17 dic 2017
Dos capítulos de Cortázar para entender el fanatismo del ‘procés’
Estos últimos años en Cataluña todo ha girado en torno a la fotografía del recibimiento de un grupo de intelectuales a Artur Mas tras su visita infructuosa a Rajoy.
Los puentes están rotos. La conversación se interrumpió hace rato.
Y las encuestas, números al fin, se dan la espalda como si temieran al
porvenir de los abrazos. El malentendido es ya como una bandera, la
última, acaso la más triste.
¿En qué momento se jodió el Perú? Cada uno tiene su impresión. Pudo haber sido la primera vez que alguien dijo: “Es que tú no nos entiendes”.
Más grosero aún fue cuando se inventó el eslogan “España nos roba”.
El último puede ser este mensaje: “No me hables más”.
En el borde de la desgracia que vivimos hubo una fotografía, la de los intelectuales que van a recibir a Artur Mas tras la visita infructuosa que este le hizo a Rajoy en la Moncloa.
¿En qué momento se jodió el Perú? Cada uno tiene su impresión. Pudo haber sido la primera vez que alguien dijo: “Es que tú no nos entiendes”.
Más grosero aún fue cuando se inventó el eslogan “España nos roba”.
El último puede ser este mensaje: “No me hables más”.
En el borde de la desgracia que vivimos hubo una fotografía, la de los intelectuales que van a recibir a Artur Mas tras la visita infructuosa que este le hizo a Rajoy en la Moncloa.
Los
intelectuales, que antes habían sido de su padre y de su madre, abrazan
al president y le ofrecen una barca de afecto para que navegue en ella como quiera.
Todo por la patria.
Estos últimos siete años todo ha girado en torno a esa
fotografía.
A Mas luego lo defenestró la CUP y él ofreció gustoso su cabeza, y en otra bandeja puso la de Puigdemont, que en el último octubre se plegó también a los deseos incendiados de los que le han asistido, con la espada en alto, en las peores horas.
Hasta que lo amenazaron con dejarle al garete.
Y el hombre, que ahora exhibe su valentía como un hooligan de sí mismo, se acobardó e hizo lo contrario de lo que le habían dictado sus propios hombres.
Ahora el expresident funge de president en una huida que no desafía solo la ley sino el razonamiento.
Está rodeado de convencidos, como aquella vez lo estuvo Artur Mas.
Los que dijeron en sede judicial que estaban en desacuerdo con su inmediato pasado anuncian que el pasado los guía; y aunque no se ponen de acuerdo en el nombre propio del líder, lo que quieren es restituir lo que fracasó, como si no hubieran roto ya suficientes juguetes.
Hay dos capítulos de Rayuela que ahora deberían leer unos y otros. El capítulo 7 para entretenerse en la utopía de los afectos ya derruidos.
Y el capítulo 3 para curarse, en lo que se pueda, del fanatismo de la creencia de que nada se puede someter a discusión porque es divino el dictado de la patria.
En ese capítulo Julio Cortázar se burla de la insistencia de los que están seguros de sí mismos. ¡Se lo digo yo, carajo!
“Como si la especie velara en el individuo para no dejarlo avanzar demasiado por el camino de la tolerancia, la duda inteligente, el vaivén sentimental”.
El camino elegido va, indica el cronopio, hacia “el callo, la esclerosis, la definición: o negro o blanco, radical o conservador, homosexual o heterosexual, figurativo o abstracto, San Lorenzo o Boca Juniors, carne o verdura, los negocios o la poesía”.
García Montero, andaluz, Joan Margarit, catalán, han abierto una bandera contra el malentendido: la poesía.
No están solos, pero alrededor hay ruido, pocos oyen a los poetas, ellos insisten.
La cosa va por los negocios, y los negocios se van, y la poesía está tan en baja que ya desprecian hasta el baile.
Estamos mal, y lo único bueno es que, quizá, ya no se puede estar peor.
A Mas luego lo defenestró la CUP y él ofreció gustoso su cabeza, y en otra bandeja puso la de Puigdemont, que en el último octubre se plegó también a los deseos incendiados de los que le han asistido, con la espada en alto, en las peores horas.
Hasta que lo amenazaron con dejarle al garete.
Y el hombre, que ahora exhibe su valentía como un hooligan de sí mismo, se acobardó e hizo lo contrario de lo que le habían dictado sus propios hombres.
Ahora el expresident funge de president en una huida que no desafía solo la ley sino el razonamiento.
Está rodeado de convencidos, como aquella vez lo estuvo Artur Mas.
Los que dijeron en sede judicial que estaban en desacuerdo con su inmediato pasado anuncian que el pasado los guía; y aunque no se ponen de acuerdo en el nombre propio del líder, lo que quieren es restituir lo que fracasó, como si no hubieran roto ya suficientes juguetes.
Hay dos capítulos de Rayuela que ahora deberían leer unos y otros. El capítulo 7 para entretenerse en la utopía de los afectos ya derruidos.
Y el capítulo 3 para curarse, en lo que se pueda, del fanatismo de la creencia de que nada se puede someter a discusión porque es divino el dictado de la patria.
En ese capítulo Julio Cortázar se burla de la insistencia de los que están seguros de sí mismos. ¡Se lo digo yo, carajo!
“Como si la especie velara en el individuo para no dejarlo avanzar demasiado por el camino de la tolerancia, la duda inteligente, el vaivén sentimental”.
El camino elegido va, indica el cronopio, hacia “el callo, la esclerosis, la definición: o negro o blanco, radical o conservador, homosexual o heterosexual, figurativo o abstracto, San Lorenzo o Boca Juniors, carne o verdura, los negocios o la poesía”.
García Montero, andaluz, Joan Margarit, catalán, han abierto una bandera contra el malentendido: la poesía.
No están solos, pero alrededor hay ruido, pocos oyen a los poetas, ellos insisten.
La cosa va por los negocios, y los negocios se van, y la poesía está tan en baja que ya desprecian hasta el baile.
Estamos mal, y lo único bueno es que, quizá, ya no se puede estar peor.
La sociedad del descenso.......................... Joaquín Estefanía
Todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en España con las
pensiones (pierden poder adquisitivo), la dependencia (no llegan las
ayudas a miles y miles de afectados) o el seguro de desempleo (apenas lo
cobra poco más de la mitad de los parados).
También se conoce el continuo deterioro de la sanidad pública (listas de espera, situación de las instalaciones, personal escaso y agotado), etcétera.
En este contexto, la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE) nos da la puntilla: en 2016 ha bajado la presión fiscal (el indicador que mide la proporción que supone la recaudación de impuestos respecto al Producto Interior Bruto) respecto a la de un año antes (34,1% del PIB frente al 34,5% de 2015), y se queda siete puntos por debajo de la media de la eurozona.
¿Cómo es posible tal desequilibrio en la política de nuestro país, contradictoria además con las campanudas declaraciones que todos los días hacen los principales dirigentes y ministros del partido gobernante?
También se conoce el continuo deterioro de la sanidad pública (listas de espera, situación de las instalaciones, personal escaso y agotado), etcétera.
En este contexto, la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE) nos da la puntilla: en 2016 ha bajado la presión fiscal (el indicador que mide la proporción que supone la recaudación de impuestos respecto al Producto Interior Bruto) respecto a la de un año antes (34,1% del PIB frente al 34,5% de 2015), y se queda siete puntos por debajo de la media de la eurozona.
¿Cómo es posible tal desequilibrio en la política de nuestro país, contradictoria además con las campanudas declaraciones que todos los días hacen los principales dirigentes y ministros del partido gobernante?
La tercera pata de esta situación, que se podría calificar
por una vez con el tópico de kafkiana, también la proporciona Eurostat:
el gasto social en España está por debajo de la media europea (24,7% del
PIB frente al 29%) y por debajo, por ejemplo, del porcentaje de gasto
social de dos países intervenidos por la troika en los años de la Gran
Recesión, como son Grecia y Portugal.
En este caso los datos son de
2015, último año del que se disponen estadísticas europeas.
En ese
porcentaje se incluye el dinero invertido en pensiones, desempleo,
prestaciones familiares y para la infancia, exclusión social y
dependencia.
Hace tiempo que la retórica del PP (ya que no la realidad) trata de
convencer a la ciudadanía de que se trata de un partido compasivo con
los débiles, que no está entre sus objetivos debilitar el welfare
y que los recortes en los servicios sociales desde el año 2008
correspondían a una situación de emergencia y no a motivos ideológicos.
No siempre fue así. Hace unos años, en un libro titulado Libertad y solidaridad,
José María Aznar hacia la siguiente reflexión textual: “Sólo aspiran a
un resurgimiento del Estado de Bienestar quienes siguen deseando ese
modelo dirigista.
¿Merece entonces la pena hablar del Estado de
Bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el
Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual.
Tenemos que
tenerlo muy claro: el Estado de Bienestar se ha hundido sólo por su
propia ineficiencia y anacronismo.
Al llegar a este punto es difícil
evitar una sugerencia electoralista: ¿qué encubre el debate apropiado y
mantenido por los socialistas sobre el Estado de Bienestar? Un complejo
de inferioridad”.
A la vista de los datos y de la coyuntura en la que se encuentran los
capítulos citados de la protección social se podría concluir que el
aznarismo es más profundo en el PP de lo que se dice.
Está encubierto. Y
en cualquier caso, por hache o por b, España se encuentra comprendido
en esa "sociedad del descenso" de la que habla el analista alemán Oliver
Nachtwey (Paidós Editorial). Un país deforme.
Naomi Campbell, la diosa que logró parar el tiempo.....Beatriz Rivas
En tiempos de influencers, modelos nacidas al calor de las redes y actrices reconvertidas en embajadoras de firmas de lujo, ella sigue ahí y no parece tener ninguna intención de retirarse.
En ese editorial homenajea a su gran amigo Gianni Versace.
Ningún tiempo pasado fue mejor. ¿O sí? Pues depende de para quién. «Los cielos están vacíos. Las supermodelos han muerto. Las actrices están ocupando su lugar».
El columnista Joel Stein anunciaba en 1998 desde su tribuna en la revista Time el fin de una era.
Las firmas de moda y cosmética se dieron cuenta de que el ‘efecto chica de al lado’ de las nuevas estrellas de Hollywood era mucho más rentable que la belleza inalcanzable (y, en ocasiones, despótica) de las tops de los 90. Nada de contratos millonarios y leoninos.
Aquella actitud altiva que llevó a Linda Evangelista a decir eso de «no me levanto de la cama por menos de 10.000 dólares» ya no vendía. Ese año, 1998, Renée Zellweger protagonizaba el número de septiembre de Vogue América. El paradigma había cambiado.
Menos para Naomi, claro. Porque la Campbell no se crio en un instituto de la América profunda como Christy Turlington o Cindy Crawford, sino rodando vídeos junto a Bob Marley. Y eso ya educa con un sentido del espectáculo difícil de erradicar de la noche a la mañana.
A los 7 años, protagonizó junto al mito del reggae el vídeo de Is this love; a los 12, iba a ver a su madre bailar con Lionel Richie. A los 13, fue descubierta por Beth Boldt, dueña de la agencia Synchro, mientras miraba escaparates en Covent Garden. Seis meses después, ya era la estrella de varias sesiones en el Vogue británico.
«La conocí en la agencia de Londres. Llevaba puesto el uniforme del colegio. En nada ya estaba viviendo en París.
Cuando le tocó ir a Nueva York, le ofrecí quedarse en mi apartamento.
Vivimos juntas varios años», recordaba Christy Turlington en una entrevista en The New York Times.
En París, mientras hacía sus primeros trabajos, dormía en casa de Azzedine Alaïa. «Como nunca he tenido una figura paternal, busco ese rol en hombres que respeto y admiro: Quincy Jones, Chris Blackwell y Azzedine», confesaba Campbell hace poco al diario The Guardian.
Tras la muerte del couturier, el pasado 18 de noviembre, la modelo escribía en Instagram: «Querido papá. Tuve la gran bendición de conocerte y de que me acogieras a los 16. Tengo tantos recuerdos maravillosos de nuestro viaje juntos… He tenido la suerte de saber lo que es estar al lado de un genio! Me enseñaste y me abriste los ojos a muchísimas cosas en la vida. (…) Te ocupaste de mí, hiciste todo eso que mi padre, al que no conozco, debería haber hecho. (…) Estaré eternamente agradecida por aquel día en que levantaste el teléfono y le dijiste a mi madre que tú te ibas a ocupar de mí. (…) Te quiero, papá, tu hija, Naomi.»
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