La policía
ha registrado la vivienda del arrestado, Javier L., la última persona
que vio con vida a la mujer el 13 de febrero, el día de su desaparición.
La policía ha registrado esta mañana la vivienda de Javier L., en el
número 9 de la calle Hospital, a escasos 20 metros de la pensión en la
que los vieron juntos el pasado 13 de febrero por última vez.
Javier L.,
que ha sido trasladado este viernes a la comisaría de Luarca tras ser
arrestado, conoció a Paz Fernández en Gijón. Ambos trabajaban en locales
cercanos.
El 13 de febrero estuvieron juntos en Navia hasta las seis de
la tarde y después Paz fue vista sola en la cafetería Avenida, en el
borde de la Avenida de los Emigrantes.
La mujer llegó a este pueblo el
mismo día de su desaparición. Era la segunda vez que se hospedaba en la
pensión San Francisco, en la calle del mismo nombre.
Su perro, Bronco,
del que nunca se separaba, llegó a la puerta de su habitación, en el
tercer piso de la pensión, sin correa. Ladró un par de veces sobre las
dos de la mañana del día 14. Estaba solo.
El vehículo de Paz fue localizado
días después junto al hospital de Jarrio, en el municipio de Coaña, a
unos 12 kilómetros del embalse en el que fue encontrado el cuerpo y a
unos cuatro de la pensión. El coche estaba en la parte trasera del
aparcamiento, junto a la entrada de la cocina. El Grupo Especial de
Actividades Subacuáticas de la Guardia Civilseguía este martes en el embalse buscando evidencias. El asesinato de Paz Fernández avivó el miedo en las familias de las otras dos mujeres desparecidas en Asturiascon
apenas tres semanas de diferencia. Si Paz desapareció el 13 de febrero,
Lorena Torre, de 40 años, lo hizo el 1 de marzo por la noche en Gijón. Su coche apareció aparcado en las proximidades de la playa de El
Rinconín, a unos cuatro kilómetros del centro. El 2 de marzo fue el
último día que se tuvo noticias de Concepción Barbeira Mariño, en Avilés. No llegó a su trabajo en el hospital San Agustín. Su vehículo fue
localizado con las puertas abiertas y el bolso en su interior en la
localidad de Santa María del Mar, en Castrillón, a unos diez kilómetros
de su domicilio.
"Emma Stone contó una vez que recibió el mismo salario
que sus estrellas masculinas porque ellos insistieron en ello y
renunciaron a una parte. Eso me pasó a mí con Paul Newman en un momento,
cuando hice una película con él hace años".
Aunque ella no ha dicho el nombre de la película, solo puede tratarse de Al caer el sol, estrenada en 1998 y que cuenta la historia un chantaje que deviene en asesinatos múltiples. Pero esta trama criminal es solo una excusa para la
exploración de los sentimientos de un puñado de maduros y espléndidos
personajes terminales a quienes salpican las tales muertes, un detective privado, un actor millonario y la esposa de este: Gene Hackman, Newman y Sarandon. Según explicó Sarandon, los artistas trabajaban bajo un
contrato denominado "nación más favorecida", según el cual todos los
protagonistas del filme deben ganar lo mismo que el actor con el salario
más alto. Sin embargo, durante la producción la actriz descubrió que,
aunque el contrato tenía las características descritas, ella asumía la
misma carga de trabajo que sus coprotagonistas y sus nombres aparecían
con la misma entidad en el cartel, la igualdad salarial solo se aplicaba
a sus compañeros varones. Cuando se supo, Newman, que entonces tenía 73
años, "dio un paso al frente" y le dijo: "Bueno, te daré parte de mi
sueldo". La actriz, que no ha detallado cantidades, ha añadido que
Newman era una "joya" de persona. Paul Newman falleció en septiembre de 2008 tras más de 60 películas, nueve
nominaciones a los Premios Oscar y una estatuilla dorada, así como un
Premio Humanitario Jean Hersholt, también entregado por la Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.
Sarandon, de 71 años y que se encuentra en Londres con
motivo de la promoción de su último proyecto, un documental sobre la
actriz e inventora Hedy Lamarr (1914-2000), es una defensora de los
derechos de las mujeres y de la lucha contra el acoso laboral, y forma
parte de los movimientos Me Too (Yo también) y Time's Up (Se acabó el tiempo). A juicio de Sarandon, "siempre habrá un sofá
cama" en Hollywood. "Creo que lo que desaparecerá es el intercambio
sexual no deseado. Creo que darse a sí mismo sexualmente o sentirse
atraído por el poder y querer tener sexo con alguien que está en el
poder, también es una opción. "Lo que no queremos es que nos exploten" y que "los Harvey
Weinstein del mundo" se aprovechen de la situación y fuercen a las
mujeres a hacer lo que no quieren. "Eso es lo más despreciable", ha
sentenciado.
Navia, el occidente de Asturias le fascinaba a Paz. Sus paisanos, paisajes y el embalse ejercían sobre ella una atracción
que, con el paso del tiempo, ha resultado fatal. La mujer alegre y
vital, de 43 años y dos hijos, que no quería mezclar a su familia con
sus vivencias en esta zona del Principado, al menos de momento, fue hallada muerta el pasado martes, con signos de violencia, atrapada en un ramillete de plantas espinosas, junto a la orilla del embalse de Arbón. Llevaba tiempo buscando un alojamiento discreto para sus
escapadas a Navia con la intención de, quizás, establecer una actividad
comercial que le permitiera pasar más tiempo disfrutando de sus amigos. Uno de ellos, a quien no registraba en los hoteles en los que se
hospedaba, acabó asesinándola a golpes en la cabeza y en el cuello. La Guardia Civil lleva semanas siguiendo varias
pistas que dejó su teléfono móvil. Algunas fuentes sostienen que ya
dispone de un retrato robot y aventuran su inminente detención. Pero las expectativas no calman la preocupación. Miles de
mujeres que reivindicaron ayer la igualdad entre hombres y mujeres en
Asturias, la recordaron con una mezcla de tristeza y miedo porque
todavía siguen desparecidas otras dos mujeres. Los casos de Lorena Torre y Concepción Barbeira, desaparecidas en Gijón y Castrillón
dos semanas después de Paz, siguen sin resolverse. Y sus casos guardan
ciertas similitudes, aunque exista un empeño oficial por desvincularlos. En Navia muchas mujeres que trabajan muy por la mañana o muy por la
noche se empiezan a organizar para no ir solas. “No me puedo quitar de
la cabeza la idea de que un asesino anda por aquí”, asegura Marga
mientras lee el periódico en un bar del centro.
Emilio González tampoco se puede quitar el recuerdo de Paz
Fernández de la cabeza, aunque por otras razones. Fue la segunda persona
en confirmar que lo que parecía un maniquí flotando en el pantano era
una persona muerta. “Parecía de cera, era terrible, estaba boca abajo,
con el vestido recogido por encima de la cintura, sin ropa interior”
relata. La encontró un piragüista de Luarca que guarda normalmente su
embarcación en el camping La Cascada. Este es el establecimiento que
Emilio ha regentado durante dos décadas. “Me llamó asustado” por lo que había visto. “Volvimos al
lugar en coche y comprobamos que era una mujer rubia y que tenía un
vestido negro. Qué paradoja. El pasado verano Paz Fernández llegó a
Navia en su autocaravana y se hospedó en el camping”, a unos 400 metros
de donde la encontró, muerta, el piragüista de Luarca. Paz vivía en
Gijón, como Lorena, y eso acentúa los miedos. Los coches de las tres
aparecieron a cierta distancia de donde apareció una o buscan a las
otras. Y tenían entre 40 y 50 años. “¿Cómo no vamos a preocuparnos?”,
asegura Raquel en una de las farmacias de Navia. El Ministerio del
Interior quita relevancia a las coincidencias.
Visitas habituales
Las visitas de Paz a Navia eran cada vez más frecuentes. En
el último mes antes de su desaparición viajó a la localidad en, al
menos, tres ocasiones. El jueves 18 de enero se alojó en el Palacio
Arias y el 27 de ese mismo mes en la Pensión San Francisco. La Guardia
Civil investiga al hombre que pasó la noche con ella en la habitación
216 del Palacio y si se trata de la misma que pernoctó en la pensión el
sábado siguiente. En ninguno de los casos quedó registrado en las
recepciones. Ella pagó una habitación individual. Paz volvió dos semanas después a la pensión. Se registró el
13 de febrero en la habitación 301 y pagó la noche. Pero esa vez nadie
durmió allí. Ese día sí se sabe que estuvo con Javier L. Su casa
familiar está muy cerca de la pensión, aunque él vive en la cercana
localidad de Coaña. Se conocieron en Gijón. Trabajaban en locales
cercanos. Estuvieron juntos hasta las 18 horas y después Paz fue vista
sola en la cafetería Avenida, en el borde de la Avenida de los
Emigrantes. Permaneció allí hasta poco después de las 20.20 jugando a
las tragaperras con su perro Bronco sobre sus rodillas. ¿Estaba
esperando? ¿Para qué? ¿A quién? El misterio comienza a partir de ese
momento. La Guardia Civil busca a un conocido de la víctima que se
amparó en la noche para asesinarla, arrojar su cuerpo al pantano y
sumergirlo para eliminar cualquier tipo de prueba. Esa señal de su móvil
se perdió en el remoto término de Busmargalí, a unos 12 kilómetros de
Navia el mismo día 13. El informe con los movimientos del teléfono está
bajo secreto de sumario en el juzgado de Luarca. Porque la zona del
pantano en la que la Guardia Civil sacó el cadáver, elegida o no, es una
zona de sombra, no hay cobertura.
Este hombre, Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948), tiene un tesoro: el humor. Sufrió un ictus, que contó sin un lamento en un libro (Inútilmente guapo, 2015)
donde explicaba la herida que marcó su vida como si ya fuera un
recuerdo. Y ha seguido escribiendo (también en EL PAÍS) de lo que piensa
y de lo que ve con una sonrisa agreste, a veces con un humor que
rescata vetas del sarcasmo español que consagraron Jardiel, Mihura y
Azcona. Aquel libro en el que contó el ictus, cuyas secuelas
arrastra, mostró a un hombre capaz de reírse hasta de su sombra. Y en
este libro, que es casi tan delicado, sobre la infancia feliz en una
familia herida por la posguerra feroz, solo se le quiebra la sonrisa al
final, como si estuviera esperando él mismo que se diluyera la memoria
del drama: “Mis padres no se dirigían la palabra”. Una infancia feliz en una España feroz
(Espasa) es la historia de Jorge entre hermanos felices con los que
juega en casas humildes, tirando a acomodadas incluso cuando hay miseria
en la caja. Está una tía tirana, que con su otra hermana vigiló
cárceles de Franco; un padre periodista y pluriempleado —al que él y su
hermano Javier dedicaron un libro, Soldado de poca fortuna
(2001)—, cuyo sarcasmo no excluía la ternura, que pasó por la República y
por la guerra, y por la División Azul, como si estuviera cada vez en un
lugar distinto al que transitaba. Y están los numerosos hermanos y la
madre dolida. La madre, la abuela, todo el mundo, vivía para que el
padre no se sintiera molesto y pudiera ir y venir de los trabajos sin
sobresalto para sus sagradas siestas. A lo largo de esa infancia feliz, Jorge descubrió (con los suyos) las
crueldades de la infancia, las riñas y las humillaciones, que a veces
tenían que ver con la ferocidad de los curas, en colegios de los que, de
todos modos, guarda algunos buenos recuerdos. En su casa del centro de
Madrid, junto al ordenador, su cómplice, al lado de su hijo Mario (“mi
traductor”, como dice), este hombre al que ni la enfermedad le robó el
humor, que ya puso de manifiesto en Demasiado para Gálvez, el
principio de una famosa saga iniciada en 1979, habla de su libro como un
destilado de memoria cuya parte feroz es esa. “Las relaciones entre mis
padres eran muy difíciles, y son muy difíciles de contar. ¡Nos usaban a
nosotros para comunicarse, y lo hacían con una maestría increíble! Y a
pesar de ello mantuvimos una fuerte unión. Si en España hubiera habido
divorcio veinte o treinta años antes, habría sido buenísimo”.
Un libro así reconcilia o perdona.
—Es un acto de reconciliación con todo. Con mi entorno, con
mi familia y conmigo. Recordar, sin piedad, pero sin saña, es muy
recomendable, porque obliga a mucho. Y hacerlo público obliga más,
porque evita la tentación de no dar explicaciones de algunas cosas. —Ha escrito dos libros dramáticos, el del ictus y este. ¿Cómo ha podido mantener el humor en ambos? —No se puede vivir sin humor porque la vida a veces es muy
cabrona. La única manera de sobrevivirla es el humor. Y eso lo aprendí
de mi padre. Él impedía que me tomara en serio. Y cuando yo reclamaba
que tenía razón en lo que decía o hacía, él exclamaba: “¡Razón, tienes
demasiada razón!”.
El padre lo protegía de la realidad dura de los colegios,
del miedo; el ambiente español de la posguerra los llevó a él y a los
hermanos a creer que aquel era el mejor mundo posible. En el que Pepe
Iglesias, El Zorro, el gran humorista argentino que aparecía en
la cadena SER de su infancia, le educó “más que todos los escolapios
juntos”. El padre, al contrario que algunos amigos que van a visitarlos,
“no odiaba a los rojos”, y esa transigencia “fue crucial, porque pude
empezar a ver en gente buena que sufría” las consecuencias de la guerra
en el lado perdedor. “Él había luchado codo con codo con los rojos, no
podía odiarlos. Toda la guerra la hizo con El Campesino [militar
comunista] escuchaba con amor a Miguel Hernández en el frente… Estaba enamorado de Miguel y odiaba a Rafael Alberti.
Después de la guerra se fue a la División Azul, a hacerse perdonar”.
Pero nunca hablaba de la guerra en casa.
Aquella expresión, “mis padres no se dirigían la palabra”,
el relato de la crueldad con los animales, que él mismo protagoniza, y
lo que dice en una sobremesa Bibiana, una sirvienta extremeña, marcan el
tiempo feroz del libro. Bibiana afirma, con visitas en la casa: “El día
en que matamos a los ricos…”. Tras el estupor, el silencio. Bibiana
jamás explicó qué pasó . Jorge fue a Extremadura a buscar los restos de
la historia, pero cuando llegó al pueblo de Bibiana, ya quedaban allí
solo flecos del drama que marcó la vida de los españoles que tienen la
edad de Jorge Martínez Reverte.
—¿Y la España de ahora, es feliz o feroz? —Es mucho mejor, pero despilfarra el talento. —Y hay rotos. ¿Cuál le preocupa más? —La vuelta a la intolerancia. Hay media España que sigue yendo a escuchar al cura. En el libro hay una sola mala persona. Es una historia
muchas veces triste que, sin embargo, se lee con una estimulante
alegría. Misterios, como dice él, de querer contarlo.