Patrizia
Reggiani, que ordenó el asesinato de su marido, lleva años enfrentada
con sus hijas y ahora su madre quiere inhabilitarla.
Allegra
Gucci (izquierda) y Alessandra Gucci (derecha) junto a su madre
Patrizia Reggiani Martinelli (centro) en el funeral de Maurizio Gucci en
Milán en 1995.LUCA BRUNOAP
La historia de la familia Gucci
está aderezada con demasiados elementos propios de la ficción más
rebuscada. Personajes excéntricos, conspiraciones, un asesinato, una
viuda negra detrás del crimen, giros inesperados, luchas intestinas,
venganzas y una herencia multimillonaria en el ojo del huracán son solo
algunos de ellos. Y todo envuelto en el halo de glamur que solo una de las firmas de moda más vendidas del mundo puede darle. Desde hace años existe una guerra sin cuartel por la fortuna de Maurizio Gucci entre su viuda y ordenante de su muerte, Patrizia Reggiani; y las dos hijas del matrimonio. Pero ahora ha entrado en el juego la madre de la conocida como La viuda negra de Italia,
quien con 90 años quiere inhabilitar a su hija, de 69. Este es el
último capítulo de un serial que no deja de sorprender en el país. La desconcertante historia de la familia Gucci comienza el 27 de marzo de 1995 con el asesinato en Milán de Maurizio, nieto y heredero del fundador de la casa de moda, Guccio Gucci. Cuatro disparos por la espalda acabaron con su vida
a las puertas de su casa en la capital de la moda italiana. Dos años
después, se descubrió que su exesposa Patrizia, uno de los personajes
más excéntricos de la crónica social italiana, había contratado a un
sicario para que apretara el gatillo. La pareja se casó en 1973 y, tras
12 años de relación, él la abandonó por una mujer más joven (le dijo que
se iba en un viaje de negocios del que nunca volvería). Aunque no
firmaron el divorcio hasta 1991. En 1998, Patrizia Reggiani fue condenada a 26 años de prisión por su muerte. En 2011 se le propuso la libertad condicional a cambio de trabajos
sociales, pero, en un alarde de su extravagante carácter, la rechazó,
alegando que nunca había trabajado, tampoco pensaba hacerlo y que prefería la vida en la cárcel, cuidando de sus plantas y de un hurón que se agenció como mascota entre rejas. Finalmente, salió en libertad de la prisión de San Vittore de Milán en 2013. El año pasado, cuando casi nadie recordaba el escándalo, el caso sufrió un viraje inesperado. Un tribunal concedía a La viuda negra de Italiauna compensación de un millón de euros al año de manera vitalicia
de la herencia de su exmarido, en virtud del acuerdo de separación que
habían firmado cuando terminaron su relación. Entonces decidieron que
Patrizia recibiría un millón anual, de por vida. Además, le
corresponderían otros 25 millones atrasados que no llegó a cobrar. La
justicia italiana consideró que haber ordenado su asesinato no es un
motivo válido para ignorar los acuerdos que habían firmado ambos
anteriormente.
Patrizia
Reggiani, en 1998, escoltada en el juzgado de Milán donde fue
sentenciada por el asesinato de su exmarido, Maurizzio Gucci.CORDONPRESS
Pero de momento la viuda no ha podido estrenar su fortuna
porque el caso continúa en los tribunales.
Sus dos hijas, Allegra y
Alessandra, que son las actuales administradoras del patrimonio Gucci y las que deberían entregarle el dinero, recurrieron la sentencia, alegando que su madre había ordenado asesinar a su padre
y aún esperan un veredicto definitivo. La relación entre madre e hijas
ha pasado por diferentes estadios a lo largo de los años.
La relación entre madre e hijas ha pasado por diferentes
estadios a lo largo de los años. En un primer momento las dos hermanas
la defendieron a ultranza. “Basta con verla, parece un pajarito…
pobrecita, ha sido víctima de una extorsión, ella no ha hecho nada”,
decían en televisión entonces. Ahora, con este cambio de versión,
parece haber solo dos posibles hipótesis: un intento de tutelar y
proteger a su progenitora o una guerra abierta por el dinero.
Patrizia Reggiani, la viuda negra de Italia, en Milán en 2017.CORDONPRESS
Además, se ha sumado otra protagonista a la intrincada
trama: la madre de Patrizia Reggiani.
Silvana Barbero tiene 90 años,
vive con ella y la ha citado en los tribunales para inhabilitarla y
nombrar a un administrador que gestione los bienes que espera heredar.
Las dos mujeres se han enfrascado en una dantesca contienda con
declaraciones cruzadas en televisión.
La madre la acusa de ser
influenciable y alega un comportamiento extraño en los últimos meses.
Dice que se está rodeando de malas compañías y teme que haya vuelto a la tesitura de hace casi tres décadas, cuando orquestó la muerte de Maurizio Gucci
con la ayuda y bajo la manipulación de una vidente, según su versión.
La singular Patrizia Reggiani, que acostumbraba a pasearse con un loro
al hombro, siempre se ha declarado “no culpable del asesinato y culpable
de haber elegido las compañías equivocadas”.
Otra muerte sospechosa
Recientemente, la madre explicaba sus temores en una entrevista telefónica en el programa de la Rai Storie italiane. “Es una cruz que llevo conmigo, esperaba que todo hubiera terminado”,
contaba Barbero. En la misma transmisión, la hija se defendía y decía
estar “escandalizada” por las declaraciones y la actitud de su
progenitora. “No soy influenciable, habría que escuchar lo que dicen de
mí las personas que he encontrado en Saint Victor Residence —así llama a
la prisión en la que cumplió condena— porque han estado conmigo 18
años, han hecho un recorrido conmigo”.
Para más inri, madre e hija ya fueron sospechosas del
asesinato del marido de una y padrastro de la otra, Fernando Reggiani,
en la década de los años setenta. El hijo adoptivo del fallecido las
acusó de envenenarlo cuando estaba gravemente enfermo para evitar que
cambiara su testamento. Veinte años después, ambas fueron absueltas de
ese caso.
Seguro que son palabras que ha oído o leído últimamente: ikigai, fika, lagom, oosouji… Describen filosofías nórdicas y orientales que supuestamente garantizan la felicidad. Han dado lugar a numerosos artículos e inspirado no pocos libros, hasta
el punto de que a uno le entran ganas de ir mucho a Ikea o hincharse a
sushi a ver si así es más feliz.
Esa
actitud nuestra como de exploradores decimonónicos, que se traían
plantas, muebles y animales de otras latitudes para así parecer mejores,
no nos deja en buen lugar. Y aunque la amplitud de miras siempre es
positiva, estamos aceptando que esos métodos foráneos aportan algo que
la idiosincrasia española no consigue. Pero nosotros también gozamos de una
filosofía de vida que no solo tiene estupendos mimbres para lograr la
felicidad, sino que no estaría de más que otros la copiasen. Esa manera de ver el mundo podríamos aglutinarla en cuatro pilares: placer, contento, diversión y regocijo. Cuatro palabras con las que la RAE define un término, bonito y un tanto
en desuso, que quizá convendría reivindicar para bautizar esta
sensibilidad patria: holganza. También se refiere al descanso y la ausencia de trabajo (no confundir con holgazán, que tiene las mismas letras pero significa otra cosa), lo que remitiría a nuestra querida siesta. En España nada nos mueve como la holganza. Como resume el
psicólogo especializado en risoterapia José Elías Fernández González,
director del Centro Joselías en Madrid: "Si
España tiene algo que puede exportar al mundo es la alegría, el humor,
la felicidad que nace de nuestro sol, la proximidad, el hablar con los
demás".
Reírse de todo: un antídoto contra el estrés
Uno de los rasgos que define esa filosofía cañí es la diversión. Menos de nosotros mismos, nos reímos de todo. Un saludo en la oficina no puede limitarse al "buenos días": tiene que
ir acompañado de una gracieta relacionada con el partido de anoche o una
expresión de Chiquito. "Pasar haciendo bromas en cualquier sitio es un
sello de identidad nuestro", opina José Elías Fernández. "Es beneficioso, porque nos ayuda a ver la cara buena de la realidad, a disfrutar y compartir el ingenio con los demás. Y también, en muchas ocasiones, nos reímos de las penas, lo que
propicia separarnos un poco de ellas y sobrellevarlas mejor. Por otra
parte, es una forma de relacionarnos con las personas que conocemos y
jugar con la realidad para divertirnos o que no nos oprima tanto",
añade.
Sí, el humor nos hace sentir bien. Como enumera este especialista, "contribuye a relativizar los problemas, es un antídoto contra el estrés,
incrementa la autoestima, ayuda a combatir la timidez y la depresión, a
expresar emociones, fortalece los lazos afectivos, descarga tensiones y
potencia la creatividad y la imaginación".
Además, tiene beneficios físicos. Según un estudio de la Universidad de Loma Linda, en California (Estados Unidos), protege contra enfermedades cardiacas, genera respuestas antitumorales y antivirus y, por la producción de beta-endorfinas, que actúan como neurotransmisores cerebrales, tiene un efecto analgésico contra el dolor y regula el sistema inmunológico.
Que previene enfermedades cardiacas y regula las respuestas inmunológicas también lo subrayó un estudio de la Universidad de Kentucky Oeste (EEUU), mientras que la Universidad de Indiana (EEUU) halló que relaja la tensión muscular, rebaja la presión arterial, ayuda a quemar calorías (puesto que movilizamos unos 400 músculos del cuerpo) y coincide con otras investigaciones en que reduce la producción de hormonas que causan el estrés.
La ilusión y las ganas de contarlo todo
Nuestra sorna va asociada a una rica vida social. Uno no
puede ser gracioso si no tiene público, y nuestro fabuloso clima
favorece las relaciones sociales, muchas veces al aire libre. Eso nos
diferencia, entre otros, de los habitantes de los países nórdicos, donde
la escasez de luz hace que la gente se encierre más en su casa y en sí misma.
La comunicación, a juicio de José Elías Fernández, es
necesaria "tanto para transmitir alegrías como para que estas se
perpetúen, así como para comentar las penas, desahogarnos y en muchas
ocasiones recibir la comprensión de los demás y quitarle importancia a
lo que nos pasa".
"Hablar es fundamental", dice la psicóloga clínica Lecina Fernández. "Ayuda mucho porque estás comunicando con otra persona e implica hacer
una estructuración interior previa, de modo que muchas veces decimos:
'Ya me he desahogado'".
"Comunicarse con los demás implica hacer una estructuración interior previa", Lecina Fernández (psicóloga clínica
Los likes de las redes sociales nosotros los
recibimos en vivo y en directo. "En los bares y terrazas generalmente
compartimos nuestro día a día, recibiendo cariño y afectividad,
estrechando los lazos afectivos con los demás, lo que nos ayuda a darnos
cuenta de que somos importantes para los demás, al compartir nuestra
vida, y de que no estamos solos, que hay personas a nuestro alrededor
con las que compartimos momentos felices", asegura José Elías Fernández. "Tenemos la necesidad de compartir con los demás. Encontramos más alegría en dar que en recibir. Cuando comunicamos acontecimientos buenos estamos dando felicidad, y si
hablamos de penas o acontecimientos negativos, estamos liberando
tensión al compartirlos", continúa el experto. La ilusió otra característica peculiar de nuestra actitud ante la vida que destaca Lecina Fernández. Como explica la autora del libroIlusión positiva
(2017), mientras en otros idiomas esta palabra se traduce sobre todo
como “alteración de la percepción de los sentidos”, es decir, ver algo
que en realidad no existe (como en "ilusionismo" o "ilusión óptica"),
"en español existe una acepción positiva, relacionada con la esperanza
de lograr algo y la alegría de vivir. Cuando preguntamos a un español
qué es la ilusión, ni siquiera piensa en la acepción negativa. A los
extranjeros les llama mucho la atención. Dentro de nosotros está
encendida esa luz que en otras culturas no está".
"Vivir con ilusión nos empodera y nos ayuda a crecer ", Lecina Fernández (psicóloga clínica
"Los países nórdicos son oscuros y fríos, y Japón es muy
introvertido. En cambio, nuestra ilusión es de dentro hacia afuera. De
la oscuridad a la luz. Es un patrimonio nacional. Y como hemos crecido
con ella, ni siquiera somos conscientes de la riqueza que tenemos",
señala Leticia Fernández. Vivir con ilusión tiene efectos positivos para nuestra
mente. Los glosa Lecina Fernández: "Nos estimula para crecer, porque
desarrollando el proyecto ilusionante llevamos a cabo actividades que
nos enriquecen. Nos permite transformar la realidad, lo cual nos
empodera. Nos ayuda a desarrollar la capacidad de unir, porque nos entrena para pasar de un sueño a una realidad, de lo interno a lo externo. Favorece vivir mejor, ya que derrochamos alegría y optimismo”. En resumidas cuentas, la ilusión nos proporciona una razón
para levantarnos de la cama cada mañana y, como agrega la psicóloga,
"eso es lo más distante de la depresión, justo lo contrario". Ese optimismo que genera es bueno también para la salud
física. Un estudio de la Universidad de Harvard (EEUU) encontró que las
mujeres que son optimistas tienen un riesgo significativamente menor de
morir de cáncer, enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular,
enfermedad respiratoria e infección en comparación con las mujeres que
son menos optimistas.
Decir tacos para mantener el equilibrio
A pesar de esa alegría que nos caracteriza, no rehuimos la
confrontación. En muchos casos, somos la antítesis de lo que los
británicos denominan polite ("educado, cortés"). Nos gusta "mandarlo todo a freír puñetas"... Y después nos quedamos tan a gusto. José Elías Fernández recuerda que "Albert Ellis [padre de la
terapia conductual], que escribió sobre el humor y la risa, aconsejaba
de vez en cuando decir tacos, ya que nos ayudan a desahogarnos y
expresar con rotundidad nuestra emoción, ya sea ira, odio, etc. Cuando
entramos en conflicto o discutimos, una forma habitual de liberar tensión es no medir nuestras palabras, y expresarnos lo más contundente posible,
aunque después pidamos perdón si hemos ofendido a alguien. Ser comedido
en esos momento, no nos ayuda mucho, nos tragamos la emoción negativa". Otra cosa muy distinta es pasarnos el día entera buscando bronca. Para Lecina Fernández, ser tan viscerales es positivo siempre que lo hagamos con equilibrio. "Lo importante es reconocer la situación que estamos viviendo,
identificar las emociones y gestionarlas. Pero los extremos no son
buenos".
Imaginación e ingenio para resolver problemas
Otro vértice que nos caracteriza, y que reconocen mucho en
el exterior, es la espontaneidad. Lejos de ser cuadriculados, recurrimos
a la imaginación para resolver problemas. "En países como Alemania, por
ejemplo, son muy metódicos, siguen al pie de la letra los protocolos…
Nosotros no somos tan hábiles en eso, pero si en el protocolo surge un
contratiempo el español sabe solucionarlo con más ingenio", dice Lecina
Fernández. Ese ingenio, documentado en la literatura de la picaresca, lo
mamamos desde niños. "Hasta la tradición de los Reyes Magos va llena de
fantasía, imaginación e ingenio", añade la psicóloga. Pero nadie es perfecto, que diría el despistado millonario
de Con faldas y a lo loco. Para aprovechar al máximo todos esos rasgos
deberíamos atenuar otro: la envidia. "Tenemos que aprender a reírnos de nosotros mismos y con los demás, en lugar de reírnos de los demás",
sostiene José Elías Fernández. Opina q ue seria más higiénico mental,
personal y socialmente. "Si aprendiéramos a reírnos con los demás
eliminaríamos la envidia, que es lo único que nos falta para que vivamos
felices", asegura. Y entonces sí que nuestra apreciada holganza sería
imbatible.
Cuando pienso en los Óscar, pienso en El mayor espectáculo del mundo, aquel largometraje dirigido por Cecil B. DeMille, donde Charlton Heston interpretaba al director de un circo y James Stewart
encarnaba al payaso triste (no, ¡no me lo estoy inventando!). En
tiempos se decía que fue una de las peores ganadoras al Óscar como mejor
película.
Aunque lo más escandaloso era que, gracias a la insensatez de
los académicos del momento, le arrebató la estatuilla a insignificantes
naderías como, agárrense, Solo ante el peligro de Fred Zinnemann, El hombre tranquilo de John Ford o Moulin Rouge de John Huston, que competían ese mismo año.
Más despropósitos: había sido nominada a despecho de Cautivos del mal de Vincente Minnelli o Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen,
que se quedaron fuera de la lista.
Aquella ceremonia fue la primera
televisada en directo, así que podemos decir que semejante escarnio al
séptimo arte quedó convenientemente grabado para la posteridad.
Siendo
justos, en el otro lado de la moneda estuvo Shirley Booth.
No se preocupen si el nombre no les suena; era una respetadísima actriz
teatral que, siendo ya una mujer de mediana edad, había debutado en el
cine aquel mismo año.
Ganó el Óscar por un papel que ya le había valido
un premio Tony como mejor actriz de teatro, además de un Globo de Oro y
la Palma de Oro en Cannes, así que no haberse concedido el Óscar hubiera
sido sonrojante incluso para los electores de aquel año.
Con su primera
película, Booth fue distinguida por encima de cuatro señoras que apenas
sabían interpretar: Bette Davis, Susan Hayward, Julie Harris y Joan Crawford.
No está mal, ¿eh?
Con los Óscar lo tenemos todos claro,
desde siempre. Son un cachondeo.
Aun así, también son geniales para
hablar sobre películas, directores, intérpretes y demás, que a fin de
cuentas es lo que a todos nos interesa.
No, esto no es una quiniela.
Mi
poder predictivo es casi tan inexistente como el de Neville Chamberlain, el mismo que pensaba que a Hitler
se lo podía contener a besitos, de lo cual nos habla una de las
películas nominadas de este año.
No sé quién va a ganar, pero sí puedo
decir cuáles son los candidatos que me gustaría que ganen en varias
categorías porque creo que se lo merecen.
No todas las categorías, pero
sí las más importantes.
Ah, por cierto, aún no he podido ver Phantom Thread,
así que no la comentaré.
Imagen: Fox Searchlight Pictures.
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri («Tres anuncios en las afueras»).
Después
de que haya quedado impune la violación y asesinato de una chica, su
madre contrata tres vallas publicitarias en las afueras de su pueblo
para denunciar la supuesta inacción de la policía local, que no ha
encontrado al culpable.
Su furiosa campaña, junto a su conducta
desafiante y agresiva frente a casi cualquiera que se le cruce en el
camino, desatará todo tipo de tensiones y hará que el ambiente del
pueblo se vuelva irrespirable.
Quizá es mi favorita de esta lista.
Creo además que tiene algunas posibilidades de ganar porque el inglés Martin McDonagh
no está nominado como director y sospecho que los académicos querrían
premiarlo.
Recordemos que McDonagh ya ganó un Óscar al mejor
cortometraje en 2005 gracias al extraordinario Six Shooter.
Se le ha comparado mucho con Tarantino
por la violencia insensata y teñida de comedia negra que predomina en
su trabajo. Sabemos que la Academia tiene poco aprecio por Tarantino,
mientras que las películas del londinense, pese a esos paralelismos
superficiales entre ambos, contienen algo que se presta más a este tipo
de premios: lecturas profundas que dejan al espectador pensando sobre el
significado de lo que acaba de ver.
Sus películas son farsas, como las
de Quentin, pero también son bastante más adultas.
Yo más bien situaría a
McDonagh en algún punto intermedio entre Tarantino y los hermanos Coen o Jeff Nichols.
Este es el tercer largometraje de McDonagh y, como es típico de él, las
frustraciones y disfunciones emocionales de los personajes son
frecuentemente expresadas mediante tiros, patadas y demás explosiones de
furia.
Esto hace que sus argumentos contengan bastantes momentos
inverosímiles y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri no es
una excepción.
Su realismo es engañoso; puede parecer un drama
convencional a primera vista, pero no lo es.
Entiendo las críticas de
quienes no capten su estilo, porque no se molesta en explicar al
espectador en qué registro está narrando, pero se disfruta más su cine
entendiendo que es una parodia hiperbólica.
La sucesión lógica y lineal
de acontecimientos está siempre supeditada a la metáfora, como en sus
dos anteriores trabajos.
En cualquier caso, más allá de las
peculiaridades de su estilo, Three Billboards Outside Ebbing, Missouri es quizá la mejor película de McDonagh hasta la fecha —que ya es, después de aquella imperfecta pero inolvidable Escondidos en Brujas—
y creo que también la mejor entre las nominadas.
Al menos me ha
parecido la más vibrante, la que mejor representa a un artista en un
momento inspirado de su carrera.
La veré antes de la ceremonia, aunque después
de contemplar el tráiler y diversos extractos, la idea me produce casi
tanta pereza como subir el Everest en bicicleta mientras Risto Mejide me habla de su filosofía de vida.
Óscar a la mejor película
Si tuviera que resumir la temporada
cinematográfica en Hollywood, diría que 2017 fue el año de las películas
que produjeron chaparrones de serotonina a los críticos mientras yo me
preguntaba si sus palomitas estaban untadas con éxtasis y las mías no.
Quizá sea tema para otro artículo, pero hace unos años miraba la página
de Rotten Tomatoes, por ejemplo, y aun sabiendo que cada persona es un
mundo, el consenso mayoritario de los críticos me resultaba útil para
estimar de antemano la calidad aproximada de una película. No era una
herramienta infalible, pero sí orientativa un 80-90% de las veces. Esto
ya no me sucede. Entro, veo altos consensos y puntuaciones medias
bastante elevadas, y ya no sé a qué atenerme. O han cambiado ellos, o he
cambiado yo. Y como diría Arthur C. Clarke, ambas
posibilidades son igualmente aterradoras. Pero bueno, los posibles
motivos por los que la crítica se está volviendo cada vez menos exigente
serán dignos de un análisis aparte.
Un
proyecto de los franciscanos busca en Galicia personas solas para
compartir comidas, tareas y compañía, devolviéndole la vida a edificios
eclesiásticos vacíos.
Participantes
en el proyecto para combatir la soledad desayunan en el comedor del
convento de San Francisco de Betanzos (A Coruña).óscar corralRosa enviudó el pasado agosto y desde entonces carga sobre
sus hombros con un pesado silencio. Solo la llamada de una amiga cada
día a las nueve de la noche achica un poco el vacío. Siendo ella una de
las últimas habitantes de una de esas aldeas del Ayuntamiento gallego de Betanzos (A Coruña)
que no deja de menguar, ese es prácticamente el único momento en el que
se comunica con alguien. “Charlamos durante media hora. No criticamos a
nadie pero comentamos cosas y la hago reír”, cuenta Pilar, la voz amiga
de Rosa, una de las colaboradoras del proyecto Familia Aberta,
impulsado por la orden religiosa de los franciscanos en Galicia para combatir la epidemia silenciosa de la soledad que se extiende sin freno por los hogares occidentales. Mientras en Reino Unido el Gobierno acaba de crear una
Secretaría de Estado contra la Soledad, en Betanzos se ha habilitado el
convento de San Francisco de Betanzos, sin vida desde que hace un par de
años franquearon la puerta las últimas monjas residentes, para crear
una familia con personas “que estén o se sientan solas”. Los
participantes pasarían el día en las instalaciones, desayunando,
comiendo y cenando, compartiendo la colada y los gastos, regalándose
mutuamente compañía.
“No se trata de un centro de día ni de beneficencia, tampoco
de un local social, sino de un espacio autogestionado que no se
financia con subvenciones y en el que queremos imitar el ambiente de una
familia cualquiera, con libertad para entrar y salir sin compromiso y
sin exigencias de confesionalidad”, explica Fray Enrique Roberto Lista
sobre un proyecto que está abierto a vecinos de cualquier ayuntamiento y
a cuyos responsables les gustaría extender en un futuro a otros
edificios eclesiásticos vacíos como las casas rectorales de las
parroquias.
Adela, de 80 años, estuvo tiempo "arrinconadita" en su casa,
"llorando sola", pero ahora ha dado el paso de entrar en Familia
Aberta: "Llevo 15 años sin mi madre y 38 sin mi padre. Participar en
este proyecto me encanta, porque nos hace trabajar y nos distrae, estoy
con compañeros a los que le pasa lo mismo que a mí". En España viven solas cerca de 4,5 millones de personas, según los datos que manejan los promotores de Familia Aberta, una cifra que se incrementa año a año. Según el estudio La soledad en España
(2015), de Juan Díez y María Morenos, más del 70% de las almas que
habitan estos hogares sufren soledad, un mal que afecta igualmente a más
de la mitad de quienes tienen compañía en sus casas. El proyecto ha echado a andar en Betanzos con nueve mujeres
y, según explica la trabajadora social Antía Leira, afrontando
dificultades para superar “el estigma de la soledad, la vergüenza”.
“A quienes la sufren les cuesta reconocer la situación e incluso
identificarla, porque muchas veces conviven con alguien”, apunta Leira. “Es una necesidad oculta: todo el mundo admite el problema y las
noticias de ancianos que mueren sin que nadie se entere se multiplican,
pero dar el paso para combatirla cuesta”. Los colaboradores del proyecto se han lanzado desde hace
seis meses a una campaña de divulgación puerta a puerta, recorriendo
incluso lugares de Betanzos frecuentados por personas solitarias y
contactando con los servicios sociales de los Ayuntamientos de la
comarca. El franciscano Lista lleva años implicado en la atención de
albergues para ciudadanos sin techo y centros de atención a toxicómanos. De hecho, la idea de Familia Aberta le saltó a la cabeza tras colaborar
en Italia con un programa que intentaba desenganchar a
drogodependientes formando con ellos “familias” que les aliviasen su
angustia vital. “Una soledad más una soledad es compañía, el remedio al
problema están en las personas que sufren este mal”, esgrime el fraile
franciscano, mientras en el comedor de este convento del siglo XIV los
primeros miembros de Familia Aberta se pasan la cafetera y las bandejas
de bizcocho y galletas. La amiga de Pilar que tan sola se siente aún no
ha dado el paso de integrarse en esta familia postiza: “Es desconfiada y
retraída, y le cuesta, pero yo ya le digo que esto le vendría bárbaro
para oxigenarse”. Entre los sufridores de la soledad, a los promotores de
Familia Aberta les preocupa el grupo de los hombres recién divorciados,
remisos especialmente a pedir ayuda. Ramón, de 67 años, afrontó hace un
lustro su tercera ruptura matrimonial y desde entonces pelea a diario
por llenar su tiempo libre para esquivar el vacío. “Los humanos estamos
pensados para vivir en sociedad y necesitamos a alguien a quien dar
afecto. Pero a la vez es reacia a compartir experiencias como esta
porque cree que no tiene por qué contarle su vida a los demás”, apunta. La tristeza por el aislamiento social no es solo un achaque de la edad. “Hay gente muy joven que también está sola”, incide Adriana García,
colaboradora del proyecto. “Esta sociedad te empuja a la soledad. Se
tienen menos hijos, la familia se dispersa, las tecnologías te conectan
por un lado pero te llevan a encerrarte por otro… Y hay jornadas
laborales que no te dejan tiempo para la amistad y la familia. Racionalizar los horarios sería un gran aporte para combatir este mal”.