Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

8 abr 2018

De las pirámides a Stonehenge: ¿eran astrónomos los pueblos de la prehistoria?

Una disciplina científica denominada “arqueoastronomía” o “astronomía cultural” empieza a aportar ideas.

 

De las pirámides a Stonehenge: ¿eran astrónomos los pueblos de la prehistoria?

Melendi: “Fui mi peor enemigo”............................... Luz Sánchez-Mellado

El cantante, que ha evolucionado de artista maldito a ejemplo de la infancia en su papel de jurado en 'La Voz Kids', se confiesa más niño que nunca a sus 39 años.

Aparece, altísimo y flaquísimo, con algo de místico en el cráneo rapado y los ojos hundidos, y se antoja bastante más joven que los 39 años que ha cumplido.
 Hemos quedado en la sede de su disquera, uno de esos espacios ultramodernos para adultos que se creen pos adolescentes.
 Un sitio más refractario a las confidencias, imposible. 
Hechas las presentaciones, se dispone una a intentar exprimir al típico artista en promoción despejando balones, pero el susodicho empieza a cantar él solito sin que nadie le pregunte. 
Su disco se llama Ahora.
 Quizá habría que empezar por el principio.

Y ahora, ¿qué?
Ahora es, paradójicamente, lo que está pasando en mi vida y que había ido postergando o condicionando siempre para más tarde, como un burro que iba detrás de una zanahoria que nunca acababa de morder.
 Ahora es la vida.
¿Postergaba los placeres?
No, el placer está en bastante contraposición con el ahora. 
 Es, de hecho, una distracción para no vivir el ahora. 
Yo vivía distraído, sí, entretenido, pero inconsciente.

¿En una ficción permanente?
Todos vivimos en ella.
 Somos eternos adolescentes que nos generamos unas creencias para ingresar en el hipócrita mundo de los adultos, y te van diseñando a ti mismo.
 Está bien no revisarlas, siempre que te hagan feliz. Pero yo tenía unas creencias de mierda que me llevaron a vivir una vida de mierda, porque quise, pero igual si no hubiera llegado hasta aquí sin llevar esa vida de mierda.
Me da que es su peor enemigo.
¿Y quién no lo es? Yo lo fui. 
Es más, no era mi peor enemigo, sino el único. Todo lo que crees que te han hecho, te lo has hecho tú.
¿No era el 'sexo, drogas, rock and roll' la esencia del rockero?
Esa es otra creencia absurda, y yo la tenía. 
Creía que si dejaba de ponerme se me iba a ir la creatividad. Ahora, desde fuera de ese mundo donde vivía, y organizando la vida nada más y nada menos que con sentido común, no creo en el talento, sino en el trabajo.
(Ay Melendi, como se ve que eres ya un hombre.... )ya cumples años y eres padre...

¿No se considera un artista?
No, soy un obrero de la música.
 Si oyes mis primeras canciones, patéticas, lo tenía que haber dejado. Trabajo cuatro horas al día con el pianoy la guitarra.
 El talento es un 90% de obsesión.
¿Cuándo se cayó del burro?
A los 35 años empecé a darme cuenta de que todo era mentira. Estaba en barrena, al límite de mis fuerzas. 
El velo se me cayó porque las creencias que me había hecho sobre el mundo y sobre mí habían formado un personaje autodestructivo que se odiaba y que tuvo que decidir si seguir con aquello que le iba a matar, o reconocer que se lo había inventado.
¿Tuvo que ver la paternidad?
No, los hijos no arreglan nada. 
Los quieres mucho y, si no eres un buen padre, lo único que hacen es añadir sufrimiento.
 A tí, que sufres por no serlo, y a ellos, que pagan las consecuencias de tu inconsciencia. 
Cuando me caí del burro, lo primero que hice fue sentar a mi hija mayor, que ya podía entender, y pedirle perdón.
 Al final, lo que hacemos es castigar a nuestros padres, proyectando en los hijos lo que nos decían.

Pues vaya preparándose porque sus hijos le van a dar lo suyo.
Sí, me van a castigar muchísimo, y además tienen pruebas fehacientes en la hemeroteca.
Sí, 'hacerse un Melendi' es sinónimo de según qué excesos.
Bueno, al menos es algo que dejo para la posteridad. 
Se lo dono a la RAE para que lo use cuando quiera. No es mala herencia.
Está cerca de los 40. ¿Le teme a la crisis de la mediana edad?
Nunca he sido más niño en los últimos 30 años.
 No es que antes fuera más viejo, es que no era yo. Cuando eres niño tienes tu esencia, luego la pierdes. 
No voy a tener crisis de los 40 porque ya tuve la de los 20, los 25, los 30 y los 35.
¿Siempre es tan suicidamente sincero en las entrevistas?
¿Tú crees? Se le da demasiada importancia a las apariencias.
 Todos tenemos miserias. Ni mis canciones ni mis palabras importan.
 Las palabras no cambian a nadie. Pero sí sé que mi cambio puede inspirar a personas que vean que no sólo es posible, sino necesario. Y que no se necesita lo mismo a los 20 que a los 30 que a los 40.




 

 

Extraño equipaje..............................................Juan José Millás

Juan José Millás
 
 
Extraño equipaje
  Lo más probable es que las personas de la fotografía no tengan ni idea de si es lunes o martes.
 Las bombas no solo acaban con los bloques de pisos, destrozan también las entelequias.
 Es posible que a estas alturas, en algunas zonas de Siria, no sepan en qué día de la semana viven, ni falta que les hace, pues las prioridades para los civiles bombardeados son otras. 
Tampoco podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el adulto portador de la maleta sea el padre de la criatura cuya cabeza asoma por el hueco dejado entre las cremalleras laterales.
 De hecho, el pie de foto hablaba de un niño “conducido por un familiar”. 
Tal vez ni siquiera sea un familiar porque los explosivos, además de con los miércoles y el hormigón, acaban con los lazos familiares.
 
Desaparecen de golpe y porrazo instituciones tan asentadas como la paternidad, la abuelidad, la hermandad. 
No hay etiqueta que se resista a un misil atinado.
 Quizá el hombre de la imagen (si se trata de un hombre, porque tampoco podemos asegurarlo al 100%), al remover entre los escombros de lo que fue su casa, en busca de dos camisas y un par de retratos con los que huir de Guta, encontró al niño llorando en un rincón de lo que en otro tiempo había sido una escalera y lo incluyó deprisa y corriendo en el breve equipaje de la fuga. Después de todo, si se han derrumbado las viviendas, si han desaparecido los lunes y los martes, los marzos y los abriles, así como las horas de levantarse y acostarse o las de ver la tele, ¿por qué iban a sobrevivir el resto de las convenciones culturales conquistadas a lo largo de la historia?
 

Honrar a los muertos............................................Rosa Montero

A veces me parece sentir el peso de nuestros antepasados hundiéndose entre las sombras.
 Aquellas mujeres y hombres guardan una historia digna del mejor relato.

 
A menudo siento que estos artículos son como una playa en la que las olas depositan objetos venidos del tumulto del mar: nacaradas conchas, algas como flores o un inesperado patito de plástico. Quiero decir que hasta mi mesa, y supongo que hasta la de todos los columnistas, llegan numerosos mensajes que a veces contienen peticiones de ayuda pero que, sobre todo, son historias, relatos, fragmentos de vidas procedentes de un mundo tan vasto como el océano.
Hace unas semanas recibí una carta de papel escrita a mano. 
La enviaba Laura Savater desde Ciudad Real, y con una letra firme y clara decía lo siguiente: “No sé si esta carta pensada y repensada terminará en tus manos y si te interesará. 
Soy una mujer de 93 años que vivía en Barcelona cuando era una niña; allí pasé la guerra.
 Mi madre, como tantos otros, enfermó de tuberculosis y se tuvo que ir a un sanatorio en Castellón de la Plana.
 Escribía un diario del que he sacado fotocopias de la última parte (por aquello de la memoria histórica) contando su tristísimo viaje de regreso a Barcelona.
 Si te interesa me lo haces saber”. 
Le pedí que me lo enviara, claro está: cómo no me va a interesar el ofrecimiento de esta mujer nonagenaria, de esta conmovedora Laura que en los confines de su larga vida mira con amor el diario de su madre y piensa en darlo a conocer al mundo, en rescatarlo de la creciente oscuridad. 
Que otros puedan llevar en la memoria a la madre muerta, además de ella.

A los pocos días recibí las fotocopias. 
Son ocho y reproducen, ampliadas, las hojas cuadriculadas de un pequeño cuaderno de espiral. Imagino sus sobadas tapas de cartón azul. 
 E imagino a la mujer joven y enferma que escribe, con una letra muy parecida a la de Laura, angustiadas palabras.
 “Esta noche pasada he llorado mucho porque me enteré de los bombardeos de Barcelona y pienso que no sé si tengo hijos o no (…) pues hace doce días que estoy aquí y no sé nada de ellos y esto es más de lo que puedo soportar”.
 Y al día siguiente: “Hoy han bombardeado este pueblo (…) y no cesan de llegar camiones cargados de soldados (…) han echado un bando en el pueblo prohibiendo terminantemente hablar de la guerra y al sanatorio han traído un aviso de que si se oyen sirenas no nos asustemos y que no se enciendan las luces (…) El miedo que tenemos todos no es para descrito” (sic). 
 Hay algo en esas palabras tan sencillas y en la humilde cuadrícula que hace que te sientas transportada allí, a ese hospital de tuberculosos, a esos años de plomo, a la indefensión aterrorizada de quien espera la llegada de las bombas (recordemos Siria, por favor). 
La madre, en fin, decide abandonar el sanatorio y regresar a Barcelona. 
 Junto a otras dos enfermas, intenta subir a un camión de soldados. Pasan más de 20 vehículos antes de que un conductor se apiade y las transporte, en un trayecto matador, hasta un pueblo cercano a Villafranca. 
El lugar está lleno de milicianos voluntarios que van para el frente de Teruel: “Había hombres hasta con el pelo blanco y también jovencitos de 16 y 18 pero todos con un entusiasmo grande”.
 Hubo más camiones, más penurias. La mujer acabó en Valencia. Ahí termina el diario.
 Laura dice que murió sola, en 1942, en un hospital de tuberculosos de Murcia.
 Se llamaba Agustina Ortuño y tenía 45 años.
Honrar a los muertos. Es lo que hace Laura. Y lo que yo hago al contar todo esto. 

A veces casi me parece sentir el peso de nuestros antepasados sobre los hombros.
 Esa cadena de mujeres y hombres que fueron niños y crecieron y se sintieron felices y sufrieron; que compartieron comida o que se pelearon; que gozaron del fuego del conocimiento o se pudrieron de odio. 
 Desde que el invento de la escritura nos sacó de la prehistoria hace 6.000 años, sólo ha habido 200 generaciones de humanos (si calculamos 30 años para cada una). 
Casi me parece verlos, una fila de individuos hundiéndose en las sombras.
 Ojalá pudiera nombrar a mis 200 antepasados para rescatarlos del olvido. Tantas vidas insignificantes y pequeñas, acumuladas a nuestras espaldas como granos de polvo, y sin embargo para cada una de esas personas su existencia fue enorme, fue un tesoro. 
Y en verdad lo es. Hermosa y breve vida.