The Florida Project. Imagen: A24.
Ah, los Óscar.
Cuando pienso en los Óscar, pienso en El mayor espectáculo del mundo, aquel largometraje dirigido por Cecil B. DeMille, donde Charlton Heston interpretaba al director de un circo y James Stewart
encarnaba al payaso triste (no, ¡no me lo estoy inventando!). En
tiempos se decía que fue una de las peores ganadoras al Óscar como mejor
película.
Aunque lo más escandaloso era que, gracias a la insensatez de
los académicos del momento, le arrebató la estatuilla a insignificantes
naderías como, agárrense, Solo ante el peligro de Fred Zinnemann, El hombre tranquilo de John Ford o Moulin Rouge de John Huston, que competían ese mismo año.
Más despropósitos: había sido nominada a despecho de Cautivos del mal de Vincente Minnelli o Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen,
que se quedaron fuera de la lista.
Aquella ceremonia fue la primera
televisada en directo, así que podemos decir que semejante escarnio al
séptimo arte quedó convenientemente grabado para la posteridad.
Siendo
justos, en el otro lado de la moneda estuvo Shirley Booth.
No se preocupen si el nombre no les suena; era una respetadísima actriz
teatral que, siendo ya una mujer de mediana edad, había debutado en el
cine aquel mismo año.
Ganó el Óscar por un papel que ya le había valido
un premio Tony como mejor actriz de teatro, además de un Globo de Oro y
la Palma de Oro en Cannes, así que no haberse concedido el Óscar hubiera
sido sonrojante incluso para los electores de aquel año.
Con su primera
película, Booth fue distinguida por encima de cuatro señoras que apenas
sabían interpretar: Bette Davis, Susan Hayward, Julie Harris y Joan Crawford.
No está mal, ¿eh?
Con los Óscar lo tenemos todos claro,
desde siempre. Son un cachondeo.
Aun así, también son geniales para
hablar sobre películas, directores, intérpretes y demás, que a fin de
cuentas es lo que a todos nos interesa.
No, esto no es una quiniela.
Mi
poder predictivo es casi tan inexistente como el de Neville Chamberlain, el mismo que pensaba que a Hitler
se lo podía contener a besitos, de lo cual nos habla una de las
películas nominadas de este año.
No sé quién va a ganar, pero sí puedo
decir cuáles son los candidatos que me gustaría que ganen en varias
categorías porque creo que se lo merecen.
No todas las categorías, pero
sí las más importantes.
Ah, por cierto, aún no he podido ver Phantom Thread,
así que no la comentaré.
Imagen: Fox Searchlight Pictures.
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri («Tres anuncios en las afueras»).
Después
de que haya quedado impune la violación y asesinato de una chica, su
madre contrata tres vallas publicitarias en las afueras de su pueblo
para denunciar la supuesta inacción de la policía local, que no ha
encontrado al culpable.
Su furiosa campaña, junto a su conducta
desafiante y agresiva frente a casi cualquiera que se le cruce en el
camino, desatará todo tipo de tensiones y hará que el ambiente del
pueblo se vuelva irrespirable.
Quizá es mi favorita de esta lista.
Creo además que tiene algunas posibilidades de ganar porque el inglés Martin McDonagh
no está nominado como director y sospecho que los académicos querrían
premiarlo.
Recordemos que McDonagh ya ganó un Óscar al mejor
cortometraje en 2005 gracias al extraordinario Six Shooter.
Se le ha comparado mucho con Tarantino
por la violencia insensata y teñida de comedia negra que predomina en
su trabajo. Sabemos que la Academia tiene poco aprecio por Tarantino,
mientras que las películas del londinense, pese a esos paralelismos
superficiales entre ambos, contienen algo que se presta más a este tipo
de premios: lecturas profundas que dejan al espectador pensando sobre el
significado de lo que acaba de ver.
Sus películas son farsas, como las
de Quentin, pero también son bastante más adultas.
Yo más bien situaría a
McDonagh en algún punto intermedio entre Tarantino y los hermanos Coen o Jeff Nichols.
Este es el tercer largometraje de McDonagh y, como es típico de él, las
frustraciones y disfunciones emocionales de los personajes son
frecuentemente expresadas mediante tiros, patadas y demás explosiones de
furia.
Esto hace que sus argumentos contengan bastantes momentos
inverosímiles y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri no es
una excepción.
Su realismo es engañoso; puede parecer un drama
convencional a primera vista, pero no lo es.
Entiendo las críticas de
quienes no capten su estilo, porque no se molesta en explicar al
espectador en qué registro está narrando, pero se disfruta más su cine
entendiendo que es una parodia hiperbólica.
La sucesión lógica y lineal
de acontecimientos está siempre supeditada a la metáfora, como en sus
dos anteriores trabajos.
En cualquier caso, más allá de las
peculiaridades de su estilo, Three Billboards Outside Ebbing, Missouri es quizá la mejor película de McDonagh hasta la fecha —que ya es, después de aquella imperfecta pero inolvidable Escondidos en Brujas—
y creo que también la mejor entre las nominadas.
Al menos me ha
parecido la más vibrante, la que mejor representa a un artista en un
momento inspirado de su carrera.
La veré antes de la ceremonia, aunque después
de contemplar el tráiler y diversos extractos, la idea me produce casi
tanta pereza como subir el Everest en bicicleta mientras Risto Mejide me habla de su filosofía de vida.
Óscar a la mejor película
Si tuviera que resumir la temporada
cinematográfica en Hollywood, diría que 2017 fue el año de las películas
que produjeron chaparrones de serotonina a los críticos mientras yo me
preguntaba si sus palomitas estaban untadas con éxtasis y las mías no.
Quizá sea tema para otro artículo, pero hace unos años miraba la página
de Rotten Tomatoes, por ejemplo, y aun sabiendo que cada persona es un
mundo, el consenso mayoritario de los críticos me resultaba útil para
estimar de antemano la calidad aproximada de una película. No era una
herramienta infalible, pero sí orientativa un 80-90% de las veces. Esto
ya no me sucede. Entro, veo altos consensos y puntuaciones medias
bastante elevadas, y ya no sé a qué atenerme. O han cambiado ellos, o he
cambiado yo. Y como diría Arthur C. Clarke, ambas
posibilidades son igualmente aterradoras. Pero bueno, los posibles
motivos por los que la crítica se está volviendo cada vez menos exigente
serán dignos de un análisis aparte.
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