Blanca Portillo ha hecho de todo en la escena. Teatro, cine, televisión. Actuar, producir y dirigir.
Es muy probable que en este preciso momento Blanca Portillo esté dándose sus buenos masajes en el spa de algún hotelazo.
Esos eran sus planes el pasado miércoles, en vísperas del estreno en el teatro Español de Madrid de El ángel exterminador, la versión teatral del clásico de Buñuel.
Después de dejarse la piel en el montaje —“esta es función de las tres ces: me ha salido una calentura, una contractura y una calva del estrés”—, la señora directora necesitaba volver al mundo real. “Leer, ver a los míos, ver cine, lo que dicen que es vivir”.
Uy, alarma.
Ya en 2007 se reconocía como una adicta al trabajo y anunciaba que iba a hacérselo mirar. No se aprecian grandes cambios.
¿Hemos avanzado algo?
Sigo en ello. Intentando buscar tiempo para mí, pero no es fácil. Lo que hago me absorbe demasiado.
La presión se la mete usted sola. Dese vacaciones: es la jefa.
Sí, pero no puedo separar del todo una cosa de otra.
Mi trabajo es mi vida, mi forma de vivir, y tengo que hallar la forma de no sentir que, cuando no trabajo, me lo estoy restando a mí misma.
Relájese, es usted la Portillo.
¿La Portillo? Soy Blanqui.
Halaga oírlo, pero si hablo de alguien con el la por delante es de una mujer fundamental.
Yo no lo soy.
¿Necesita masajes de ego?
No, pero hoy lo tengo blandito.
Para a renovar “la olla” de la que se nutre, pero, hoy por hoy, debe de tener ya un buen caldo.
Un caldo gordo, mucha vida da mucho caldo, pero la olla nunca se llena, y yo no me sé nada, yo me cago cada día.La experiencia solo me sirve para llevar el miedo con algo más de calma.
¿Le asustan más las puertas abiertas o cerradas?
Temo sobre todo a las puertas cerradas de cabeza y corazón, y cada vez las tenemos más.
Las puertas abiertas claro que dan miedo, pero son un camino hacia algo, un acierto o un error, pero siempre al aprendizaje.
Claro que hay riesgo, pero nunca he tenido miedo a equivocarme. Es mi derecho y mi obligación.
Pero encerrarse es una tentación. Fuera hace mucho frío.
De eso va esta función.
Del encierro personal, te aíslas, finges lo que no eres, te encierras en tu zona de confort.
En tu casa, en tu comunidad autónoma, en tu país, en tu continente. Nos encerramos para no ver los problemas del otro, y nos hacemos cada vez más insolidarios.
Esa es la vigencia de este clásico.
Dice que arriesga, pero cae de pie. Más que exterminador, tiene usted un ángel protector.
Creo que el ángel que me acompaña es la honestidad.
No hago las cosas para gustar o que me las celebren, sino porque creo en ellas, aunque yerre.
De hecho, no fue a recoger su Goya. Eso es de muy divina.
Es que siempre creo que no me lo van a dar, y a veces me pilla fatal, porque para los premios ya sabemos cómo hay que ir, porque ellos pueden ponerse cualquier cosa, pero nosotras...
¿Y por qué no va sin pintar, como Frances McDormand?
Ni loca.
Me encanta maquillarme, soy presumida.
Pero también me gusta mi cara de hoy, trabajando, cansada, viva, y que veas que esto es lo que hay.
¿Qué opina sobre las actrices del #MeToo y las francesas que las tachan de puritanas?
Todo ruido es poco.
Puede parecer demasiado, pero para que una revolución se produzca hace falta una asonada.
Nadie dice que no se pueda ligar, cortejar o galantear, pero no ejerciendo poder y degradando.
Eso no quita para que me acueste con quien quiera y pueda decir sí o no.
El enemigo no es el hombre, sino el hombre que no considera a las mujeres como iguales.
Espero que ellos se rebelen y les digan a sus colegas que lo que hacen es vergonzoso.
“La palabra me mata”, me dijo en 2007. ¿Sigue matándola en tiempos de WhatsApp y Twitter?
Una palabra bien elegida, dicha y colocada es una bomba de relojería.
Y les estamos perdiendo el cariño. Estoy pensando en montar una tertulia, eso que se hacía el siglo pasado.
Hablar no es mandar un whatsapp. Una palabra taladra. Un emoticono, no.