Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 feb 2018

Guerra entre las herederas del imperio Gucci

Patrizia Reggiani, que ordenó el asesinato de su marido, lleva años enfrentada con sus hijas y ahora su madre quiere inhabilitarla.

Allegra Gucci (izquierda) y Alessandra Gucci (derecha) junto a su madre Patrizia Reggiani Martinelli (centro) en el funeral de Maurizio Gucci en Milán en 1995.
Allegra Gucci (izquierda) y Alessandra Gucci (derecha) junto a su madre Patrizia Reggiani Martinelli (centro) en el funeral de Maurizio Gucci en Milán en 1995. AP

 

La historia de la familia Gucci está aderezada con demasiados elementos propios de la ficción más rebuscada.
 Personajes excéntricos, conspiraciones, un asesinato, una viuda negra detrás del crimen, giros inesperados, luchas intestinas, venganzas y una herencia multimillonaria en el ojo del huracán son solo algunos de ellos.
 Y todo envuelto en el halo de glamur que solo una de las firmas de moda más vendidas del mundo puede darle.
 Desde hace años existe una guerra sin cuartel por la fortuna de Maurizio Gucci entre su viuda y ordenante de su muerte, Patrizia Reggiani; y las dos hijas del matrimonio.
 Pero ahora ha entrado en el juego la madre de la conocida como La viuda negra de Italia, quien con 90 años quiere inhabilitar a su hija, de 69.
 Este es el último capítulo de un serial que no deja de sorprender en el país.
La desconcertante historia de la familia Gucci comienza el 27 de marzo de 1995 con el asesinato en Milán de Maurizio, nieto y heredero del fundador de la casa de moda, Guccio Gucci.
 Cuatro disparos por la espalda acabaron con su vida a las puertas de su casa en la capital de la moda italiana.
 Dos años después, se descubrió que su exesposa Patrizia, uno de los personajes más excéntricos de la crónica social italiana, había contratado a un sicario para que apretara el gatillo.
 La pareja se casó en 1973 y, tras 12 años de relación, él la abandonó por una mujer más joven (le dijo que se iba en un viaje de negocios del que nunca volvería). 
Aunque no firmaron el divorcio hasta 1991.
En 1998, Patrizia Reggiani fue condenada a 26 años de prisión por su muerte.
 En 2011 se le propuso la libertad condicional a cambio de trabajos sociales, pero, en un alarde de su extravagante carácter, la rechazó, alegando que nunca había trabajado, tampoco pensaba hacerlo y que prefería la vida en la cárcel, cuidando de sus plantas y de un hurón que se agenció como mascota entre rejas.
 Finalmente, salió en libertad de la prisión de San Vittore de Milán en 2013
El año pasado, cuando casi nadie recordaba el escándalo, el caso sufrió un viraje inesperado.
 Un tribunal concedía a La viuda negra de Italia una compensación de un millón de euros al año de manera vitalicia de la herencia de su exmarido, en virtud del acuerdo de separación que habían firmado cuando terminaron su relación.
 Entonces decidieron que Patrizia recibiría un millón anual, de por vida.
 Además, le corresponderían otros 25 millones atrasados que no llegó a cobrar.
 La justicia italiana consideró que haber ordenado su asesinato no es un motivo válido para ignorar los acuerdos que habían firmado ambos anteriormente. 

Patrizia Reggiani, en 1998, escoltada en el juzgado de Milán donde fue sentenciada por el asesinato de su exmarido, Maurizzio Gucci. 
Patrizia Reggiani, en 1998, escoltada en el juzgado de Milán donde fue sentenciada por el asesinato de su exmarido, Maurizzio Gucci.
Pero de momento la viuda no ha podido estrenar su fortuna porque el caso continúa en los tribunales. 
Sus dos hijas, Allegra y Alessandra, que son las actuales administradoras del patrimonio Gucci y las que deberían entregarle el dinero, recurrieron la sentencia, alegando que su madre había ordenado asesinar a su padre y aún esperan un veredicto definitivo. La relación entre madre e hijas ha pasado por diferentes estadios a lo largo de los años.
La relación entre madre e hijas ha pasado por diferentes estadios a lo largo de los años. En un primer momento las dos hermanas la defendieron a ultranza. “Basta con verla, parece un pajarito… pobrecita, ha sido víctima de una extorsión, ella no ha hecho nada, decían en televisión entonces. Ahora, con este cambio de versión, parece haber solo dos posibles hipótesis: un intento de tutelar y proteger a su progenitora o una guerra abierta por el dinero.
Patrizia Reggiani, la viuda negra de Italia, en Milán en 2017.
Patrizia Reggiani, la viuda negra de Italia, en Milán en 2017.
Además, se ha sumado otra protagonista a la intrincada trama: la madre de Patrizia Reggiani. 
Silvana Barbero tiene 90 años, vive con ella y la ha citado en los tribunales para inhabilitarla y nombrar a un administrador que gestione los bienes que espera heredar. 
 Las dos mujeres se han enfrascado en una dantesca contienda con declaraciones cruzadas en televisión.
 La madre la acusa de ser influenciable y alega un comportamiento extraño en los últimos meses. 

Dice que se está rodeando de malas compañías y teme que haya vuelto a la tesitura de hace casi tres décadas, cuando orquestó la muerte de Maurizio Gucci con la ayuda y bajo la manipulación de una vidente, según su versión. 
 La singular Patrizia Reggiani, que acostumbraba a pasearse con un loro al hombro, siempre se ha declarado “no culpable del asesinato y culpable de haber elegido las compañías equivocadas”.

Otra muerte sospechosa

Recientemente, la madre explicaba sus temores en una entrevista telefónica en el programa de la Rai Storie italiane
 “Es una cruz que llevo conmigo, esperaba que todo hubiera terminado”, contaba Barbero. 
En la misma transmisión, la hija se defendía y decía estar “escandalizada” por las declaraciones y la actitud de su progenitora. “No soy influenciable, habría que escuchar lo que dicen de mí las personas que he encontrado en Saint Victor Residence —así llama a la prisión en la que cumplió condena— porque han estado conmigo 18 años, han hecho un recorrido conmigo”.

Para más inri, madre e hija ya fueron sospechosas del asesinato del marido de una y padrastro de la otra, Fernando Reggiani, en la década de los años setenta.
 El hijo adoptivo del fallecido las acusó de envenenarlo cuando estaba gravemente enfermo para evitar que cambiara su testamento. Veinte años después, ambas fueron absueltas de ese caso.
 

El secreto de los españoles para ser felices que no tienen los nórdicos ni los orientales

Nuestra actitud ante la vida nos diferencia de otras culturas y tiene beneficios para la mente y el cuerpo.

Seguro que son palabras que ha oído o leído últimamente: ikigai, fika, lagom, oosouji… 
Describen filosofías nórdicas y orientales que supuestamente garantizan la felicidad.
 Han dado lugar a numerosos artículos e inspirado no pocos libros, hasta el punto de que a uno le entran ganas de ir mucho a Ikea o hincharse a sushi a ver si así es más feliz.

Esa actitud nuestra como de exploradores decimonónicos, que se traían plantas, muebles y animales de otras latitudes para así parecer mejores, no nos deja en buen lugar. 
Y aunque la amplitud de miras siempre es positiva, estamos aceptando que esos métodos foráneos aportan algo que la idiosincrasia española no consigue. 
Pero nosotros también gozamos de una filosofía de vida que no solo tiene estupendos mimbres para lograr la felicidad, sino que no estaría de más que otros la copiasen.
Esa manera de ver el mundo podríamos aglutinarla en cuatro pilares: placer, contento, diversión y regocijo.
 Cuatro palabras con las que la RAE define un término, bonito y un tanto en desuso, que quizá convendría reivindicar para bautizar esta sensibilidad patria: holganza.
También se refiere al descanso y la ausencia de trabajo (no confundir con holgazán, que tiene las mismas letras pero significa otra cosa), lo que remitiría a nuestra querida siesta.
En España nada nos mueve como la holganza.
 Como resume el psicólogo especializado en risoterapia José Elías Fernández González, director del Centro Joselías en Madrid: "Si España tiene algo que puede exportar al mundo es la alegría, el humor, la felicidad que nace de nuestro sol, la proximidad, el hablar con los demás".

Reírse de todo: un antídoto contra el estrés

Uno de los rasgos que define esa filosofía cañí es la diversión. Menos de nosotros mismos, nos reímos de todo
 Un saludo en la oficina no puede limitarse al "buenos días": tiene que ir acompañado de una gracieta relacionada con el partido de anoche o una expresión de Chiquito.
 "Pasar haciendo bromas en cualquier sitio es un sello de identidad nuestro", opina José Elías Fernández.
"Es beneficioso, porque nos ayuda a ver la cara buena de la realidad, a disfrutar y compartir el ingenio con los demás
 Y también, en muchas ocasiones, nos reímos de las penas, lo que propicia separarnos un poco de ellas y sobrellevarlas mejor.
 Por otra parte, es una forma de relacionarnos con las personas que conocemos y jugar con la realidad para divertirnos o que no nos oprima tanto", añade.

Sí, el humor nos hace sentir bien.
 Como enumera este especialista, "contribuye a relativizar los problemas, es un antídoto contra el estrés, incrementa la autoestima, ayuda a combatir la timidez y la depresión, a expresar emociones, fortalece los lazos afectivos, descarga tensiones y potencia la creatividad y la imaginación".

Además, tiene beneficios físicos. 
Según un estudio de la Universidad de Loma Linda, en California (Estados Unidos), protege contra enfermedades cardiacas, genera respuestas antitumorales y antivirus y, por la producción de beta-endorfinas, que actúan como neurotransmisores cerebrales, tiene un efecto analgésico contra el dolor y regula el sistema inmunológico.

Que previene enfermedades cardiacas y regula las respuestas inmunológicas también lo subrayó un estudio de la Universidad de Kentucky Oeste (EEUU), mientras que la Universidad de Indiana (EEUU) halló que relaja la tensión muscular, rebaja la presión arterial, ayuda a quemar calorías (puesto que movilizamos unos 400 músculos del cuerpo) y coincide con otras investigaciones en que reduce la producción de hormonas que causan el estrés.

La ilusión y las ganas de contarlo todo

Nuestra sorna va asociada a una rica vida social. 
Uno no puede ser gracioso si no tiene público, y nuestro fabuloso clima favorece las relaciones sociales, muchas veces al aire libre. Eso nos diferencia, entre otros, de los habitantes de los países nórdicos, donde la escasez de luz hace que la gente se encierre más en su casa y en sí misma.

La comunicación, a juicio de José Elías Fernández, es necesaria "tanto para transmitir alegrías como para que estas se perpetúen, así como para comentar las penas, desahogarnos y en muchas ocasiones recibir la comprensión de los demás y quitarle importancia a lo que nos pasa".

"Hablar es fundamental", dice la psicóloga clínica Lecina Fernández.
 "Ayuda mucho porque estás comunicando con otra persona e implica hacer una estructuración interior previa, de modo que muchas veces decimos: 'Ya me he desahogado'".
"Comunicarse con los demás implica hacer una estructuración interior previa", Lecina Fernández (psicóloga clínica
Los likes de las redes sociales nosotros los recibimos en vivo y en directo.
 "En los bares y terrazas generalmente compartimos nuestro día a día, recibiendo cariño y afectividad, estrechando los lazos afectivos con los demás, lo que nos ayuda a darnos cuenta de que somos importantes para los demás, al compartir nuestra vida, y de que no estamos solos, que hay personas a nuestro alrededor con las que compartimos momentos felices", asegura José Elías Fernández.
"Tenemos la necesidad de compartir con los demás. Encontramos más alegría en dar que en recibir
 Cuando comunicamos acontecimientos buenos estamos dando felicidad, y si hablamos de penas o acontecimientos negativos, estamos liberando tensión al compartirlos", continúa el experto.
La ilusió otra característica peculiar de nuestra actitud ante la vida que destaca Lecina Fernández.
 Como explica la autora del libro Ilusión positiva (2017), mientras en otros idiomas esta palabra se traduce sobre todo como “alteración de la percepción de los sentidos”, es decir, ver algo que en realidad no existe (como en "ilusionismo" o "ilusión óptica"), "en español existe una acepción positiva, relacionada con la esperanza de lograr algo y la alegría de vivir.
 Cuando preguntamos a un español qué es la ilusión, ni siquiera piensa en la acepción negativa.
 A los extranjeros les llama mucho la atención.
 Dentro de nosotros está encendida esa luz que en otras culturas no está".
"Vivir con ilusión nos empodera y nos ayuda a crecer ", Lecina Fernández (psicóloga clínica
"Los países nórdicos son oscuros y fríos, y Japón es muy introvertido. 
En cambio, nuestra ilusión es de dentro hacia afuera. 
De la oscuridad a la luz. Es un patrimonio nacional.
 Y como hemos crecido con ella, ni siquiera somos conscientes de la riqueza que tenemos", señala Leticia Fernández.
Vivir con ilusión tiene efectos positivos para nuestra mente. 
Los glosa Lecina Fernández: "Nos estimula para crecer, porque desarrollando el proyecto ilusionante llevamos a cabo actividades que nos enriquecen. 
Nos permite transformar la realidad, lo cual nos empodera.
 Nos ayuda a desarrollar la capacidad de unir, porque nos entrena para pasar de un sueño a una realidad, de lo interno a lo externo.
 Favorece vivir mejor, ya que derrochamos alegría y optimismo”.
En resumidas cuentas, la ilusión nos proporciona una razón para levantarnos de la cama cada mañana y, como agrega la psicóloga, "eso es lo más distante de la depresión, justo lo contrario".
Ese optimismo que genera es bueno también para la salud física. Un estudio de la Universidad de Harvard (EEUU) encontró que las mujeres que son optimistas tienen un riesgo significativamente menor de morir de cáncer, enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular, enfermedad respiratoria e infección en comparación con las mujeres que son menos optimistas.

Decir tacos para mantener el equilibrio

A pesar de esa alegría que nos caracteriza, no rehuimos la confrontación. 
En muchos casos, somos la antítesis de lo que los británicos denominan polite ("educado, cortés"). 
Nos gusta "mandarlo todo a freír puñetas"... Y después nos quedamos tan a gusto.
José Elías Fernández recuerda que "Albert Ellis [padre de la terapia conductual], que escribió sobre el humor y la risa, aconsejaba de vez en cuando decir tacos, ya que nos ayudan a desahogarnos y expresar con rotundidad nuestra emoción, ya sea ira, odio, etc. Cuando entramos en conflicto o discutimos, una forma habitual de liberar tensión es no medir nuestras palabras, y expresarnos lo más contundente posible, aunque después pidamos perdón si hemos ofendido a alguien.
 Ser comedido en esos momento, no nos ayuda mucho, nos tragamos la emoción negativa".
 Otra cosa muy distinta es pasarnos el día entera buscando bronca.
Para Lecina Fernández, ser tan viscerales es positivo siempre que lo hagamos con equilibrio.
 "Lo importante es reconocer la situación que estamos viviendo, identificar las emociones y gestionarlas.
 Pero los extremos no son buenos".

Imaginación e ingenio para resolver problemas

Otro vértice que nos caracteriza, y que reconocen mucho en el exterior, es la espontaneidad.
 Lejos de ser cuadriculados, recurrimos a la imaginación para resolver problemas.
 "En países como Alemania, por ejemplo, son muy metódicos, siguen al pie de la letra los protocolos… Nosotros no somos tan hábiles en eso, pero si en el protocolo surge un contratiempo el español sabe solucionarlo con más ingenio", dice Lecina Fernández.
 Ese ingenio, documentado en la literatura de la picaresca, lo mamamos desde niños.
 "Hasta la tradición de los Reyes Magos va llena de fantasía, imaginación e ingenio", añade la psicóloga.
Pero nadie es perfecto, que diría el despistado millonario de Con faldas y a lo loco.
 Para aprovechar al máximo todos esos rasgos deberíamos atenuar otro: la envidia. 
"Tenemos que aprender a reírnos de nosotros mismos y con los demás, en lugar de reírnos de los demás", sostiene José Elías Fernández. 
Opina q ue seria más higiénico mental, personal y socialmente. 
"Si aprendiéramos a reírnos con los demás eliminaríamos la envidia, que es lo único que nos falta para que vivamos felices", asegura. 
Y entonces sí que nuestra apreciada holganza sería imbatible.






 

Premios Óscar 2018: una autopsia.................Publicado por Emilio de Gorgot


The Florida Project. Imagen: A24.

Ah, los Óscar.
 Cuando pienso en los Óscar, pienso en El mayor espectáculo del mundo, aquel largometraje dirigido por Cecil B. DeMille, donde Charlton Heston interpretaba al director de un circo y James Stewart encarnaba al payaso triste (no, ¡no me lo estoy inventando!). En tiempos se decía que fue una de las peores ganadoras al Óscar como mejor película. 
Aunque lo más escandaloso era que, gracias a la insensatez de los académicos del momento, le arrebató la estatuilla a insignificantes naderías como, agárrense, Solo ante el peligro de Fred Zinnemann, El hombre tranquilo de John Ford o Moulin Rouge de John Huston, que competían ese mismo año. 
Más despropósitos: había sido nominada a despecho de Cautivos del mal de Vincente Minnelli o Cantando bajo la lluvia de Stanley Donen, que se quedaron fuera de la lista.
 Aquella ceremonia fue la primera televisada en directo, así que podemos decir que semejante escarnio al séptimo arte quedó convenientemente grabado para la posteridad. 
Siendo justos, en el otro lado de la moneda estuvo Shirley Booth. No se preocupen si el nombre no les suena; era una respetadísima actriz teatral que, siendo ya una mujer de mediana edad, había debutado en el cine aquel mismo año. 
Ganó el Óscar por un papel que ya le había valido un premio Tony como mejor actriz de teatro, además de un Globo de Oro y la Palma de Oro en Cannes, así que no haberse concedido el Óscar hubiera sido sonrojante incluso para los electores de aquel año. 
Con su primera película, Booth fue distinguida por encima de cuatro señoras que apenas sabían interpretar: Bette Davis, Susan Hayward, Julie Harris y Joan Crawford.
 No está mal, ¿eh?
Con los Óscar lo tenemos todos claro, desde siempre. Son un cachondeo.
 Aun así, también son geniales para hablar sobre películas, directores, intérpretes y demás, que a fin de cuentas es lo que a todos nos interesa.
 No, esto no es una quiniela. 
Mi poder predictivo es casi tan inexistente como el de Neville Chamberlain, el mismo que pensaba que a Hitler se lo podía contener a besitos, de lo cual nos habla una de las películas nominadas de este año.
 No sé quién va a ganar, pero sí puedo decir cuáles son los candidatos que me gustaría que ganen en varias categorías porque creo que se lo merecen.
 No todas las categorías, pero sí las más importantes.
 Ah, por cierto, aún no he podido ver Phantom Thread, así que no la comentaré. 

Imagen: Fox Searchlight Pictures.
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri («Tres anuncios en las afueras»).
 Después de que haya quedado impune la violación y asesinato de una chica, su madre contrata tres vallas publicitarias en las afueras de su pueblo para denunciar la supuesta inacción de la policía local, que no ha encontrado al culpable.
 Su furiosa campaña, junto a su conducta desafiante y agresiva frente a casi cualquiera que se le cruce en el camino, desatará todo tipo de tensiones y hará que el ambiente del pueblo se vuelva irrespirable.
Quizá es mi favorita de esta lista.
 Creo además que tiene algunas posibilidades de ganar porque el inglés Martin McDonagh no está nominado como director y sospecho que los académicos querrían premiarlo.
 Recordemos que McDonagh ya ganó un Óscar al mejor cortometraje en 2005 gracias al extraordinario Six Shooter.
 Se le ha comparado mucho con Tarantino por la violencia insensata y teñida de comedia negra que predomina en su trabajo. Sabemos que la Academia tiene poco aprecio por Tarantino, mientras que las películas del londinense, pese a esos paralelismos superficiales entre ambos, contienen algo que se presta más a este tipo de premios: lecturas profundas que dejan al espectador pensando sobre el significado de lo que acaba de ver.
 Sus películas son farsas, como las de Quentin, pero también son bastante más adultas.
 Yo más bien situaría a McDonagh en algún punto intermedio entre Tarantino y los hermanos Coen o Jeff Nichols.
 Este es el tercer largometraje de McDonagh y, como es típico de él, las frustraciones y disfunciones emocionales de los personajes son frecuentemente expresadas mediante tiros, patadas y demás explosiones de furia.
 Esto hace que sus argumentos contengan bastantes momentos inverosímiles y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri no es una excepción. 
Su realismo es engañoso; puede parecer un drama convencional a primera vista, pero no lo es. 
Entiendo las críticas de quienes no capten su estilo, porque no se molesta en explicar al espectador en qué registro está narrando, pero se disfruta más su cine entendiendo que es una parodia hiperbólica. 
La sucesión lógica y lineal de acontecimientos está siempre supeditada a la metáfora, como en sus dos anteriores trabajos.
 En cualquier caso, más allá de las peculiaridades de su estilo, Three Billboards Outside Ebbing, Missouri es quizá la mejor película de McDonagh hasta la fecha —que ya es, después de aquella imperfecta pero inolvidable Escondidos en Brujas— y creo que también la mejor entre las nominadas.
 Al menos me ha parecido la más vibrante, la que mejor representa a un artista en un momento inspirado de su carrera.

La veré antes de la ceremonia, aunque después de contemplar el tráiler y diversos extractos, la idea me produce casi tanta pereza como subir el Everest en bicicleta mientras Risto Mejide me habla de su filosofía de vida.
Óscar a la mejor película
Si tuviera que resumir la temporada cinematográfica en Hollywood, diría que 2017 fue el año de las películas que produjeron chaparrones de serotonina a los críticos mientras yo me preguntaba si sus palomitas estaban untadas con éxtasis y las mías no. Quizá sea tema para otro artículo, pero hace unos años miraba la página de Rotten Tomatoes, por ejemplo, y aun sabiendo que cada persona es un mundo, el consenso mayoritario de los críticos me resultaba útil para estimar de antemano la calidad aproximada de una película. No era una herramienta infalible, pero sí orientativa un 80-90% de las veces. Esto ya no me sucede. Entro, veo altos consensos y puntuaciones medias bastante elevadas, y ya no sé a qué atenerme. O han cambiado ellos, o he cambiado yo. Y como diría Arthur C. Clarke, ambas posibilidades son igualmente aterradoras. Pero bueno, los posibles motivos por los que la crítica se está volviendo cada vez menos exigente serán dignos de un análisis aparte.
 

Familias postizas contra la sigilosa epidemia de la soledad

 

Un proyecto de los franciscanos busca en Galicia personas solas para compartir comidas, tareas y compañía, devolviéndole la vida a edificios eclesiásticos vacíos.

Participantes en el proyecto para combatir la soledad desayunan en el comedor del convento de San Francisco de Betanzos (A Coruña).
Participantes en el proyecto para combatir la soledad desayunan en el comedor del convento de San Francisco de Betanzos (A Coruña).
Rosa enviudó el pasado agosto y desde entonces carga sobre sus hombros con un pesado silencio. 
Solo la llamada de una amiga cada día a las nueve de la noche achica un poco el vacío.
 Siendo ella una de las últimas habitantes de una de esas aldeas del Ayuntamiento gallego de Betanzos (A Coruña) que no deja de menguar, ese es prácticamente el único momento en el que se comunica con alguien.
 “Charlamos durante media hora. No criticamos a nadie pero comentamos cosas y la hago reír”, cuenta Pilar, la voz amiga de Rosa, una de las colaboradoras del proyecto Familia Aberta, impulsado por la orden religiosa de los franciscanos en Galicia para combatir la epidemia silenciosa de la soledad que se extiende sin freno por los hogares occidentales.
Mientras en Reino Unido el Gobierno acaba de crear una Secretaría de Estado contra la Soledad, en Betanzos se ha habilitado el convento de San Francisco de Betanzos, sin vida desde que hace un par de años franquearon la puerta las últimas monjas residentes, para crear una familia con personas “que estén o se sientan solas”. Los participantes pasarían el día en las instalaciones, desayunando, comiendo y cenando, compartiendo la colada y los gastos, regalándose mutuamente compañía.

“No se trata de un centro de día ni de beneficencia, tampoco de un local social, sino de un espacio autogestionado que no se financia con subvenciones y en el que queremos imitar el ambiente de una familia cualquiera, con libertad para entrar y salir sin compromiso y sin exigencias de confesionalidad”, explica Fray Enrique Roberto Lista sobre un proyecto que está abierto a vecinos de cualquier ayuntamiento y a cuyos responsables les gustaría extender en un futuro a otros edificios eclesiásticos vacíos como las casas rectorales de las parroquias.
 Adela, de 80 años, estuvo tiempo "arrinconadita" en su casa, "llorando sola", pero ahora ha dado el paso de entrar en Familia Aberta:
 "Llevo 15 años sin mi madre y 38 sin mi padre.
 Participar en este proyecto me encanta, porque nos hace trabajar y nos distrae, estoy con compañeros a los que le pasa lo mismo que a mí".
En España viven solas cerca de 4,5 millones de personas, según los datos que manejan los promotores de Familia Aberta, una cifra que se incrementa año a año. 
Según el estudio La soledad en España (2015), de Juan Díez y María Morenos, más del 70% de las almas que habitan estos hogares sufren soledad, un mal que afecta igualmente a más de la mitad de quienes tienen compañía en sus casas.
El proyecto ha echado a andar en Betanzos con nueve mujeres y, según explica la trabajadora social Antía Leira, afrontando dificultades para superar “el estigma de la soledad, la vergüenza”. “A quienes la sufren les cuesta reconocer la situación e incluso identificarla, porque muchas veces conviven con alguien”, apunta Leira. 
“Es una necesidad oculta: todo el mundo admite el problema y las noticias de ancianos que mueren sin que nadie se entere se multiplican, pero dar el paso para combatirla cuesta”.
Los colaboradores del proyecto se han lanzado desde hace seis meses a una campaña de divulgación puerta a puerta, recorriendo incluso lugares de Betanzos frecuentados por personas solitarias y contactando con los servicios sociales de los Ayuntamientos de la comarca.
 El franciscano Lista lleva años implicado en la atención de albergues para ciudadanos sin techo y centros de atención a toxicómanos.
 De hecho, la idea de Familia Aberta le saltó a la cabeza tras colaborar en Italia con un programa que intentaba desenganchar a drogodependientes formando con ellos “familias” que les aliviasen su angustia vital.
“Una soledad más una soledad es compañía, el remedio al problema están en las personas que sufren este mal”, esgrime el fraile franciscano, mientras en el comedor de este convento del siglo XIV los primeros miembros de Familia Aberta se pasan la cafetera y las bandejas de bizcocho y galletas.
 La amiga de Pilar que tan sola se siente aún no ha dado el paso de integrarse en esta familia postiza: 
“Es desconfiada y retraída, y le cuesta, pero yo ya le digo que esto le vendría bárbaro para oxigenarse”.
Entre los sufridores de la soledad, a los promotores de Familia Aberta les preocupa el grupo de los hombres recién divorciados, remisos especialmente a pedir ayuda.
 Ramón, de 67 años, afrontó hace un lustro su tercera ruptura matrimonial y desde entonces pelea a diario por llenar su tiempo libre para esquivar el vacío.
 “Los humanos estamos pensados para vivir en sociedad y necesitamos a alguien a quien dar afecto. 
Pero a la vez es reacia a compartir experiencias como esta porque cree que no tiene por qué contarle su vida a los demás”, apunta.
La tristeza por el aislamiento social no es solo un achaque de la edad. 
“Hay gente muy joven que también está sola”, incide Adriana García, colaboradora del proyecto. 
“Esta sociedad te empuja a la soledad.
 Se tienen menos hijos, la familia se dispersa, las tecnologías te conectan por un lado pero te llevan a encerrarte por otro… 
Y hay jornadas laborales que no te dejan tiempo para la amistad y la familia. 
Racionalizar los horarios sería un gran aporte para combatir este mal”.