19 abr 2018
La mujer que venció al sistema...................... VIVIAN GORNICK
Vivian Gornick publica unas memorias que son el autorretrato de una feminista independiente. Babelia ofrece un extracto.
Mi madre recibió la invitación al almuerzo anual de benefactores de
la Filarmónica y me invitó a que la acompañara. Su asistencia cada año a
este almuerzo es motivo de broma en la familia.
Cuando ya llevaba treinta años suscrita a los conciertos de la tarde de los viernes en la Filarmónica, la invitaron —a ella, que vivía de la Seguridad Social y una exigua pensión del sindicato— a almorzar con el relaciones públicas de la orquesta.
Mi madre pensó que querían darle las gracias por haber sido una leal amante de la música, pero resultó que la estaban cortejando como una posible mecenas que recordaría a la Filarmónica en su testamento.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, dijo:
—¡Ah! Así que es mi dinero lo que buscan. Está bien, les dejaré doscientos dólares.
El relaciones públicas, acostumbrado a donaciones de miles de dólares, estaba perplejo.
—¿Doscientos? —repitió, incrédulo.
—Bueno —respondió mi madre indignada—, quinientos.
Cuando ya llevaba treinta años suscrita a los conciertos de la tarde de los viernes en la Filarmónica, la invitaron —a ella, que vivía de la Seguridad Social y una exigua pensión del sindicato— a almorzar con el relaciones públicas de la orquesta.
Mi madre pensó que querían darle las gracias por haber sido una leal amante de la música, pero resultó que la estaban cortejando como una posible mecenas que recordaría a la Filarmónica en su testamento.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, dijo:
—¡Ah! Así que es mi dinero lo que buscan. Está bien, les dejaré doscientos dólares.
El relaciones públicas, acostumbrado a donaciones de miles de dólares, estaba perplejo.
—¿Doscientos? —repitió, incrédulo.
—Bueno —respondió mi madre indignada—, quinientos.
En el comedor del Lincoln Center, la presentación ya ha comenzado.
Este mismo relaciones públicas está de pie frente a una pizarra llena de números; tiene un puntero en la mano y se dirige a todos los invitados de la sala.
Hombres y mujeres ocupan las pequeñas mesas redondas y, aunque van engalanados con trajes azules y vestidos de seda, su aspecto no es muy distinto del de mi madre, que va vestida de poliéster. La edad mide a todos con el mismo rasero.
Mi madre se sienta en una silla vacía, tira de mí hasta la que hay a su lado y llama imperiosamente al camarero para que le traiga una ensalada de pollo.
—Y cuando mueran —dice el hombre de la pizarra—, la Filarmónica podrá obtener la cantidad que ustedes hayan donado con estas deducciones que les he comentado.
Si eligen el plan B, es posible que sus hijos aleguen que perderán cuarenta mil dólares en costes tributarios y fiscales.
Pero —sonríe ampliamente a la audiencia— ése es un problema de fácil solución. Contraten una póliza de seguros y déjenles cuarenta mil dólares más.
Mi madre me mira divertida; después, resopla y lanza una ruidosa carcajada mientras el relaciones públicas sigue ilustrando a los presentes sobre cómo dejar cien mil dólares limpios a la famosa orquesta.
La gente se vuelve para mirarla, pero a ella le da igual: se lo está pasando bomba.
He aprendido a mantener la calma en estas situaciones.
Cuando terminamos de comer, se levanta sin vacilar y se apresura a colocarse en la cola de invitados que se ha formado para estrecharle la mano al relaciones públicas.
Cuando éste la ve, la toma afectuosamente de la mano y le dice en tono audible:
—¡Hola! ¿Cómo está?
—¿Sabe quién soy? —le pregunta mi madre con coquetería.
—Por supuesto —dice él sinceramente.
Ella se queda parada con una sonrisa de oreja a oreja. Él sabe quién es.
Es la mujer que ha vencido al sistema.
No tiene dinero, pero ahí está, con un ojo puesto en los nuevos ricos mientras éstos espolvorean parte de sus ganancias ilícitas sobre la cultura.
Es el punto álgido de la mañana, el triunfo del día; después de algo así, todo es anticlímax. Intenté por todos los medios que mi madre fuera feminista, pero esta mañana compruebo que, para ella, nada es más importante en este mundo que la lucha de clases.
No importa.
Al final, para sentirse estimulado, una cosa es tan buena como la otra.
La mujer singular y la ciudad. Vivian Gornick. Traducción de Raquel Vicedo. Sexto Piso, 2018. 148 páginas. 19,90 euros.
Las 50 mejores novelas en castellano del siglo XX
LIBROS RECOMENDADOS DE Librotea
Las 50 mejores novelas en castellano del siglo XX
Tratar
de encontrar la mejor novela escrita en castellano durante el siglo XX
es algo así como tratar de dar con el Santo Grial. Hablamos de un
periodo marcado por los conflictos y las guerras. Movimientos sociales y
políticos que se tradujeron en una explosión de estilos literarios.
A
eso hay que sumar que cada lector tiene su propio criterio y sus propios
gustos.
Por eso en Librotea nos marcamos un objetivo menos ambicioso:
hemos confeccionado una lista con cincuenta títulos.
Una selección
elaborada desde un criterio subjetivo, en la que no imponemos un orden
jerárquico y abierta a nuevas propuestas.
Público y crítica coinciden en que autores como
Vicente Blasco Ibáñez, Ramón María del Valle Inclán, Pío Baroja o
Francisco Ayala son piedras angulares de la literatura hispanoamericana
del pasado siglo.
Queda justificada aquí la presencia de obras como Cañas y barro o Tirano Banderas.
Le llevamos la contraria a Rafael Sánchez Ferlosio que asegura que es una novela horrible e incluimos El Jarama. Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, y Entre Visillos,
de Carmen Martín Gaite, son otras dos obras imprescindibles de la
literatura española del medio siglo.
Una generación en la que también se
incluyen Carmen Laforet, ganadora del Premio Nadal con Nada, y Ana María Matute, autora de obras fundamentales como Los hijos muertos.
Otra mexicana, Elena Poniatowska, es una de las cuatro mujeres que ha sido galardonada con el Premio Cervantes.
Apostamos por Tinísima, una novela en la que narra la apasionante vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti.
Luis Goytisolo debutó en la literatura con Las Afueras, una obra que se sigue manteniendo medio siglo después.
Su hermano Juan es el autor de Señas de identidad,
un clásico de la literatura española.
No nos olvidamos de otro autor de
clásicos ya universales amén de nuestro último Nobel.
Camilo José Cela
aporta a esta selección una de sus novelas más célebres: La Colmena.
Su amigo Francisco Umbral se desnudó emocionalmente en Mortal y Rosa. Y otro colega, Miguel Delibes, hizo una alegoría de la España de los poseedores y desposeídos en Los santos inocentes.
Corazón tan blanco
es para muchos la mejor novela de Javier Marías.
Imposible no señalar
nombres de los últimos años como los de Rafael Chirbes, Isabel Allende,
Luis Landero o Antonio Muñoz Molina.
O el del añorado Roberto Bolaño,
que se convirtió en inmortal con Los detectives salvajes.
Las mias "Cien Años de Soledad", E ntre VisillosCarmen Martín Gaite,La Ciudad de los Prodigios Eduardo Mendoza,Niebla de Unamuno,Las Afueras de Goytisolo,Como Agua para Chocolate de Laura Esquivel,Rayuela de Cortazar,Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante,El Tunel de Sabato, La Casa de los Espíritus de Isabel Allende,Los Gozos y Las Sombras de Torrente Ballester,
Ana María Matute, Los hijos muertos.
Ana María Matute, Los hijos muertos.
Se abre la veda. ¿Cuál es tu favorita?
Hemos
querido reivindicar a escritoras injustamente olvidadas como Concha
Espina o Rosa Chacel. Y poner en valor nombres actuales como los de
Belén Gopegui y su novela La escala de los mapas o Almudena Grandes con Malena es nombre de tango.
Al
otro lado del charco es imposible no mencionar a los autores del Boom
Latinoamericano. Gabriel García Márquez patentó el Realismo Mágico,
escribió novelas como Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba y
ganó el Nobel de Literatura. Un compañero de generación de Gabo y
también laureado por la Academia Sueca, Mario Vargas Llosa, aporta a
esta lista una obra colosal: La ciudad y los perros. Autores del Boom son también los mexicanos Carlos Fuentes y Elena Garro.
Ya no me interesa Vargas Llosa ni Almudena Grandes ni Luis Landero NiMuñoz Molina y de Javier Marias menos.
El Mejor Escritor del S.XX es sin duda Gabriel García Márquez
Muere el doctor Luis Montes, abanderado de la muerte digna
El médico fue perseguido por el PP de Madrid por las sedaciones en el Hospital Severo Ochoa de Leganés.
El doctor Luis Montes (Salamanca, 1949), presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), acusado y posteriormente absuelto, en 2007, de causar la muerte mediante sedaciones terminales irregulares a 400 enfermos del Hospital Severo Ochoa
de Leganés (Madrid), ha fallecido este jueves a los 69 años, según ha
confirmado fuentes de la asociación.
La muerte se ha producido de forma inesperada cuando se desplazaba a un acto vinculado con la asociación, en la que se había volcado durante los últimos años.
Montes, cuya especialización era la de anestesista aunque en Leganés ejercía de jefe del servicio de urgencias, acabó siendo la cabeza visible de un grupo de facultativos del que también formaban parte el ginecólogo Javier Martínez Salmeán, el internista Frutos del Nogal y el otorrino Carlos Barra, entre otros.
Todos ellos coparon cargos de responsabilidad en el Severo Ochoa y el Hospital de Móstoles tras una larga trayectoria en el sur de la Comunidad de Madrid, donde lucharon por imprimir a la práctica de la medicina un marcado carácter progresista y de servicio público.
Un ejemplo es su firme oposición a intentos privatizadores de la sanidad de los Gobiernos del PP. Otro, que se remonta a los años 80, fue su apuesta porque fueran los hospitales públicos los que asumieran la realización de abortos, práctica entonces no siempre accesible para quien la necesitaba y siempre relegada a clínicas privadas.
Desde los pasillos de urgencias de Leganés, Montes decidió en sus últimos años en ejercicio poner fin a lo que, en sus propias palabras, era una de “las grandes cuentas pendientes de la sanidad pública: la muerte digna”.
“La gente sufría y agonizaba durante horas y días sin otra razón que los prejuicios y la ineptitud de muchos facultativos”, solía afirmar.
Esta actitud disgustó a algunos médicos del Severo Ochoa y a los sectores más conservadores del PP madrileño, lo que acabó provocando uno de los mayores escándalos ocurridos en la sanidad pública española durante las últimas décadas.
Tras recibir una denuncia anónima, y sin contar con informe o prueba alguna que sustentara la gravedad de las acusaciones, el entonces consejero de Sanidad de Madrid, Manuel Lamela (PP), purgó a Montes y sus aliados en el Severo Ochoa y puso en marcha una auténtica cacería de brujas contra los facultativos, a los que llegó a acusar implícitamente de decenas de muertes por sedaciones ilegales.
Lamela, en todo momento apoyado por la presidenta regional Esperanza Aguirre, hizo todo lo posible para sustentar las acusaciones.
Creó comisiones para que elaboraran informes ad hoc, juego al que se prestaron algunas de las más destacadas figuras médicas de la Comunidad de Madrid.
Y adoptó cuanta decisión administrativa fue necesaria para lograr que ni Montes, ni su equipo ni quienes salieron en su defensa volvieran a ocupar cargo de responsabilidad alguno.
Pero si Lamela logró en su embestida el apoyo de algunos de los sectores médicos más conservadores —y el silencio cómplice de la entonces presidenta del Colegio de Médicos, Juliana Fariña—, el consejero fracasó rotundamente cuando fue la justicia la que examinó el caso.
En junio de 2007, el juez instructor archivó el caso con una decisión que tenía algo de salomónica.
Por una parte, libraba a Montes y su equipo de toda responsabilidad penal, pero admitía que en cuatro sedaciones se habían producido irregularidades.
Esto dejó insatisfecho a Montes, que recurrió el caso hasta que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid desmontó punto por punto las acusaciones de Lamela y eximió a Montes de cualquier mala práctica.
Empezó entonces otro largo proceso judicial, esta vez sin éxito para Montes y 39 de sus colaboradores, para exigir que fueran resarcidos por los daños morales y económicos sufridos.
Pero para Montes, según sus palabras, lo peor que hizo Lamela fue hacer que "la gente muera peor".
Desde 2009 el doctor era presidente federal de DMD, desde donde defendía la despenalización de la eutanasia, el acceso universal a los cuidados paliativos y a la sedación.
Montes ponía en el centro de su trabajo el derecho a la autonomía, la libertad individual y la voluntad del paciente.
La militancia de Montes se remonta a los tiempos de la oposición al franquismo, donde se volcó en el trabajo comunitario en los barrios de chabolas que abundaban en el norte del actual distrito de Tetuan.
La muerte se ha producido de forma inesperada cuando se desplazaba a un acto vinculado con la asociación, en la que se había volcado durante los últimos años.
Montes, cuya especialización era la de anestesista aunque en Leganés ejercía de jefe del servicio de urgencias, acabó siendo la cabeza visible de un grupo de facultativos del que también formaban parte el ginecólogo Javier Martínez Salmeán, el internista Frutos del Nogal y el otorrino Carlos Barra, entre otros.
Todos ellos coparon cargos de responsabilidad en el Severo Ochoa y el Hospital de Móstoles tras una larga trayectoria en el sur de la Comunidad de Madrid, donde lucharon por imprimir a la práctica de la medicina un marcado carácter progresista y de servicio público.
Un ejemplo es su firme oposición a intentos privatizadores de la sanidad de los Gobiernos del PP. Otro, que se remonta a los años 80, fue su apuesta porque fueran los hospitales públicos los que asumieran la realización de abortos, práctica entonces no siempre accesible para quien la necesitaba y siempre relegada a clínicas privadas.
Desde los pasillos de urgencias de Leganés, Montes decidió en sus últimos años en ejercicio poner fin a lo que, en sus propias palabras, era una de “las grandes cuentas pendientes de la sanidad pública: la muerte digna”.
“La gente sufría y agonizaba durante horas y días sin otra razón que los prejuicios y la ineptitud de muchos facultativos”, solía afirmar.
Esta actitud disgustó a algunos médicos del Severo Ochoa y a los sectores más conservadores del PP madrileño, lo que acabó provocando uno de los mayores escándalos ocurridos en la sanidad pública española durante las últimas décadas.
Tras recibir una denuncia anónima, y sin contar con informe o prueba alguna que sustentara la gravedad de las acusaciones, el entonces consejero de Sanidad de Madrid, Manuel Lamela (PP), purgó a Montes y sus aliados en el Severo Ochoa y puso en marcha una auténtica cacería de brujas contra los facultativos, a los que llegó a acusar implícitamente de decenas de muertes por sedaciones ilegales.
Lamela, en todo momento apoyado por la presidenta regional Esperanza Aguirre, hizo todo lo posible para sustentar las acusaciones.
Creó comisiones para que elaboraran informes ad hoc, juego al que se prestaron algunas de las más destacadas figuras médicas de la Comunidad de Madrid.
Y adoptó cuanta decisión administrativa fue necesaria para lograr que ni Montes, ni su equipo ni quienes salieron en su defensa volvieran a ocupar cargo de responsabilidad alguno.
Pero si Lamela logró en su embestida el apoyo de algunos de los sectores médicos más conservadores —y el silencio cómplice de la entonces presidenta del Colegio de Médicos, Juliana Fariña—, el consejero fracasó rotundamente cuando fue la justicia la que examinó el caso.
En junio de 2007, el juez instructor archivó el caso con una decisión que tenía algo de salomónica.
Por una parte, libraba a Montes y su equipo de toda responsabilidad penal, pero admitía que en cuatro sedaciones se habían producido irregularidades.
Esto dejó insatisfecho a Montes, que recurrió el caso hasta que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid desmontó punto por punto las acusaciones de Lamela y eximió a Montes de cualquier mala práctica.
Empezó entonces otro largo proceso judicial, esta vez sin éxito para Montes y 39 de sus colaboradores, para exigir que fueran resarcidos por los daños morales y económicos sufridos.
Pero para Montes, según sus palabras, lo peor que hizo Lamela fue hacer que "la gente muera peor".
Desde 2009 el doctor era presidente federal de DMD, desde donde defendía la despenalización de la eutanasia, el acceso universal a los cuidados paliativos y a la sedación.
Montes ponía en el centro de su trabajo el derecho a la autonomía, la libertad individual y la voluntad del paciente.
La militancia de Montes se remonta a los tiempos de la oposición al franquismo, donde se volcó en el trabajo comunitario en los barrios de chabolas que abundaban en el norte del actual distrito de Tetuan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)