Marías, Echenoz y Banville ponen todo su talento literario al servicio del retrato de las obsesiones y miserias del negocio del espionaje.
Hay pocos materiales tan literarios como el mundo
del espionaje. La considerada como la segunda profesión más antigua del
mundo ha dado para algunas de las páginas más notables del género negro
en su sentido más amplio en el último siglo (por no hablar, no es el
sitio,del incontable número de series de televisión, entre ellas dos muy
recientes y notables: Berlín Station(HBO) y Oficina de infiltrados (Movistar).
A la espera de que en enero llegue a España la última de John Le Carre,
en la que el maestro vuelve a la Guerra Fría, hoy vamos a hablar de tres
grandes escritores que han hecho su particular aproximación al género
en libros recientes.
Una novela con mayúsculas y de la que ya poco se
puede decir literariamente que no esté subrayado y glosado por otros más hábiles que quien esto escribe,
una sátira francesa sobre el trabajo en los servicios secretos y una
aproximación biográfica a uno de los cinco del círculo de Cambridge
ocuparán este texto.
Hablamos de Berta Isla de Javier Marías, de Enviada especial de Jean Echenoz y de El intocable de John Banville.
Sí, ya sé que el propio Marías ha dicho que ni Berta Isla (Alfaguara) ni la trilogía de Tu rostro mañana
son novelas de espías.
Es cierto, son mucho más, pero tienen en su
interior una aproximación más que notable al mundo del espionaje.
No son
novelas de espías pero están pobladas por ellos, por sus miedos, por
sus obsesiones, por sus preocupaciones.
Por la suyas y por las de
quienes les rodean.
Thomas Devinson, o Tomás o Tom, es un agente
secreto en cuya voz encontramos algunas de las mejores reflexiones sobre
el trabajo en ese submundo y sus repercusiones:
“No debes preguntarme
qué voy a hacer” le dice en un momento dado a Berta Isla, su mujer,
condenada por decisión propia a aceptar, a esperar, “porque eso no lo
sabré.
Ni qué he hecho, porque en realidad no habrá hecho nada, lo que
yo haga no habrá ocurrido, no consta en ninguna parte, no hay registro
de ello ni lo debe haber.
Lo que quiera que ocurra no habrá sido por mí
porque quienes participamos en esto estamos pero no existimos, o
existimos pero no estamos”.
También habla de la espera, de la obsesión
por lo contado, del poco prestigio de lo no ocurrido.
Y aquí, como en Tu rostro mañana,
hay maravillosas escenas de reclutamiento, elegantes profesores de
Oxford al servicio de su Majestad, oscuros intereses y malas artes.
Aparece ocasionalmente mister Tupra, personaje esencial de la trilogía y
uno de los espías más interesantes de la literatura actual. En
definitiva, un compendio magnífico de temas, personajes y obsesiones del
género.
Completamente distinta es Enviada especial de Jean Echenoz (Anagrama, traducción de Javier Albiñana), un texto tan disparatado como bien ejecutado en el que el autor de Correr
nos lleva de la mano por un complot francés para desestabilizar Corea
del Norte.
El reclutamiento de una joven aburrida con la vida sirve para
mostrarnos con un humor delicado e incisivo la existencia de unos
cuantos burgueses parisinos y para adentrarnos en el mundo de los
servicios secretos y los profesionales que pululan alrededor. Echenoz
plantea todas las piezas del puzle con mucha calma pero todo cobra
sentido poco a poco en una máquina perfecta alimentada por el delirio.
Lo mejor es cuando la misión secreta llega a Corea del Norte y allí ya
no sabes si hay un relato realista o si la locura contada viene de la
cabeza del autor.
Una novela caótica, una oda a la literatura lúdica de
calidad que gustará tanto a los fans del género como a los de la gran
literatura.
Y por último me gustaría hablar de El intocable de John Banville (Anagrama, traducción de J. A. Molina Foix).
Se trata de una
novela que nos pone delante del crepúsculo de una figura notabilísima de
la vida pública británica venida a menos y expuesta publicamente como
un traidor.
Víctor Maskell, inspirado claramente en Anthony Blunt, es un
homosexual esteta y gran historiador del arte y consejero de la Reina,
pero antes, durante muchos años, sirvió como sus amigos de Cambridge a
los soviéticos.
Con la excusa de la entrevista que le hace una extraña a
biógrafa repasamos la vida fascinante de este grupo de brillantes
jóvenes, valientes soldados, idealistas, vividores incansables,
alcohólicos irredentos y traidores.
Como siempre Banville consigue desde el primer momento que el tono sea
el adecuado, que vivamos su decadencia con este hombre venido a menos,
que disfrutemos rememorando su gloria. Se ha escrito mucho sobre este
grupo de intelectuales y traidores pero no con esta altura literaria. Al
terminar tenía muchas más preguntas que al empezar. Como toda buena
novela me había dejado algo atribulado, dándole vueltas a los ideales,
las lealtades, los secretos. Hay un momento tras una puesta en escena
elegante en la que Banville usa a su protagonista para resumir el mundo
de espionaje y quizás la esencia de la vida:
“En mi mundo no hay
preguntas sencillas, y las respuestas concretas, en la clase que sean,
son escasísimas”