Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 oct 2017

Por favor, una cerveza......................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
LAS IMÁGENES DE LA SEQUÍA producen en la garganta la aridez de esas noches en las que te has tragado el humo de 60 o 70 cigarrillos.
 Se queda uno sin saliva como esas raíces se han quedado sin agua. La xerostomía, que tal es el nombre de la deshidratación bucal, se debe a diferentes causas, entre las que se incluyen el estrés, la neurosis, la depresión o el consumo de alcohol, además de la contemplación prolongada de fotos como la presente.
Te quedas dos minutos observándola y las mucosas se evaporan como los líquidos de un pez al sol. 
A veces, beber un vaso de agua lo remedia, a veces no. En las farmacias venden compuestos de saliva artificial que alivian momentáneamente la sensación de tiza.
 Resulta muy útil tener un espray a mano, además de un bote de lágrimas artificiales, que también las hay, y a muy buen precio. 
De este modo, puedes humedecer prácticamente todas las aberturas del rostro.
 Lo importante es no confundir los remedios para no llorar saliva o salivar lágrimas. 

LA CONFEDERACIÓN HIDROGRÁFICA MIÑO-SIL DECRETA LA ALERTA POR SEQUÍA 
 
Pero volvamos a la imagen.
 Fíjense bien en la raíz. 
Aunque muerta, parece arrastrarse con desesperación hacia el agua como el sediento hacia el oasis.
 Observen el modo en que sus ­tentáculos se organizan para alcanzar tal fin. Da la impresión de haber dejado un rastro agónico sobre la tierra áspera semejante al que queda en la faringe de un fumador al día siguiente de una juerga. 
El pantano se llama Lindoso, pobre, y se encuentra en el municipio orensano de Lobios, pero ahora mismo, sin dejar de estar allí, forma parte de mi aparato respiratorio. ¡Por favor, una cerveza!

Alguien que escucha.....................................Rosa Montero.

Los ciudadanos del primer mundo vivimos dentro de un espejismo de seguridad, pero estamos a un paso del abismo. Al menos siempre nos quedarán los libros.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
ESTOY EN LA PEQUEÑA pero formidable feria del libro de Gaillac, un precioso pueblo francés cercano a Albi.
 La feria, que dura dos días, está plantada en una plaza, un montón de carpas alegres y blancas. 
Aquí nos sentamos nada más y nada menos que 70 autores tras nuestros libros (un enorme plantel para una feria así). 
Por las tardes se anima, pero por las mañanas hace un frío pelón y, mientras nos encaminamos hacia una probable cistitis, nos pasamos horas sin vender un colín.
 Bueno, exagero: de cuando en cuando se acerca alguien y te compra una novela, y entonces tú te sientes tan agradecida que inmediatamente le pedirías en matrimonio, independientemente de su edad y su sexo.
 En realidad somos como feriantes de los mercados callejeros, feriantes vendiendo calcetines y bragas de palabras.
Tiene su gracia este regreso a la compraventa más básica, al arte como un modesto exudado de la realidad cotidiana.
 Hoy en esta plaza de Gaillac ofrezco libros en un puesto como podría ofrecer manzanas, porque ambas cosas nos sirven para mantenernos con vida.
 Hace dos días me preguntaban en Toulouse si las novelas pueden proporcionarnos salidas y consejos en los momentos de profunda zozobra como el que vivimos (escribo este texto, que tarda dos semanas en imprimirse, un día antes de la supuesta declaración de independencia) y yo contesté que no, si de lo que estamos hablando es de una fórmula de urgencia para vadear la crisis.
 Uno no escribe para enseñar nada, escribe para aprender, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de lo que somos. 
El sentido de escribir novelas es la búsqueda del sentido de la existencia, y no podemos traicionar esa ambición pura de conocimiento para dar doctrina, por muy bien intencionada que esa doctrina sea. 

Y, sin embargo, no me cabe la menor duda de que los libros nos salvan la vida y nos ayudan, justamente, a sobrellevar los momentos más duros.
 Decía Camus que el arte en general, y la literatura en particular, era nuestra mayor arma contra el horror. 
Siempre me ha maravillado esa foto de 1941 de una biblioteca londinense destruida por las bombas nazis.
 El techo se ha caído, formando una colina de cascotes en mitad de la sala. 
 Pero tres paredes siguen en pie, cubiertas aún de estanterías y de libros, y cuatro hombres están distribuidos por la precaria ruina, mirando los lomos, ojeando algún volumen, absortos en lo que hacen. 
Podría pensarse que andan buscando algo con lo que evadirse de su situación, pero yo creo que están haciendo justo lo contrario: no leen para olvidar, sino para luchar contra la oscuridad.
 Porque en la continuidad de los libros y en la complicidad con tantas otras personas que, lejos en el tiempo y en el espacio, apostaron por la sensatez y la convivencia reside la esperanza de un futuro luminoso pese a todo.
 La larga trenza que a lo largo de los siglos formamos los lectores y los escritores (que también somos lectores) es la cuerda que nos saca del pozo.
Los ciudadanos del llamado primer mundo vivimos dentro de un espejismo de seguridad. 
Nos creemos tan a salvo de todo que a veces hasta nos pensamos inmortales, cuando lo cierto es que la realidad es un tembloroso castillo de naipes, un reflejo en el agua que una simple piedra puede destruir. 
Mientras escribo esto, mis amigos de la hermosa isla de Puerto Rico llevan tres semanas sin luz en un 90% de la población, sin agua potable en un 65%.
 El huracán María abrasó la isla como un fuego; no queda ni una hoja, ni un verdor; la gente vive entre las ruinas sin techo de sus casas, expuesta a las enfermedades, el hambre, la sed, la inseguridad. 
Es como un ensayo general del apocalipsis. 
El mundo conocido puede desaparecer en un segundo, por un soplido de ogro de la naturaleza o por un despertar del monstruo interior, como sucedió en Yugoslavia, cuando viejos y amables vecinos comenzaron a sacarse literalmente las tripas los unos a los otros. 
Vivimos a un paso del abismo.
Por eso me conmueve esta preciosa y pequeña feria con su empeño de encender de palabras la oscuridad. 
Porque en lo peor de la noche siempre nos salva la poderosa magia que los libros encierran, a saber:alguien que necesita compartir y alguien que escucha.

Las palabras ofendidas.................................Javier Marías

Hablar de los “métodos de tortura” de la policía el 1 de octubre en Barcelona es un agravio a cuantos sufren y han sufrido torturas verdaderas en el universo.(Todos los que sufrimos "cargas policiales" cuando Franco)

Javier Marías
EN ETAPAS TURBULENTAS, cuando los acontecimientos cambian en cuestión de horas, es aún mayor fastidio escribir sabiendo que lo escrito llegará a los lectores dos semanas más tarde. 
Pero en el asunto catalán hay algo que no se habrá alterado ni se alterará jamás, y es el desaforado y ofensivo vaciamiento, o abaratamiento, de las palabras. 
Los políticos independentistas catalanes, y no sólo ellos (también los dirigentes de Omnium y la ANC, antes Casals y Forcadell, ahora Cuixart y Sànchez, a los que nadie ha elegido y que sin embargo se han proclamado representantes máximos de su país), llevan muchos años ofendiendo a mansalva. 
Pero no me voy a referir a los incontables agravios a los demás españoles, con predilección por extremeños, andaluces e inicuos madrileños.
 Dejemos eso de lado, no demos importancia a lo que carece de ella.
La gran ofensa es contra quienes sí están o han estado de verdad oprimidos y privados de libertad, contra quienes no han disfrutado de un átomo de democracia en sus vidas y jamás han votado
No, las ofensas mayores han sido contra el mundo, tanto el del presente como el del pasado, y se han producido a través de la banalización constante de palabras de peso, serias, que no se pueden utilizar a la ligera sin cometer una afrenta.
 Un país con un autogobierno mayor que el de ningún equivalente europeo o americano (mayor que el de los länder alemanes o los estados de los Estados Unidos), que lleva votando libremente en diferentes elecciones desde hace casi cuatro décadas, a cuya lengua se protege y no se pone la menor cortapisa; que es o era uno de los más prósperos del continente, en el que hay y ha habido plena libertad de expresión y de defensa de cualesquiera ideas, en el que se vive o vivía en paz y con comodidad;elogiado y admirado con justicia por el resto del planeta, con ciudades y pueblos extraordinarios y una tradición cultural deslumbrante…; bueno, sus gobernantes y sus fanáticos llevan un lustro vociferando quejosamente “Visca Catalunya lliure!” y desplegando pancartas con el lema “Freedom for Catalonia”. 
 Sostienen que viven “oprimidos”, “ocupados” y “humillados”, y apelan sin cesar a la “democracia” mientras se la saltan a la torera y desean acabar con ella en su “república” sin disidentes, con jueces nombrados y controlados por los políticos, con la libertad de prensa mermada si es que no suprimida, con el señalamiento y la delación de los “desafectos” y los “tibios” (son los términos que en su día utilizó el franquismo en sus siempre insaciables depuraciones).
 Se permiten llamar “fascistas” a Joan Manuel Serrat y a Isabel Coixet y a más de media Cataluña, o “traidor” y “renegado” a Juan Marsé.
 Ninguno debería amargarse ni sentirse abatido por ello: es como si los llamaran “fascistas” las huestes de Mussolini. 
Imaginen el valor de ese insulto en los labios que hoy lo pronuncian.
La gran ofensa es contra quienes sí están o han estado de verdad oprimidos y privados de libertad, contra quienes no han disfrutado de un átomo de democracia en sus vidas y jamás han votado.
 Para empezar, contra todos los españoles que vivimos y padecimos el franquismo, bajo el cual no había partidos políticos ni libertad de expresión alguna, y un estudiante se podía pasar dos años en la cárcel por arrojar octavillas;
 un sindicalista, no digamos.
 No sólo los catalanes lo sufrieron, ni los que más, y fueron muchos sus conciudadanos que lo abrazaron y fortalecieron.
 Es una ofensa contra las poblaciones de Irak y Siria que están o han estado bajo el dominio del Daesh, eso sí es opresión y humillación sin cuento.
 Contra las mujeres saudíes y de otros países musulmanes, en los que carecen de derechos y viven convertidas en menores de edad o en esclavas conyugales.
 Contra los cubanos, que no han podido votar nada desde hace seis decenios; contra los chilenos y argentinos de sus respectivas dictaduras militares, cuando a la gente “se la desaparecía” y torturaba.
 Hablar de los “métodos de tortura” de la policía el 1-O, como ha hecho Anna Gabriel desfachatadamente y con mentira confesa, es un inconmensurable agravio a cuantos sufren y han sufrido torturas 
verdaderas en el universo. En cuanto a la “represión salvaje” de ese día, no sé qué adjetivo podrían encontrar entonces para las cargas de los grises en la dictadura, que muchos todavía hemos conocido. En ellas, y en otras incontables a lo ancho del globo, sí que se hacía y se hace daño, en Venezuela hoy sin ir más lejos. La policía y la Guardia Civil se deberían haber abstenido de emplear una sola porra, pero calificar su actuación de “brutal” y “salvaje” es desconocer la brutalidad y el salvajismo. Por fortuna. Y ojalá que las generaciones actuales los sigan desconociendo.

La de las palabras manoseadas y profanadas es la mayor ofensa y la mayor falta de respeto.
 Más incluso que la tergiversación de los números, practicada cuando en las últimas elecciones catalanas un 47% o 48% quedó convertido por los caciques y los cazabrujas (no por todos los independentistas, claro) en “una mayoría nítida” y “un claro mandato” del pueblo entero.
 Ese fue ya el aviso de que nos encontramos, en efecto, ante émulos de Mussolini que extrañamente se dicen oprimidos, sin libertad y humillados, y que cometen la infamia de llamar “fascistas” a sus venideras víctimas.

21 oct 2017

Desastres naturales................................................ Boris Izaguirre


Vista general de la ceremonia inaugural del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín, el pasado 18 de octubre.
Vista general de la ceremonia inaugural del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China en el Gran Palacio del Pueblo en Pekín, el pasado 18 de octubre.

crecí rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao.

 No me extraña que yo haya salido con unos gustos tan chocantes.

La apertura del XIX congreso del Partido Comunista Chino nos ha dejado una de esas imágenes que despliegan poder y estilo, que ya creíamos en desuso o que eran propiedad del Vaticano o de la monarquía inglesa. 
Mucha tela, pliegues, austeridad grandiosa, colores profundos, la hoz y el martillo como si hubieran pasado por alguna escuela de diseño.
 Con perfecta agrupación de personas, igualmente trajeadas, milimétricamente sentadas, silenciosas.
 Casi humanas.
Ante esa espectacularidad me vi obligado a retroceder a mi infancia porque, en Caracas, crecí rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao, tanto en los cuadros de Warhol como en los de esa propaganda, que llegaba a Venezuela con una facilidad asombrosa. 
Mao en la cubierta de una fragata con un albornoz blanco nuclear, rodeado de niños y grumetes. 
Mao en un bosque lleno de luz, con un libro abierto en sus manos entre campesinos y militares, leyendo junto a él. Mao, en carne y hueso, asistiendo a una representación de danza de bailarinas con zapatillas de punta en los pies y rifles en las manos. 
No me extraña que haya salido con unos gustos tan chocantes.
 Con la Revolución Cultural llegando a mis ojos al mismo tiempo que Batman, Superman y Drácula. 
Ya tengo edad para confesarlo: he crecido pensando que el comunismo era, más que una ideología, una estética.
Javier Sierra, escritor de la novela 'El fuego invisible', recibe el premio Planeta de manos de Ana Pastor, presidenta del Congreso.
Javier Sierra, escritor de la novela 'El fuego invisible', recibe el premio Planeta de manos de Ana Pastor, presidenta del Congreso.
De niño soñaba que Mao me hablaba en español y me decía que su libro rojo era una buena lectura. 
Pero mi papá me advertía de que el maoísmo era una corriente ideológica extrema y que prefería que me divirtiese rellenando álbums de cromos de La Pantera Rosa que, en mi opinión, resultaba más Rive Gauche.
 De todas estas cosas estuve pensando mientras esperaba el resultado de los premios Planeta en Barcelona. Mi marido insistió en que asistiéramos porque era un momento importante. 
Me vestí con un esmoquin blanco que me dio un aire entre Tom Wolfe y un líder espiritual americano.
Hacía falta ese punto de espiritualidad porque la cena no fue tensa pero tampoco distendida. 
Empezó puntual y terminó como una sinfonía de Stravinski, abrupta y en tiempo. 
Me esforcé en mi labor social de saludar mucho, estrechar manos y abrazar.
 Así, me acerqué a Ana Pastor, presidenta del Congreso. Conmigo de blanco integral parecíamos una nueva bandera de algo insólito. 
Blanco y rojo, colores que no dialogan pero tampoco quedan mal. 
Neutrales, como la bandera de Suiza. 

Me entristeció ver a amigos discutiendo.
 Intenté cambiar de conversación, plantear el feminismo de Ylenia Padilla, la bloguera ex Gandía Shore.
 O si alguien entiende por qué la estilista de la Reina iba vestida de verano mientras Letizia sudaba bajo la lana en el Salón del Trono.
 Indagar si Risto Mejide acudió vestido de Sherlock Holmes, ¿o era de ornitólogo? Pero nada, la discusión se extendía.
 Una pena, porque Barcelona sigue siendo universal. Es de todos. Déjenla en paz.
Mi padre aterrizó en Madrid esta semana, porque vamos a aparecer juntos en un programa de televisión.
 Después nos fuimos a la inauguración de la exposición sobre Picasso y Toulouse-Lautrec en el museo Thyssen. Mientras la recorres te das cuenta de que Lautrec influyó mucho a artistas más jóvenes como Picasso. 
Y lo hizo como amigo, como líder, como visión alternativa. Picasso tenía la técnica extraordinaria y Toulouse la vida mas allá de lo normal, buscando la irrealidad en lo ordinario, la belleza en la decrepitud. 
Es una exposición fascinante e inquietante, algunos cuadros parecen alucinaciones.
 Había droga, alcohol y sexo. Había nocturnidad. Había vértigo.
 Pero no hay moralina en Toulouse-Lautrec. Esos fueron los ingredientes principales en ese nuevo siglo.
En el nuestro, es la perturbación, el de la sociedad espectáculo y los desastres naturales que dan título a la nueva novela de Pablo Simonetti, el autor chileno que la noche del miércoles consiguió reunir a casi tantos escritores amigos como nuevos lectores. 
Desastres naturales es una novela sobre el despertar sexual en tiempos de Pinochet. Jorge Edwards, Màxim Huerta, Eduardo Mendicutti le escuchamos hablar, ansiosos de que vinculara sus desastres al que estamos asistiendo atónitos. En su novela, muy autobiográfica, un adolescente confundido al fin encuentra su centro, su independencia, tras descubrir nuevos usos, no alimentarios, para las zanahorias.
 Prefiero que lo digieran mejor leyendo la novela.
 Desde que la leí me ha dado por pensar si no es algo que deberíamos popularizar entre algunos líderes políticos, para que todo vuelva a enderezarse un poco.