¡Y yo nunca podía saber con cuál de las dos personas iba a hablar!”.
Es la impresión más vívida que Montserrat Martí Sol, barcelonesa de 53 años, conserva de la niñez de su hijo, Jaume.
El 60% de los niños llamados “superdotados” pueden estar abocados al fracaso escolar
convencionalmente a partir de la cual se declara la superdotación intelectual.
“Hay quienes no manifiestan su condición de superdotados ni siquiera a sus parejas”
También una memoria bastante buena y facilidad para los idiomas: aprendí catalán en 15 días, japonés en 6 meses, alemán básico en 2 meses y rumano en 6 días.
A cambio, tengo una ligera discalculia (dislexia para los números). Para cualquier cálculo matemático necesito tirar de lápiz y papel, o de calculadora.
—¿El CI ha contribuido a su felicidad?
—En conjunto, supongo que sí. Si me hubieran hecho esta pregunta a los 14, mi respuesta habría sido diferente.
“Yo los veía como unos brutos gritones y ellos, a su vez, me veían a mí diferente”, recuerda Ramón Campayo, 52 años, natural de Albacete, campeón del mundo de memoria en nueve ocasiones.
“Me mantuve en mi mundo, en un rincón, sin amigos. Supe que tenía que tratarme a mí mismo con cariño y aprendí a aceptar que siempre habrá personas a las que les caerás mal”.
Con más de 190 de CI, este hombre puede leer 2.500 palabras por minuto y memorizar 124 números en cuatro segundos.
Dice que la técnica y el ejercicio memorístico pueden más que las capacidades innatas.
Y añade que, cuando compite, el voltaje de su actividad neuronal se le dispara hasta los 42 grados de temperatura. En una ocasión tuvo que ir al médico porque su cabeza estaba a punto de estallar con “la fiebre de la inteligencia”.
La maldición de la inteligencia es el título del libro en el que la psicóloga clínica Carmen Sanz Chacón aborda los problemas que conducen, según ella, al fracaso personal y profesional a la mayor parte de las personas superdotadas. En Demasiado inteligente para ser feliz, la psicoterapeuta francesa Jeanne Siaud-Facchin sostiene que las altas capacidades conllevan fragilidad emocional y sufrimiento asociado a la sensación de inadaptación permanente y grandes dificultades para seleccionar, gestionar y organizar la ingente información que reúnen.
Algunos expertos han detectado de manera inequívoca en los superdotados un dolor existencial intrínseco.
Les atribuyen un particular compromiso con la justicia, la verdad y la solidaridad/empatía hacia quienes sufren. Cabría añadir una acusada sensación de incomprensión permanente y la necesidad de salir de la soledad y de buscar al “otro” entre sus pares, preferentemente.
De ahí que sean tan frecuentes las parejas formadas por personas con altas capacidades.
“La superdotación es una forma de ser, pensar y sentir distinta, pero por sí misma no impide alcanzar la felicidad”, indica Maite Garnica, pedagoga y autora del libro ¿Cómo reconocer a un niño superdotado?
“Las características cualitativas emocionales se manifiestan como diferentes a la mayor parte de la gente”, prosigue Garnica.
“Tiende a cuestionar su valía, posee una baja tolerancia a la frustración, es altamente susceptible, soporta mal los motes y resulta víctima de un afán perfeccionista que conduce a la insatisfacción”.
Establecido que cada superdotado posee un perfil diferente, esta pedagoga detecta en esos niños individualismo derivado de la falta de intereses compartidos con sus compañeros y de su gran capacidad de comprensión de los conceptos abstractos, además de una curiosidad temprana por las cuestiones filosófico-religiosas trascendentales.
Disponen, igualmente, de un elaborado sentido del humor y una percepción sensorial de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto más acusada de lo normal.
La precocidad y la memoria serían indicativos de un alto CI, aunque no marcadores definitivos.
El mismo CI es visto cada vez más como una referencia mejorable, de contornos difusos
. ¿Qué pasa con los que obtienen 129 puntos en lugar de los 130 establecidos? ¿Acaso la distancia entre estos últimos y los que superan los 160 puntos no es mayor que la que existe entre los “raspados” y el resto que, en el 70% de los casos, se sitúa en la banda entre 87 y 114 puntos?
“No teman, su hijo podrá ser feliz. Hay que contarle que tiene un alto cociente intelectual y que no es raro, sino especial.
Este es un paso primordial, cuestión de salud pública, porque ellos se sienten mejor cuando saben lo que les pasa y constatan que no es nada malo”.
De hecho, abundan los testimonios que ratifican la compatibilidad entre las altas capacidades y un razonable bienestar emocional.
“No comulgo con quienes lo asocian con la desgracia”, señala Jesús Landart, 57 años, vecino de Irún. “Más vale ser listo que tonto, pero no tenemos mérito ni demérito por ser como somos.
Todo el misterio es que nacemos con mayor dotación intelectual.
El esfuerzo, el tesón y el trabajo pueden dar mejores resultados que la inteligencia no aprovechada”.
De hecho, abundan los testimonios que ratifican la compatibilidad entre las altas capacidades y un razonable bienestar emocional. “No comulgo con quienes lo asocian con la desgracia”, señala Jesús Landart, 57 años, vecino de Irún. “Más vale ser listo que tonto, pero no tenemos mérito ni demérito por ser como somos. Todo el misterio es que nacemos con mayor dotación intelectual. El esfuerzo, el tesón y el trabajo pueden dar mejores resultados que la inteligencia no aprovechada”. Landart piensa que el rasgo común es la curiosidad por el conocimiento resultante de la mayor facilidad para entender conceptos abstractos. “Es lo que en euskera llamamos jakinmina (dolor, ansia de saber)”, concluye.
“Hay socios que fuera de aquí no manifiestan su condición de superdotados, ni siquiera se lo cuentan a sus parejas. Los expertos en recursos humanos nos aconsejan no incluir el CI en los currículos.
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