Desde que los humanos pudimos mirar al cielo, nos asombramos
de su belleza y sus incontables misterios. Naturalmente, a menudo se
describe la astronomía como la más antigua de las ciencias, una
inspiración para los humanos desde hace miles de años. Las pinturas rupestres prehistóricas reflejan fenómenos celestes. Y monumentos como las grandes pirámides de Guiza y Stonehenge
parecen alinearse con precisión con los puntos cardinales o con los
puntos del horizonte por los que salen o se ponen la luna, el sol o las
estrellas. Hoy
en día parece que tenemos dificultades para imaginar cómo pudieron los
antiguos construir y orientar dichas estructuras. Esto ha hecho que
surgiesen muchas suposiciones. Algunos insinúan que los pueblos
prehistóricos debían de tener conocimientos matemáticos y científicos
para hacerlo, mientras que otros llegan incluso a conjeturar que a lo mejor unos visitantes alienígenas les enseñaron a hacerlo. ¿Pero qué sabemos en realidad acerca de cómo entendían los humanos del
pasado el cielo y cómo desarrollaron una cosmología? Una disciplina
científica denominada “arqueoastronomía” o “astronomía cultural”, nacida
en la década de 1970, empieza a aportar ideas. Esta materia combina
diversas áreas especializadas, como la astronomía, la arqueología, la
antropología y la etnoastronomía.
Métodos simplistas
Las pirámides de Egipto se encuentran entre los monumentos
antiguos más impresionantes, y varias de ellas están orientadas con gran
precisión. El egiptólogo Flinders Petrie
efectuó la primera investigación de alta precisión de las pirámides de
Guiza en el siglo XIX. Descubrió que cada uno de los cuatro bordes de la
base de las pirámides apunta hacia un punto cardinal con un margen de
un cuarto de grado. ¿Pero cómo sabían eso los egipcios? No hace mucho, Glen Dash, un ingeniero que estudia estas pirámides, planteaba una teoría. Se basa en el antiguo método del “círculo indio”,
que solo necesita una vara que proyecte una sombra y una cuerda para
establecer una dirección este-oeste. Subraya que, basándose simplemente
en su simplicidad, este es un método que pudo haber sido utilizado para
las pirámides.
¿Podría ser? No es imposible, pero en este punto corremos el
peligro de caer en la popular trampa de proyectar en el pasado nuestros
métodos, visiones del mundo e ideas actuales. Es probable que el
estudio de la mitología y de los métodos pertinentes conocidos y
empleados en aquel entonces proporcionen una respuesta más fiable. No es la primera vez que los científicos lanzan conclusiones
acerca del método científico aplicado en el pasado. Algo similar
ocurrió con Stonehenge. En 1964, el astrónomo Gerald Hawkins desarrolló un intrincado método de utilizar hoyos y marcadores para predecir eclipses en el misterioso monumento. Sin embargo, esto no significa que ese fuera el uso que se daba a Stonehenge.
Modo de avanzar
Para empezar a entender el pasado necesitamos incluir
diferentes métodos de otras disciplinas para apoyar una idea. También
tenemos que entender que nunca habrá una única explicación o respuesta a
cómo pudo alinearse o utilizarse un monumento. ¿Cómo puede entonces la astronomía cultural explicar el alineamiento de las pirámides? Un estudio realizado en 2001 proponía que dos estrellas, Megrez y Phad, pertenecientes a la constelación conocida como Osa Mayor,
quizá escondan la clave. Estas estrellas son visibles durante toda la
noche. Su posición más baja en el cielo durante la noche puede marcar el
norte usando el merjet, un antiguo medidor del tiempo, compuesto por una plomada con un mango de madera, que sigue el alineamiento de las estrellas. La ventaja de esta interpretación es que se relaciona con la mitología estelar obtenida de las inscripciones del templo de Horus en Edfu. Estas inscripciones hablan del uso del merjet como herramienta de
agrimensura, una técnica que tal vez explique también la orientación de
otros monumentos egipcios. La inscripción incluye el jeroglífico
denominado “la Pata Delantera del Toro” que representa la constelación del Carro y su posible posición en el firmamento. .
Hatshepsut y Seshat tensando la cuerda en Karnak, e imagen de la diosa con su signo jeroglífico sobre la cabeza.Juan Antonio Belmonte
De igual modo, se han ofrecido mejores ideas para Stonehenge. Un estudio de 2001 halló extraños círculos de madera cerca del monumento, y planteó que tal vez representasen a los vivos mientras que las rocas representarían a los muertos. Prácticas similares se observan en monumentos hallados en Madagascar,
lo que da a entender que quizá fuese una manera corriente entre los
prehistóricos de pensar en los vivos y en los muertos. También ofrece
una forma interesante y nueva de observar Stonehenge en medio del
paisaje circundante. Otros han interpretado que este monumento, en
especial su avenida, marca el tránsito ritual por el inframundo con vistas de la luna en el horizonte.
La astronomía cultural también ha contribuido a arrojar luz sobre las tumbas de corredor
–un tipo de tumba compuesta por una cámara de piedras conectadas y una
entrada larga y estrecha– de 6.000 años de antigüedad estudiadas en
Portugal. El arqueólogo Fabio Silva
ha demostrado que la vista desde el interior de las tumbas enmarca el
punto del horizonte en el que Aldebarán se eleva sobre una cadena
montañosa. Esto podría significar que fueron construidas para permitir
ver la estrella desde el interior, ya fuese a muertos o a vivos,
posiblemente como ritual de iniciación. Pero Silva también recopiló pruebas más amplias. La cadena
montañosa enmarcada era el lugar al que los constructores de las tumbas
debían de emigrar con su ganado en el verano. La estrella Aldebarán se
eleva aquí en el horizonte por primera vez en el año —el conocido como
orto heliaco— al comienzo de esta migración. Es interesante que el folclore antiguo
hable también de un pastor de esta zona que divisó una estrella tan
brillante que iluminaba las montañas. Al llegar allí, decidió darles a
las montañas y a su perro el nombre de la estrella; ambos nombres siguen
existiendo en la actualidad.
El trabajo que yo he realizado en colaboración con Silva ha demostrado también
que la visión desde dentro de los corredores largos y estrechos de las
tumbas podía ampliar la visibilidad de la estrella, al restringir la
visión a través de una apertura. Pero aunque es fácil asumir que los prehistóricos eran
astrónomos analíticos con grandes conocimientos científicos, es
importante recordar que esto solo refleja nuestra visión moderna de la
astronomía. Los hallazgos de la astronomía cultural demuestran que las
personas del pasado observaban de hecho el cielo e incorporaban lo que
veían a muchos aspectos de su vida. Aunque sigue habiendo muchos
misterios que rodean el significado y los orígenes de las estructuras
antiguas, un enfoque basado en el estudio de tantos campos como sea posible,
incluso experiencias, y con un significado atractivo probablemente sea
nuestra mejor apuesta para descubrir para qué se utilizaron en tiempos
pasados.
Daniel Brown es profesor de astronomía. Universidad Nottingham Trent
El
cantante, que ha evolucionado de artista maldito a ejemplo de la
infancia en su papel de jurado en 'La Voz Kids', se confiesa más niño
que nunca a sus 39 años.
Aparece, altísimo y flaquísimo, con algo de místico en el
cráneo rapado y los ojos hundidos, y se antoja bastante más joven que
los 39 años que ha cumplido. Hemos quedado en la sede de su disquera,
uno de esos espacios ultramodernos para adultos que se creen pos
adolescentes. Un sitio más refractario a las confidencias, imposible. Hechas las presentaciones, se dispone una a intentar exprimir al típico
artista en promoción despejando balones, pero el susodicho empieza a
cantar él solito sin que nadie le pregunte. Su disco se llama Ahora. Quizá habría que empezar por el principio.
Y ahora, ¿qué? Ahora es, paradójicamente, lo que está pasando en
mi vida y que había ido postergando o condicionando siempre para más
tarde, como un burro que iba detrás de una zanahoria que nunca acababa
de morder.
Ahora es la vida.
¿Postergaba los placeres? No, el placer está en bastante contraposición con el ahora. Es, de hecho, una distracción para no vivir el ahora. Yo vivía
distraído, sí, entretenido, pero inconsciente.
¿En una ficción permanente? Todos vivimos en ella. Somos eternos adolescentes que nos
generamos unas creencias para ingresar en el hipócrita mundo de los
adultos, y te van diseñando a ti mismo. Está bien no revisarlas, siempre
que te hagan feliz. Pero yo tenía unas creencias de mierda que me
llevaron a vivir una vida de mierda, porque quise, pero igual si no
hubiera llegado hasta aquí sin llevar esa vida de mierda. Me da que es su peor enemigo. ¿Y quién no lo es? Yo lo fui. Es más, no era mi peor
enemigo, sino el único. Todo lo que crees que te han hecho, te lo has
hecho tú. ¿No era el 'sexo, drogas, rock and roll' la esencia del rockero? Esa es otra creencia absurda, y yo la tenía. Creía que si
dejaba de ponerme se me iba a ir la creatividad. Ahora, desde fuera de
ese mundo donde vivía, y organizando la vida nada más y nada menos que
con sentido común, no creo en el talento, sino en el trabajo. (Ay Melendi, como se ve que eres ya un hombre.... )ya cumples años y eres padre...
¿No se considera un artista? No, soy un obrero de la música. Si oyes mis primeras
canciones, patéticas, lo tenía que haber dejado. Trabajo cuatro horas al
día con el pianoy la guitarra. El talento es un 90% de obsesión. ¿Cuándo se cayó del burro? A los 35 años empecé a darme cuenta de que todo era mentira.
Estaba en barrena, al límite de mis fuerzas. El velo se me cayó porque
las creencias que me había hecho sobre el mundo y sobre mí habían
formado un personaje autodestructivo que se odiaba y que tuvo que
decidir si seguir con aquello que le iba a matar, o reconocer que se lo
había inventado. ¿Tuvo que ver la paternidad? No, los hijos no arreglan nada. Los quieres mucho y, si no
eres un buen padre, lo único que hacen es añadir sufrimiento. A tí, que
sufres por no serlo, y a ellos, que pagan las consecuencias de tu
inconsciencia. Cuando me caí del burro, lo primero que hice fue sentar a
mi hija mayor, que ya podía entender, y pedirle perdón. Al final, lo
que hacemos es castigar a nuestros padres, proyectando en los hijos lo
que nos decían.
Pues vaya preparándose porque sus hijos le van a dar lo suyo. Sí, me van a castigar muchísimo, y además tienen pruebas fehacientes en la hemeroteca. Sí, 'hacerse un Melendi' es sinónimo de según qué excesos. Bueno, al menos es algo que dejo para la posteridad. Se lo dono a la RAE para que lo use cuando quiera. No es mala herencia. Está cerca de los 40. ¿Le teme a la crisis de la mediana edad? Nunca he sido más niño en los últimos 30 años. No es que
antes fuera más viejo, es que no era yo. Cuando eres niño tienes tu
esencia, luego la pierdes. No voy a tener crisis de los 40 porque ya
tuve la de los 20, los 25, los 30 y los 35. ¿Siempre es tan suicidamente sincero en las entrevistas? ¿Tú crees? Se le da demasiada importancia a las apariencias. Todos tenemos miserias. Ni mis canciones ni mis palabras importan. Las
palabras no cambian a nadie. Pero sí sé que mi cambio puede inspirar a
personas que vean que no sólo es posible, sino necesario. Y que no se
necesita lo mismo a los 20 que a los 30 que a los 40.
Omar Sanadiki (Reuters)
Lo más probable es que las personas de la fotografía no tengan ni
idea de si es lunes o martes.
Las bombas no solo acaban con los bloques
de pisos, destrozan también las entelequias.
Es posible que a estas
alturas, en algunas zonas de Siria, no sepan en qué día de la semana
viven, ni falta que les hace, pues las prioridades para los civiles
bombardeados son otras.
Tampoco podemos afirmar sin miedo a equivocarnos
que el adulto portador de la maleta sea el padre de la criatura cuya
cabeza asoma por el hueco dejado entre las cremalleras laterales.
De
hecho, el pie de foto hablaba de un niño “conducido por un familiar”.
Tal vez ni siquiera sea un familiar porque los explosivos, además de con
los miércoles y el hormigón, acaban con los lazos familiares.
Desaparecen de golpe y porrazo instituciones tan asentadas como la
paternidad, la abuelidad, la hermandad.
No hay etiqueta que se resista a
un misil atinado.
Quizá el hombre de la imagen (si se trata de un
hombre, porque tampoco podemos asegurarlo al 100%), al remover entre los
escombros de lo que fue su casa, en busca de dos camisas y un par de
retratos con los que huir de Guta,
encontró al niño llorando en un rincón de lo que en otro tiempo había
sido una escalera y lo incluyó deprisa y corriendo en el breve equipaje
de la fuga. Después de todo, si se han derrumbado las viviendas, si han
desaparecido los lunes y los martes, los marzos y los abriles, así como
las horas de levantarse y acostarse o las de ver la tele, ¿por qué iban a
sobrevivir el resto de las convenciones culturales conquistadas a lo
largo de la historia?
A veces me parece sentir el peso de nuestros antepasados hundiéndose
entre las sombras. Aquellas mujeres y hombres guardan una historia digna
del mejor relato.
A menudo siento que estos artículos son como una playa en la que las
olas depositan objetos venidos del tumulto del mar: nacaradas conchas,
algas como flores o un inesperado patito de plástico. Quiero decir que
hasta mi mesa, y supongo que hasta la de todos los columnistas, llegan
numerosos mensajes que a veces contienen peticiones de ayuda pero que,
sobre todo, son historias, relatos, fragmentos de vidas procedentes de
un mundo tan vasto como el océano.
Hace unas semanas recibí una carta de papel escrita a mano. La
enviaba Laura Savater desde Ciudad Real, y con una letra firme y clara
decía lo siguiente: “No sé si esta carta pensada y repensada terminará
en tus manos y si te interesará. Soy una mujer de 93 años que vivía en
Barcelona cuando era una niña; allí pasé la guerra. Mi madre, como
tantos otros, enfermó de tuberculosis y se tuvo que ir a un sanatorio en
Castellón de la Plana. Escribía un diario del que he sacado fotocopias de la última parte
(por aquello de la memoria histórica) contando su tristísimo viaje de
regreso a Barcelona. Si te interesa me lo haces saber”. Le pedí que me
lo enviara, claro está: cómo no me va a interesar el ofrecimiento de
esta mujer nonagenaria, de esta conmovedora Laura que en los confines de
su larga vida mira con amor el diario de su madre y piensa en darlo a
conocer al mundo, en rescatarlo de la creciente oscuridad. Que otros
puedan llevar en la memoria a la madre muerta, además de ella.
A los pocos días recibí las fotocopias. Son ocho y reproducen,
ampliadas, las hojas cuadriculadas de un pequeño cuaderno de espiral.
Imagino sus sobadas tapas de cartón azul. E imagino a la mujer joven y enferma que escribe, con una letra muy
parecida a la de Laura, angustiadas palabras. “Esta noche pasada he
llorado mucho porque me enteré de los bombardeos de Barcelona y pienso
que no sé si tengo hijos o no (…) pues hace doce días que estoy aquí y
no sé nada de ellos y esto es más de lo que puedo soportar”. Y al día
siguiente: “Hoy han bombardeado este pueblo (…) y no cesan de llegar
camiones cargados de soldados (…) han echado un bando en el pueblo
prohibiendo terminantemente hablar de la guerra y al sanatorio han
traído un aviso de que si se oyen sirenas no nos asustemos y que no se
enciendan las luces (…) El miedo que tenemos todos no es para descrito” (sic). Hay algo en esas palabras tan sencillas y en la humilde cuadrícula que
hace que te sientas transportada allí, a ese hospital de tuberculosos, a
esos años de plomo, a la indefensión aterrorizada de quien espera la
llegada de las bombas (recordemos Siria, por favor). La madre, en fin, decide abandonar el sanatorio y regresar a Barcelona. Junto a otras dos enfermas, intenta subir a un camión de soldados. Pasan
más de 20 vehículos antes de que un conductor se apiade y las
transporte, en un trayecto matador, hasta un pueblo cercano a
Villafranca. El lugar está lleno de milicianos voluntarios que van para
el frente de Teruel: “Había hombres hasta con el pelo blanco y también
jovencitos de 16 y 18 pero todos con un entusiasmo grande”. Hubo más
camiones, más penurias. La mujer acabó en Valencia. Ahí termina el
diario. Laura dice que murió sola, en 1942, en un hospital de
tuberculosos de Murcia. Se llamaba Agustina Ortuño y tenía 45 años.
Honrar a los muertos. Es lo que hace Laura. Y lo que yo hago al contar
todo esto. A veces casi me parece sentir el peso de nuestros antepasados
sobre los hombros. Esa cadena de mujeres y hombres que fueron niños y
crecieron y se sintieron felices y sufrieron; que compartieron comida o
que se pelearon; que gozaron del fuego del conocimiento o se pudrieron
de odio. Desde que el invento de la escritura nos sacó de la prehistoria hace
6.000 años, sólo ha habido 200 generaciones de humanos (si calculamos 30
años para cada una). Casi me parece verlos, una fila de individuos
hundiéndose en las sombras. Ojalá pudiera nombrar a mis 200 antepasados
para rescatarlos del olvido. Tantas vidas insignificantes y pequeñas,
acumuladas a nuestras espaldas como granos de polvo, y sin embargo para
cada una de esas personas su existencia fue enorme, fue un tesoro. Y en
verdad lo es. Hermosa y breve vida.