La policía encuentra un arma al lado del cuerpo de la exmodelo, hallada muerta este lunes en Irlanda.
La exmodelo estuvo casada durante 21 años con el artista y tuvieron cuatro hijos.
Lucy Birley, la exmujer del cantante estadounidense Bryan Ferry, ha muerto este lunes en Irlanda a los 58 años, cuando se
encontraba de vacaciones, según ha informado su actual marido Robin
Birley. La exmodelo británica estuvo casada durante 21 años con el
artista de la banda de rock Roxy Music, y juntos tuvieron cuatro hijos. Se desconocen las causas de su muerte.
"El lunes, Lucy Birley falleció mientras estaba de vacaciones en Irlanda, rodeada de sus queridos perros, Daisy, Peg y Daphne.
Su esposo Robin y sus hijos, Otis, Isaac, Tara y Merlin, están
comprensiblemente devastados y piden que se respete su privacidad
durante este momento difícil", ha indicado el marido de la exmodelo,
según recogen varios medios británicos. Lucy Birley y Bryan Ferry
contrajeron matrimonio en 1982 y se divorciaron en 2003. En su cuenta
de Twitter, el cantante de rock, de 76 años, ha lamentado la muerte de
su exmujer y ha pedido, al igual que el marido actual de Birley, que se
respete la vida privada de la familia. "Estoy muy triste y conmocionado
por esta trágica noticia de la muerte de Lucy. La familia solicita que
se respete nuestra privacidad durante este difícil momento".
La princesa Carolina de Mónaco y la diva del cine francés Carole Bouquet
son dos mujeres con personalidades fuertes, referentes de estilo,
famosas y magnéticas. Han pasado de ser amigas íntimas a consuegras y
próximamente serán abuelas. Las dos están a punto de dar la bienvenida
al primer retoño de sus hijos, Carlota Casiraghi y Dimitri Rassam, que nacerá a finales del verano. Han llevado vidas paralelas intensas, unidas también por la tragedia, el amor, el desamor y la moda.
Ambas
nacieron en 1957. Carolina fue popular desde la cuna, por ser la
primogénita del príncipe Rainiero III de Mónaco y la diva de Hollywood Grace Kelly. Carole vivió en el anonimato hasta la década de los setenta, cuando
conquistó el estrellato de la mano del director Luis Buñuel con Ese oscuro objeto de deseo. Después se convirtió en chica Bond y hoy es de las actrices más respetadas de Francia. Durante su juventud las dos se cruzaron en numerosas fiestas en Studio
54 de Nueva York, en París y en Montecarlo; vivieron amores fallidos; se
convirtieron en iconos de belleza y elegancia y compartieron asientos
en primera fila de desfiles de moda. Ambas aún conservan una estrecha relación personal con Karl Lagerfeld,
el diseñador de Chanel. Mientras que Carole fue la imagen del perfume
Chanel n. 5 durante más de una década, Carolina se consagró como musa
del creador y una de sus grandes embajadoras.
Juntas también conocieron la tragedia. Las dos quedaron viudas muy
jóvenes y tuvieron que salir adelante solas con niños pequeños. Carolina
perdió a su marido, el empresario italiano Stefano Casiraghi
en 1990 en un accidente naútico, cuando ella tenía 33 años y él apenas
30. La pareja tenía tres hijos: Andrea, Carlota y Pierre, de seis,
cuatro y tres años.
Carole había despedido en 1985, a su esposo, el productor libanés
Jean-Pierre Rassam. El cineasta, que a lo largo de su vida había acusado
problemas con las drogas, se suicidó a los 43 años con un cóctel de
barbitúricos. Su hijo Dimitri tenía tres años.
Parejas y solidaridad
Después de varias parejas fugaces, las dos retomaron su vida
sentimental con hombres que guardaban cierto parecido entre sí. Carolina
con el príncipe Ernesto de Hannover, con quien se casó, embarazada de
su hija Alexandra, en 1999 y del que se separó diez años después, aunque
nunca han llegado a divorciarse oficialmente.
Carole compartió diez años con el actor Gerard Dépardieu. Ambos son
exorbitantes y con cierta tendencia a enfrascarse en situaciones
desenfrenadas, a menudo relacionadas con los excesos y el alcohol. Las
dos parejas mantienen una buena relación. Los hijos de Depardieu adoran a
Carole y los de Hannover consideran a Carolina una más de la familia.
La actriz y la princesa también comparten una vertiente solidaria.
Bouquet es portavoz de una federación de asociaciones que ayuda a niños
víctimas de violencia, La voix de l'enfant (La voz del niño). Y Carolina preside la Asociación mundial de amigos de la infancia (AMADE) y la fundación Princesa Grace. También frecuentan amigos comunes. Robertino Rossellini, que mantuvo
una relación con la princesa de Mónaco cuando esta tenía 25 años, fue
quien le presentó a Stefano Casiraghi. Y su hermana Isabella, ambos hijos del director Roberto Rossellini y la
actriz Ingrid Bergman, fue quien llevó por primera vez a Bouquet a la
isla de Pantelaria, su refugio desde entonces, donde cultiva viñedos y elabora vino y donde se celebrará previsiblemente el enlace de Carlota y Dimitri cuando se solucione el arduo divorcio entre Rassam y su expareja, la modelo Masha Novoselova.
La
heredera al trono empieza a tener una imagen pública y compromisos
oficiales, que se afianzan con su primer viaje oficial y esta nueva
creación.
Una niña que parece la replica de su madre.
A sus 12 años, la princesa Leonor
se prepara para el gran salto. El que la hará pasar de ser una
estudiante del colegio de Santa María de los Rosales a asumir, poco a
poco, sus funciones como heredera de la corona. Aunque este verano se
encuentra de vacaciones junto a su hermana, la infanta Sofía, en un campamento de verano en Estados Unidos, a partir del próximo curso la pequeña se irá incorporando a tareas institucionales. La
primera señal de ello será el lanzamiento de una moneda que ya ha sido
anunciada por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Se tratará de una
tirada especial de un millón de monedas que costarán 30 euros —aunque no
servirán como método de pago— y saldrán a la venta el 22 de octubre,
aunque se puede reservar en las entidades bancarias a partir del día 30
de julio. Aunque queden meses, ya se ha desvelado la imagen de la
heredera en el reverso de la misma, en el que aparece detrás de su
padre, el rey Felipe VI. Arriba les rodea la inscripción "Felipe VI y
Leonor Princesa de Asturias"; abajo, "España, 2018".
La moneda con la imagen de la princesa Leonor. Lo cierto es que no hay un gran parecido entre el verdadero rostro
de la princesa y el que está tallado en la moneda. La niña aparece con
una nariz afilada, labios finos, ojos estrechos y frente ancha, lejos de
sus rasgos suaves y redondeados. Su padre, sin embargo, sí resulta más acertado.
Por delante, la moneda reproduce el escudo de Asturias sobre una
cinta de la bandera de España, y es que está dedicada a los 1.300 años
de la fundación del Reino de Asturias. También se celebran los 100
años de la proclamación de los Picos de Europa como Parque Nacional, el
primero de España, y el centenario de la coronación de la virgen de
Covadonga. Así, la princesa Leonor acudirá a Asturias a su celebración, en el que será suprimer viaje oficial. El perfil público de Leonor de Borbón, que acaba de terminar primero
de la ESO, se ha visto impulsado desde principios de año. Su primer acto
solemne tuvo lugar con la imposición del Toisón de Oro, símbolo de la continuidad de la dinastía borbónica creado en el siglo XV, el pasado 30 de enero, día que su padre cumplía 50 años. Un acto en el Palacio Real al que acudieron unas 80 personas, entre
ellas la reina Letizia y la infanta Sofía y los abuelos de la niña, los
reyes Juan Carlos y Sofía, además de los presidentes del Gobierno, el
Parlamento o el Poder Judicial y una veintena de niños de edades
similares a la de Leonor.
Recordamos dónde leímos aquella obra, o cómo era la portada. Pero nos suele costar más evocar el argumento.
Es bastante frecuente recordar los lugares en los que se ha leído:
sobre la toalla en la playa y cerca de unos pinos; en unas gradas en un
parque de atracciones; en un apartamento mínimo en la habitación desde
la que se oía el tren; en la mesa de la cocina de la casa familiar. Sin
embargo, cuesta un poco más recordar qué libro se leyó en qué lugar,
quién era el autor, o el argumento. Aunque a veces se recuerda que tenía
la portada roja o que era una edición de bolsillo.
Es decir, conservamos recuerdos de la sensación física de
leer, pero menos de lo que se ha leído. “Casi siempre me acuerdo de
dónde estaba y me acuerdo del libro. Me acuerdo del objeto físico”, le
dijo Pamela Paul, editora de The New York Times Book Review, a Julie Beck en un reportaje en The Atlantic. Sigue: “Me acuerdo de la edición, me acuerdo de la portada, suelo
recordar dónde lo compré o quién me lo dio. Lo que no recuerdo —y es
terrible— es todo lo demás”. “Lo que más recuerdo de la colección de
cuentos de Malamud El barril mágico es la cálida luz del sol en
la cafetería los viernes en los que la leí antes del instituto. Le
faltan los puntos más importantes, pero es algo. La lectura tiene muchas
facetas, una puede ser la mezcla indescriptible, y naturalmente fugaz,
de pensamiento y emoción, y las manipulaciones sensoriales que ocurren
en el momento y luego se desvanecen. ¿Cuánto de la lectura es entonces
una especie de narcisismo, un marcador de quién eras y de qué estabas
pensando cuando te encontraste con un texto?”, escribe Ian Crouch en The New Yorker a propósito de leer y olvidar lo leído. Hay afortunados que son capaces de recordar las tramas de películas,
series y libros, pero para la mayoría, como escribe Beck, es “como
llenar una bañera, sumergirse en ella y luego ver cómo el agua se va por
el desagüe: puede dejar una fina película en la bañera, pero el resto
ya no está”. Hay algunas razones científicas para explicar esto, y
tienen que ver con lo que se llama “curva del olvido”, que es la
velocidad con la que olvidamos algo, y que es más intensa durante las
primeras 24 horas después de haber aprendido algo, a no ser que se
repase. Eso explicaría que los libros que se leen de un tirón, o las
series que se devoran de una sentada, se olviden más fácilmente: no se
ha hecho trabajar a la memoria de recuperación. De hecho, se sabe que quienes consumen una serie viendo un capítulo a la
semana o al día la recuerdan mejor que quienes la ven entera en un día. Leer un libro de un tirón a veces supone olvidarlo antes porque solo
está funcionando la memoria de trabajo, no hay repaso. En parte siempre
ha sido así, pero según Jared Horvath, investigador de la Universidad de
Melbourne, al que cita Beck, “la forma en que ahora se consume
información y entretenimiento ha cambiado el tipo de memoria que
valoramos”. La memoria de recuperación es ahora menos necesaria, en
parte gracias a Internet, y en cambio, para Horvath, la memoria de
reconocimiento es más importante. La posibilidad de tener el acceso a la
información hace que no haga falta memorizarla. Eso lo da Internet, la
gran biblioteca global, pero también algunos de sus antecesores, como
los libros, los casetes o los VHS. De hecho, Sócrates ya se mostró en
contra del “uso de las letras”, como una suerte de memoria externa que
iba a hacer que no se memorizara. Hoy sabemos de esa reticencia del
filósofo frente a la letra escrita, y de todo su pensamiento, gracias a
los diálogos de Platón, que quedaron recogidos por escrito.
En Contra la lectura, la profesora y ensayista Mikita Brottman recupera este fragmento de El tiempo recobrado,
de Proust, un gran explorador de la confluencia entre lectura y
memoria: “Un libro que leímos no permanece unido para siempre solo a lo
que había en torno a nosotros; sigue estándolo fielmente también a lo
que nosotros éramos entonces, y ya solo puede volver a ser sentido,
concebido, mediante la sensibilidad, mediante el pensamiento, por la
persona que éramos entonces”. Brottman también cita las memorias de Azar
Nafisi, Leer Lolita en Teherán, donde escribe: “Si un sonido
pudiera guardarse entre las páginas del mismo modo que una hoja o una
mariposa, diría que entre las de mi Orgullo y prejuicio,
la novela más polifónica de todas…, está escondido, como una hoja de
otoño, el sonido de aquella sirena [antiaérea]”. Esa relación con los
libros leídos y a veces olvidados explica la existencia de las memorias
bibliófilas. El libro de Brottman pertenece en parte a ese género, Leer Lolita en Teherán, completamente. Pamela Paul lleva el suyo desde los 17 años. Sobre ese diario de lecturas ha escrito My Life with Bob: Flawed Heroine Keeps Book of Books, Plot Ensues [Mi vida con Bob: la heroína defectuosa guarda el libro de los libros, sigue la trama]. Según recogía un artículo en el Financial Times,
estamos en un buen momento para las bibliomemorias. Lucy Scholes
escribió sobre el género: “Una bibliomemoria es una invitación abierta a
buscar en los estantes de la biblioteca de otra persona; una oferta que
yo, y claramente también muchos otros, encuentro difícil de rechazar”. El capítulo del expurgo de la biblioteca de don Quijote siempre se ha
leído como una crítica literaria más o menos camuflada, también como una
declaración de las fuentes deEl Quijote,
pero es también una lista de libros leídos, es decir, una
bibliomemoria. Y el deseo de recoger su biblioteca esencial fue el
primer impulso que llevó a Ismael Grasa a escribir La hazaña secreta,
un libro que, entre otras muchas cosas, es un diario de lecturas. Alberto Manguel ha cultivado el género con brillantes resultados. En Packin my Library,
escribe que escritores y lectores siempre se han preguntado si la
literatura tiene un papel en la formación de un ciudadano. Lucy Scholes
responde que “en su exploración de la relación simbiótica entre la vida y
la literatura, la bibliomemoria parece ser un grito de guerra
afirmativo”. Aloma Rodríguez es escritora y miembro de la redacción de Letras Libres. Es un género que tiene su propio acrónimo: Bob, book of books.