Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 jun 2018

El bar de la esquina.......................................Rosa Montero

En España hay 260.000 locales, uno por cada 175 habitantes, la cifra más alta de la Tierra.
 Somos la primera potencia mundial del codo en barra.

LA OTRA NOCHE estuve un rato en el bar de la esquina. 
Es decir, en uno de los cientos de miles de bares de la esquina que hay en España, esos locales que, en nuestra sociedad, hacen las veces de iglesias laicas o de centros comunitarios, piedras fundamentales de la vida del barrio.
 Este establecimiento en concreto, además, está de verdad en un esquinazo y por añadidura se encuentra a un tiro de piedra de mi casa, tal y como debe ser según las normas sagradas y no escritas del parroquiano tradicional.

En España hay 260.000 bares, uno por cada 175 habitantes, la cifra más alta de la Tierra (datos de 2016 de la consultora Nielsen). Repito: somos la primera potencia mundial del codo en barra.
 Para hacernos una idea de la enormidad de nuestra afición, digamos, por ejemplo, que tenemos más bares que la suma de todos los que hay en Estados Unidos.

Si añadimos los restaurantes, nos ponemos en 350.000, es decir, un establecimiento de hostelería por cada 129 habitantes, pero ahí ya somos los segundos porque nos gana por un pelo la diminuta Chipre con uno por cada 124 personas.
 Esto es interesante, porque resalta que en otros países tal vez le den mayor importancia a lo gastronómico, mientras que lo verdaderamente extraordinario en nuestra cultura es el antiguo y acendrado apego al bareto.
 ¿Y qué significaría esto? Pues que somos animales eminentemente sociales.
 Que necesitamos el roce, el aliento, la compañía, el calor de los nuestros.
 Que, para vivir, tenemos que sentir que formamos parte de un grupo.
 Quizá sea un rasgo primitivo.
 Un residuo de los usos de la horda. 

Ya he citado alguna vez aquel famoso estudio que Coca-Cola hizo en España hará unos cinco años sobre el tema, con datos tan despampanantes como el hecho de que más de dos tercios de los españoles conocen el nombre del camarero de su bar favorito, o que casi el 30% le dejaría al camarero las llaves de su casa con total confianza. 
En realidad, esto es algo que sucede bastante a menudo: vecinos que dejan las llaves en el bar para el electricista o el fontanero que tiene que arreglar algo en casa, o para el amigo que va a venir a alojarse durante algunos días, o para la hija que se ha olvidado el bolso.
 Y es que lo que yo llamo el bar de la esquina, o sea, el de siempre, sirve de oficina de correos, de almacén, de conserjería, de agencia informativa barrial.
 Los extranjeros, sobre todo los de procedencia protestante, no entienden lo que significan los bares para nosotros.
Para ellos son centros de perdición, tenebrosos lugares de pecado, mientras que para nosotros son locales familiares, ese sitio confortable y seguro en el que festejas tus cumpleaños y al que vas con tus niños.
 Me recuerdo de muy pequeña, en las tórridas noches estivales de un Madrid sin aire acondicionado, tomando horchata con mis padres a la una de la madrugada en la puerta del bar de la esquina. Pura magia.
 Yo llevaba tiempo sin pisar un bar: me debo de estar desnaturalizando. 
Pero la otra noche entré en el garito de la esquina y experimenté una inmediata sensación de reconocimiento.
 Como quien vuelve a casa. 
Era de madrugada y había pocos clientes; algunos, como yo, emparejados, la mayoría solos. 
Todos hablábamos con todos, pero sin molestar, mientras que la camarera, a quien no conocía, se convertía en la sabia hechicera que administraba, restañaba y acogía esa momentánea conjunción de soledades.
 Vi a un hombre que no paraba de rebuscar entre varias bolsas de plástico, a una mujer diminuta y mayor que apenas llegaba a la barra, a un chico joven emigrante de sonrisa tímida.  

Y la camarera los llamaba por sus nombres, y sabía lo suficiente de sus vidas como para que se sintieran formar parte de algo.
 Fuera se agolpaba la oscuridad y dentro había un refugio sin exigencias. 
Yo creía que este tipo de negocios tradicionales estaban desapareciendo, barridos por los estridentes bares juveniles.
 Pero, según datos oficiales, de cada diez locales de copas que hay en nuestro país, seis siguen siendo estas modestas empresas familiares, oasis de tibieza en el asfalto.
 Cuánto más sufrimiento habría en España sin los bares.
 Sin estos lugares protectores en donde siempre conseguirás que alguien te mire. 

Exasperación inducida....................................Javier Marías..

Están de moda la ira, la indignación y el furor.
 Todo es “intolerable” e “histórico” y “cataclísmico”, y las multitudes deciden qué es punible.

 CIERTO QUE LA SITUACIÓN de nuestro país no invita al optimismo ni a la tranquilidad. 
Tampoco la del mundo, con individuos ególatras como el lunático Trump, el artero Putin y el ya vitalicio Xi como máximos acumuladores de poder.
 Pero todavía (cuando esto escribo) no hay nada demasiado trágico ni absolutamente irremediable.
 No existen guerras de entidad, y eso ya es mucho teniendo en cuenta cuál es la empecinada historia de la humanidad. 
Numerosas familias viven en la pobreza o están a punto de caer en ella, pero tampoco hay una hambruna generalizada (hablo sólo de nuestros países occidentales, claro está).
 Por suerte, ninguna de las plagas con que la OMS nos alarma cada año se han convertido en tales.
 En cuanto a España, dentro de la gravedad, a lo largo de casi seis años de procés no se ha producido un solo muerto, y no era difícil que cayera alguno.
ETA paró de matar y se ha disuelto, y nunca está de más recordar cuántos asesinatos cometía al mes durante los ochenta y los noventa del pasado siglo.
 Y sin embargo, desde hace por lo menos un lustro percibo en la gente un estado de exasperación al que personalmente no veo mucha justificación.
 Lo percibo a nivel colectivo y a nivel individual.
 He hablado aquí de esos sujetos que no pasan una; que, si cometen una infracción y alguien se atreve a afeársela, son capaces de agredir a ese alguien o de pegarle un tiro. 
Hay demasiados sulfurosos que saltan por cualquier cosa, y a la primera. 
Lo mismo sucede con las masas: en seguida se encolerizan, no vacilan en echarse a la calle para protestar o maldecir, unas veces con razón y otras con exageración.
 Están de moda —extraña y desagradable moda— la ira, la indignación, el furor. 
Todo es “intolerable” e “histórico” y “cataclísmico”, cualquier abuso es tildado de “genocidio” (hubo quien así calificó las estúpidas cargas policiales del 1 de octubre en Cataluña), las multitudes deciden qué es punible, y lo que opinen jurados o jueces les trae sin cuidado.
El asunto más baladí se convierte en cuestión de Estado o por lo menos de referéndum.
 Yo supongo que parte de la culpa de la exasperación continua y en el fondo inmotivada la tienen las redes sociales, que por suerte no he frecuentado jamás.
 Muchos ingenuos se informan sólo a través de ellas, y así tienen una visión permanentemente distorsionada, falseada y melodramática de la realidad.
 Pero no son sólo ellas, o bien es que ellas han contagiado e infectado a los periódicos y a los telediarios.


Estos últimos (sean los parciales y torpísimos de TVE o los parciales y bufonescos de la Sexta) no sólo disparan sus decibelios para tratar cualquier tontada, sino que exprimen la tontada en cuestión hasta convertir sus informativos en extenuantes monográficos. 
 Si hay nevadas, se anuncian catástrofes varias durante veinte minutos; si se cae un árbol que mata o no mata, logran que la población entera mire todos los árboles con pavor y no ose entrar en un parque;
 si un par de políticos han falseado o inflado sus curricula (algo que seguramente hace el 80% de la ciudadanía), eso ocupa horas y horas de noticias y tertulias a lo largo de jornadas sin fin; si una pareja de líderes se compra un chalet, corren ríos de tinta y palabra al respecto y se organiza un megalómano plebiscito para ver si puede seguir en el cargo (en este sentido estoy muy decepcionado de que en su momento Pablo Iglesias no consultara a las bases podemitas si podía ponerse corbata o no; se le ha visto llevar sin permiso tan sospechosa prenda más de una vez). 
Los sucesos, que hasta hace unos años eran noticias secundarias, se han adueñado de los informativos, trasladándole al espectador una sensación de que se delinque sin parar, de que estamos amenazados por mafias internacionales sin cuento, de que millares de ciudadanos son asaltados o violados, de que vivimos acogotados:
cuando lo cierto es que España es, por fortuna, uno de los países con más bajos índices de criminalidad del planeta (no quiero ni pensar que nuestra situación fuera la de Venezuela, México, Honduras o Estados Unidos, con sus demenciales matanzas en las escuelas y por doquier). 
Este alarmismo perpetuo, esta exageración deliberada, esta alerta inducida en la que nos sumergen los medios, va minando nuestro ánimo y nuestra templanza.
 La gente vive en vilo e innecesariamente sobresaltada, va de susto en susto y de irritación en irritación. 
Yo mismo he comprobado este histerismo, tras escribir opiniones tan inocuas como que cierto tipo de teatro no me gustaba o que me era imposible suscribir la grandeza de una poeta santificada por decreto municipal. 
Se ha conseguido no sólo que muchas personas estén exasperadas, sino que busquen más motivos de exasperación, que se nutran de ella y se regodeen en ella; y que, si no los hallan, se los inventen. Hace demasiado tiempo que nada se vive con sosiego, que la existencia cotidiana está contaminada de desquiciamiento, que casi todo es objeto de desmesura y exageración. 

Francamente, no creo que sea la mejor manera de pasar de un día a otro, y eso, nos guste o no, es lo que nos toca a los vivos, pasar serena y modestamente de un día a otro y atravesar las noches sin angustias extremas.
 Inclementes políticos, periodistas y tuiteros: déjennos intentarlo, por favor. 

16 jun 2018

Jesús Vázquez: “Estoy aprendiendo a decir no”............... Luz Sánchez-Mellado .

El presentador y yerno perfecto de España cumple 30 años en antena y más de una década como embajador de ACNUR.

   

Sí, es tan alto y tan guapo y tan simpático como en la tele. Recuerda a la periodista de una entrevista de hace siglos, llama por su nombre a todo el mundo y gasta una complicidad cien pueblos más allá de lo exigible.
 Nos vemos en la sede de Telecinco, donde una legión se afana en montar el tinglado—de helicópteros para arriba— para recibir a los finalistas de Supervivientes.
 No parece impresionado. Él ya lo presentó en su día.
 Y Gran Hermano. Y Operación Triunfo. Y La Voz. Y Factor X. Salvo informativos, lo ha presentado todo en esa casa, como atestigua su marido, Roberto Cortés, que le acompaña en sus aventuras desde su boda en 2005.
Aquél fue un gran año. Presentaba 'OT'. Estaba en lo más alto.Vamos para arriba o para abajo?Hombre, yo me veo mejor.
Más tranquilo, más seguro. Con una carrera detrás que te da cierta confianza. 
Digamos que tengo más cogidas las riendas del oficio.

¿Tanto tardó en cogerlas?Sí, estoy menos nervioso desde hace solo un par de años.

 Soy muy inseguro en general. Me entran miedos. Me dicen que por qué, si lo tengo todo resuelto.

 Ni siquiera sé por qué, pero los tengo. 


¿Qué le hizo hacer 'clic'?He ido a terapia muchos años. Pero fue una decisión. Creerme lo que la gente me decía. Yo era un privilegiado. Lo tenía todo: salud, dinero y amor. Y no podía disfrutarlo. Estaba siempre un paso por delante. Decidí que no iba a vivir con ese estrés, esa angustia y esa ansiedad, y lo estoy logrando.


¿No sabe decir que no?
Exacto ¿Cómo lo sabes?


Porque a mí también me pasa.
Pues sí, mi vida cambió cuando empecé a aprender a decir que no a cosas que no me apetece hacer.

 Las haces por agradar, por no defraudar, y te producen una gran frustración.
 Es muy difícil decir no. Aún estoy aprendiendo.

¿Los 53 son una edad muy mala también para un señor?Los 50 me costaron una pequeña crisis.
 El 'clic' que decías coincidió con eso. Te dicen de usted, te piden autógrafos para sus madres. Ves que tienes una edad.
 Y, sí, es complicado, pero lo asumo.

¿La crisis de los 50 es un problema del primer mundo para usted que ha visto los del tercero?
Totalmente, como los trastornos alimentarios, la ansiedad y todas las cosas que nos creamos en este mundo tan supuestamente perfecto pero en el que la gente sufre tanto. 

Todo eso allí, en los lugares que yo visito, les daría la risa.
 No existen. Lo cual no quiere decir que aquí no suframos.

¿Nuestro estrés es un 'estresito' comparado con el suyo?El suyo es de vida o muerte.
 El nuestro nos lo hemos creado nosotros en esta sociedad en la que vamos tan rápido. 
Cuando tienes que luchar por sobrevivir, no tienes tiempo de pensar si tienes ansiedad como la entendemos aquí.
¿La ansiedad porque “el dato' de 'share' sea bueno, por ejemplo?Por ejemplo. Durante años, el dato ha sido el protagonista de mi vida. He vivido por el dato, porque mi empresa quiere ser lider y tengo que contribuir a ello. Pero yo me levanto con el dato, y es una esclavitud. Ahora trabajo para que no sea lo más importante.

¿Cómo anda de ego, usted que tiene que lidiar con tantos? Yo no tengo ego, puedes ponerlo así de claro. Pero, sí. Estoy rodeado de egos descomunales. y me parece horrible.
 No sé por qué la gente se cree algo por entretener a los demás en la televisión.

Habrá visto mucho juguete roto en sus 30 años en antena.He visto muchas torres cayendo. 
Y muchas de esas torres cayeron por su ego. No voy a poner nombres pero la lista es enorme.
 Y es absurdo. Toda la gente importante que he conocido, la que realmente hace algo por los demás no tiene ego. No somos nadie.

¿Cómo es usted tan perfecto?Pues mira, estoy yendo al psicólogo, o sea, que tan perfecto no soy. No duermo. La adrenalina es la droga natural más potente que existe. Y cuesta bajar la adrenalina que te da el directo en la tele.

Lleva 30 años enganchado.Sí, soy el yonqui de la adrenalina: ya tienes titular, que te veo.

Ya veremos. Hasta la próxima.Para entonces espero que hayas logrado aprender a decir no.

Tres venganzas resueltas a balazos....................... F. Javier Barroso..

Dos clanes familiares de mercheros han sufrido tres asesinatos por una supuesta infidelidad en tres años.

Acusados por el crimen de Arroyomolinos en la Audiencia Provincial de Madrid.
Acusados por el crimen de Arroyomolinos en la Audiencia Provincial de Madrid.
Dos familias, tres asesinatos y una supuesta infidelidad. 
Detrás de las muertes de tres varones de clanes enfrentados se encuentra una historia de odio, balazos y de venganza.
 La primera víctima fue Juan Fernández, un merchero de 64 años que acusó presuntamente a su hija, Yolanda F. L., de ser infiel a su marido, Luis R. D., conocido como Luisito, con su tío político, Marcelo D. P.
 Estos dos últimos también han muerto a tiros en un año y medio.

Yolanda y Luisito pertenecen a dos familias enfrentadas de mercheros. 
Así lo han defendido esta semana tanto el fiscal y la acusación particular en el juicio que se desarrolla en la Audiencia Provincial de Madrid por el asesinato de Juan Fernández. 
Este ocurrió el 29 de septiembre de 2015 en su empresa Furgo Fer, en Arroyomolinos. 
 “Los mercheros viven al margen de la sociedad en general.
 Tienen sus propias normas y no creen ni en la justicia ni en la policía”, explicó gráficamente el fiscal Javier Sarriá en la primera sesión de la vista oral.
La tesis que mantienen el fiscal y la abogada de la acusación particular (ejercida por dos de los cinco hijos del fallecido), Ana Madera, es que la primera víctima, Juan Fernández, y su esposa Encarnación acusaron en público y ante otras personas a su hija Yolanda de ser infiel a su marido Luisito.
 Este cumplía condena por un delito de robo con violencia.
 Según las acusaciones, la mujer estaba liada con Marcelo D. P. “Yolanda urde un plan para limpiar su honor y aprovecha sus visitas a la cárcel para inducir a su marido a que mate a su padre”, afirmó la letrada Madera. 
“Los mercheros no son de denunciar ante la policía ni de chivarse de nada. Jamás van a ir a una comisaría a contar nada.
 Esperan a que alguien les diga quién ha sido”, añadió la abogada.

Según ambas acusaciones, Luisito salió de la cárcel de Navalcarnero en un permiso penitenciario la tarde del 28 de septiembre de 2015. 
A la mañana siguiente se dirigió con su padre, Rafael R. M., a Arroyomolinos.
 “Uno de ellos sacó medio cuerpo por la ventanilla y efectuó cuatro disparos.
 Uno de estos le atravesó el cuerpo a Juan Fernández y le causó la muerte”, resumió el fiscal en el juicio.
Los dos matrimonios (Rafael R. M. y María Yolanda D. P.; Luisito y Yolanda F. L.) pasaron la noche en un piso franco en Coslada hasta que llegaron a San Feliu de Guixols (Girona). 
Allí se escondieron con identidades falsas hasta que los agentes de Homicidios de la Guardia Civil les detuvieron en febrero de 2016.

La venganza, sin embargo, continuaba latente entre ambas familias. Los Fernández habían perdido a su padre y, fieles a sus leyes, no lo iban a dejar en manos de la justicia.
 La mañana del 8 de septiembre de 2016, el tío de Luisito y supuesto amante de su mujer salía de un garaje situado en la calle de Las Palmas, en pleno centro de Móstoles.
szwq Un hombre se acercó al coche de Marcelo y le descerrajó dos disparos que le mataron en el acto. 
 El asesinato todavía está sin resolver.
 “Los hermanos de Yolanda dijeron que iban a matarla por lo que había hecho a su padre, pero entonces se metió la madre.
 Dijo que, como alguien tocara a su hija, ella se cortaba el cuello. Por eso no la han hecho nada hasta ahora”, explican fuentes de la Guardia Civil.
Sin embargo, el que sí continuaba marcado era Luisito.
 Este fue asesinado el pasado 7 de abril cuando salía del despacho de su abogado Marcos García Montes, en el distrito de Chamberí. Se le acercaron tres hombres y le dispararon a la cabeza.
 La madre asegura que fueron los hermanos de su nuera Yolanda. Según su versión, a uno de ellos se le cayó el pasamontañas cuando la agredía, por lo que le pudo reconocer. 
 Fuentes de la familia Fernández lo niegan. Tampoco hay detenidos por este crimen, que sigue sin estar esclarecido.
La amenaza se cierne ahora sobre el padre de Luisito, Rafael R. M. Al igual que su esposa y su nuera, están bajo protección policial y viven en un piso franco de la policía fuera de la capital.
 Los tres van en coche camuflado hasta la Audiencia Provincial para acudir al juicio. 
Temen que los Fernández quieran acabar también con su vida. 
La historia de odio, venganza y balazos quizás aun no haya terminado.