“Despertar los domingos y que Javier Marías ya sea TT” (supongo que significa trending topic, no sé bien)
. Coincido plenamente con ella, a mí tampoco me gusta, y al parecer sucede a veces. Yo no escribo para “provocar”, sino para intentar pensar lo no tan pensado.
Pero el pensamiento individual está hoy mal visto, se exigen ortodoxia y unanimidad.
Hace unas semanas saqué aquí un artículo serio, razonado y sin exabruptos (eso creo, “Ojo con la barra libre”), más sobre la prescindencia de los juicios y su sustitución por las jaurías que otra cosa.
Uno acepta todos los ataques y críticas, son gajes del oficio
Lo que resulta desalentador es la falta de comprensión lectora y la tergiversación deliberada. (También uno se harta, y eso sí puede llevarlo a callarse y darle una alegría a la columnista joven.) Al instante, un diario digital cuelga un titular falaz, sin añadir enlace al artículo.
Muchos se quedan con eso y se inflaman. No leen, o no entienden lo que leen, o deciden no entenderlo.
Uno se pregunta de qué sirve explicar, argumentar, matizar, reflexionar con el mayor esmero posible.
Los ataques no importan, las mentiras sí. Y vivimos una época en que, si las mentiras halagan, se las aplaude.
Una escritora que presume de sus erotismos y cuyo nombre omitiré por delicadeza, pidió con ahínco entrevistarme hace unos años.
La recibí en mi casa, y se aprovechó de mi hospitalidad —veo ahora— para fisgonear con bajeza y educación pésima, y extraer conclusiones erróneas, o directamente imbéciles y malintencionadas.
En otro diario digital me dedica un larguísimo texto lleno de falsedades, una diatriba.
Me limitaré a señalar dos mentiras comprobables (imagínense el resto).
Afirma que creé, “juguetón él”, el ficticio Reino de Redonda. Mentira: ese Reino lo creó en 1880 el escritor británico M. P. Shiel, nacido en la vecina Montserrat.
También asegura que en mi minúscula editorial de igual nombre “las escritoras brillan en general por su ausencia”.
Mentira: de quien más títulos he publicado —tres— es de la magnífica Janet Lewis; también dos de la excepcional Rebecca West, dos de Richmal Crompton, uno de Isak Dinesen y uno de Vernon Lee (quizá crea esa autora, en su ignorancia, que las tres últimas son varones, y no, son mujeres).
Nueve libros de treinta, casi un tercio, no es “brillar por su ausencia”.
Y dicho sea de paso, no me ando fijando en el sexo de las obras buenas y que además están disponibles.
Lo que admiro lo admiro, lo haya escrito una mujer, un hombre, un blanco, una negra o una asiática.
Por otra parte, y si no recuerdo mal —y si recuerdo mal lo retiro y me disculpo de antemano, a mí no me gusta mentir—, esa gran defensora de sus congéneres, tan doliente por “las violadas, las acosadas, las muertas que dijeron no”, ha alardeado de haber pagado ella y su pareja a una prostituta para hacer un trío.
Si así fuera, ya me llevaría ventaja en la utilización y cosificación del cuerpo femenino, porque yo nunca he contratado a una puta.
Los ataques no importan, las mentiras sí.
Y vivimos una época en que, si las mentiras halagan, se las aplaude
Como uno también se harta, ya lo he dicho, permítanme recuperar unas citas pioneras (1995, 1997 y 2002) del “repugnante machista” que esto firma.
Del artículo “El suplemento de miedo”: “A veces pienso que para los hombres lo más inconcebible de ser mujer es la sensación de indefensión y desvalimiento, de fragilidad extrema con que deben de ir por el mundo.
Supongo que si fuera mujer iría por la vida con un suplemento de miedo difícil de imaginar y que debe de ser insoportable. Por eso creo que una de las mayores vilezas es pegar a una mujer, materializar y confirmar ese intolerable miedo”.
O del titulado “No era tuya”: “Esos llamados crímenes pasionales —más bien fríos— deberían ser los más repudiados y penados. Pero no lo serán mientras parte de la sociedad siga pensando que las mujeres han de atenerse a las consecuencias de su insumisión y que los maridos, en cambio, no tienen por qué aguantarse”.
Hay muchas más antiguas y recientes, vaya un fragmento de “Las civilizadoras”: “Las mujeres han sido el principal elemento civilizador y apaciguador de la humanidad.
Quienes han hecho de los niños personas y han tenido mayor interés en conservar y proteger la especie, en rehuir o evitar las peleas, la violencia, las guerras.
Quienes han hecho mayor uso de la piedad y la compasión, del afecto manifiesto, de la consolación, quizá también del perdón.
Y de propiedades como la astucia, la transacción, el pacto, la persuasión, la simpatía, la risa, la alegría y la cortesía”.
Claro que a la semana siguiente, recuerdo, escribí “Y las incivilizadas”.
Son siempre éstas las que vociferan más y las que hoy fingen estar expulsando y suplantando a las civilizadoras.