Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

25 mar 2018

Buen camino para el asesinato................... Javier Marías....

El arte no es lo mismo que la vida real, en la que todos deberían tener la oportunidad de educarse y trabajar. El arte depende de cada individuo.
Los siete magníficos de 1960 no era un western muy bueno, pero sí simpático.
 Inferior a otros de su director, John Sturges, era una adaptación, trasladada a México, de Los siete samuráis de Kurosawa.
 Entre los siete, capitaneados por Yul Brynner vestido de negro, estaban algunos actores principales o secundarios que después alcanzaron la fama: Steve McQueen, James Coburn, Charles Bronson y Robert Vaughn (éste sobre todo en la serie El agente de CIPOL), todos más bien blancos.
 En 2016 se hizo un remake poco apetecible con Denzel Washington, pero una noche perezosa lo pillé en la tele y le eché un vistazo.
 En seguida me desinteresó, porque los siete de ahora eran totalmente inverosímiles, como un viejo mural de la ONU representando a las razas del globo.
 Aparte de Washington, negro, había un hispano o dos, un asiático, un indio o “nativo americano” y no recuerdo si alguien con turbante (puede que lo soñara luego). 
Esto, de manera artificial y forzada, sucede cada vez más en el cine y en las series estadounidenses, y va ocurriendo en las británicas. 
Si hay un equipo de policías, suelen componerlo un par de negros o negras (por lo general son los jefes), alguna asiática, un hawaiano, un inuit, varios hispanos. 
Si la banda es de criminales, la diversidad racial se relaja: pueden ser todos blancos, y además fumadores, puesto que son “los malos”. 
Desde la penosa ceremonia de los últimos Óscars hemos sabido a qué se debe esa convención cuasi obligada.
 La sexista actriz Frances McDormand hizo ponerse en pie sólo a las mujeres nominadas (imagínense que un actor hubiera invitado a lo mismo sólo a sus colegas masculinos: se lo habría bombardeado por tierra, mar y aire), lanzó un discurso y concluyó reivindicando la “Inclusion Rider”.  

Como nadie sabía qué era eso, se multiplicaron las consultas en Internet y a continuación ha habido un aluvión de elogios tanto a la sexista McDormand como a esa cláusula opresiva que los artistas con poder pueden imponer en sus contratos para dictarles a los creadores (guionistas, adaptadores, directores) lo que tienen que crear.
 Porque esa cláusula exige que, tanto en el reparto como en el equipo de rodaje, haya al menos un 50% de mujeres, un 40% de diversidad étnica, un 20% de personas con discapacidad y un 5% de individuos LGTBI.
 Con ello se quiere “comprometer” a la industria a que muestre en sus producciones “una representación real de la sociedad”, y a que éstas “reflejen el mundo en que vivimos”. 
Uno se pregunta desde cuándo el arte está obligado a tal cosa.
 La exigencia recuerda a la de los retrógrados que reprochaban a Picasso no plasmar la realidad “tal como era”.
 O a los que criticaban a Tolkien por evadirse en ficciones fantásticas. 
 Huelga decir que, con esos porcentajes, nunca se podría haber filmado El Padrino ni La ventana indiscreta ni Ciudadano Kane ni casi nada.
La iniciativa de la efímeramente famosa “Inclusion Rider” al parecer se debe a Stacy Smith, profesora de una Universidad californiana, la cual se molestó en mirar con lupa, lápiz y papel novecientas películas estadounidenses de entre 2007 y 2016, y en indignarse al computar que el 70,8% de los personajes eran blancos, frente a un 13,6% de negros —que, dicho sea de paso, es justamente la proporción de la población de esta raza en su país— y un 3,1% de hispanos.
 Más indignante aún: insuficientes personajes homosexuales y transgénero.
 También comprobó con espanto que en los guiones hablaba una mujer por cada 2,3 varones parlanchines. 
Y añadió furiosa: “Las películas no dan a todo el mundo la misma oportunidad de aparecer en ellas”.
 Uno se pregunta por qué habrían de hacerlo. 

El arte no es lo mismo que la vida real, en la que, en efecto, todos deberían tener la misma oportunidad de educarse, trabajar, ganar dinero y demás.
 El arte depende de cada individuo.
 Cada novelista o dramaturgo escribe sobre lo que lo inquieta o atrae o conoce, cada pintor pinta lo que le parece o le inspira; y, si bien el cine es una industria, su éxito depende en gran medida de los que inventan, y a éstos, desde la defunción de la Unión Soviética y otros sistemas totalitarios, se les ha garantizado plena libertad… hasta hoy. 
“Exigimos más personajes femeninos”, se oye con frecuencia en la actualidad, “y además que sean fuertes, inteligentes, positivos y de lucimiento”. ¿Y por qué no los escriben ustedes a ver qué pasa —dan ganas de contestar—, en vez de forzar a otros a que creen historias ortopédicas y falsas, de mera propaganda, tan increíbles como las hagiografías que propiciaba el franquismo en nuestro país? Mutatis mutandis, es como si se pidieran más Fray Escobas y Molokais, sólo que los santos de hoy han variado.
Si en mis novelas se me impusieran semejantes porcentajes (dos de ellas cuentan con protagonista y narradora femenina, y en todas aparecen mujeres, pero no negros ni asiáticos ni personas transgénero, porque no están en mi mundo y sé poco de ellos), nunca habría escrito ninguna.
 Si de lo que se trata es de eso, de que se acabe el arte libre y personal, no cabe duda de que cuantos aplauden a la sexista McDormand están en el buen camino para asesinarlo. 

24 mar 2018

Redes de frivolidad............................................ Boris Izaguirre

El sino de este tiempo es que vamos abocados a lo imposible.

El rey Mohamed VI y la princesa Lalla Salma en el aeropuerto de Rabat en 2014.
El rey Mohamed VI y la princesa Lalla Salma en el aeropuerto de Rabat en 2014.

 

Siempre he tenido problemas con Facebook. Al principio me fastidiaba que fuera tan celoso con su seguridad, haciéndote pasar por infinitas preguntas y hambre de datos.
 Entonces creía que todas esas medidas servían para proteger mi intimidad.
 Yo, que vivo de analizar la intimidad de otros y de ventilar la mía de mil y un maneras, no encajaba bien tanta vigilancia, tanto código.
 Ahora ya sabemos cómo se comerciaba con esos datos.
Vivimos en un mundo dirigido por el dato.
 Y una confusión de datos sobre su currículo académico ha puesto en aprietos a Cristina Cifuentes y los que ella ha aportado en su defensa podrían ser insuficientes.
 Pero hemos podido datar su aplomo ante la situación y ese dejar caer el dato de que todas estas noticias podrían ser parte de una emboscada.
 El dato es tecnológico y el sentimiento analógico.
 El descubrimiento de la manipulación de Facebook, por la que su fundador ha tardado cinco días en dar la cara y ha perdido casi tantos millones de dólares como millones de usuarios vieron violados sus datos personales, nos deja perplejos y vuelve a poner el dedo sobre si somos ingenuos de nacimiento, por convicción o por rutina. 
Una red social que nace de la nada y se convierte en un gigante casi invencible, no puede ser una santa.

 Está en su tecnológico ADN el querer explotar a cambio de dinero su inmensa influencia.
 Aunque ahora se le pueda llamar Fakebook y se acuse de frivolidad a las redes, al final, todos seguiremos subiendo fotos a Instagram y atacando a desconocidos en nuestros muros. 
 Ya no podemos vivir sin ello.
Otra adicción es la espera. 
Más que un tiempo de tormentas, empiezo a sentir que vivimos un tiempo de espera. 
Esperamos porque al fin haya gobierno en Cataluña y esperamos que Urdangarin y su socio tengan una sentencia definitiva
Según la Fiscal sabemos que “eran el motor del proceso delictivo”. Ahora han confirmado que lo sabremos antes de un mes. 
No se quien sufre más con estas esperas, si los encausados o nosotros los contribuyentes.
 Como exguionista de telenovelas, recuerdo que mi tarea era la de enredar todo lo posible el débil hilo argumental porque así se atrapaba y atraía a más espectadores.
 Estábamos entrenados a imaginar cualquier cosa para que la tensión no cediera.
 Y cuando al fin lo hacía, era siempre un final feliz.
 Con el caso Nóos, al igual que con el procés y el Brexit, pareciera imposible un final feliz, pero ahí esta la razón de su tensión: volver ese final algo que nunca suceda. 

Mark Zukerberg el pasado mes de abril en California. 
Mark Zukerberg el pasado mes de abril en California. REUTERS
Podría ser el sino de este tiempo: vamos abocados a lo imposible.
 Lo que nunca sucederá. Por eso nos sorprende, según informa ¡Hola!, el divorcio del Rey Mohamed VI de Marruecos.
 Recordemos que al casarse, Mohamed VI disolvió el harén real, que es un poco lo contrario de lo que hacen muchos maridos.
 En Miami hay un barrio llamado El Design District, construido para albergar la mayor cantidad de tiendas de lujo de esa parte del mundo.
 Mientras lo recorres, con un inusual paso lento, observas como esas tiendas están completamente vacías pero llenas de cosas caras.
 Solo las habitan maniquíes y vendedores con sonrisas congeladas. 
Si entras, se esfuerzan por hablarte y te cuentan que el rey de Marruecos, el ahora supuestamente divorciado Mohamed, “acaba de marcharse, después de gastarse miles de dólares”.
 Así, y con los latinos ricos, imagino, se mantienen esas tiendas.
 Por eso, tras la noticia del divorcio real, llamé a un amigo que trabaja en una de ellas y le pregunté si en su último dispendio, el monarca compró algo para Lalla Salma.
 “Yo solo le enseño ropa de hombre”, me respondió. “Y no paga en cash.
 Con él viene un señor, muy alto, que entrega una tarjeta de presentación para que llamemos y resolvamos la cuenta. No es necesario el datáfono”. 
 Sin necesidad de compartir ese dato en mi muro de Facebook, sospecho que en esta respuesta está una de las razones del divorcio
Pero el mismo dependiente me confesó: “A mí me duele porque ahora no habrá duelo de estilismo entre Letizia y Lalla Salma”. 
Nunca se sabe, pensé, el rey supuestamente divorciado puede ponerse ahora todo lo que ha comprado en Miami y tiene en el armario.
 ¡A ver quién le gana en estilismos! Ya lo veremos en Facebook para que se confirme lo frívolos que somos y cómo aprovecharlo. 
 

Ana Obregón: “Prefiero ser ridícula que aburrida”

La polifacética actriz se atreve con lo más moderno. Rueda con Los Javis la segunda temporada de la serie ‘Paquita Salas’.

Ana Obregón, con 40 años de fama a sus espaldas, está rodando con Los Javis la nueva temporada de 'Paquita Salas'.

Ana Obregón, con 40 años de fama a sus espaldas, está rodando con Los Javis la nueva temporada de 'Paquita Salas'. 

Nunca se fue del todo, pero Ana García Obregón reconoce que llevaba bastante tiempo alejada de producciones que requiriesen de una fuerte exposición mediática.

 “Ha sido una elección como actriz. 

Tenía el teatro como asignatura pendiente, probarme en un escenario y que me vieran 500 ó 600 personas, hacer un trabajo sin tanta repercusión”, afirma en una conversación con la voz tomada por haber rodado “con un vestido de tirantes a las dos de la madrugada con menos dos grados en Madrid”. 

Se trata de su nuevo papel en la segunda temporada de Paquita Salas, la serie de Javier Calvo y Javier Ambrossi y protagonizada por Brays Efe de Netflix.

 Obregón admite que esa especie de retiro también estuvo motivado por la necesidad de apartarse de la fama. 

“Yo voy al contrario de todo el mundo, ya no quiero que me vean tanto. Nunca me he planteado dejarlo, pero me gustaría rodar mi escena, llegar a casa, acostarme y que al día siguiente nadie supiera quién soy. 

Adoro mi trabajo, pero no la fama. Cuando llevas 40 años de fama, el efecto secundario es agotador”, confiesa. 

Quedó enamorada del trabajo de Los Javis cuando vio La Llamada, y en el estreno Javier Ambrossi le dijo que la había seguido desde Ana y los siete
 “Eso te toca por dentro porque yo no soy consciente de que haya llegado a la gente con mi trabajo. Comimos y me ofrecieron estar en Paquita Salas
Me encantó porque no hay nada parecido a esta serie, con lo difícil que es hacer algo diferente hoy". 
Ana habla entusiasmada de su trabajo con los directores, pero le tienen prohibido adelantar nada sobre su personaje. "Quieren que sea todo sorpresa. 
Solo te puedo decir que he trabajado con el más grande que es Berlanga y con otros como Colomo o Vicente Aranda, pero la forma de dirigir al actor de Los Javis es única", asegura.
Resulta llamativo que después de tiempo sin grandes series o películas y con 63 años (acaba de celebrar su cumpleaños mientras algunos medios afirman que tiene 66) haya conseguido participar en un proyecto de última generación. 
“Es la bomba estar en un formato de lo más moderno que se puede hacer
“Es la bomba estar en un formato de lo más moderno que se puede hacer. Me río de los que decían que iba a durar un año cuando empecé.
 Me encanta que la gente no se haya cansado de mí. He tenido la suerte de que cuando hice Ana y los siete, me veían millones de niños que ahora son los jóvenes millennials que ven series en Netflix”. declara orgullosa.
Ana Obregón con Los Javis: Javier Ambrosi (izquierda) y Javier Calvo.
Ana Obregón con Los Javis: Javier Ambrosi (izquierda) y Javier Calvo.
Además de esta serie, Obregón ha participado recientemente en el programa Ven a cenar conmigo, donde ha abierto la cocina de su casa a otros famosos.
“Estoy en ese punto en el que me da igual todo. Respecto a la prensa rosa, llevo un tiempo sin salir. No tengo novio. Sales ahí si te lías con uno y no me merece la pena. He tomado mucha distancia.
 Solo voy a algún acto de promoción de algún trabajo.
 Hoy me cuesta muchísimo hacer ese personaje de Ana Obregón”, reconoce y al mismo tiempo puntualiza una excepción: “El posado veraniego sí, porque es un ingreso, me pagan y listo. Total, me van a sacar igual”.
Una vida distinta en la que para ella los años no suponen ningún hándicap.
 “La vida a mi edad es maravillosa, ojalá hubiera tenido antes esta paz y sabiduría. No me da miedo envejecer, pero me encantaría parar el tiempo para no perder a mis padres.
 Respecto al amor, he estado toda mi vida con parejas y ahora llevo mucho tiempo que paso.
 Hago yoga y meditación y he aprendido a ser feliz por dentro. No quiero que esa tranquilidad me la quite ningún hombre", asegura. Y añade:
 “Hay mucho machismo, muchas veces desde las propias mujeres. Nadie se va a librar de cumplir años, y el que tenga complejos allá él. 
Prefiero parecer absolutamente ridícula a ser absolutamente aburrida”, concluye parafraseando a Marilyn Monroe.

Superdotados, el puzle de las altas capacidades............ José Luis Barbería


Lea González Vélez, con sus hijos, Michael y Richard. Los tres son superdotados.
Lea González Vélez, con sus hijos, Michael y Richard. Los tres son superdotados.
YA NO BUSCO causas a mi pensamiento desmesurado, ya no me comparo.
 Conocer mis capacidades era la pieza perdida del puzle y el diagnóstico es la tregua con el pasado que me permite reconstruir el presente y disponer de un filtro precioso con el que ver la vida”.
 Es la reflexión de una joven universitaria de 20 años diagnosticada como superdotada que en su pasada crisis emocional llegó a creer que padecía un trastorno mental.



Prueba de medida de inteligencia.
Prueba de medida de inteligencia.

Dos o tres de cada cien personas piensan y sienten de manera diferente al patrón general.
 Discurren, aprenden y procesan más rápido.
 Son mentes excepcionales, capaces de desarrollar una actividad neuronal tan intensa que los neurobiólogos han acuñado la expresión “cerebro en llamas” para describir las imágenes registradas mediante escáner que dan cuenta de su rendimiento intelectual. 
Lo suyo es el pensamiento arbóreo: una idea conduce a otra idea y esta a otra creando ramificaciones.
 Sienten también de manera distinta porque poseen una elevada sensibilidad emocional que puede hacerles más vulnerables.
 Su hábitat es un bosque intrincado de ideas y sentimientos, cercado por tópicos y estereotipos.
Y atacado, a veces, por la animadversión que suscita la diferencia. 
Los superdotados huyen de ese estigma y reivindican su personalidad, conscientes de que el cociente de inteligencia (CI) puede ser una trampa, un arma de doble filo.
 ¿Ser superdotado es el paraíso o el infierno, una fortuna o una maldición, motivo de regocijo o de desgracia? ¿Y qué es la inteligencia? 
Miraba a mi hijo y sentía como si tuviera delante a dos personas: una era el adulto a quien se le podía hablar de cualquier cosa; la otra, el niño que en realidad era y que no comprendía ciertas actitudes propias de las debilidades humanas.
 ¡Y yo nunca podía saber con cuál de las dos personas iba a hablar!”. 
Es la impresión más vívida que Montserrat Martí Sol, barcelonesa de 53 años, conserva de la niñez de su hijo, Jaume.
El 60% de los niños llamados “superdotados” pueden estar abocados al fracaso escolar
En la infancia de las personas con altas capacidades intelectuales, el niño y el adulto cohabitan en el mismo ser en una simbiosis singular. 
Su alto grado de desarrollo mental —tres, cuatro, cinco años superior al que les correspondería por su edad— se asienta en un fondo emocional tan infantil y vulnerable como el de sus compañeros, si no más. 
Bajo su aparente desgana escolar, que les lleva en muchos casos a ser diagnosticados erróneamente con un trastorno de déficit de atención (TDA), late en ellos un desbordante entusiasmo por el conocimiento, una desmesurada pasión por las palabras y una querencia obsesiva por los números. Textos y ecuaciones, problemas y enigmas desfilan incesantemente a gran velocidad por sus bien engrasadas autopistas mentales sin que el sueño pueda actuar siempre de eficaz interruptor.
 El incremento sostenido del cociente medio de inteligencia, registrado a lo largo del siglo XX gracias a la mejora nutricional y tecnológica, ha empezado a detenerse en los países más desarrollados. 
Mientras tanto, se intensifica la búsqueda global de talentos con que hacer frente a los nuevos retos de la humanidad. Aunque los porcentajes varían en función de los criterios aplicados, es un hecho que al menos el 2,28% de la población mundial está capacitada para alcanzar los 130 puntos en los test de inteligencia, la línea establecida 
convencionalmente a partir de la cual se declara la superdotación intelectual. 
El número de alumnos de estas características detectado en España en el curso 2015-2016 ascendió únicamente a 23.745. 
Se calcula que solo en la enseñanza no universitaria existen otros 180.000 no identificados y, en consecuencia, privados de las ayudas escolares previstas para ellos. 
El 60% de los niños llamados “superdotados” puede estar abocado al fracaso escolar.
 Talento que no se cultiva ni identifica correctamente, talento que corre riesgo de malograrse. 
 ¿Es la falta de aprovechamiento del ingente caudal de inteligencia que se pierde por los sumideros de la desinformación, la inercia y la rigidez estructural del sistema educativo lo que explica la pobre representación de los alumnos españoles clasificados como “excelentes” en los informes PISA?
 
 
El madrileño Ramón Campayo ha sido campeón del mundo de memoria en nueve ocasiones.  
Muchos alumnos con altas capacidades optan por mimetizarse en el paisaje escolar convencional para librarse del sambenito de raro y no desatar rechazo. 
Hay que olvidarse del arrollador chico listo triunfador líder de la clase. 
Y fijarse más bien en aquella alumna despistada, habitualmente abstraída en sus pensamientos, que no puede dejar de discutirle al profesor aquello que no le parece razonable.
 Observe también a ese otro chico que está solo en un rincón del patio mientras los demás corretean tras la pelota. O al niño que cuenta los peces de la pecera y construye su propio mundo de objetos. 
Los que se autoproclaman sobresalientes y dicen que sacaban muy buenas notas contribuyen al error que lleva a la gran mayoría de profesores a identificar erróneamente como superdotados a alumnos que manifiestan buen rendimiento escolar.
Hay de todo en el muestrario de los superdotados ilustres o glamurosos declarados: Stephen Hawking, Steve Jobs, Bill Gates, Bobby Fischer, Gary Kaspárov, Marilyn vos Savant, Arnold Schwarzenegger, Geena Davis, Paris Hilton, Shakira, Nicole Kidman, Sharon Stone, Quentin Tarantino… 
Pero lo que no resulta extraño es que el estudiante de altas capacidades sea visto como el tonto, por despistado, de la clase.
El madrileño Ramón Campayo ha sido campeón del mundo de memoria en nueve ocasiones. 
Lea Vélez, 47 años, madre de Michael (10) y Richard (8), tiene en casa sendas muestras del cambio brusco de personalidad que experimentan muchos estudiantes con altas capacidades. 
Es la prueba de cómo niños comunicativos, dinámicos y felices en casa se transforman en estudiantes pasivos, retraídos e infelices en el colegio.
 “Los mismos que en casa no se callan ni debajo del agua y no paran de hacer preguntas y observaciones difíciles e ingeniosas enmudecen en clase porque se aburren mortalmente”. 
Guionista y escritora, Vélez sostiene que el sistema no sabe muy bien qué hacer con los superdotados pese a que, sobre el papel, se ofrece la posibilidad de ampliarles o enriquecerles el temario, añadirles dos asignaturas e, incluso, pasarles de curso. 
“Nuestros métodos educativos están basados en la reiteración, cuando, precisamente, estos niños, que tienen su fuerte en las áreas intelectual y verbal, abominan de la repetición y la rutina”, prosigue Vélez.  
“Los profes los consideran vagos, pero ¿cómo no se van a aburrir de conjugar el verbo croar si ya a los cinco años me pedían que les indicara las partes del oído, me preguntaban de qué estaba hecha la lengua por dentro y me explicaban que los cables son la venas de la electricidad?
 Fíjese, cuando tenía ocho años, Michael me planteó la siguiente cuestión: ‘Mamá, ¿por qué los astrofísicos creen que el origen del universo fue el Big Bang? Si es el inicio de todo, ¿cuál es el detonante? ¿Cómo puede una explosión ser el origen de todo sin detonante?’.
 A mí me han enseñado a fascinarme por cuestiones de física, química y astronomía. Aprendo mucho con ellos”. 
A juicio de esta escritora, la alternativa pasa por mejorar la formación del profesorado y aumentar las clases extraordinarias de enriquecimiento escolar. 
“El mismo niño que a grito pelado se aferraba a la barandilla porque no quería ir al cole, se levantaba, se vestía él solo y me esperaba impaciente junto al coche para que le llevara al curso de enriquecimiento de física y química”, dice Vélez. 
“Y al revés: uno de mis hijos ha tenido soriasis y ataques de asma ante la proximidad de una de esas pruebas tediosas que tanto les horrorizan. 
  Ver el ejercicio y empezar a rascarse por el cuerpo es todo uno”.
 Los estudios de la asociación internacional de superdotados Mensa confirman una prevalencia mayor de las enfermedades asociadas al estrés y la ansiedad entre las personas con alto cociente intelectual. 
Muchos superdotados han pasado por la escuela, la vida social y el trabajo sin problema alguno.
 Más bien, bendecidos por sus capacidades: su potencia de aprendizaje, su creatividad, facilidad para los idiomas o las matemáticas.
 Pero otros conocen bien, por experiencia propia, el acoso escolar. 
“Yo era el pitagorín que no caía bien a nadie, tampoco a los profes, dada mi tendencia a hacerles preguntas incómodas”, dice José Beltrán-Escavy, doctorado en Robótica por la Universidad de Tokio y examinador en la Oficina Europea de Patentes de La Haya.
 “Con 14 años, un grupo de alumnos me colgó del cuello con la cuerda de una persiana y les faltó poco para haberme matado. 
Me quedó una marca morada en el cuello durante tres semanas. A los 21 años, entré en la asociación Mensa.
 Probablemente, eso me salvó de convertirme en un amargado insoportable y solitario”. —¿Qué le ha aportado tener un alto CI?
“Hay quienes no manifiestan su condición de superdotados ni siquiera a sus parejas”
—Una capacidad de sintetizar muy grande que me permite retener información y encontrar conexiones entre datos separados.
 También una memoria bastante buena y facilidad para los idiomas: aprendí catalán en 15 días, japonés en 6 meses, alemán básico en 2 meses y rumano en 6 días. 
A cambio, tengo una ligera discalculia (dislexia para los números). Para cualquier cálculo matemático necesito tirar de lápiz y papel, o de calculadora.

—¿El CI ha contribuido a su felicidad?
En conjunto, supongo que sí. Si me hubieran hecho esta pregunta a los 14, mi respuesta habría sido diferente.
Sergi, Manu, Natalia y Aleix, de la asociación Mensa.
Sergi, Manu, Natalia y Aleix, de la asociación Mensa.
Muchos superdotados no han olvidado la percepción de ajenidad que les produjo el primer encuentro con sus compañeros de clase. 
“Yo los veía como unos brutos gritones y ellos, a su vez, me veían a mí diferente”, recuerda Ramón Campayo, 52 años, natural de Albacete, campeón del mundo de memoria en nueve ocasiones. 
“Me mantuve en mi mundo, en un rincón, sin amigos. Supe que tenía que tratarme a mí mismo con cariño y aprendí a aceptar que siempre habrá personas a las que les caerás mal”. 
Con más de 190 de CI, este hombre puede leer 2.500 palabras por minuto y memorizar 124 números en cuatro segundos. 
Dice que la técnica y el ejercicio memorístico pueden más que las capacidades innatas. 
Y añade que, cuando compite, el voltaje de su actividad neuronal se le dispara hasta los 42 grados de temperatura. En una ocasión tuvo que ir al médico porque su cabeza estaba a punto de estallar con “la fiebre de la inteligencia”. 

La maldición de la inteligencia es el título del libro en el que la psicóloga clínica Carmen Sanz Chacón aborda los problemas que conducen, según ella, al fracaso personal y profesional a la mayor parte de las personas superdotadas. En Demasiado inteligente para ser feliz, la psicoterapeuta francesa Jeanne Siaud-Facchin sostiene que las altas capacidades conllevan fragilidad emocional y sufrimiento asociado a la sensación de inadaptación permanente y grandes dificultades para seleccionar, gestionar y organizar la ingente información que reúnen.
 Algunos expertos han detectado de manera inequívoca en los superdotados un dolor existencial intrínseco.
 Les atribuyen un particular compromiso con la justicia, la verdad y la solidaridad/empatía hacia quienes sufren. Cabría añadir una acusada sensación de incomprensión permanente y la necesidad de salir de la soledad y de buscar al “otro” entre sus pares, preferentemente. 
De ahí que sean tan frecuentes las parejas formadas por personas con altas capacidades.
“La superdotación es una forma de ser, pensar y sentir distinta, pero por sí misma no impide alcanzar la felicidad”, indica Maite Garnica, pedagoga y autora del libro ¿Cómo reconocer a un niño superdotado? 
 “Las características cualitativas emocionales se manifiestan como diferentes a la mayor parte de la gente”, prosigue Garnica.
 “Tiende a cuestionar su valía, posee una baja tolerancia a la frustración, es altamente susceptible, soporta mal los motes y resulta víctima de un afán perfeccionista que conduce a la insatisfacción”.
 Establecido que cada superdotado posee un perfil diferente, esta pedagoga detecta en esos niños individualismo derivado de la falta de intereses compartidos con sus compañeros y de su gran capacidad de comprensión de los conceptos abstractos, además de una curiosidad temprana por las cuestiones filosófico-religiosas trascendentales. 

Disponen, igualmente, de un elaborado sentido del humor y una percepción sensorial de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto más acusada de lo normal.
 La precocidad y la memoria serían indicativos de un alto CI, aunque no marcadores definitivos.
 El mismo CI es visto cada vez más como una referencia mejorable, de contornos difusos
. ¿Qué pasa con los que obtienen 129 puntos en lugar de los 130 establecidos? ¿Acaso la distancia entre estos últimos y los que superan los 160 puntos no es mayor que la que existe entre los “raspados” y el resto que, en el 70% de los casos, se sitúa en la banda entre 87 y 114 puntos?


Prueba llamada Rompecabezas, utilizada en los test de inteligencia para medir las habilidades visoespaciales.
Prueba llamada Rompecabezas, utilizada en los test de inteligencia para medir las habilidades visoespaciales.

Atendiendo a su experiencia, Garnica subraya la necesidad de combinar la inteligencia intelectual con las técnicas de “inteligencia emocional” que permiten conocerse mejor, gestionar las emociones y desarrollar la empatía y la asertividad hacia los demás, de forma que la tendencia al fracaso que se observa en muchas personas con alto CI se transforme en éxito personal y social, en bienestar anímico. “Si el superdotado no aprende a controlar y a poner consciencia sobre sus pensamientos, son estos los que dominan su mente, sus emociones y su vida”.
Como directora del madrileño Centro Especializado en Superdotados (CES), Garnica ha visto a madres romper a llorar al saber la condición de superdotado de sus hijos. Este es su consejo a los padres:
 “No teman, su hijo podrá ser feliz.
 Hay que contarle que tiene un alto cociente intelectual y que no es raro, sino especial.
 Este es un paso primordial, cuestión de salud pública, porque ellos se sienten mejor cuando saben lo que les pasa y constatan que no es nada malo”. 
De hecho, abundan los testimonios que ratifican la compatibilidad entre las altas capacidades y un razonable bienestar emocional. “No comulgo con quienes lo asocian con la desgracia”, señala Jesús Landart, 57 años, vecino de Irún. 
“Más vale ser listo que tonto, pero no tenemos mérito ni demérito por ser como somos.
 Todo el misterio es que nacemos con mayor dotación intelectual.
 El esfuerzo, el tesón y el trabajo pueden dar mejores resultados que la inteligencia no aprovechada”. Como directora del madrileño Centro Especializado en Superdotados (CES), Garnica ha visto a madres romper a llorar al saber la condición de superdotado de sus hijos. Este es su consejo a los padres: 
“No teman, su hijo podrá ser feliz. Hay que contarle que tiene un alto cociente intelectual y que no es raro, sino especial.
 Este es un paso primordial, cuestión de salud pública, porque ellos se sienten mejor cuando saben lo que les pasa y constatan que no es nada malo”.
 De hecho, abundan los testimonios que ratifican la compatibilidad entre las altas capacidades y un razonable bienestar emocional.
 “No comulgo con quienes lo asocian con la desgracia”, señala Jesús Landart, 57 años, vecino de Irún. “Más vale ser listo que tonto, pero no tenemos mérito ni demérito por ser como somos.
 Todo el misterio es que nacemos con mayor dotación intelectual.
 El esfuerzo, el tesón y el trabajo pueden dar mejores resultados que la inteligencia no aprovechada”.
 



Prueba de medida de inteligencia.
Prueba de medida de inteligencia.



Junto a estas líneas, sala del Centro Especializado en Superdotados (CES).
Junto a estas líneas, sala del Centro Especializado en Superdotados (CES).




Prueba llamada Rompecabezas, utilizada en los test de inteligencia para medir las habilidades visoespaciales.
Prueba llamada Rompecabezas, utilizada en los test de inteligencia para medir las habilidades visoespaciales.

Atendiendo a su experiencia, Garnica subraya la necesidad de combinar la inteligencia intelectual con las técnicas de “inteligencia emocional” que permiten conocerse mejor, gestionar las emociones y desarrollar la empatía y la asertividad hacia los demás, de forma que la tendencia al fracaso que se observa en muchas personas con alto CI se transforme en éxito personal y social, en bienestar anímico. “Si el superdotado no aprende a controlar y a poner consciencia sobre sus pensamientos, son estos los que dominan su mente, sus emociones y su vida”. Como directora del madrileño Centro Especializado en Superdotados (CES), Garnica ha visto a madres romper a llorar al saber la condición de superdotado de sus hijos. Este es su consejo a los padres: “No teman, su hijo podrá ser feliz. Hay que contarle que tiene un alto cociente intelectual y que no es raro, sino especial. Este es un paso primordial, cuestión de salud pública, porque ellos se sienten mejor cuando saben lo que les pasa y constatan que no es nada malo”.
De hecho, abundan los testimonios que ratifican la compatibilidad entre las altas capacidades y un razonable bienestar emocional. “No comulgo con quienes lo asocian con la desgracia”, señala Jesús Landart, 57 años, vecino de Irún. “Más vale ser listo que tonto, pero no tenemos mérito ni demérito por ser como somos. Todo el misterio es que nacemos con mayor dotación intelectual. El esfuerzo, el tesón y el trabajo pueden dar mejores resultados que la inteligencia no aprovechada”. Landart piensa que el rasgo común es la curiosidad por el conocimiento resultante de la mayor facilidad para entender conceptos abstractos. “Es lo que en euskera llamamos jakinmina (dolor, ansia de saber)”, concluye.

Superdotados, el puzle de las altas capacidades


La barcelonesa Montserrat con su hijo Jaume (a la izquierda), y Carmen Po, que trabaja de teleoperadora en Zaragoza.
La barcelonesa Montserrat con su hijo Jaume (a la izquierda), y Carmen Po, que trabaja de teleoperadora en Zaragoza.

Matemático, ingeniero electrónico y filósofo, Jesús Landart forma parte de Mensa, el club de superdotados que en España cuenta con 2.300 socios y 160.000 en todo el mundo.
 Agrupa a personas que superan la barrera de los 130 puntos de CI en los test psicológicos, un espectro en torno al 2% de la población. 
“Somos una asociación de gran biodiversidad que se propone fomentar la inteligencia y crear un ambiente estimulante en la educación”, dice Elena Sanz, 54 años, química, natural de Errenteria (Gipuzkoa).
“La inteligencia es una herramienta para la vida y el desarrollo de la razón.
 Pero ya sabemos que la razón no da la felicidad, de la misma manera que ser alto no te convierte en el mejor jugador de baloncesto ni en mejor persona”. Sanz no padeció el acoso de niña.
 “Me juntaba con las chicas malas de la clase. Con la diferencia de que yo aprobaba sin estudiar y ellas no”. Presidenta de Mensa entre los años 2013 y 2016, Sanz niega que este club responda al propósito de formar una comunidad dentro de la comunidad, aunque acepta la imagen de refugio que permite compartir inquietudes en un ambiente festivo, aderezado de refinada ironía humorística. 

“Hay socios que fuera de aquí no manifiestan su condición de superdotados, ni siquiera se lo cuentan a sus parejas. Los expertos en recursos humanos nos aconsejan no incluir el CI en los currículos. 
 Hay que preguntarse por qué gente que acepta con naturalidad las diferencias en la estatura, el pelo o el color de los ojos, y aplaude a los deportistas de élite, soporta mal que otros tengan mayor capacidad intelectual”. 
Carmen Po Marquina, de 44 años, trabaja de teleoperadora en un call center de Zaragoza y, como tantos otros superdotados, particularmente las mujeres, está habituada desde pequeña a disimular.
 “He tenido que callarme muchas veces. Supongo que tampoco es fácil mandar sobre personas de nuestras características porque nos gusta que nos expliquen las cosas para luego analizarlas.
 Esto es algo que yo no puedo evitar, pese a que con frecuencia mi opinión se toma como un ataque”. Po Marquina dice que en el cole se aburría. 
No entendía por qué los profesores explicaban una y otra vez lo mismo. 
 Perdió los hábitos mínimos de estudio y renunció a ir a la universidad. “No he tenido una vida de éxito profesional, nunca me sentí más inteligente que los demás.
 Ser lista no te soluciona la vida”.