4 feb 2018
Las estrellas que más han brillado en la alfombra roja de los Goya
Ana Belén recogió el año pasado el Goya de Honor por toda su carrera, y la cantante y actriz demostró que la experiencia también es un grado en cuestiones estilísticas. La actriz y cantante deslumbró con un diseño de Delpozo, diseñador del que durante décadas fue musa.
En los Goya de 2017 Penélope Cruz deslumbró en la alfombra roja con su elección de un ceñido vestido negro con apertura de infarto de Versace.
La misma firma por la que apostó en otro de los estilismos más recordados de la entrega de los premios del cine español, el traje blanco de palabra de honor redondo de la marca italiana que lució la actriz en 2010.
La intérprete madrileña siempre ha logrado colocarse en los primeros puestos de las mejor vestidas de la noche del cine español.
Aunque la alfombra roja masculina es algo más aburrida (por repetitiva), puesto que imperan los smoking negros, algunos de los actores que se salen del guion logran colocarse entre los mejor vestidos. Eso es lo que hizo el intérprete Asier Etxeandia el año pasado vestido de Ana Locking, con un traje negro con una americana con una original botonadura que combinó con una pajarita blanca. Su compañero en la serie ‘Velvet’ Javier Rey, a la derecha de la imagen, también destacó por su esmoquin cruzado azul tinta.
Úrsula Corberó se ganó a las estilistas y editoras de moda con su vestido de terciopelo granate con apertura en la pierna de Teresa Helbig para los Goya de 2016, una elección que quizá hizo por las buenas críticas que se había llevado el año anterior al lucir un vestido de la misma diseñadora.
La intérprete Blanca Suárez, vestida por la firma Zuhair Murad en 2015.
Un romántico traje de Delpozo, con flores bordadas y escote corazón, hizo que la actriz, y hoy también directora, Leticia Dolera fuera considerada como una de las más elegantes de los Goya de 2014. El año pasado se ganó de nuevo a los especialistas en moda con un vestido de mangas acampanadas y un elaborado escote de Alicia Rueda (a la derecha de la imagen).
Maribel Verdú se convirtió en una de las vencedoras de la ceremonia de los Goya de 2013 al hacerse con el galardón a mejor actriz por su papel en la película ‘Blancanieves’.
Su apuesta por Dior también fue de las más aplaudidas de la noche.
La modelo Nieves Álvarez ha deslumbrado en más de una ocasión con sus estilismos. Lo hizo el año pasado con un traje de alta costura de Stephane Rolland, firma que volvió a escoger en 2015 y en 2013 (en la imagen, de izquierda a derecha).
Manuela Velasco, vestida de Gucci, en el ‘photocall’ de los Goya de 2013. A la derecha, la elegancia de Ángela Molina, y de su Lorenzo Caprile, en la misma edición de la noche del cine español.
Cayetana Guillén Cuervo acudió con un favorecedor vestido de Oscar de la Renta en 2012.
La actriz Marisa Paredes, Goya de Honor esta edicicón, apostó por este elegante vestido de Sybilla para los Goya de 2001. En la imagen, junto a la entonces ministra de Cultura Pilar del Castillo.
Donatella Versace: “Me daba miedo revivir la muerte de mi hermano”
Carmen Mañana......periodista
Es la gran ‘mamma’ de la moda. Y Fea como ella sola.
Su biografía es una mezcla de lujo,
genio, aviones privados, ‘celebrities’ y adicciones.
El asesinato de su
hermano Gianni Versace la convirtió en sucesora de su imperio.
Veinte
años después, la firma que revolucionó el estilo de los noventa lucha
por mantener su legado.
Y, al mismo tiempo, ser rentable.
Una historia
salpicada de crisis económicas y personales que esta superviviente nos
relata en primera persona.
LAS MODELOS MÁS jóvenes gritan como fans histéricas y los directores de las biblias de la moda lloran como niños.
Suena Freedom, de George Michael, y los flashes ametrallan la pasarela.
Sobre ella desfilan Cindy Crawford, Carla Bruni,
Naomi Campbell, Helena Christensen y Claudia Schiffer.
Es la primera
vez que pisan juntas la pasarela en décadas.
Es un espectáculo más allá
de la moda.
En medio de la apoteosis, Donatella Versace sale a saludar entre tímida y orgullosa.
Es septiembre de 2017. La diseñadora acaba de dar por concluido su desfile de prêt-à-porter femenino.
Ha querido homenajear a su hermano, el gran Gianni Versace,
en el 20º aniversario de su asesinato.
Y lo ha hecho al estilo de la
casa Versace: por todo lo alto.
Ha convocado a las míticas top models
que el italiano fabricó y encumbró, y presentado una colección que
reinterpreta algunas de las prendas con las que el creador italiano
definió la moda de los noventa.
Un acontecimiento emocionante e
irrepetible.
El fenómeno viral de la temporada.
También una declaración
de intenciones: Versace sigue siendo grande.
Muy grande.
Conserva su relevancia en la
industria del lujo, en contra de los que auguraban su final y gracias a
la habilidad de Donatella para conectar con las nuevas generaciones y
reinventarse una y otra vez.
Un mes y medio después del golpe de efecto de Versace, Donatella, su creadora y alma, recibe a El País Semanal
en el cuartel general de Milán, en su hermético despacho de Via Gesù.
El espacio está custodiado por un guardaespaldas y su interiorismo
resulta inesperadamente sencillo para los estándares estéticos de la
compañía.
De las paredes cuelgan retratos de sus hijos.
También de la
diseñadora en su juventud, cuando exhibía una belleza que, a sus 63
años, intenta retener con uñas y bótox.
Sobre una estantería, en
floridos marcos de plata, asoman imágenes de Gianni y de Ingrid Sischy,
célebre periodista y amiga de la familia, íntima de Madonna y Galliano,
fallecida en 2015.
Entra en la habitación con la fuerza que se espera de
la matriarca de uno de los clanes más legendarios de la historia de la
moda; única cabeza visible de aquella familia del sur de Italia que
desde cero conquistó el mundo.
Cada uno con su papel: Gianni, como Rey
Sol; Santo, su hermano mayor, de cerebro en la sombra, y la piccola Donatella, como fiel escudera de ambos.
Hoy es la reina. Se ha cortado su icónica melena.
Ya no compite con Armani
por el bronceado más intenso.
Y luce un vestido negro de manga larga y
cuello a la caja.
Su voz suena nasal y horadada. Sentencia: “Hubo un
tiempo en que ser sexy era sinónimo de revelar, de enseñar mucha piel.
Pero hoy tiene más que ver con una actitud”.
Aquel tiempo pasado al que se refiere Donatella fue el de la época
legendaria de Versace, tapizada de leopardo y con los escotes más
vertiginosos de la historia.
Gracias a aquellas colecciones, el poder sexual de las mujeres se convirtió en el centro de la cultura y la industria del lujo.
“Esa moda hacía que te sintieras feliz y segura”, dice.
Unos sentimientos que ha rescatado en esta última colección, que gira en torno a los estampados barrocos y aquellos vestidos de lentejuelas con los que Gianni revolucionó la moda en 1992. “Nunca antes lo había hecho.
Jamás tuve el coraje de volver a los archivos de mi hermano para revisar su obra.
Me daba miedo revivir su muerte”.
El asesinato del modista siciliano marcó la vida de de su familia y de su compañía.
Gracias a aquellas colecciones, el poder sexual de las mujeres se convirtió en el centro de la cultura y la industria del lujo.
“Esa moda hacía que te sintieras feliz y segura”, dice.
Unos sentimientos que ha rescatado en esta última colección, que gira en torno a los estampados barrocos y aquellos vestidos de lentejuelas con los que Gianni revolucionó la moda en 1992. “Nunca antes lo había hecho.
Jamás tuve el coraje de volver a los archivos de mi hermano para revisar su obra.
Me daba miedo revivir su muerte”.
Ocurrió el 15 de julio de 1997, cuando Andrew Cunanan,
prostituto y autor de otros cuatro crímenes, le descerrajó dos tiros en
las escalinatas de su mansión de Miami.
El móvil nunca se esclareció.
Y
20 años después, la creadora sentada en su despacho de Gesù sigue
dividiendo el mundo en “antes” y “después de la muerte de Gianni”.
Y 20 años después, la creadora sentada en su despacho de Gesù sigue
dividiendo el mundo en “antes” y “después de la muerte de Gianni”.
Sobrevivir al diseñador la ha convertido en una superviviente.
En lo
personal y en lo empresarial.
La firma celebra cuatro décadas sobre la
pasarela, y la última mitad de su historia —la liderada por Donatella—
demuestra que en Versace resistir es vencer.
A punto de quebrar en 2004,
la marca vivió un nuevo resurgir a partir de 2014 y hoy factura 668
millones al año.
Versace vuelve a ser viral.
A agitar las redes sociales. A nutrir portadas.
La serie American Crime Story, una de las grandes apuestas televisivas de la temporada, recupera la tragedia de los Versace. Édgar Ramírez da vida al diseñador.
Y Penélope Cruz, a Donatella.
Después de que la italiana publicase un comunicado en el que calificaba a la producción estadounidense de “ciencia-ficción”, se especuló con un potencial enfrentamiento entre Penélope y Donatella.
“Para nada. Penélope es muy amiga mía, una persona cálida y auténtica.
Que me interprete es un honor”, dice sonriente.
Revela que recibió una llamada de Cruz antes de comenzar a rodar: “Me dijo que no me preocupase, que sería muy respetuosa. Yo confío en ella.
Lo que no significa que lo haga en el resto del equipo.
Eso es otra historia”.
Su vida solo puede contarla ella. Para eso estamos aquí. Y Donatella reconoce que empieza a los 42 años, delante del cuerpo sin vida de su hermano, y la necesidad de tomar una decisión: ¿seguir con la firma o tirar la toalla? En su testamento, y para sorpresa de todos, Gianni Versace había nombrado heredera a Allegra, su sobrina favorita.
A agitar las redes sociales. A nutrir portadas.
La serie American Crime Story, una de las grandes apuestas televisivas de la temporada, recupera la tragedia de los Versace. Édgar Ramírez da vida al diseñador.
Y Penélope Cruz, a Donatella.
Después de que la italiana publicase un comunicado en el que calificaba a la producción estadounidense de “ciencia-ficción”, se especuló con un potencial enfrentamiento entre Penélope y Donatella.
“Para nada. Penélope es muy amiga mía, una persona cálida y auténtica.
Que me interprete es un honor”, dice sonriente.
Revela que recibió una llamada de Cruz antes de comenzar a rodar: “Me dijo que no me preocupase, que sería muy respetuosa. Yo confío en ella.
Lo que no significa que lo haga en el resto del equipo.
Eso es otra historia”.
Su vida solo puede contarla ella. Para eso estamos aquí. Y Donatella reconoce que empieza a los 42 años, delante del cuerpo sin vida de su hermano, y la necesidad de tomar una decisión: ¿seguir con la firma o tirar la toalla? En su testamento, y para sorpresa de todos, Gianni Versace había nombrado heredera a Allegra, su sobrina favorita.
Al ser
menor de edad, toda la responsabilidad recayó en Donatella —la madre de
la joven heredera, para quien Gianni había reservado el puesto de
vicepresidenta—, delegando en su otro hermano, Santo, el trabajo de
director general.
“No puedo decirte si quería continuar; estaba en shock; pero lo
que sí sabía es que estaba obligada a hacerlo.
No podía fallar a toda
la gente que estaba a mi alrededor buscando respuestas”.
Empezaban unos terribles años que ella define como “llenos de
reproches”.
Los suyos propios y los de una industria que le recordaba a
diario que nunca llegaría al nivel de su hermano: el genio.
Aquel niño
que se divertía escogiendo hilos y abalorios con su madre y que, tras
estudiar arquitectura, captó el interés de la industria textil italiana
diseñando vestuario para obras teatrales.
La firma Callaghan fue la
primera en ficharlo.
Animado por la buena acogida, decidió crear su
marca en 1978. Desde el primer día, Donatella estuvo a su lado.
Lo que
pocos saben es que fue ella quien llevó el timón del atelier durante los
dos últimos años de vida de Gianni.
“Estuvo muy enfermo antes de morir.
Tenía cáncer de oído. Mientras duró el tratamiento yo estuve dirigiendo
la empresa.
Le consultaba todo, claro.
Pero fue como un entrenamiento.
Seis meses después de que el doctor le confirmase que estaba curado, le
mataron. Fue horrible”.
Donatella asegura hoy que funcionaban como una sola persona.
“Él reinaba
en primera línea, se llevaba las críticas.
Y yo, detrás, segura
. Pasar
de esa posición a ser la cabeza visible fue demasiado. Sentía que no era
mi sitio.
Me preguntaba constantemente: ‘¿Cómo podría hacerlo mejor?’.
‘¿Qué haría Gianni si estuviese aquí?”.
Pero las expectativas y
obligaciones con las que se encontró fueron muy distintas a las que el
modista tuvo que afrontar: la industria estaba cambiando.
“Mi hermano se
centraba en sus colecciones, pero a mí me tocó transformar el modelo de
negocio y estaba distraída por todo lo que implicaba.
Me resultó muy
difícil hacer que la gente escuchase y respetase mi voz.
Ni siquiera mi
familia lo hacía”. Junto a Miuccia Prada, era una de las pocas mujeres
al frente de una gran casa de moda.
“Era un mundo de hombres. Pero ha
cambiado. También yo. Ahora confío más en mí”.
Confiesa que tardó ocho
años en sentirse cómoda en el papel de diseñadora.
En ese tiempo, sus
problemas con las drogas ocuparon portadas y alimentaron la imagen de
mujer inestable, caprichosa y excesiva.
La leyenda cuenta que exigía que todas sus cajetillas de tabaco se
envolviesen en papel rosa y dorado con sus iniciales impresas.
Las ventas comenzaron a caer, lastradas por las irregulares
colecciones de Donatella y la llegada de una nueva tendencia global, el
minimalismo, en las antípodas del estilo de Versace.
La fiesta había terminado.
En 2004, siete años después de la muerte de Gianni y con una deuda de 118 millones de euros, la firma se encontraba al borde del abismo.
Su hermano Santo vendió las mansiones de Nueva York y Miami. También su colección de arte, que incluía 20 picassos.
Se cerraron boutiques por todo el mundo, entre ellas las de Madrid y Barcelona.
Pero los números seguían sin cuadrar. Hasta que Donatella hizo lo que mejor sabe hacer: renacer de sus cenizas.
La fiesta había terminado.
En 2004, siete años después de la muerte de Gianni y con una deuda de 118 millones de euros, la firma se encontraba al borde del abismo.
Su hermano Santo vendió las mansiones de Nueva York y Miami. También su colección de arte, que incluía 20 picassos.
Se cerraron boutiques por todo el mundo, entre ellas las de Madrid y Barcelona.
Pero los números seguían sin cuadrar. Hasta que Donatella hizo lo que mejor sabe hacer: renacer de sus cenizas.
La moral del vertedero..................................... Juan José Millás
HE AQUÍ UN fotograma de una película de terror.
Tal es lo que pensaríamos de no saber que la imagen pertenece a la realidad.
Observen la expresión de susto de la niña, atrapada entre una madrastra de cuento infantil y un general de bigotito fascista que le susurra lo que debe decir a los informadores.
La niña creció, se convirtió en uno de ellos y ha fallecido a los 91 años con una fortuna inicua de la que viven varias generaciones de botarates.
A los tres, en fin, se los ha llevado el tiempo y la historia por el mismo desagüe por el que desaparecieron las toneladas de retratos de Franco que durante 40 años colgaron de las paredes de los despachos de todos los Ministerios, de todas las escuelas o universidades, de todos los ambulatorios de la Seguridad Social, de todos los centros públicos, en fin, o semipúblicos, además de en numerosos domicilios particulares.
Toneladas, decíamos, de retratos que las imprentas reproducían sin cesar.
De amontonarlos, llegarían hasta la Luna, quizá hasta Marte, no es posible saberlo, nadie ha realizado todavía el cálculo.
Si hubiéramos confeccionado con su masa una pelota enorme a la que una hormiga diera vueltas sin salirse del surco, apenas habría profundizado medio milímetro y la eternidad apenas habría comenzado.
Muchos de esos retratos permanecerán en sótanos húmedos, devorados por los parásitos del papel y del cartón, que no hacen ascos a nada, pero la mayoría se ha esfumado de un modo que no deja de sorprender si pensamos que no hay en el mundo vertederos moralmente preparados para la eliminación de esta clase de detritus.
Asegúrate de que los ves....................................Rosa Montero.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con
otros.
Por eso preocupa la soledad de un número cada vez mayor de ancianos.
EN 1980 pasé seis meses viviendo en Inglaterra y vi una campaña de
anuncios institucionales que estaban poniendo en televisión. Trataba de
la soledad de los ancianos; si adviertes que en la puerta de ese vecino
mayor se acumulan los periódicos o las botellas de leche, preocúpate por
él, decía uno de los mensajes.
Y en una segunda fase: no esperes a que se acumule su correo, no pierdas un tiempo que quizá sea fatal, tómate el pequeño esfuerzo de acordarte de tu vecino anciano.
Asegúrate de que lo ves habitualmente. La verdad, la campaña me dejó admirada.
Guau, me dije, qué civilizados, qué genuinamente interesados por los desprotegidos.
Para calibrar mi reacción hay que tener en cuenta que ese tipo de intervenciones públicas no eran muy habituales en la España de entonces.
Claro que también pensé: y qué soledad hay en Gran Bretaña… Qué sociedad tan desarticulada, tan atomizada, para que los viejos que se mueren solos sean un problema nacional.
Han pasado 38 años y ya hemos llegado, también en España, a esa chirriante soledad.
A los ancianos encerrados en sus casas.
La espectacular longevidad de los españoles (somos los segundos que más vivimos en el mundo, una media de 83 años, sólo unos meses por debajo de los japoneses) contribuye a ese panorama de aislamiento.
Hay muchos nonagenarios a los que les es muy difícil moverse y que han sobrevivido a todos sus amigos.
A su familia. A su época.
Con todo, los ingleses nos siguen llevando la delantera en el problema y en la preocupación que les genera.
Acaban de crear una Secretaría de Estado para la Soledad que probablemente sea la primera del mundo.
Los estudios muestran que nueve millones de británicos viven solos: un 14% de la población.
Pero el dato verdaderamente terrible es que 200.000 ancianos y ancianas de ese país llevan más de un mes sin tener una sola conversación con un amigo o un familiar.
Es decir, sin hablar con nadie, aparte de, quizá, la cajera del supermercado (que están siendo sustituidas por máquinas) o la enfermera del centro de salud.
No es de extrañar que algunos mayores vayan tanto al médico: necesitan no ya que los cuiden o los sanen, sino, simplemente, que alguien los vea.
En España hay un 10% de personas que viven solas.
Yo misma formo parte de esa estadística.
Y lo cierto es que no es tan malo; es decir, no es nada malo si uno dispone de un tejido afectivo lo suficientemente fuerte que lo sostenga.
De hecho, creo que la soledad es una asignatura necesaria para el desarrollo personal; uno debe aprender a vivir solo, a estar a gusto consigo mismo, a poner el centro de gravedad en su interior.
Sólo así se puede madurar y alcanzar cierta serenidad.
Y sólo así es posible establecer relaciones sentimentales equilibradas y sanas.
Si no soportas estar solo, te enrollarás con el primer cretino o cretina que aparezca.
Y a lo peor aguantarás una convivencia inaguantable con tal de no perder la compañía, aunque ésta sea tóxica.
Pero por otro lado, claro, somos animales sociales.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con los otros.
Diversos estudios científicos han demostrado la importancia no sólo de la conversación y la relación intelectual con los demás, sino del contacto físico.
Necesitamos abrazar y ser abrazados.
Está probado que un abrazo disminuye el nivel de cortisol (la hormona del estrés) y la percepción del dolor.
No está claro cuántos abrazos precisamos al día: algunos dicen que cuatro, otros que ocho.
Ninguna de estas cifras tiene base científica, pero lo que sí sabemos es que necesitamos el roce animal.
Ahora piensa en esos 200.000 ancianos británicos. Ni palabras ni besos. Qué desolado infierno.
No sé cuántos mayores habrá en España en las mismas condiciones. Seguro que demasiados.
Porque ese es el problema: puedes haber cultivado familia y amigos, pero ¿y si vives más que todos ellos? ¿Y si la edad te aísla? Me temo que la Secretaría de Estado británica marca el futuro hacia el que el mundo se dirige.
Esa soledad es una epidemia, dicen.
Y es verdad. Es un dolor social que sólo podemos paliar si todos colaboramos.
Intentemos mirar con algo más de mimo a los ancianos que nos caen más cerca.
Por eso preocupa la soledad de un número cada vez mayor de ancianos.
Y en una segunda fase: no esperes a que se acumule su correo, no pierdas un tiempo que quizá sea fatal, tómate el pequeño esfuerzo de acordarte de tu vecino anciano.
Asegúrate de que lo ves habitualmente. La verdad, la campaña me dejó admirada.
Guau, me dije, qué civilizados, qué genuinamente interesados por los desprotegidos.
Para calibrar mi reacción hay que tener en cuenta que ese tipo de intervenciones públicas no eran muy habituales en la España de entonces.
Claro que también pensé: y qué soledad hay en Gran Bretaña… Qué sociedad tan desarticulada, tan atomizada, para que los viejos que se mueren solos sean un problema nacional.
Han pasado 38 años y ya hemos llegado, también en España, a esa chirriante soledad.
A los ancianos encerrados en sus casas.
La espectacular longevidad de los españoles (somos los segundos que más vivimos en el mundo, una media de 83 años, sólo unos meses por debajo de los japoneses) contribuye a ese panorama de aislamiento.
Hay muchos nonagenarios a los que les es muy difícil moverse y que han sobrevivido a todos sus amigos.
A su familia. A su época.
Con todo, los ingleses nos siguen llevando la delantera en el problema y en la preocupación que les genera.
Acaban de crear una Secretaría de Estado para la Soledad que probablemente sea la primera del mundo.
Los estudios muestran que nueve millones de británicos viven solos: un 14% de la población.
Pero el dato verdaderamente terrible es que 200.000 ancianos y ancianas de ese país llevan más de un mes sin tener una sola conversación con un amigo o un familiar.
Es decir, sin hablar con nadie, aparte de, quizá, la cajera del supermercado (que están siendo sustituidas por máquinas) o la enfermera del centro de salud.
No es de extrañar que algunos mayores vayan tanto al médico: necesitan no ya que los cuiden o los sanen, sino, simplemente, que alguien los vea.
En España hay un 10% de personas que viven solas.
Yo misma formo parte de esa estadística.
Y lo cierto es que no es tan malo; es decir, no es nada malo si uno dispone de un tejido afectivo lo suficientemente fuerte que lo sostenga.
De hecho, creo que la soledad es una asignatura necesaria para el desarrollo personal; uno debe aprender a vivir solo, a estar a gusto consigo mismo, a poner el centro de gravedad en su interior.
Sólo así se puede madurar y alcanzar cierta serenidad.
Y sólo así es posible establecer relaciones sentimentales equilibradas y sanas.
Si no soportas estar solo, te enrollarás con el primer cretino o cretina que aparezca.
Y a lo peor aguantarás una convivencia inaguantable con tal de no perder la compañía, aunque ésta sea tóxica.
Pero por otro lado, claro, somos animales sociales.
Para que la vida merezca la pena de llamarse vida, hay que vivirla con los otros.
Diversos estudios científicos han demostrado la importancia no sólo de la conversación y la relación intelectual con los demás, sino del contacto físico.
Necesitamos abrazar y ser abrazados.
Está probado que un abrazo disminuye el nivel de cortisol (la hormona del estrés) y la percepción del dolor.
No está claro cuántos abrazos precisamos al día: algunos dicen que cuatro, otros que ocho.
Ninguna de estas cifras tiene base científica, pero lo que sí sabemos es que necesitamos el roce animal.
Ahora piensa en esos 200.000 ancianos británicos. Ni palabras ni besos. Qué desolado infierno.
No sé cuántos mayores habrá en España en las mismas condiciones. Seguro que demasiados.
Porque ese es el problema: puedes haber cultivado familia y amigos, pero ¿y si vives más que todos ellos? ¿Y si la edad te aísla? Me temo que la Secretaría de Estado británica marca el futuro hacia el que el mundo se dirige.
Esa soledad es una epidemia, dicen.
Y es verdad. Es un dolor social que sólo podemos paliar si todos colaboramos.
Intentemos mirar con algo más de mimo a los ancianos que nos caen más cerca.
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