Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 abr 2018

El hijo de Ivonne Reyes y Pepe Navarro cumple 18 años y vemos su cara

Luis Alejandro ha sido noticia desde pequeño por la pelea que su madre ha tenido en los tribunales para que el periodista reconociera su paternidad.

Ivonne Reyes y su hijo Luis Alejandro.
Ivonne Reyes y su hijo Luis Alejandro. Instagram

 Luis Alejandro, hijo de Pepe Navarro e Ivonne Reyes, cumple este martes 3 de abril 18 años.

 Una fecha señalada, tanto para la familia como para la prensa que por fin ha podido despixelar su cara para que la conozca el mundo.

 Consciente de la expectación ha sido la propia Reyes quien ha querido publicar una fotografía de su hijo en su blog personal. La imagen va acompañada de una carta en la que la actriz explica lo que ha significado para ella la maternidad y cómo ha ido aprendiendo a lo largo de estos 18 años.

 "Ser madre es vivir en una montaña rusa de emociones, y los niños no vienen con un manual de uso […]La hermosa aventura de ser madre, un camino intenso, un máster, aplicando reglas, amor, paciencia, risas, mucho hogar, abrazos y besos… silencios”, apuntaba Reyes.



El primogénito de la artista venezolana llega a la mayoría de edad como ha vivido el resto de su vida: en medio de la polémica sobre quién es su padre.
  La Audiencia Provincial de Madrid reconoció en 2012 que Pepe Navarro es el progenitor de Alejandro.  
 El periodista, que no ha querido hacerse las pruebas genéticas que eliminarían cualquier atisbo de duda, siempre ha negado ser el padre.
Ivonne Reyes,con su hijo el pasado mes de junio.
Ivonne Reyes,con su hijo el pasado mes de junio. GTRESONLINE
La polémica sobre la supuesta paternidad de Navarro comenzó en 2009 cuando Ivonne Reyes interpuso una demanda contra el presentador de televisión alegando que este era el padre de su hijo. Según han relatado, ambos se conocieron cuando trabajaban en el programa Esta noche cruzamos el Mississipiy comenzaron una relación que el periodista calificó de “intermitente y esporádica”. 
"Con Ivonne tenía una relación paternofilial", aseguró. 
 "Cuando me dijo que estaba embarazada le pregunté si pensaba tener el bebé. 
Nunca le pregunté quién era el padre. Yo sabía que no lo era", explicó el pasado mes de abril en el programa Mi casa es la tuya de Bertín Osborne.
 Eso sí, desveló que tuvo una idea para rentabilizar su estado: propuso a Antena 3 hacer un programa en el que ella iría contando sus experiencias durante la gestación, según asegura Navarro.

 

Cristina de Borbón asiste al funeral por su abuelo que presiden los Reyes

 
  • Su presencia en la misa deja claro que la Infanta participa en la vida familiar aunque sigue apartada de la actividad representativa

     

    La infanta Cristina, a su llegada al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
    La infanta Cristina, a su llegada al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. EFE

    La infanta Cristina ha asistido este martes a la misa por su abuelo don Juan de Borbón, en el 25 aniversario de su muerte. La hija menor de los Reyes eméritos llegó acompañada por su prima Alexia de Grecia al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde ha coincidido con don Felipe y doña Letizia, por primera vez desde hace casi un año, al menos en un acto público.
    La ceremonia ha sido presidida por los Reyes de España y los Reyes eméritos.
     Entre los 250 asistentes, estaba el ministro Íñigo Méndez de Vigo, familiares del conde de Barcelona y personas vinculadas a distintas etapas de su vida.
    Es la primera vez que doña Cristina coincide en un acto público con los Reyes desde el 11 de mayo del año pasado, cuando acudió junto a su hermana la infanta Elena al funeral por Alicia de Borbón-Parma, en la capilla del Palacio Real de Madrid. 
    De esta manera queda claramente diferenciada la situación de Cristina de Borbón, excluida de los actos oficiales pero no de la vida familiar.
     La Infanta no estuvo en el 80 cumpleaños de su padre el pasado 5 de enero, pero don Juan Carlos sí asistió días después al de Iñaki Urdangarin en Ginebra, donde acudió junto a la reina Sofía y la infanta Elena.
    Los Reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía a su llegada hoy al Monasterio.
    Los Reyes eméritos don Juan Carlos y doña Sofía a su llegada hoy al Monasterio. EFE
    La Infanta está a la espera de que el Supremo falle sobre la sentencia de su marido Iñaki Urdangarin.
     La Fiscalía ha pedido que se eleve la pena a 10 años. Inicialmente fue condenado a seis años y tres meses.
    La infanta Cristina se situó, como nieta de don Juan, en primera fila junto a la infanta Margarita y su esposo, Carlos Zurita.
    El conde de Barcelona falleció en la Clínica Universitaria de Navarra, en Pamplona, el 1 de abril de 1993 tras un largo proceso canceroso.
     Sus restos descansan en la antesala del Panteón de Reyes, conocida como el pudridero, en la que permanecerán hasta que puedan reducirse para que ocupen la urna que los acogerá definitivamente bajo la inscripción "Don Juan de Borbón, conde de Barcelona".


Los Rufino, dos veces muertos................... Juan Diego Quesada

Una familia se enclaustró para siempre en casa tras el asesinato de una hija hasta que el último de sus miembros murió casi un siglo después.

La adolescente asesinada (arriba a la derecha) junto a tres hermanos, a principios del siglo XX.
La adolescente asesinada (arriba a la derecha) junto a tres hermanos, a principios del siglo XX.
La adolescente, su asesino y el juez que lo mandó a la horca hace mucho que están muertos. 
Las ferias de ganado de principios del siglo XX han desaparecido y tampoco suena ya la música de los bailes populares que animaron una España en blanco y negro. 
El mundo en el que esto sucedió no existe, se lo ha tragado el tiempo, pero Antoñito, el último testigo del sufrimiento hasta la locura de la familia de la víctima, acude una vez al año a adecentar sus tumbas en el cementerio.

Los Rufino eran una familia adinerada de Pedro Martínez, un pequeño pueblo de agricultores del interior de Granada.
 Tenían ganado, tierras y una tienda de ultramarinos que regentaba la madre.
 La hija mayor, María Francisca, era su ojito derecho. 
Tocaba el acordeón y vestía bonitos trajes bordados
. Su asesinato en 1904, a manos de un joven albañil que intentó violarla, sumió en la oscuridad a sus padres y cinco hermanos. Vestidos de negro, se encerraron para siempre en casa y cortaron casi todos los lazos con el mundo exterior.
Enclaustrados, sin televisor, fueron ajenos a dos golpes de Estado, una guerra civil, la represión de la dictadura, la muerte del caudillo, la llegada de la democracia y el fracaso rotundo de España en el único mundial de fútbol que ha organizado.
 Ignoraron el tiempo en el que les tocó vivir.
 El reloj de sus vidas se había parado en el instante en el que María Francisca había muerto desangrada, a los 16 años de edad, en un sofá de madera tallado con motivos florales.
Ese mueble de época, restaurado, preside hoy el salón de la vivienda de Antoñito, el hombre que se ocupó de los dos últimos miembros de la familia hasta que el último de ellos murió a finales de los 80. 
Al poco tiempo de morir José, el hermano que vestía con elegantes trajes llenos de lamparones, como Antonio Machado, una hermana llamada Pepica le pidió a través de la ventana a Antoñito (José Antonio López Mesa según el DNI) que las ayudara. 
Solo quedaba ella y Casilda, una beata huidiza que pasaba la vida bordando y leyendo folletos parroquiales.
Antoñito, en la tumba de los Rufino, en el cementerio de Pedro Martínez.
Antoñito, en la tumba de los Rufino, en el cementerio de Pedro Martínez.
El asesinato fue el punto de quiebre de sus vidas. “Vivieron ese trauma y culparon al mundo.
 Perdieron la fe en la humanidad”, dice Antoñito intentando descifrar el misterio de su encierro.
 Este soltero preocupado por preservar las tradiciones de un entorno rural sin empleo y cada vez más deshabitado, fue durante cuatro décadas secretario del Ayuntamiento y fuma tabaco negro con elegancia, lo que le emparenta con otros paisanos como García Lorca.
Él se ocupó de comprarles comida y partir leña para que no pasaran frío.
 La casa estaba en mal estado y dentro convivían con un mulo, una oveja y una cabrilla ciega (“parece que la estoy viendo”, recuerda). Los hijos de los Rufino apenas se relacionaron nadie y por supuesto ni se casaron ni tuvieron descendencia.
 Las pertenencias de valor se las habían robado los milicianos durante la guerra civil, sin que ellos opusieran ninguna resistencia, y el ganado y las tierras se las habían quedado los trabajadores a su cargo que vieron cómo se desentendían de todo.
 A Antoñito nunca le hablaron del asesinato, aunque en su día, ochenta años atrás, había tenido eco en la prensa.

Una muchacha de extraordinaria hermosura

Los detalles del crimen se publicaron en el Noticiero Granadino, un periódico de la época.
 El periodista A. López Argüeta va directo al grano: “Anteayer en el pueblo de Pedro Martínez se cometió un crimen”. 
A continuación narra que una muchacha “de extraordinaria hermosura” estaba sola en casa cuando Antonio Fernández Rama, su primo, intentó obtener “gracias que ella se negó a otorgar”.
 Remata: “Encolerizado, acometió a la joven con una faca asestándole siete puñaladas, dos de ellas mortales de necesidad.
 El criminal se presentó en el juzgado.

 El brutal crimen ha causado indignación en Pedro Martínez”.
La información es cierta en su esencia aunque imprecisa en los detalles, como recoge en algunos de sus libros Juan Rodríguez Titos, un historiador local. 
El asesino no era familia de la víctima y en realidad utilizó para matarla un estilete que clavó dos veces, según el acta de defunción. A Titos se le ha pasado por la cabeza escribir una novela realista al estilo de A sangre fría, y un escritor del lugar, Francisco del Valle Sánchez, prepara una serie de relatos en el que incluye el caso de los Rufino.
El que se adentre en la mitología de Pedro Martínez deberá estirar los límites de lo humano.
 El pueblo cambió en los sesenta la ubicación de su cementerio.
 Los que trasladaron el ataúd de la joven asesinada dijeron haber encontrado el cuerpo intacto, vestido de blanco, tal y como lo habían enterrado medio siglo antes.
 Cuando transportaban el cadáver, un golpe de viento lo desintegró y sus cenizas se esparcieron por el monte.
 Los vecinos le dan fe testamentaria a los que lo contaron.

Del asesino se sabe más bien poco. 
No hay rastro de su detención ni condena en los archivos de la Guardia Civil ni en los juzgados. 
La creencia general es que fue condenado a morir en el patíbulo, que más tarde recibió un indulto y que, al salir de prisión, vivió en Marruecos oculto bajo otra identidad.
 La vergüenza lo desterró para siempre.
En el pueblo, casi nadie sabe que en esa cripta sin inscripción, con dos clavos sobre el cemento, uno por cada puñalada que recibió María Francisca, es la sepultura de la familia en el cementerio.
 Es un lugar tan anónimo y discreto como fue su paso por la vida. Cada año, Antoñito arranca las malas hierbas, pinta de negro la verja, de blanco el sepulcro. 
Tiene 72 años y dice que, antes de que su tiempo también se acabe, quiere colocar una placa que diga:
 “Aquí yacen Los Rufino, dos veces muertos”.



 

2 abr 2018

La albacea de la infelicidad.............................. Tereixa Constenla ....

Las memorias de Linda Gray Sexton, que se publican por vez primera en España, desvelan la atormentada convivencia junto a su madre, la poeta Anne Sexton.

La poeta Anne Sexton lee con sus hijas Linda Gray y Joy.
La poeta Anne Sexton lee con sus hijas Linda Gray y Joy. getty images
Anne Sexton fue un milagro literario.
 Empezó a escribir poesía en 1957 aconsejada por su terapeuta. Tardó apenas dos años en publicar su primer libro.
 Pronto la reclamaron para recitales por todo Estados Unidos y una década después, por Vive o muere, recibió el Pulitzer.
 Escribió una obra de teatro autobiográfica, libros infantiles, lideró una banda de rock poético (Anne Sexton and Her Kinds) y recibió varios doctorados honoríficos, incluido el de Harvard.
 Un éxito de este a oeste, fulgurante e intenso, que no alivió la inmensa desconexión con la realidad que sentía.

 En 1974, a los 45 años, se encerró en el garaje, encendió su Cougar rojo y respiró monóxido de carbono con una copa en la mano.
El décimo intento de suicidio que conoció su hija mayor, Linda Gray Sexton (Newton, 1953). 
El definitivo.
 El que traspasó todas las barreras. “Su suicidio me aterrorizaba y lo anhelaba a partes iguales. Deseaba librarme de la tiranía de las múltiples neurosis que ese último año parecían haber traspasado su personalidad.
 Aquel último verano mi madre ya no me gustaba. Anne era su enfermedad mental”, confía Linda Gray Sexton en Buscando Mercy Street (Navona), las memorias donde revive la relación entre ambas, publicadas en inglés en 1994 y traducidas por vez primera al español de la mano de Ainize Salaberri.
 Un libro sobre degradación, creatividad, abandono, locura y honestidad
 Cuando murió la poeta, Linda Gray Sexton tenía 21 años y acababa de ser designada albacea literaria. 
Tuvo que afrontar el dolor por la pérdida al mismo tiempo que se aventuraba por intimidades que habría preferido ignorar, desde las aventuras extraconyugales a la violencia maternal confesada en una sesión de terapia:
 “Hace tres semanas cogí las cerillas y fui a la habitación de Linda. Escribir es tan importante como mis hijas. Odio a Linda y la abofeteo”.
Anne Sexton escribía una poesía que fluía de sus propias heridas, versos que eran dagas en el alma propia y de los demás (“Me iré ahora / sin vejez ni enfermedad, / salvaje pero certeramente, / conociendo mi mejor camino”).
 A veces versos sobre tabúes, asuntos socialmente vergonzantes como la menstruación, el desapego maternal o los repetidos internamientos en clínicas psiquiátricas. 
Sus dos hijas asistieron a esas idas y venidas entre el vivir y el morir durante dos décadas, víctimas del desorden mental de su madre, tan colosal en sus infiernos como en sus alegrías.
En sus memorias, Linda Gray Sexton viaja desde el rechazo (su madre confesó que intentó ahogarla en varias ocasiones y que solo tenía energía para cuidar a su hija pequeña, Joy) a su estrategia para atraer el amor materno. 
Con la intuición propia de los menores arrinconados decidió que había un camino a su alcance: la poesía
. La niña se convirtió en una precoz crítica literaria de Anne Sexton, además de una cuidadora siempre alerta para evitar la enésima pelea doméstica que acabaría con el padre, Alfred Muller Kayo Sexton, maltratando a la madre mientras ella misma se autolesionaba.

Linda Gray Sexton con sus hijos Nathaniel y Gabe. Linda Gray Sexton con sus hijos Nathaniel y Gabe. gett
Tanto Linda como Joy crecieron suspirando por una madre tradicional, de delantal y pasteles, en lugar de convivir con una que frecuentaba abismos, que bebía en exceso, que se masturbaba o seducía a hombres distintos al padre ante sus narices.
 Pero Sexton les ofreció lo que tenía: experiencias salvajes, pasión por la verdad y por el arte, además de una creatividad desbocada en cada cosa que hacía. 
“Si pudiera, bajaría una estrella y la pondría en un elegante joyero. Si pudiera, sellaría el amor dentro de una larga y fina botella para que le pudieras dar un trago cuando lo necesitases”, escribe, poco antes de suicidarse, en la carta donde nombra a su hija mayor su albacea.

Más sola que nunca

 Después de querer salvarla de sí misma durante la infancia y la adolescencia, Linda Gray comenzó a apartarse de su madre a partir de los 16.
 Más sola que nunca, tras el divorcio, la entrada de Linda en Harvard y el hastío de sus amigos, Anne Sexton se hundió más y más:
 “Y ahora dicen que soy adicta. / Y se preguntan ahora por qué”. Al mirar atrás, durante su duelo, Linda Gray se culpabiliza: “Me negué a hacer que sus últimos días fuesen menos dolorosos.
 Al final, dejé que muriera sola”.
Sus memorias —que continuaron en 2011 con Half in Love, inédito en España, donde ahonda en sus propias experiencias suicidas— fueron casi tan controvertidas como la biografía de Anne Sexton, que publicó Diane Middlebrook en 1991, con material radiactivo procedente de las cintas de las sesiones de la poeta con el psiquiatra Martin Orne, que desataron un proceso de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría contra el médico.

A Linda Gray Sexton, que hasta entonces había publicado cuatro novelas, le criticaron por usurpar la vida de su madre en beneficio propio. 
Una parte de la familia dejó de hablarle.
 Martin Scorsese compró los derechos para el cine, pero la escritora rechazó finalmente el proyecto porque Miramax no le garantizó el control sobre el resultado.
 Con la misma devoción por la verdad, “sin importar lo dolorosa que fuese”, que sentía su madre, Linda Gray Sexton concluyó que la poesía de Anne Sexton no podría entenderse sin sus secretos: “Lo fácil que hubiera resultado cerrar las puertas de nuestras vidas en vez de invitar a todo el mundo a entrar”.
”.