Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
20 ene 2018
“El estrés genera mucho ruido cerebral y afecta a capacidades como la memoria”
Raquel Garzón
Mariana Eliano
El prestigioso neurocientífico Tomás Ortiz Alonso, experto en educación, ha dedicado buena parte de su vida a desentrañar los misterios del cerebro.
En los próximos 30 años, confía, la ciencia por fin tendrá certezas sobre cómo funciona.
CUARENTA AÑOS”, responde con entusiasmo imperecedero y como si hablara de días
Tomás Ortiz Alonso
, médico y psicólogo, cuando se le pregunta cuánto hace que el cerebro humano es su gran pasión.
Nacido en Guadalajara hace 67 años y catedrático de Psicología Médica en la Universidad Complutense de Madrid, es un experto de prestigio internacional que desarrolla programas neuroeducativos en niños para “activar los mecanismos cerebrales que procesan la información y que permiten construir autopistas neuronales de aprendizaje”.
Suena complejo, pero Ortiz Alonso lo explica sin perder la sonrisa con una imagen que, además de sencilla, es radiante:
“La diferencia entre un cerebro que se ejercita en la escuela de forma ordenada, regular y sostenida y otro que no lo hace es la misma que existe entre un árbol visto en otoño y en primavera”.
Divorciado y padre de tres hijos (“una es neurorradióloga en Harvard; otra, experta en neuroeconomía, y el otro, abogado que se prepara para ser juez”), Ortiz Alonso dirige además la colección Neurociencia y Psicología que publicará El País a partir del próximo domingo.
Cuarenta títulos sobre los descubrimientos más recientes que exploran las relaciones entre el cerebro y el entorno, los procesos cognitivos y emocionales y la conducta humana.
Un anticipo de esa compilación es este diálogo, mantenido el mediodía de un jueves en Buenos Aires, donde está desarrollando Visión táctil, un proyecto digno de un escritor de ciencia-ficción, pero con efectos muy reales: tecnología mediante, el programa permite que niños ciegos de nacimiento puedan “leer a medio metro” gracias a un sistema que capta información visual y la traduce a impulsos táctiles.
¿Cuándo y por qué empezó a interesarle el cerebro?
Estudiaba Psicología, pero me fascinaba saber cómo pensamos, cuáles son nuestras emociones y cómo eso se refleja en el cerebro.
Los conocimientos de las teorías psicológicas no alcanzaban a responder esas preguntas.
Por eso hice también Medicina.
Si tuviera que trazar un mapa de lo más importante que aprendimos del cerebro en estas décadas, ¿qué diría?
Antes una persona tenía un accidente, perdía el habla y deducíamos que esta podía relacionarse con la zona cerebral donde se producía la lesión.
Ese conocimiento era indirecto. Ahora tenemos información directa y en tiempo real mientras el cerebro realiza una función.
Ese ha sido el gran salto. Estamos conversando y podríamos ver cuáles son las áreas que se activan mientras escuchamos o hablamos, mediante una serie de técnicas de registro.
La resonancia magnética, por ejemplo, permite ver cuál es el metabolismo de las neuronas cuando realizan una función. A más metabolismo se supone que hay más actividad y eso se correlaciona directamente con las funciones que se ejecutan.
En el imaginario cultural el cerebro parece haber reemplazado al corazón, del que se suponía provenían virtudes y flaquezas. Hoy, la neurobiología y el inconsciente lo explican todo. ¿Qué hay de mito y qué de realidad?
A lo largo de la historia, en ocasiones se transmite un error científico porque quien lo difundió inicialmente fue una gran persona.
Aquí el error proviene de la filosofía de Aristóteles.
Él creía que las funciones cognitivas que nos permiten recibir, seleccionar, almacenar, elaborar y recuperar información ambiental estaban en el corazón.
Ese error explica que una persona diga: “Te quiero con todo mi corazón”.
Si es así, no le quieres nada y no es curioso que haya tantos divorcios [ríe]. Sucede en la cabeza.
El corazón no tiene ningún sentimiento: es un mero receptor de una estimulación cerebral, asociada a una emoción.
Hoy se conocen incluso áreas cerebrales más implicadas en una función emotiva que en una cognitiva.
Pero parece que decirle a una chica “te quiero con todo mi hipotálamo” no pega.
Sus investigaciones subrayan la necesidad de ejercitar el cerebro de los niños ordenada y sistemáticamente como clave para mejorar el aprendizaje. ¿Qué lugar ocupa el ocio en ese modelo?
El ocio es una construcción cultural.
El cerebro no lo entiende: siempre está haciendo algo. Incluso en el tiempo que llamamos “libre”, leemos o caminamos o nos ejercitamos…
Trabaja también durante el sueño: hay una parte, el tronco, que debe funcionar para poder respirar.
Está probado que si lo estimulamos ordenada y sistemáticamente y lo hacemos todos los días con cosas sencillas (ejercicios de equilibrio y de atención, por ejemplo), la neuroplasticidad es mayor: se generan nuevas neuronas en una estructura que se llama hipocampo, asociada a la memoria.
Y esas nuevas conexiones se vuelven estables, que es lo que se requiere para aprender.
Por el contrario, cuando no lo entrenamos nos cuesta retomar el ritmo, como sucede cada lunes.
Déjeme defender el descanso. Un ensayo reciente,
24/7: Capitalismo tardío y el fin del sueño
, de
Jonathan Crary
, denuncia que el capitalismo actual, en su intento de extraer rentabilidad de todo, va incluso por nuestras horas de sueño. ¿Cómo incide dormir poco en la productividad?
Tiene efectos nocivos y es un muy mal negocio.
Necesitamos cinco ciclos de sueño y cada uno dura entre 90 y 120 minutos.
Lo ideal es dormir de 7 a 9 horas.
Menos perturba la memoria. En un niño hace que no esté atento; en un adulto afecta su concentración y, por ende, su eficacia.
En esos términos, quizá podríamos acordar que el sueño sería el ocio que necesita el cerebro para poder trabajar después a todo ritmo y recuperar la información que adquirió durante el día.
Niños que descansan bien tienen un buen desarrollo madurativo.
Y por el contrario, los pequeños que duermen mal sufren de déficit de atención
¿Varía la neuroplasticidad con la edad?
La plasticidad es la capacidad que tiene el cerebro de aumentar las conexiones neuronales como consecuencia de la estimulación ambiental.
A más estímulos, más plasticidad.
Tiene dos fases. La primera es lábil, poco estable y nada útil. Para que lo sea necesitamos repetir las cosas. En otras palabras: podemos oír 20 idiomas, pero útil es el que practicamos todos los días.
Existen ventanas temporales durante las cuales se favorece la plasticidad neuronal.
Las asociadas a la edad se llaman “tiempos críticos”. Hay periodos en la infancia en los que cualquier estímulo genera plasticidad neuronal estable.
Se supone que puedes ser bilingüe si has aprendido los dos idiomas antes de los siete años, porque tu plasticidad es tan grande que permite incluso desarrollar las entonaciones con las que habla un nativo.
El bilingüismo aumenta la capacidad cerebral al incrementar la actividad del hemisferio derecho.
Y eso es importante porque un cerebro multilingüe responde mejor a diversos estímulos en distintas situaciones.
¿La motivación puede salvar el escollo de un aprendizaje a destiempo?
La psicología incide en ello. Hay una plasticidad neuronal muy rápida, asociada a intereses y motivaciones.
Una persona puede aprender a hablar rápidamente un idioma, si dependen de eso sus hijos, su vida, su trabajo. Esa motivación es suficientemente alta para aprender cualquier cosa a cualquier edad.
Las personas a las que les gusta el fútbol, por ejemplo, saben enseguida los nombres de los futbolistas de su equipo y la historia de sus goles al detalle.
Los intereses primarios aceleran mucho los procesos de aprendizaje y de plasticidad cerebral.
¿Y la sobreexigencia?¿Afecta el estrés a nuestras habilidades intelectuales?
Genera mucho ruido cerebral. Imagina que estás en una fiesta e intentas hablar con un amigo, pero hay tanto escándalo que ni siquiera lo oyes.
El estrés impide desarrollar capacidades. Inhibe la plasticidad cerebral.
Es una enfermedad silenciosa: aumenta una sustancia llamada cortisol que afecta los receptores del hipocampo, que ya no consiguen desarrollar su capacidad de memoria, atención y codificación de cosas nuevas. ¿Cómo lo eliminas?
En situaciones de relajación, donde te has aislado físicamente del ruido visual, auditivo, táctil. Sucede también con la depresión o con un trastorno obsesivo compulsivo: son ruidos cognitivos, psicológicos, emocionales
. Un pensamiento que está constantemente introduciéndose en lo que haces, distorsiona y te impide actuar con calidad.
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