Ana Julia
fue arrestada cuando transportaba el cadáver del menor en el maletero
de un vehículo, según ha informado el ministerio del Interior en una
nota.
Ana Julia, de 35 años, de origen
dominicano y pareja de Ángel, padre de Gabriel, se encontraba
supuestamente con la abuela del niño, Carmen, la tarde que él
desapareció.
Es buena conocedora de la zona puesto que trabajó durante
un largo periodo en un bar de la pedanía vecina de Las Negras.
De hecho
era la pareja del propietario de ese local antes de conocer a Ángel
Cruz.
La única pista del menor encontrada antes
del hallazgo de su cadáver este domingo fue una camiseta interior del
niño.
La
prenda se encontraba en la zona de la depuradora, al fondo del Barranco
de las Águilas en el término de Las Negras, en el camino que va hacia la
conocida Cala de San Pedro, hoy habitada por hippies.
Aquel hallazgo,
más que despistar a los investigadores, colocó de lleno el foco sobre
ella, ya que la zona ya había sido rastreada con anterioridad.
Los investigadores han tratado de confirmar sus sospechas durante estos
días en los que la sospechosa ha estado sometida a una estrecha
vigilancia, antes de detenerla.
La mujer, que ha acompañado al padre
durante todo el tiempo que se ha mantenido la búsqueda y que se ha
mostrado condolida por lo sucedido ante los medios de comunicación, se
encuentra en estos momentos en dependencias policiales.
El cuerpo del niño Gabriel Cruz, de ocho años, desaparecido
en Almería hace 12 días, ha sido hallado este domingo. La pareja del
padre, llamada Ana Julia, ha sido detenida cuando transportaba el
cadáver del pequeño en el maletero, según ha informado el Ministerio del
Interior en un comunicado. El ministro del Interior, Juan Ignacio
Zoido, ha hablado con los padres del menor, a quienes ha trasladado su
profundo dolor y conmoción. El único rastro encontrado del menor fue la camiseta interior
que supuestamente llevaba el niño y que encontró —a cuatro kilómetros
de esa vecindad— la novia del padre del niño en una de las batidas de
monte, cuatro días después de su desaparición. La prenda estaba en el
Barranco de las Águilas, en Las Negras. Allí, al fondo del barranco,
junto a la depuradora . Buzos, perros, helicópteros, bomberos, protección
civil, voluntarios, agentes de la guardia civil, periodistas… Todos
rastrearon esa zona de nuevo, pero no encontraron nada más.
Gabriel Cruz fue visto por última vez el martes 27 de febrero al
abandonar la casa de su abuela paterna para realizar un trayecto de unos
100 metros hasta la casa de unos primos, situada en Las Hortichuelas
(Níjar).
Nuevas
revelaciones destapan su voracidad. “Debes saber que estoy loco”, les
explicaba a sus secretarias cuando las contrataba, “y también que soy
adicto al sexo”.
“Brando se tiraría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Hasta a un buzón
de correos. A James Baldwin. A Richard Pryor. A Marvin Gaye”. El legendario productor y músico Quincy Jones redefinió hace un par de semanas en una entrevista en Vulture
el concepto de “para lo que me queda en el convento...” y aireó la vida
sexual de Marlon Brando con tal desparpajo que al lector no le quedó
más remedio que subir la vista y releer el párrafo anterior: ¿pero cuál
demonios era la pregunta? Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó
al chachachá y de ahí a las juergas de Brando. Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando
cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que
aquellas estrellas no hacían otra cosa. Una anécdota mítica de
los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los
invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero. Los
amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Las preguntas son: ¿cómo podían sacar tiempo (y energía) para rodar
películas? y ¿cuántas horas al día dormía gente tan promiscua como
Warren Beatty? La viuda del cómico Richard Pryor (Illinois, 1940- California, 2005), Jennifer Lee Pryor, ha querido arrojar
luz sobre estas incógnitas con la mejor frase del año aunque le queden
diez meses: “Eran los setenta, con la suficiente cantidad de cocaína
podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente”. Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos
en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres
entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”. “Debes
saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las
contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales.
“Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de
mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje. Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”. Y, sin embargo, cada revelación de sus escarceos sexuales con hombres (y
aparece una cada dos años) sigue siendo recibida con asombro, quizá
porque Brando ha pasado a la historia como el tipo más viril que jamás
ha pisado Hollywood (forjó tres cánones distintos: el del actor de
método, el de la estrella indomesticable y el del objeto sexual
masculino) y en ese relato no encaja que se acostase con varios hombres.
Varios hombres negros.
Brando personificó el erotismo de la clase obrera desde su segundo papel, en Un tranvía llamado deseo
(Elia Kazan, 1952). Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas
se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos
carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza
de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle. Y
Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant
metafórica y (según la leyenda) literalmente. Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de
manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su actitud hacia el sexo era
la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida
de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le
habría parecido demasiado obvia. Tanto que el propio Brando la señalaba
como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”,
recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no
encuentro vocabulario para describir”.
La señora Brando abandonó a su marido, también alcohólico y abusivo, y
a sus tres hijos. Y los dejó a cargo de una niñera. Ermie, la niñera
(de ascendencia danesa e indonesia), dormía con el pequeño Marlon. Ambos
desnudos. “Una noche me senté junto a ella, observando su cuerpo y
acariciando sus pechos”, rememoró Brando en el documental Listen to me Marlon. “Me tumbé encima de ella, era solo mía, me pertenecía solo a mí”, añadió. Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le
distanció para siempre del mundo real. “Me pasé el resto de mi vida
buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en
realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió
abandonado por otra mujer. Sus sentimientos de posesión hacia Ermie,
similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una
frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando
satisfacer. “Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su
hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo
consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile,
Susan L. Mizruchi. “Este episodio llevó a Brando a esa actitud
compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más
mejor. La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió
atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi. El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo
exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e
intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada
una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
“Brando se tiraría cualquier cosa. ¡Cualquier cosa! Hasta a un buzón
de correos. A James Baldwin. A Richard Pryor. A Marvin Gaye”. El legendario productor y músico Quincy Jones redefinió hace un par de semanas en una entrevista en Vulture
el concepto de “para lo que me queda en el convento...” y aireó la vida
sexual de Marlon Brando con tal desparpajo que al lector no le quedó
más remedio que subir la vista y releer el párrafo anterior: ¿pero cuál
demonios era la pregunta? Era una sobre géneros musicales, lo cual llevó
al chachachá y de ahí a las juergas de Brando.
Los revolcones del Hollywood clásico llevan décadas generando
cotilleos, leyendas urbanas y biografías no autorizadas que sugieren que
aquellas estrellas no hacían otra cosa. Una anécdota mítica de
los sesenta cuenta que, durante una fiesta en su casa donde todos los
invitados iban desnudos, Brando se paseó con un lirio en el trasero. Los
amantes de Brando incluyen a los sospechosos habituales de la época: Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Rock Hudson, Grace Kelly y James Dean.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida
china, tarros enteros de manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su
actitud hacia el sexo era la misma: insaciable, voraz e imprudente
Las preguntas son: ¿cómo podían sacar tiempo (y energía) para rodar
películas? y ¿cuántas horas al día dormía gente tan promiscua como
Warren Beatty? La viuda del cómico Richard Pryor (Illinois, 1940- California, 2005), Jennifer Lee Pryor, ha querido arrojar
luz sobre estas incógnitas con la mejor frase del año aunque le queden
diez meses: “Eran los setenta, con la suficiente cantidad de cocaína
podías follarte a un radiador y mandarle flores al día siguiente”.
Marlon Brando (Nebraska, 1924 – California, 2004) jamás tuvo reparos
en definirse a sí mismo como “una bestia sexual” que tenía “mujeres
entrando por la puerta y saliendo por la ventana constantemente”. “Debes
saber que estoy loco”, les explicaba a sus secretarias cuando las
contrataba, “y también que soy adicto al sexo”.
También confesó sin reparos haber tenido experiencias homosexuales.
“Nunca le he prestado demasiada atención a lo que la gente piensa de
mí”, le explicó a Gary Carey para su biografía El salvaje. Y añadió: “Pero si alguien está convencido de que Jack Nicholson y yo somos amantes, que siga pensándolo. Me parece divertido”.
Y, sin embargo, cada revelación de sus escarceos sexuales con hombres
(y aparece una cada dos años) sigue siendo recibida con asombro, quizá
porque Brando ha pasado a la historia como el tipo más viril que jamás
ha pisado Hollywood (forjó tres cánones distintos: el del actor de
método, el de la estrella indomesticable y el del objeto sexual
masculino) y en ese relato no encaja que se acostase con varios hombres.
Varios hombres negros.
Brando personificó el erotismo de la clase obrera desde su segundo papel, en Un tranvía llamado deseo
(Elia Kazan, 1952). Irrumpió en un Hollywood arrogante cuyas estrellas
se habían autoerigido como la aristocracia de la que Estados Unidos
carece. Una ilusión colectiva donde Cary Grant caminaba con la certeza
de que todos los hombres del mundo occidental iban a intentar imitarle. Y
Marlon Brando vino, vio y venció al hacer el amor a Cary Grant
metafórica y (según la leyenda) literalmente.
Brando era vulgar, se atiborraba de comida china, tarros enteros de
manteca de cacahuete y rollos de canela. Y su actitud hacia el sexo era
la misma: insaciable, voraz e imprudente. Una convulsión sexual surgida
de una primera experiencia, a los 4 años, que hasta a Sigmund Freud le
habría parecido demasiado obvia. Tanto que el propio Brando la señalaba
como el principio de todas sus miserias. “Cuando mi madre bebía”,
recordaba el actor, “desprendía una dulzura en su aliento que no
encuentro vocabulario para describir”.
Sabía que era una víctima de sus propios
impulsos, cuyo exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre
torturado, e intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba
sentir que cada una de las mujeres con las que se acostaba eran de su
propiedad
La señora Brando abandonó a su marido, también alcohólico y abusivo, y
a sus tres hijos. Y los dejó a cargo de una niñera. Ermie, la niñera
(de ascendencia danesa e indonesia), dormía con el pequeño Marlon. Ambos
desnudos. “Una noche me senté junto a ella, observando su cuerpo y
acariciando sus pechos”, rememoró Brando en el documental Listen to me Marlon. “Me tumbé encima de ella, era solo mía, me pertenecía solo a mí”, añadió.
Brando consideraba que aquel despertar sexual no consumado le
distanció para siempre del mundo real. “Me pasé el resto de mi vida
buscándola”, confesó. Cuando Ermie le dijo que se marchaba de viaje (en
realidad, estaba abandonando su trabajo para casarse), Marlon se sintió
abandonado por otra mujer. Sus sentimientos de posesión hacia Ermie,
similares a los que siente un niño hacia su madre, crearon una
frustración traumática que el actor se pasó la vida intentando
satisfacer.
“Brando describió aquella experiencia con mucha inocencia, pero su
hermana sugirió que el episodio fue inapropiado y que la familia lo
consideró un abuso por parte de la niñera”, explica a ICON la autora de Brando's smile,
Susan L. Mizruchi. “Este episodio llevó a Brando a esa actitud
compulsiva hacia el sexo: quería practicarlo todos los días y cuanto más
mejor. La niñera era morena, con aspecto exótico, y Brando se sintió
atraído por mujeres de físico similar toda su vida”, señala Mizruchi.
El actor sabía que era una víctima de sus propios impulsos, cuyo
exceso le volvía un intérprete visceral, pero un hombre torturado, e
intentó recrear ese escenario de posesión: necesitaba sentir que cada
una de las mujeres con las que se acostaba eran de su propiedad.
Truman Capote, en un artículo publicado en New Yorker en
1957, citó a la abuela de Brando en una anécdota aparentemente
inofensiva que, como siempre con Capote, no lo era en absoluto: “De
adolescente, Marlon siempre intentaba ligarse a las chicas bizcas”. Un
patrón que, con el paso de los años, se iría corrompiendo. “No solo
tenía un físico predilecto, también tenía una preferencia psicológica”,
continúa Mizruchi. “No se sentía atraído por las personas estables: en
mi investigación encontré 22 mujeres que habían mantenido relaciones con
él y que o se habían suicidado o lo habían intentado”, señala la
biógrafa.
“Me miraba con una intensidad que me hacía sentir débil”, explicaba
su primera mujer, Anna Kashfi, a quien el actor fue infiel desde el
principio. Brando se casó tres veces, todas ellas por embarazos, y tuvo
11 hijos reconocidos y un número incalculable de ilegítimos. “Nunca pudo
limitarse a una mujer, tenía una necesidad y el éxito y el poder le
permitían mantener relaciones con quien quisiera”, asegura Mizruchi. Y
sí, eso incluía a Richard Pryor, a Marvin Gaye y a James Baldwin. “Tenía muchos intereses en común con la comunidad negra. Tomó clases
de baile con Lena Horne y le encantaba tocar los bongós. Esta afición le
atrajo hacia artistas como el músico Miles Davis o el escritor James
Baldwin”, explica Mizruchi. Y añade: “Es incuestionable que en un
momento dado se acostó con Baldwin: para Brando la amistad podía
evolucionar en sexo con facilidad. Sentía mucho amor por él. Le
encantaban las mujeres. Si tuviéramos que colgarle una etiqueta sería la
de heterosexual, pero, por otra parte, era muy sensual y entendía que
el apetito y los sentimientos sexuales no tenían límites”. Fue la primera estrella de Hollywood en interpretar a un hombre homosexual en Reflejos de un ojo dorado
(John Huston, 1967) junto a Elizabeth Taylor (quien Brando aseguró que
nunca le atrajo porque “tenía el culo demasiado pequeño”, casi tan poco
elegante como aquella otra ocasión en la que describió que “Sofia Loren
tenía el aliento de un dinosaurio”), pero el estudio dejó morir la
película para evitar controversia. “Marlon Brando fue de los pocos en defender al escritor Tennessee Williams y denunciar la crueldad con la que la comunidad crítica le despreciaba porque era homosexual. En una entrevista en The Today Show leyó varias críticas hacia el trabajo de Williams que incluían apreciaciones homófobas para atacar su obra”, recuerda Mizruchi. El miedo y el nerviosismo marcaron su relación con James Dean, nunca confirmada, siempre fascinante. La biografía James Dean: Tomorrow Never Comes recoge declaraciones de testigos que aseguran que ambos mantuvieron una relación sexual sadomasoquista. El escritor Stanley Haggart recuerda cómo Dean mostraba orgulloso quemaduras en su cuerpo, asegurando que se las había hecho Brando con cigarrillos. Susan L. Mizruchi sugiere que probablemente ambos actores mantuvieran
relaciones sexuales. Brando siempre lo negó, incluso cuando en 1976
reconoció sus escarceos con hombres porque “ahora la homosexualidad está
de moda y ya no le escandaliza a nadie”.
“Nunca pudo limitarse a una mujer, tenía una
necesidad y el éxito y el poder le permitían mantener relaciones con
quien quisiera”, asegura Mizruchi. Y sí, eso incluía a Richard Pryor, a
Marvin Gaye y a James Baldwin
“James Dean era un perrito faldero detrás de Brando: le reverenciaba,
se sentía intimidado por él, igual que el planeta entero se sentía
intimidado por Brando”, explica Mizruchi. “Tenía una relación extraña
con su propia fama, su poder y su autoridad. Sentía antipatía por la
gente que le idolatraba demasiado y por eso creo que trataba con cierto
desprecio a Dean, que le adoraba”, comenta la biógrafa del actor.
Lo que sí ocurrió fue un reencuentro adulto entre Marlon y Ermie, su niñera. “Cuando estaba representando Un tranvía llamado deseo
en Broadway, con 23 años, ella fue a verle al camerino y le pidió
dinero”, cuenta Mizruchi. “Por supuesto él se lo dio, pero después
confesó que aquel reencuentro le rompió el corazón: él estaba enamorado y
ella era una persona muy importante para él, pero solo quería su
dinero”. Para Ermie aquella relación no significó nada, pero a Brando le
marcó de por vida. Le convirtió en esa bestia sexual, insaciable, miserable, exuberante,
con un deseo tan desbocado que, cuando empezó a escribir su
autobiografía, Las canciones que mi madre me enseñó (Anagrama, 1994), tuvo que llamar a Ursula Andress para preguntarle si alguna vez se habían acostado.