
crecí rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao.
No me extraña que yo haya salido con unos gustos tan chocantes.
La apertura del XIX congreso del Partido Comunista Chino nos ha dejado una de esas imágenes que despliegan poder y estilo, que ya creíamos en desuso o que eran propiedad del Vaticano o de la monarquía inglesa.Mucha tela, pliegues, austeridad grandiosa, colores profundos, la hoz y el martillo como si hubieran pasado por alguna escuela de diseño.
Con perfecta agrupación de personas, igualmente trajeadas, milimétricamente sentadas, silenciosas.
Casi humanas.
Ante esa espectacularidad me vi obligado a retroceder a mi infancia porque, en Caracas, crecí rodeado de mucho panfleto y de mucha imagen de Mao, tanto en los cuadros de Warhol como en los de esa propaganda, que llegaba a Venezuela con una facilidad asombrosa.
Mao en la cubierta de una fragata con un albornoz blanco nuclear, rodeado de niños y grumetes.
Mao en un bosque lleno de luz, con un libro abierto en sus manos entre campesinos y militares, leyendo junto a él. Mao, en carne y hueso, asistiendo a una representación de danza de bailarinas con zapatillas de punta en los pies y rifles en las manos.
No me extraña que haya salido con unos gustos tan chocantes.
Con la Revolución Cultural llegando a mis ojos al mismo tiempo que Batman, Superman y Drácula.
Ya tengo edad para confesarlo: he crecido pensando que el comunismo era, más que una ideología, una estética.

Intenté cambiar de conversación, plantear el feminismo de Ylenia Padilla, la bloguera ex Gandía Shore.
O si alguien entiende por qué la estilista de la Reina iba vestida de verano mientras Letizia sudaba bajo la lana en el Salón del Trono.
Indagar si Risto Mejide acudió vestido de Sherlock Holmes, ¿o era de ornitólogo? Pero nada, la discusión se extendía.
Una pena, porque Barcelona sigue siendo universal. Es de todos. Déjenla en paz.
Mi padre aterrizó en Madrid esta semana, porque vamos a aparecer juntos en un programa de televisión.
Después nos fuimos a la inauguración de la exposición sobre Picasso y Toulouse-Lautrec en el museo Thyssen. Mientras la recorres te das cuenta de que Lautrec influyó mucho a artistas más jóvenes como Picasso.
Y lo hizo como amigo, como líder, como visión alternativa. Picasso tenía la técnica extraordinaria y Toulouse la vida mas allá de lo normal, buscando la irrealidad en lo ordinario, la belleza en la decrepitud.
Es una exposición fascinante e inquietante, algunos cuadros parecen alucinaciones.
Había droga, alcohol y sexo. Había nocturnidad. Había vértigo.
Pero no hay moralina en Toulouse-Lautrec. Esos fueron los ingredientes principales en ese nuevo siglo.
En el nuestro, es la perturbación, el de la sociedad espectáculo y los desastres naturales que dan título a la nueva novela de Pablo Simonetti, el autor chileno que la noche del miércoles consiguió reunir a casi tantos escritores amigos como nuevos lectores.
Desastres naturales es una novela sobre el despertar sexual en tiempos de Pinochet. Jorge Edwards, Màxim Huerta, Eduardo Mendicutti le escuchamos hablar, ansiosos de que vinculara sus desastres al que estamos asistiendo atónitos. En su novela, muy autobiográfica, un adolescente confundido al fin encuentra su centro, su independencia, tras descubrir nuevos usos, no alimentarios, para las zanahorias.
Prefiero que lo digieran mejor leyendo la novela.
Desde que la leí me ha dado por pensar si no es algo que deberíamos popularizar entre algunos líderes políticos, para que todo vuelva a enderezarse un poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario