Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 mar 2018

También uno se harta............................................Javier Marías

Hoy le llaman a uno “machista” muchas mujeres que justamente lo son, al despreciar y denigrar a las de su sexo que no obedecen sus preceptos.


UNA JOVEN columnista publica una apasionante pieza enumerando cosas que le gustan y que no, y la primera que no, la que tiene prisa por soltar, es:
 “Despertar los domingos y que Javier Marías ya sea TT” (supongo que significa trending topic, no sé bien)
. Coincido plenamente con ella, a mí tampoco me gusta, y al parecer sucede a veces. Yo no escribo para “provocar”, sino para intentar pensar lo no tan pensado.
 Pero el pensamiento individual está hoy mal visto, se exigen ortodoxia y unanimidad.
 Hace unas semanas saqué aquí un artículo serio, razonado y sin exabruptos (eso creo, “Ojo con la barra libre”), más sobre la prescindencia de los juicios y su sustitución por las jaurías que otra cosa.
 Uno acepta todos los ataques y críticas, son gajes del oficio
Lo que resulta desalentador es la falta de comprensión lectora y la tergiversación deliberada. (También uno se harta, y eso sí puede llevarlo a callarse y darle una alegría a la columnista joven.) Al instante, un diario digital cuelga un titular falaz, sin añadir enlace al artículo.
 Muchos se quedan con eso y se inflaman. No leen, o no entienden lo que leen, o deciden no entenderlo.
 Uno se pregunta de qué sirve explicar, argumentar, matizar, reflexionar con el mayor esmero posible.
 Los ataques no importan, las mentiras sí. Y vivimos una época en que, si las mentiras halagan, se las aplaude.
 Una escritora que presume de sus erotismos y cuyo nombre omitiré por delicadeza, pidió con ahínco entrevistarme hace unos años.
 La recibí en mi casa, y se aprovechó de mi hospitalidad —veo ahora— para fisgonear con bajeza y educación pésima, y extraer conclusiones erróneas, o directamente imbéciles y malintencionadas. 
En otro diario digital me dedica un larguísimo texto lleno de falsedades, una diatriba. 
Me limitaré a señalar dos mentiras comprobables (imagínense el resto).  

Afirma que creé, “juguetón él”, el ficticio Reino de Redonda. Mentira: ese Reino lo creó en 1880 el escritor británico M. P. Shiel, nacido en la vecina Montserrat.
 También asegura que en mi minúscula editorial de igual nombre “las escritoras brillan en general por su ausencia”.
 Mentira: de quien más títulos he publicado —tres— es de la magnífica Janet Lewis; también dos de la excepcional Rebecca West, dos de Richmal Crompton, uno de Isak Dinesen y uno de Vernon Lee (quizá crea esa autora, en su ignorancia, que las tres últimas son varones, y no, son mujeres).
 Nueve libros de treinta, casi un tercio, no es “brillar por su ausencia”.
 Y dicho sea de paso, no me ando fijando en el sexo de las obras buenas y que además están disponibles.
 Lo que admiro lo admiro, lo haya escrito una mujer, un hombre, un blanco, una negra o una asiática. 
Por otra parte, y si no recuerdo mal —y si recuerdo mal lo retiro y me disculpo de antemano, a mí no me gusta mentir—, esa gran defensora de sus congéneres, tan doliente por “las violadas, las acosadas, las muertas que dijeron no”, ha alardeado de haber pagado ella y su pareja a una prostituta para hacer un trío.
Si así fuera, ya me llevaría ventaja en la utilización y cosificación del cuerpo femenino, porque yo nunca he contratado a una puta.
Los ataques no importan, las mentiras sí.
 Y vivimos una época en que, si las mentiras halagan, se las aplaude
Hoy lo llaman a uno “machista” muchas mujeres que justamente lo son, al despreciar y denigrar a las de su sexo que no obedecen sus preceptos: las tachan de “alienadas”, “traidoras”, “cómplices”, “vendidas al patriarcado”, negándoles su autonomía de pensamiento y tratándolas como a tontas.
 Como uno también se harta, ya lo he dicho, permítanme recuperar unas citas pioneras (1995, 1997 y 2002) del “repugnante machista” que esto firma. 
Del artículo “El suplemento de miedo”: “A veces pienso que para los hombres lo más inconcebible de ser mujer es la sensación de indefensión y desvalimiento, de fragilidad extrema con que deben de ir por el mundo.
Supongo que si fuera mujer iría por la vida con un suplemento de miedo difícil de imaginar y que debe de ser insoportable. Por eso creo que una de las mayores vilezas es pegar a una mujer, materializar y confirmar ese intolerable miedo”.
 O del titulado “No era tuya”: “Esos llamados crímenes pasionales —más bien fríos— deberían ser los más repudiados y penados. Pero no lo serán mientras parte de la sociedad siga pensando que las mujeres han de atenerse a las consecuencias de su insumisión y que los maridos, en cambio, no tienen por qué aguantarse”. 
Hay muchas más antiguas y recientes, vaya un fragmento de “Las civilizadoras”: “Las mujeres han sido el principal elemento civilizador y apaciguador de la humanidad.
 Quienes han hecho de los niños personas y han tenido mayor interés en conservar y proteger la especie, en rehuir o evitar las peleas, la violencia, las guerras. 
Quienes han hecho mayor uso de la piedad y la compasión, del afecto manifiesto, de la consolación, quizá también del perdón.
 Y de propiedades como la astucia, la transacción, el pacto, la persuasión, la simpatía, la risa, la alegría y la cortesía”. 

Claro que a la semana siguiente, recuerdo, escribí “Y las incivilizadas”. 
Son siempre éstas las que vociferan más y las que hoy fingen estar expulsando y suplantando a las civilizadoras. 

10 mar 2018

En busca de la nueva Lucia Berlin........................ LAURA FERNÁNDEZ

El aún palpitante éxito de ‘Manual para mujeres de la limpieza’ ha puesto a las editoriales españolas tras la pista de autoras anglosajonas de relatos cuya carrera se ha desarrollado en los márgenes.

Desde la izquierda, Alice Munro, Lucia Berlin (arriba), Lydia Davis (abajo) y Edna O’Brien.
Desde la izquierda, Alice Munro, Lucia Berlin (arriba), Lydia Davis (abajo) y Edna O’Brien.
Puede que todo empezara en 2013, cuando Alice Munro ganó el Nobel. 
Alice Munro, “la Chéjov de Canadá”.
 La Academia sueca se rendía por fin al género maldito, el del cuento.
 Y puede que en aquel momento, gabinetes de lectura de editoriales de todo el mundo, en realidad, lectores únicos de esas mismas editoriales, dirigidos por editores ávidos de dar salida por fin a un género considerado poco más que “veneno para la taquilla” hasta el momento, se pusiesen manos a la obra en busca de otras chéjovs, de chéjovs de todo tipo
Así fue como un día alguien levantó un teléfono en la editorial neoyorquina Farrar, Straus and Giroux y llamó a Lydia Davis para pedirle consejo.
 Le preguntó si tenía en mente a alguna otra cuentista cuya obra jamás hubiese sido tratada como debía. 
Ella contestó: “Por supuesto, Lucia Berlin”. Quién sabe, puede que Davis llevase demasiado tiempo queriendo que alguien le hiciese esa pregunta.

 El resto es historia.

 En 2015, Farrar, Straus and Giroux publicaba Manual para mujeres de la limpieza, la antología definitiva de Berlin, diosa maldita de un realismo sucio poderosamente vivo, elaborada por Stephen Emerson, escritor y buen amigo de Lucia.

 Para entonces, el mundo, por fin, estaba a punto de descubrir que sus relatos no eran solo relatos, eran diamantes extraídos de la mina de su tormentosa existencia —infancia nómada, tres maridos, cuatro hijos, todo tipo de horribles trabajos, demasiado alcohol, una madre abominable, mudanzas, lavanderías, autobuses, y una muerte en la más absoluta miseria—. El resultado del trabajo de Emerson, 43 relatos en los que la prosa “eléctrica” de Berlin “se abre camino a zarpazos en el papel”, hizo que el mundo entero se enamorase de la mujer que era a la vez Charles Bukowski, Raymond Carver y Francis Scott Fitzgerald.

100.000 ejemplares

María Fasce, entonces editora de Alfaguara, fue, por casualidad, la primera en leer el manuscrito en España.
 “Me lo llevé a casa aquel fin de semana, y me quedé hipnotizada. El lunes ya habíamos pasado una oferta.
 Nunca imaginamos el fenómeno”, cuenta.
 A día de hoy, al año y medio de publicarse en España, Manual para mujeres de la limpieza ha vendido, según la editorial, más de 100.000 ejemplares en España y Latinoamérica. 
Y, desde entonces, sin prisa pero sin pausa, las librerías se han ido llenando poco a poco cuentos reunidos de todo tipo de autoras de las que no teníamos noticias hasta la fecha.
 Pensemos en la madre del neogótico sureño weird Joy Williams, en la siempre cruel, oscura y fascinante Angela Carter, en la lúcida chica de campo Edna O’Brien, en la amante de las parejas infelices y las mujeres sonrientes Margaret Drabble.
 Y en las que coinciden estos días en librerías: Edith Pearlman y su Visión binocular (que publica Anagrama después de que el año pasado AdN lanzase Miel del desierto); Andrea Barrett y los cuentos científicos que contiene La fiebre negra (Nórdica); el icono de la literatura irlandesa Mary Lavin, que recibe al lector En un café (Errata Naturae). 
¿Se diría que alguien está buscando a la próxima Lucia Berlin?

 “Es muy probable", dice Maria Fasce, hoy al frente de Lumen. “¡Yo misma estoy buscando a la próxima Lucia Berlin!”, admite. 

Las coordenadas están claras: autora anglosajona de relatos que haya crecido en los márgenes —esto es, que haya sido injustamente tratada aún por público y crítica—, una rara orquídea que se hubiese abierto camino en el duro asfalto, y de la que poco o casi nada se supiese.

 Como las anteriormente mencionadas, entre las que podríamos añadir el tímido rescate de Ann Beattie —los únicos dos cuentos reunidos en Paseando con hombres (Gatopardo)— o la reedición integral de Grace Paley (Anagrama). 

“Berlin ha facilitado que al librero le dé menos miedo el relato, y eso ha hecho que nos dé menos miedo a nosotros” dice Diego Moreno, de Nórdica, que admite que un día, “haciendo indagaciones por Internet” dio con una autora "de relatos" que había ganado el National Book Award en 1996, y que no podía creerse que siguiera “libre”. 

Está hablando de Andrea Barrett. Barrett es de Boston, tiene 63 años, y escribe sobre todo tipo de familias, obsesionadas, de una manera u otra, con la ciencia.

 “Es una apasionada de la ciencia, que mezcla ficción con conocimiento”, dice Moreno, que confiesa que, de momento —y es un momento muy corto, el libro se publicó a principios de febrero—, la acogida está siendo "buenísima”.

Enrique Redel, de Impedimenta, confirma que, sin duda, “ha llegado el momento del relato en España”. Él no hace distinción de sexo, pues tan bien le funcionan los relatos completos de Kingsley Amis como los de Angela Carter (de los que ha vendido más de 10.000 ejemplares). Tampoco de nacionalidad, pues, afirma, los cuentos de Jon Bilbao “han tirado estupendamente”.
 Eso sí, nadie se ha puesto aún a buscar autoras españolas e hispanoamericanas de relatos que hayan crecido en los márgenes. O se está haciendo disimuladamente.
 En lo que a nuestra lengua se refiere parece que la apuesta es en firme por lo que se escribe hoy. 
Pensemos en la editorial especializada Páginas de Espuma, en los nombres de Sara Mesa, Mariana Enríquez, Samantha Schweblin o Paulina Flores y en el Nacional de Narrativa que Cristina Fernández Cubas ganó en 2016 por un libro de relatos (La habitación de Nona, Tusquets).
En cualquier caso, Redel se muestra sorprendido de que Margaret Drabble, la hermana pequeña de A. S. Byatt, esté aguantando el tirón como lo está haciendo.
 Redel publicó el año pasado una colección de cuentos suya titulada Un día en la vida de una mujer sonriente. “¿Qué tiene de especial Drabble? 
Que habla del síndrome de la superwoman de los 60 y 70, porque pertenece a la generación del baby pill británica, y habla de las primeras mujeres que se incorporaron al trabajo y de cómo fue el cambio de rol, de sus enormes contradicciones”, dice.
 Sin embargo, Fasce no cree que el camino para encontrar a la próxima Lucia Berlin pase por el cuento.
 “El fenómeno de Berlin tiene mucho más que ver con el de Angelika Schrobsdorff [que triunfó en 2016 con Tú no eres como otras madres] y el de [Karl Ove] Knausgard, porque lo que estás leyendo es una vida”. A fragmentos. 
Pero una vida.

 

El Chicle calcula desde la celda que “en siete años” estará fuera

Después de recibir una carta de ruptura de su esposa, el autor confeso de la muerte de Diana Quer escribe una misiva involucrándola en los hechos.

Santiago de Compostela
José Enrique Abuín Gey, autor confeso del asesinato de Diana Quer, en una carrera.
José Enrique Abuín Gey, autor confeso del asesinato de Diana Quer, en una carrera.
Un día después de trascender que las últimas pruebas forenses no logran demostrar la agresión sexual sobre el cuerpo de Diana Quer, ha salido a la luz una carta de despecho contra su esposa escrita por El Chicle el pasado 14 de febrero, San Valentín.
 En la misiva, redactada en gallego y dirigida a sus padres al día siguiente de recibir en prisión, según él, la carta de ruptura de su pareja, el autor confeso de la muerte de Quer trata de involucrar a su esposa en los hechos del 22 de agosto de 2016.
 Además, echa cuentas desde su celda en la prisión pontevedresa de A Lama y se jacta de que, con los permisos penitenciarios que además pueda disfrutar, aunque lo condenen por homicidio estaría "fuera" en "siete años". 
Según su versión, así se lo ha explicado su abogada
 El padre de la víctima, Juan Carlos Quer, lidera una campaña y mantiene reuniones con los grupos políticos para lograr la no derogación de la prisión permanente revisable
Su abogado defenderá, además, en el juicio que el supuesto homicida actuó empujado por un móvil sexual cuando secuestró, estranguló y arrojó a un pozo el cadáver desnudo de la muchacha de 18 años que veraneaba en A Pobra do Caramiñal (A Coruña).
La carta, tal y como avanzó en exclusiva TVE, llegó hace unos 15 días al buzón de la casa de Asados (Rianxo) que habitan los padres de José Enrique Abuín Gey, alias El Chicle, en la que ahora también se ha instalado la propia Rosario R., su esposa
En su texto manuscrito, ya incorporado al sumario, el preso cuenta que el día anterior le llegó correspondencia de la mujer anunciándole que la relación se ha acabado definitivamente.

"Me va a doler mucho tener que olvidarte como hombre, pero no quiero que albergues ninguna esperanza conmigo. Solo puedes tener una conocida que te va a recordar el resto de su vida. Entiende mi situación, por favor", escribe él que ella le ha dicho, literalmente, en la carta recibida en A Lama. Y más adelante, la enreda en el suceso: "Yo no quiero que Rosario pase por esto, por eso dije que había sido yo solo y a ella le dije que dijera que no venía conmigo".

La esposa de Abuín mantuvo durante meses la coartada del que era desde noviembre de 2016 principal sospechoso de la desaparición de Diana Quer. 
Hasta que fue detenida a finales del año pasado, aseguró a la Guardia Civil que aquella madrugada en que se perdió el rastro de la chica había estado robando combustible de camiones con su marido. 
Cuando al fin se derrumbó, confesó en los calabozos de A Coruña que esa noche de las fiestas patronales de A Pobra do Caramiñal no había salido de casa. 
En ausencia de su esposo, se había puesto el pijama y se había ido a la cama. 
La Sección Sexta de la Audiencia Provincial de A Coruña está a punto de hacer pública su resolución del recurso presentado por los padres de Diana Quer contra el archivo de la investigación acerca de Rosario R., decretado en enero por el juez instructor de Ribeira.
Abuín Gey, descrito por muchos allegados como un individuo traidor y mentiroso compulsivo incluso con su familia, afirma luego que, aunque ya le contó todo a su abogada de oficio, no declarará "la verdad" hasta "hablar con Rosario". 
"Vosotros tranquilos, si sigue con lo mismo, yo ya tengo claro que prefiero que lleven todo a que ella se quede con nada", dice en referencia a las incautaciones judiciales y a la posibilidad de un divorcio planteado por su esposa. 
Al final de la carta, El Chicle vuelve sobre el tema de su pareja y madre de su hija pero cambia nuevamente el tono:
 "El amor es algo más fuerte que nosotros y muy difícil de controlar"; "entendedme, yo la amo".
En esta carta en la que señala a su esposa como implicada, el ahora único investigado por la muerte de Diana Quer busca un acercamiento a su familia carnal, dividida tras la detención, con una madre que ha renegado públicamente de su vástago y un padre que ha tratado de mantenerse en un segundo plano para no acusar a su hijo. 
"Venid a un locutorio", les ruega, "tengo que deciros más cosas. Tengo que contaros todo".
 "Vosotros tranquilos, aquí ya me dijo la abogada que me iban a pedir homicidio. Son de 10 a 15 años, pero a los siete ya estaría fuera y, con tres o cuatro, de permiso". 
"Sed fuertes y gracias por el apoyo", sigue, "os quiero y ya sé que me queréis
. Siento mucho que nos encontremos en esta situación, pero ahora ya está".
 No obstante, también los alecciona. 
Los orienta en un supuesto propósito del preso de sacar beneficio, a través de los medios de comunicación, de la situación a la que ha abocado a todos los suyos. 
El Chicle asegura que un periodista de una televisión le ha pedido visitarlo en la cárcel e indica a sus parientes que se pongan en contacto con él para negociar una cantidad.
 "Menos de 10.000 euros nada, eso mínimo", indica el hombre que sostuvo ante la Guardia Civil que mató a la joven madrileña en un atropello fortuito.
 Pero "no decir nada de 10.000, que ofrezcan ellos" primero, enseña a sus padres sobre cómo actuar con los medios.

 

La dificultad de investigar una desaparición

España adolece de una definición legal y efectiva del desaparecido lo que provoca que muchas causas se archiven.

 

Búsqueda del pequeño Gabriel Cruz, desaparecido el 28 de febrero en Las Hortichuelas (Almería). Atlas

 Una desaparición no es un delito.

 Esa es la premisa a partir de la cual comienzan todos los problemas en una investigación de alguien a quien no se encuentra sin motivo aparente. 

La legalidad española está preparada para investigar delitos, y por eso una gran parte de las 146.042 denuncias de personas desaparecidas registradas en 2017 terminaron en sobreseimientos provisionales o archivadas.

 Es la pescadilla que se muerde la cola: no hay delito hasta que no se demuestre y para investigar algo tiene que haber indicios de delito. “¿Quién dice que la chica no está en una playa de República Dominicana? ¿Y si ahora aparece en Cuba? ¿Por qué voy a pinchar el teléfono de la víctima si no es un delincuente? ¿Por qué va a ser un homicidio y no un viaje voluntario?”, son el tipo de preguntas a las que se enfrentan muchas veces —cuando no se trata de menores— los investigadores en los desbordados despachos de los jueces españoles. 

En la mayor parte de las ocasiones la investigación de los casos queda a discreción del juez y el fiscal, aseguran.

 

Mientras se crea (o no) el tantas veces demandado Estatuto de los Desaparecidos, el concepto no tiene un claro encuadre en la legislación española —"No está definido", subrayan investigadores y asociaciones de desaparecidos—, lo que complica mucho las valoraciones de policías y guardias civiles a la hora de calificar las desapariciones de alto riesgo.
"Debemos ser los investigadores los que convenzamos a los jueces de que la persona corre riesgo", señalan.
 Según el último (y segundo informe en toda la historia de España) sobre “Personas Desaparecidas en España 2018”, presentado por el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, el pasado miércoles en Almería, en el marco de la investigación sobre la desaparición del niño de ocho años Gabriel Cruz en Las Hortichuelas (Níjar), en 2017 hay registradas 6.063 desapariciones, de las que 245 se consideran de alto riesgo, es decir, se teme por la vida de la persona "porque haya podido ser secuestrada o asesinada", explicitan. ¿Quién y cómo se valora el riesgo? ¿De acuerdo a qué criterio?
La única cabida legal que el concepto de desaparecido tiene en nuestro sistema jurídico es la que consta en Título 8 del Código Civil ("Declaración de la ausencia y sus efectos") como “ausente”, y tiene que ver más con una cuestión económica relacionada con los efectos patrimoniales y las herencias de esas personas.
A esa carencia jurídica —que se palía usando la definición de "desaparecido" recomendada por el Consejo de Europa— hay que añadir la espada de Damocles que suponen los plazos establecidos en el Código Penal para poder sobreseer o archivar un caso.
 Ambas cosas ocurrieron en el caso de Diana Quer, por ejemplo. El juez primero sobreseyó y después archivó la causa "por falta de pruebas".
. Y, pese a todas las evidencias e indicios presentadas por los investigadores a lo largo de una laboriosísima investigación (tuvieron que comprobar dos millones de datos), no fue hasta que volvió actuar José Enrique Abuín, El Chicle, el principal sospechoso desde muchos meses antes, hasta que un juez no reabrió el caso. 
Es decir, el propio sistema puso en riesgo a otra persona que se salvó por los pelos de las garras de un presunto depredador sexual y asesino confeso de Diana Quer. 
Archivar un caso impide que los investigadores puedan seguir realizando diligencias, "los condena al olvido y condena a los familiares a vivir en la angustia porque reabrirlos es sumamente complicado", señalan en la Fundación QSD Gobal, que dirige Paco Lobatón . 

Desde el punto de vista de los investigadores “falla la regulación jurídica, no los protocolos policiales”, que se unificaron —para policías y guardias civiles— con una instrucción general de la Secretaria de Estado de Seguridad en 2009.
 Desde las Asociaciones de Desaparecidos se muestran de acuerdo en que es "necesario y urgente" subsanar el vacío legislativo, "acompañado de una mayor dotación de medios y de unidades especializadas en este ámbito".
El principal punto de inflexión en esta travesía del desierto es el año 2013.
 Ese año un documento vio la luz en una comisión específica del Senado que ponía negro sobre blanco algunas de las preocupantes carencias descritas y consideraba que "la situación de las personas desaparecidas es tal vez la situación más dolorosa a la que se puede enfrentar un ser humano, más que la muerte de un ser querido". Pretendía fundamentalmente impulsar cambios normativos en los casos de desapariciones pero hasta el momento solo ha logrado pocos de sus objetivos, como implantar en 2014 el Sistema de Alerta Temprana por la desaparición de menores (SADAR), que sin embargo no se ha usado nunca, tampoco en el caso del pequeño Gabriel Cruz. O crear el Centro Nacional de Desparecidos, de reciente creación y dotado con nueve agentes sin funciones operativas. 
 Los desaparecidos siguen muy desaparecidos de nuestro sistema jurídico.