Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 abr 2018

Honrar a los muertos............................................Rosa Montero

A veces me parece sentir el peso de nuestros antepasados hundiéndose entre las sombras.
 Aquellas mujeres y hombres guardan una historia digna del mejor relato.

 
A menudo siento que estos artículos son como una playa en la que las olas depositan objetos venidos del tumulto del mar: nacaradas conchas, algas como flores o un inesperado patito de plástico. Quiero decir que hasta mi mesa, y supongo que hasta la de todos los columnistas, llegan numerosos mensajes que a veces contienen peticiones de ayuda pero que, sobre todo, son historias, relatos, fragmentos de vidas procedentes de un mundo tan vasto como el océano.
Hace unas semanas recibí una carta de papel escrita a mano. 
La enviaba Laura Savater desde Ciudad Real, y con una letra firme y clara decía lo siguiente: “No sé si esta carta pensada y repensada terminará en tus manos y si te interesará. 
Soy una mujer de 93 años que vivía en Barcelona cuando era una niña; allí pasé la guerra.
 Mi madre, como tantos otros, enfermó de tuberculosis y se tuvo que ir a un sanatorio en Castellón de la Plana.
 Escribía un diario del que he sacado fotocopias de la última parte (por aquello de la memoria histórica) contando su tristísimo viaje de regreso a Barcelona.
 Si te interesa me lo haces saber”. 
Le pedí que me lo enviara, claro está: cómo no me va a interesar el ofrecimiento de esta mujer nonagenaria, de esta conmovedora Laura que en los confines de su larga vida mira con amor el diario de su madre y piensa en darlo a conocer al mundo, en rescatarlo de la creciente oscuridad. 
Que otros puedan llevar en la memoria a la madre muerta, además de ella.

A los pocos días recibí las fotocopias. 
Son ocho y reproducen, ampliadas, las hojas cuadriculadas de un pequeño cuaderno de espiral. Imagino sus sobadas tapas de cartón azul. 
 E imagino a la mujer joven y enferma que escribe, con una letra muy parecida a la de Laura, angustiadas palabras.
 “Esta noche pasada he llorado mucho porque me enteré de los bombardeos de Barcelona y pienso que no sé si tengo hijos o no (…) pues hace doce días que estoy aquí y no sé nada de ellos y esto es más de lo que puedo soportar”.
 Y al día siguiente: “Hoy han bombardeado este pueblo (…) y no cesan de llegar camiones cargados de soldados (…) han echado un bando en el pueblo prohibiendo terminantemente hablar de la guerra y al sanatorio han traído un aviso de que si se oyen sirenas no nos asustemos y que no se enciendan las luces (…) El miedo que tenemos todos no es para descrito” (sic). 
 Hay algo en esas palabras tan sencillas y en la humilde cuadrícula que hace que te sientas transportada allí, a ese hospital de tuberculosos, a esos años de plomo, a la indefensión aterrorizada de quien espera la llegada de las bombas (recordemos Siria, por favor). 
La madre, en fin, decide abandonar el sanatorio y regresar a Barcelona. 
 Junto a otras dos enfermas, intenta subir a un camión de soldados. Pasan más de 20 vehículos antes de que un conductor se apiade y las transporte, en un trayecto matador, hasta un pueblo cercano a Villafranca. 
El lugar está lleno de milicianos voluntarios que van para el frente de Teruel: “Había hombres hasta con el pelo blanco y también jovencitos de 16 y 18 pero todos con un entusiasmo grande”.
 Hubo más camiones, más penurias. La mujer acabó en Valencia. Ahí termina el diario.
 Laura dice que murió sola, en 1942, en un hospital de tuberculosos de Murcia.
 Se llamaba Agustina Ortuño y tenía 45 años.
Honrar a los muertos. Es lo que hace Laura. Y lo que yo hago al contar todo esto. 

A veces casi me parece sentir el peso de nuestros antepasados sobre los hombros.
 Esa cadena de mujeres y hombres que fueron niños y crecieron y se sintieron felices y sufrieron; que compartieron comida o que se pelearon; que gozaron del fuego del conocimiento o se pudrieron de odio. 
 Desde que el invento de la escritura nos sacó de la prehistoria hace 6.000 años, sólo ha habido 200 generaciones de humanos (si calculamos 30 años para cada una). 
Casi me parece verlos, una fila de individuos hundiéndose en las sombras.
 Ojalá pudiera nombrar a mis 200 antepasados para rescatarlos del olvido. Tantas vidas insignificantes y pequeñas, acumuladas a nuestras espaldas como granos de polvo, y sin embargo para cada una de esas personas su existencia fue enorme, fue un tesoro. 
Y en verdad lo es. Hermosa y breve vida. 


Vals.................................................................Javier Marías.

En enero se cumplieron 25 años de la muerte de Juan Benet. Un aniversario que pasó inadvertido. 
Es como si los vivos no quisieran que los muertos les hagan sombra.
He vuelto a escuchar el Vals Kupel­wieser, de Schubert, al cabo de unos cuantos años. 
En la Academia hay tres grandes melómanos: el sabio Ignacio Bosque, el Doctor García Barreno y Félix de Azúa.
 De vez en cuando nos intercambiamos información acerca de obras raras que puedan desconocer los otros. 
Mi saber musical es limitado, pero alguna pequeña noticia puedo aportarles de tarde en tarde, y hace unas semanas, hablando con Bosque de piezas breves y sencillas y extraordinarias, le mencioné ese Vals.
 A mí me lo descubrió Juan Benet en otra vida, hacia 1971 o 1972, no mucho después de conocerlo.
 Cuando aún no existía el CD y no era posible repetir un tema en el tocadiscos sin poner la aguja cada vez en el surco, se las ingenió (al fin y al cabo era ingeniero) para oír Kupelwieser sin cesar durante todo un verano, mientras escribía parte de su novela Un viaje de invierno,de título schubertiano y en la que —no recuerdo si explícitamente, no la releo desde su publicación en 1972— esa música ­desempeñaba algún papel. 
De hecho, en la guarda posterior de la primera edición, Benet hizo reproducir el inicio de la partitura.
 Es un vals para piano, brevísimo (no dura ni minuto y medio), aparentemente modesto, según quién lo interprete el piano suena casi como una pianola.
 A lo largo de tanto tiempo transcurrido, sólo he encontrado dos versiones en CD, una de Michel Dalberto y otra de Hans Kann, lo cual indica que se graba poco y es más bien pasado por alto.
 Y, que yo sepa, en este soporte no existe la versión que, en vinilo, escuchó Benet incansablemente, y también los que nos quedamos deslumbrados por su hallazgo.
 Se trataba de un disco barato, a cargo del pianista italiano Rosario Marciano.
 Esa será siempre para mí la versión original, por mucho que las otras no difieran en demasía, dadas la brevedad y sencillez de la maravillosa pieza. 
Esa música, a la vez melancólica y confiada, la tengo por tanto asociada a la figura de Juan Benet, y ahora me doy cuenta de que el pasado 5 de enero se cumplieron veinticinco años de su muerte, a los sesenta y cinco, y de que el aniversario ha pasado bastante inadvertido, y de que ni siquiera reparé yo en él en su día.
 Su memoria, con todo, está más viva que la de la mayoría de sus coetáneos desaparecidos (con la excepción de Gil de Biedma), así que tampoco es cuestión de quejarse en este siglo olvidadizo, o es más, deliberadamente arrasador de todo recuerdo.
 Es como si los vivos reclamaran cada vez más espacio, lo necesitaran todo para que nada ni nadie les haga sombra ni los obligue a comparaciones engorrosas o desfavorables.
 La obra de Benet está en las librerías gracias a la colección Debolsillo, y han salido varios volúmenes de correspondencia y de escritos dispersos merced a la labor recopilatoria y crítica de Ignacio Echevarría. 
Algunos autores jóvenes todavía se asoman a lo que escribió, y lo “salvan” del desdén habitual con que todas las generaciones españolas de novelistas hemos tratado a nuestros predecesores. 

Así que algo es algo, y a fin de cuentas tampoco Benet contó en vida con muchos lectores, ni lo pretendió: al no vivir de su pluma, se permitió lo que quiso, ajeno a las modas y a los “gustos”;
 sólo al final intentó “complacer” levemente, cansado de que sus esfuerzos no obtuvieran más que la recompensa del prestigio. Quizá llega un momento en el que eso no basta.
 En estos días de escuchar su Vals me acude con persistencia un recuerdo concreto. 
Poco después de los primerísimos síntomas de su enfermedad, cuando aún se ignoraba su gravedad, llegué a su casa de la calle Pisuerga.
 Se levantó de su otomana, en la que solía leer y escuchar música, y, desde su gran altura (medía 1,90 o así), en un gesto en él infrecuente (era reacio a la cursilería), me abrazó tímida y torpemente y me dijo, todavía en tono de guasa, o fingiéndolo: “Esto es el fin, joven Marías, esto es el fin”. 
“Pero qué dices”, le contesté, sin darle el menor crédito; “qué va, qué tontería”. 
No podía tomar la frase en serio, no me parecía posible.
 Si alguien vivía como si fuera eterno, ese era él: siempre con proyectos, siempre activo y despierto, disfrutando de lo que se trajera entre manos, siempre dispuesto a reír y a divertirse. 
No insistió, claro.
 Cuando alguien muere, quienes le son cercanos tienden a consolarse y a reunirse, aunque no se conozcan previamente.
 Ese fue el caso de la hermana de Benet, Marisol, que ahora cumple noventa y cuatro años, creo.
 Durante los muchos que traté a Don Juan, nunca la vi. Un día, tras su muerte, una señora me saludó en la calle Juan Bravo y se presentó. 
Tenía un aire de familia, pero desprendía una dulzura que Benet, pese a ser un sentimental, no mostraba. 
Desde entonces, de una manera para mí conmovedora, Marisol aparecía en cuantas charlas o presentaciones tuviéramos en Madrid los amigos mucho más jóvenes de su hermano pequeño: Molina Foix, Azúa, Mendoza, yo mismo.
 Con una fidelidad infalible, pese a ir cumpliendo sus años; y aún lo hace.
 Como si con su presencia protectora y benévola, de apoyo a esos amigos, le estuviera rindiendo a él homenaje, y recordándolo por discípulos interpuestos. 
Si es que a estas alturas merecemos todavía ese título, y nos cuadra.

7 abr 2018

El mensaje de la Policía de Múnich tras escuchar las palabras de Jiménez Losantos

Varios usuarios de las redes sociales han remitido el audio a la Policía alemana..

 


Federico Jiménez Losantos fue este viernes 'trending topic' en Twitter por unas declaraciones realizadas en su programa en EsRadio donde criticó que la Justicia alemana dejara libre a Carles Puigdemont, expresidente catalán detenido el pasado 25 de marzo al norte de Alemania.
 Estas son parte de las declaraciones que hizo Jiménez Losantos, en las que alentaba a "acciones" contra Alemania como "estallar cervecerías" o tomar "alemanes de rehenes" en Baleares:

"El ratón al gato le puede hacer toda clase de fechorías. 
Toda clase de fechorías.
 En Baleares, todas. En Baleares hay como 200.000 alemanes de rehenes.
 En Baviera pueden empezar a estallar cervecerías.
 Ya pero usted qué propone, ¿una acción? Naturalmente. Nos han abofeteado, nos han dado una patada en los dídimos" 

Unas declaraciones que muchos usuarios de las redes sociales han hecho llegar a la Policía alemana, aunque seguro que muchos no esperaban respuesta alguna de las autoridades germanas.
Sin embargo, la Policía de Múnich sí que ha respondido. Lo ha hecho a este mensaje que hacía llegar el audio "en caso de que quieran tomar medidas".

Los hijos más desconocidos de Julio Iglesias................. Mábel Galaz

Miguel, Rodrigo, Guillermo y las gemelas Victoria y Cristina salen poco a poco del anonimato que decretó su padre.

De arriba a abajo y de derecha a izquierda: Miguel Alejandro,Guillermo, las gemelas Victoria y Cristina y Rodrigo.  

Muchas veces Julio Iglesias se ha lamentado en público de haber sido un padre ausente para Chabeli, Julio José y Enrique, los tres hijos que tuvo con Isabel Preysler. 

Su vertiginosa carrera musical le llevaba de un lado para otro. Las ausencias fueron tantas que su matrimonio acabó en divorcio.

 Cuando volvió a ser padre, pasados los 50 años, se prometió que no volvería a sucederle lo mismo. Miguel Alejandro, de 19 años, Rodrigo, de 18, las gemelas Victoria y Cristina, de 16, y Guillermo, de 10, han llevado una vida muy distinta a la de sus hermanos mayores tanto a nivel familiar como mediático.

 De hecho, una de las cosas que más sorprende buceando en la historia de los hijos del cantante y Miranda Rijnsburger es que no hay fotos de ellos.

 

La vida de los cinco ha estado alejada de los focos mediáticos a diferencia de lo que sucedió con Chabeli, Julio José y Enrique a los que su padre elevó a tema de portada, y cuando no, era su madre la que lo hacía.
 La mayor incluso inspiró un disco de éxito De niña a mujer.
  La discreción que reina entre los Iglesias-Rijnsburger tiene que ver con la personalidad de su madre, una mujer que no se esconde pero que prefiere el segundo plano aunque en la intimidad del hogar manda y mucho.
En agosto, el cantante y la que fuera modelo holandesa celebraron su octavo aniversario de boda, aunque cuando se decidieron a darse el sí quiero ya llevaban 20 años juntos y habían tenido ya a sus cinco hijos. 
A los 74 años Julio Iglesias ha dicho lo que jamás antes se le había oído: “No entiendo mi vida sin Miranda”. 
Pero la declaración no es totalmente exacta.
 La pareja desde hace mucho tiempo no vive junta. 
Miranda está instalada en Miami con sus niños y Julio Iglesias va y viene porque prefiere pasar más tiempo en Punta Cana y Bahamas.


La vida escolar de los cinco hijos menores del cantante transcurrió durante años en casa. El hecho de no haber asistido al colegio les permitió pasar inadvertidos. Una profesora se encargó de su formación y solo a final de curso acudían a un centro de estudios para poder comprobar que cumplían el nivel exigido. Pero en 2013, el cantante y su esposa estuvieron de acuerdo en que sus hijos se hacían mayores y debían relacionarse con otros compañeros. Así comenzaron sus estudios en el Miami Country Day School, situado en una de las zonas más lujosas de la ciudad.
En los últimos meses, los hermanos Iglesias Rijnsburger han dado un paso adelante.
 Las primeras han sido Victoria y Cristina. Las jóvenes se asomaron a la portada de la revista de cabecera de la familia, ¡Hola!, para protagonizar un reportaje y realizar sus primeras declaraciones. Todo ello de la mano de la firma Oscar de la Renta, el gran modisto fallecido en 2014 al que consideraban su tío
El posado se realizó en la casa de su viuda en Connecticut (EE UU). 
Antes de colocarse ante las cámaras, las jóvenes recibieron un mensaje de su padre: “Os quiero mucho. Sed felices y naturales”. Su madre estuvo con ellas supervisándolo todo.
 Las jóvenes quieren ser modelos y, de momento, triunfan en las redes sociales donde acumulan miles de seguidores.
Miguel Iglesias Rijnsburger, el mayor de los cinco hijos de Julio y Miranda, ha sido estos días también noticia porque le han descubierto por las calles de Miami con una joven con quien sale desde hace más de un año.
 Se trata de Danielle Obolevitch, una chica rusa de 19 años que vive en Miami y es una gran aficionada al tenis.
 Pero lo más sorprendente es el gran parecido que guarda con Anna Kournikova, la pareja de Enrique y recientemente madre de mellizos.
Miguel ha heredado la pasión por la música de su padre pero él se dedica a producir. 
Trabaja junto a su hermano Rodrigo, que es el que quiere ser artista.
 Aunque el verdadero objetivo del mayor es ganarse la vida desde el otro lado del escenario, ya que estudia Finanzas y está interesado en los negocios, como reveló en una entrevista hace unos meses su hermano Julio José. 
El cantante también ayuda a Rodrigo a preparar su carrera musical a diferencia de lo que sucedió con Enrique, que lo hizo solo.
 El joven también lo contó a ¡Hola! 
“Mi sueño es llegar a ser un artista como mi padre y mi hermano. Me encantaría dedicarme toda su vida a la música”.
La relación de los ocho hijos de Iglesias es escasa. 
Julio José, que suele trabajar con su padre, es quien más les trata. Enrique, que apenas se habla con su progenitor, tampoco les frecuenta aunque ellos se han declarado admiradores de su música y han acudido a algunos de sus conciertos.
 De hecho, algunas de las pocas fotos que hay de ellos se deben a estas visitas.
 Ahora todos ellos esperan el fallo del juez sobre la demanda de paternidad de Javier Sánchez-Santos, que asegura ser el noveno Iglesias.