevivieron al rosario de desdichas de la familia.
 Nacida hace 200 años, el 30 de julio de 1818, su única novela, Cumbres borrascosas, y unos 200 poemas, bajo el seudónimo masculino de Ellis Bell, desafiaron la época victoriana, rompieron los esquemas literarios predominantes, abrieron nuevas vías a la literatura y ella se adelantó con varios de sus temas, algunos con aires feministas que baten puertas y ventanas.
Cumbres borrascosas es un gran relato social de la época, que a partir de la pasión de Catherine y Heathcliff muestra situaciones nuevas, como el maltrato, el alcoholismo o la decisión de una mujer", explica Álvaro Pombo. 
"Una novela con una gran pasión y capacidad de persuasión que la hacen inmortal.
 Es la condición de un clásico tan clásico como Thomas Mann", dice Pombo. "La  potencia creadora de Emily", añade el escritor, "hace que haya una inmersión en la lengua con la narración de la historia, la creación de los personajes y la fuerza de los detalles de una gran prosa vigente en el siglo XXI". 

Emily Brontë, nació en pleno corazón del Romanticismo en Thornton, condado de Yorkshire.
 A los tres años, su familia se trasladó a Haworth.
 Hija de un reverendo, su madre murió en 1821, dejando seis hijos, de 6, 5, 4, 3, 2 y 1 años.
 Todas mujeres, salvo el cuarto, Branwell, que marcó el destino sombrío de las hermanas al ser la esperanza de la familia y llevarse todo el esfuerzo a su alrededor.
 Branwell terminó siendo un pintor mediocre, alcohólico y consumidor de opio.
 Emily veló por él hasta el último momento. Al menos le sirvió para levantar parte de Cumbres borrascosas.
“Emily Brontë hubiera encajado mejor en el momento actual que en aquel tiempo victoriano, feroz para el género femenino.
 Habría sido tal vez ecologista y feminista”, aventura Ángeles Caso, autora de Todo ese fuego (Planeta), una biografía de las hermanas Brontë: Charlotte, Emily y Anne, porque las dos mayores murieron muy pequeñas. 
Se criaron con una tía en un mundo indolente, aunque su padre les inculcó la cultura, la lectura y la reflexión.
 Un refugio que usaban al llegar a casa tras una jornada como profesoras o institutrices.
Escritorio de Charlotte Brontë en la casa museo de la familia, en Haworth, Inglaterra.
Escritorio de Charlotte Brontë en la casa museo de la familia, en Haworth, Inglaterra. Getty Images
La conmemoración del bicentenario de Emily Brontë está rodeada de nuevas lecturas y revisiones y debates. “En la literatura, como en cualquier arte, el contexto renueva la obra y, si esta es buena, multiplica su mensaje. 
En el caso de Cumbres borrascosas, la actualidad de su significado se ve más clara en la reciente edición de Tres Hermanas, con ilustraciones de Fernando Vicente, que ve a Catherine Earnshaw pelirroja, como si el color rojo de su melena condensara la fuerza del personaje femenino”, explica Marina Sanmartín, escritora, editora y del equipo gestor de la librería madrileña Cervantes y compañía.
Ante la tentación de revisionismos al arte, Sanmartín no duda en señalar que “vivimos un momento en el que la presión social interfiere a menudo en la creación literaria, por eso es tan importante proteger las ficciones que pueden parecernos trasgresoras o políticamente incorrectas... porque, al fin y al cabo, en la realidad también suceden, existen las historias de los amores malsanos y trágicos, y deben ser contadas".
El reto de cómo abordar un clásico como Cumbres borrascosas en el siglo XXI lo explica el propio Fernando Vicente.
 Recuerda que es una obra hecha para perdurar y, “de todas formas, no se puede hacer una lectura desde nuestra óptica actual, el momento histórico pesa mucho sobre los personajes y los hechos”.
Aclarado este punto, Vicente da las claves, adentrarse en ese mundo y disfrutarlo para luego fundirse en él:
 “En las ilustraciones hay alguna pequeña metáfora, como esos cuervos negros que persiguen a Heathcliff, negros como su alma.
 El personaje de Catherine la he hecho pelirroja porque, además de tener un punto de locura, ese color representa su corazón en llamas y contrasta con el color pajizo de los campos ingleses”.

Siempre se ha dicho que Cumbres borrascosas es hija de la experimentación que su autora hizo con la poesía.
 Una poética que para María Victoria Atencia es admirable, y considera a su autora “una de las principales figuras en la historia de la poesía femenina”.
En la isla imaginaria de Gondal situó Emily Brontë sus poemas. Costumbres, intrigas familiares, rivalidades entre reinos y deseos y opresiones de la gente insuflados de la pasión entre los humanos y el paisaje.
 Editorial Alba acaba de publicar Poesía completa, con traducción de Xandru Fernández.
El origen de todo fue cuando Charlotte descubrió unos poemas de Emily.
 Le propuso a ella y a Anne publicar un poemario conjunto. Emily accedió pero firmando con seudónimo. 
En el verano de 1846, nacieron Currer, Ellis y Acton Bell.
 El libro fue bien recibido. Charlotte lanzó una segunda propuesta: escribir una novela cada una.
 En diciembre de 1847, estalló el milagro: Charlotte publicó Jane Eyre; Anne, Agnes Grey, y Emily, Cumbres borrascosas.
 El siguiente diciembre, Emily moría de tuberculosis.
 Tenía 30 años y logró, como escribió Virginia Woolf, “hacernos sentir lo que tenía dentro y quería decir”.
 

 

El asesino de 16 años que mató con una catana a sus padres y a su hermana

El asesino de 16 años que mató con una catana a sus padres y a su hermana.

 
El joven, custodiado por agentes de la Policía tras ser detenido en Murcia en 2000.
El joven, custodiado por agentes de la Policía tras ser detenido en Murcia en 2000.
José Rabadán Pardo parecía un chico normal, hasta que mató a su familia el 1 de abril de 2000.
 Rabadán, que entonces tenía 16 años, asesinó a sablazos a su padre, Rafael Rabadán Tovar, de 51 años; a su madre, Mercedes Pardo Pérez, de 54, y a su hermana, María Rabadán, afectada por el síndrome de Down, de nueve. 
Sus cuerpos fueron hallados en el domicilio familiar, en el barrio murciano de Santiago El Mayor.
Según constaba en el informe psiquiátrico tras el triple asesinato, Rabadán padecía un grave trastorno mixto de personalidad con rasgos esquizoides, narcisistas, antisociales y sádicos que a juicio de los psiquiatras disminuían levemente su capacidad de comprensión emocional de las consecuencias de sus actos.
Asimismo los propios médicos aconsejaban que "dada su peligrosidad potencial por el trastorno de personalidad que padecía debería pasar varios años ingresado en una institución psiquiátrica penitenciaria o similar para tratar sus problemas mentales y rehabilitarlo socialmente".
Rabadán, mal estudiante, estudió hasta tercero de ESO en el Instituto de Enseñanza Media Mariano Baquero.
 Repitió dos veces ese curso, lo que le hizo abandonar los estudios, uno de los principales puntos de fricción con su padre, que le obligó a matricularse en un curso de garantía social de soldadura.
El temor al padre parece ser, según los psiquiatras, uno de los principales puntos de inflexión en la personalidad de Rabadán, al que ocultó el abandono de los estudios por miedo y ansiedad.
 El día que se lo comunicó fue especial para Rabadán.
 Era el momento "que esperaba desde hace tiempo, era el que no me dejaba dormir por las noches, era el que esperaba oír, era el final", dijo. 
La única salida era irse de su casa, algo que hizo una vez, pero fue encontrado enseguida.
En su mente, la única salida a su miedo por su padre, era que desapareciese uno de los dos. 
Al final eliminó a toda la familia.

Coleccionaba armas

Sus amigos eran, según el propio Rabadán "gente sana que ni roban ni toman drogas y con los que hacía cosas normales". 
Acudía a un gimnasio donde realizaba musculación y artes marciales, sin destacar especialmente porque, según el informe, era sólo cinturón blanco.
 Era también muy aficionado a la informática, especialmente a los videojuegos y a las charlas en Internet.
 Pero resaltaba especialmente su interés en coleccionar armas blancas "peligrosas y agresivas", como machetes de gran tamaño, catanas como la que utilizó en el triple crimen, hachas, cuchillos picahielos de gran tamaño y con cuatro filos, navajas, cuchillos japoneses, estrellas ninja y puños americanos con pinchos.

Reinsertado y con familia

José Rabadán fue condenado a seis años de prisión en un centro de menores y a otros dos en régimen de libertad vigilada en aplicación de la Ley del Menor, una condena que causó cierta conmoción social por la gravedad de los hechos en relación con el tiempo de estancia en la cárcel.
 En diciembre de 2005, siete meses antes de lo previsto, pasó a libertad vigilada en una casa de acogida de la asociación evangelista Nueva vida, ubicada en Cantabria.
 La decisión fue adoptada por los informes favorables de la Dirección General de la Familia de Murcia y del psiquiatra, y a la que la Fiscalía no se opuso.
En su paso por Nueva Vida creó los vínculos que le permitieron reconstruir su vida.
 Hoy José Rabadán ha formado una familia. Vive con su pareja, Tania, la hija de un pastor evangélico, y su hija en Cantabria, alejados del ruido de la macabra historia. 
A finales de 2017 se publicó el documental Yo fui un asesino: El crimen de la catana, en el que Rabadán intentó responder a una de las preguntas clave en el caso: ¿por qué lo hizo?.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de septiembre de 2003
 

 

La maldita suerte....................................Rosa Montero.

Hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante.

La maldita suerte


Hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante

Siempre he pensado que la buena suerte no existe: la vida te la vas labrando con mil pequeñas decisiones cada día, con esfuerzo y con tenacidad de estalactita.
 Pero creo en la existencia de la mala suerte, porque hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante en sus vidas.
 De hecho, hay biografías que parecen marcadas por una luna negra. 
Personas con tal cúmulo de desgracias a sus espaldas que su destino empavorece.
 Son víctimas inocentes a las que un dios ciego escoge castigar.
 Me sobrecogió, por ejemplo, el caso de un traductor chileno al que conocí en Berlín en 1989, cuando la caída del muro
Tenía cuarenta y pocos años, hablaba un alemán magnífico y servía de intérprete a los periodistas españoles que acudíamos en tropel a cubrir las noticias.
 Estuvimos varios días de la ceca a la meca, trabajando mil horas, y al final se abrió y me confió su historia. 
En 1973, cuando el golpe de Pinochet, él y su mujer habían sido detenidos con veintipocos años.
 Los torturaron a ambos de una manera aberrante y atroz que me contó.
 Cuando, años después, lograron salir ambos del país, intentaron quererse, pero no pudieron.
 La historia se rompió. Necesitaron ayuda psíquica y médica. Seguían convaleciendo, cada uno por su lado.
 Pero él estaba empezando a salir del pozo. Lo explicó todo muy bien. Me emocionó. 
Era un tipo estupendo. Seis meses después, regresé a Berlín para hacer otro reportaje e intenté contratarlo de nuevo como intérprete. Y entonces me enteré de que se había matado unas semanas antes, mientras trabajaba con un equipo de televisión.
 Se estrellaron con el coche y ardieron
. Se abrasaron. Sigo rogando mentalmente que ya estuviera muerto. O inconsciente. No fue justo. 
Hay muchos otros casos, también históricos.
 Como el de Polidori, médico, secretario, quizá amante y desde luego víctima de Lord Byron
. De entre los muchos libros que cuentan la famosa noche en Villa Diodati en la que Mary Shelley creó a Frankenstein, recomiendo El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, en donde se reivindica la imagen de este hombre, al que Byron llamaba, despectivamente, “el pobre Polidori”. 
Byron, cruel, lo destrozó: le repetía que era un inútil, que sus obras (el médico escribía) eran espantosas, que era un hombre ridículo. No parece serlo en absoluto, y aquella noche de truenos en la que los invitados de Byron se propusieron escribir cuentos de terror, mientras Mary paría a Frankenstein, Polidori creó El vampiro, el antecedente de Drácula y en realidad un retrato del chupasangres anfitrión.
  El destino cruel (luna negra, dios ciego) hizo que el libro se publicara bajo el nombre del vampiro inspirador, es decir, de Byron, que no se dio ninguna prisa en deshacer el entuerto. 
El relato fue un éxito tremendo: al principio vendía 5.000 libros al día… con el nombre del malo.
 Al cabo Polidori consiguió que se reconociera su autoría, pero ya era tarde, estaba emocionalmente deshecho.
 Se suicidó a los 25 años bebiendo ácido prúsico. Hace falta estar muy desesperado para darle a la muerte un beso tan atroz.
 Y su mala suerte perdura: hoy apenas si se le recuerda, y su imagen sigue estando manchada por la versión ponzoñosa de Byron: en la Wikipedia, por ejemplo, le dejan bastante mal.
De modo que yo sólo creía, repito, en la mala suerte, no en la buena. 
Y de pronto ha salido en la revista Nature un estudio tremendo de la Universidad de Northwestern que, tras analizar la carrera de 30.000 cineastas, artistas y científicos, concluye que el éxito viene en rachas; que estas rachas duran poco, como máximo cinco años; que por lo general sólo se tiene una en la vida, y que son un completo producto del azar.
 Es decir, de la buena suerte.
 Un veredicto aterrador que te deja tiritando. Supongo que todos nos plantearemos lo mismo: ¿La he tenido ya, no la he tenido? Si ya hubo una etapa buena, ¿el futuro sólo será decaer? ¿Importa un bledo el esfuerzo? Espero que el estudio no ande muy atinado. Mientras tanto, en este agosto en el que no nos veremos (volveré a publicar mis artículos en septiembre), les deseo que tengan mucha suerte. Por si acaso.