Rosa Montero es una narradora que hizo del periodismo una forma de contar mundos y almas.
Había dos visiones de valor incalculable en los orígenes de
EL PAÍS, uno era el sonido de las máquinas de imprimir, en aquellos
tiempos en que ver salir las resmas en forma de periódico era uno de los
milagros del oficio, y otra era ver escribir a Rosa Montero.
Centrada ante una máquina Olivetti, alejada del mundo por unos auriculares impenetrables, la que ahora ha ganado el Premio Nacional de las Letras transcribía a velocidad de vértigo las mejores entrevistas, quizá, de la historia de este periódico.
Cuando la historia se le torció a este país, el 23 de febrero de 1981, ya ella era una periodista que trascendía las pulsaciones de sus espléndidos retratos/entrevista e iba a presentar La función Delta, y ese era el único texto (una entrevista con ella a propósito de ese libro) que tenía el periódico listo para imprimir la misma tarde en que estalló esa desgraciada función militar que nos cambió la vida a todos.
Centrada ante una máquina Olivetti, alejada del mundo por unos auriculares impenetrables, la que ahora ha ganado el Premio Nacional de las Letras transcribía a velocidad de vértigo las mejores entrevistas, quizá, de la historia de este periódico.
Cuando la historia se le torció a este país, el 23 de febrero de 1981, ya ella era una periodista que trascendía las pulsaciones de sus espléndidos retratos/entrevista e iba a presentar La función Delta, y ese era el único texto (una entrevista con ella a propósito de ese libro) que tenía el periódico listo para imprimir la misma tarde en que estalló esa desgraciada función militar que nos cambió la vida a todos.
Esa noche le pidieron a Rosa Montero que juntara todo lo que
iba pasando.
Y de ello salió una crónica fundamental para entender su concisión, su valoración del dato como metáfora, su carácter de novelista que llevaba por fuera, o por dentro, una periodista cuya agilidad no estaba solo en el impresionante récord de sus pulsaciones.
Era ya una narradora que hizo del periodismo una forma de contar mundos y almas, y como novelista se llevó ese bagaje a la otra máquina, la de escribir novelas, ensayos, hasta poemas habrá escrito esta chica que parece veloz por fuera pero que por dentro tiene la imprescindible virtud de los sentimentales: la paciencia.
Cuando el mundo de su escritura se abría a la aventura de la autobiografía, o al menos a la autobiografía generacional, Rosa Montero escribió su Crónica del desamor, que narraba, desde el punto de vista de una mujer, las desgracias de la gloria y el poder. Cuando la ficción y la realidad se le juntaron a la conciencia de la literatura (de su literatura), escribió La loca de la casa, y esa fue una magistral incursión en la reconstrucción de mundos que no existieron pero a los que ella le dio la encarnadura de lo posible. Desde entonces este cronista creyó que ella tenía una hermana gemela.
Cuando escribió la tan inolvidable novela a la muerte de Pablo, su compañero, cuando dio a la estampa La carne…, cuando hizo todo lo que lleva haciendo Rosa Montero, este cronista siempre la imagina batiendo el récord que Barbara Blackburn, la mecanógrafa más rápida del mundo, alcanzó en 1985 manteniendo una velocidad media de 150 palabras por minuto durante 50 minutos.
A esa velocidad que no se puede describir Rosa Montero añadió, desde muchacha, la velocidad del alma, que en su caso es un inmenso depósito de imaginación, de compasión y de ternura.
Y de ello salió una crónica fundamental para entender su concisión, su valoración del dato como metáfora, su carácter de novelista que llevaba por fuera, o por dentro, una periodista cuya agilidad no estaba solo en el impresionante récord de sus pulsaciones.
Era ya una narradora que hizo del periodismo una forma de contar mundos y almas, y como novelista se llevó ese bagaje a la otra máquina, la de escribir novelas, ensayos, hasta poemas habrá escrito esta chica que parece veloz por fuera pero que por dentro tiene la imprescindible virtud de los sentimentales: la paciencia.
Cuando el mundo de su escritura se abría a la aventura de la autobiografía, o al menos a la autobiografía generacional, Rosa Montero escribió su Crónica del desamor, que narraba, desde el punto de vista de una mujer, las desgracias de la gloria y el poder. Cuando la ficción y la realidad se le juntaron a la conciencia de la literatura (de su literatura), escribió La loca de la casa, y esa fue una magistral incursión en la reconstrucción de mundos que no existieron pero a los que ella le dio la encarnadura de lo posible. Desde entonces este cronista creyó que ella tenía una hermana gemela.
Cuando escribió la tan inolvidable novela a la muerte de Pablo, su compañero, cuando dio a la estampa La carne…, cuando hizo todo lo que lleva haciendo Rosa Montero, este cronista siempre la imagina batiendo el récord que Barbara Blackburn, la mecanógrafa más rápida del mundo, alcanzó en 1985 manteniendo una velocidad media de 150 palabras por minuto durante 50 minutos.
A esa velocidad que no se puede describir Rosa Montero añadió, desde muchacha, la velocidad del alma, que en su caso es un inmenso depósito de imaginación, de compasión y de ternura.