Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

16 oct 2017

Cayetana Rivera posa con su padre por su mayoría de edad


Cayetana celebra su cumpleaños en familia y con los entrañables mensajes de su padre y sus tíos

Cayetana celebra su cumpleaños en familia y con los entrañables mensajes de su padre y sus tíos

Noticias La Vanguardia

 


 

Cayetana Rivera cumple 18 años y vemos su cara

La nieta de la duquesa de Alba, hija de Francisco Rivera y Eugenia Martínez de Irujo, celebra la mayoría de edad con una portada de revista.

 

Cayetana Rivera, en Ronda, cuando su padre le brindó el último toro.
Cayetana Rivera, en Ronda, cuando su padre le brindó el último toro. GTRES

Javier Sierra lleva al Planeta al territorio del ‘thriller’ conspirativo

 

'El fuego invisible’, con el Grial como eje de la trama, gana el galardón mejor dotado de las letras en español.

 Cristina López Barrio queda finalista con ‘Niebla en Tánger’.

Javier Sierra, con el Premio Planeta en la mano.

Debía ser un nombre potente para que, por un lado, no quedara sepultado por el ruido sociopolítico generado por el traslado de Barcelona a Madrid de la sede editorial, y, por otro, para que garantizara buenos números tras dos meses en que las ventas de libros han caído en España un 25%.
 Y la maquinaria del premio Planeta dio con la fórmula al otorgar la 66ª edición del galardón, con sus 601.000 euros de bolsa, al turolense Javier Sierra, sin duda el rey del thriller conspirativo español, con El fuego invisible, con el mítico Santo Grial como eje de la trama.
 No olvidándose del otro gran espectro de la lectura en España (las mujeres la practican en un 66,5%, casi 10 puntos más que los hombres), la finalista (que recibirá 150.250 euros) fue la madrileña Cristina López Barrio con Niebla en Tánger, donde la monótona vida de una joven muda deviene en una trepidante intriga tras acostarse una noche con un misterioso desconocido. 
Dominador de los códigos del género como solo pueden hacer clásicos como Dan Brown, Sierra (Teruel, 1971) se ha labrado con poco más de media docena de títulos un notabilísimo lugar bajo el sol del thriller de enigmas con sustrato histórico, hasta el extremo de que le han llevado a ser el único escritor español hasta la fecha que ha entrado en la lista de los libros más vendidos en EE UU. 
Fue en 2006, en sexta posición, con la versión inglesa de La cena secreta (2004), título que, junto a El ángel perdido (2011), conforman las dos grandes tarjetas de presentación del escritor.
Javier Sierra, con el Premio Planeta en la mano.


Dominador de los códigos del género como solo pueden hacer clásicos como Dan Brown, Sierra (Teruel, 1971) se ha labrado con poco más de media docena de títulos un notabilísimo lugar bajo el sol del thriller de enigmas con sustrato histórico, hasta el extremo de que le han llevado a ser el único escritor español hasta la fecha que ha entrado en la lista de los libros más vendidos en EE UU. Fue en 2006, en sexta posición, con la versión inglesa de La cena secreta (2004), título que, junto a El ángel perdido (2011), conforman las dos grandes tarjetas de presentación del escritor.
Sierra, al contar la trama de su ya octava novela, le dio un poco de emoción a la multitudinaria gala literaria (unos 950 invitados) del premio mejor dotado de las letras españolas, alejada del crispado clima sociopolítico que vive Cataluña por el proceso secesionista y por la decisión, ejecutada el jueves, del Grupo Planeta de trasladar su sede social y fiscal a Madrid.
  Las declaraciones del presidente del séptimo conglomerado editorial del mundo, Josep Creuheras, en la tradicional rueda de prensa previa del día anterior al fallo y la presencia como máximas autoridades políticas de perfiles poco significados —a presidenta del Congreso, Ana Pastor, y, por parte de la Generalitat, de los consejeros de Empresa y Conocimiento y de Cultura, Santi Vila (amigo personal de Pastor de cuando negociaban las infraestructuras) y Lluís Puig, respectivamente—, desactivaron las expectativas de los más de 250 periodistas presentes y facilitó que se rebajara notablemente la tensión.
Como mandan los cánones, es un joven profesor e investigador universitario el protagonista de El fuego invisible
.Afincado en Dublín, pasa unos días en Madrid.
 Será aquí donde se verá envuelto en peligrosas pesquisas que le llevarán a seguir el rastro del mítico Santo Grial. 
“El fuego invisible es la fuerza de la palabra”, resumió Sierra, que aseguró que la novela “gira en torno a una palabra inventada en el siglo XII: Grial. Y de la pregunta de dónde vienen las ideas”.
Un ritmo narrativo trepidante y una tremenda erudición sobre el tema (el autor suele haber estado in situ en los lugares donde transcurren sus tramas) marcan una novela que en realidad engarza con el sello Sierra, bien definido ya en 1998, cuando debutó con La dama de azul donde, utilizando la figura de la monja del siglo XVII María Jesús de Ágreda, detenida por la Inquisición, juega con sus famosas bilocaciones para urdir una trama con espías psíquicos de la CIA y expertos del Vaticano.
 El éxito que se intuía en Las puertas templarias (desde su aparición, en 2000, ha estado ininterrumpidamente en librerías) se ratificó con La cena secreta, que construyó a partir de unos supuestos mensajes crípticos en el lienzo de La última cena de Da Vinci y que le lanzó mundialmente a la fama, publicándose en 42 países y vendiendo más de tres millones de ejemplares.

Investigador de enigmas

En 2011, con El ángel perdido (11 meses, 55 ciudades y siete países para la promoción de la historia de una restauradora de la catedral de Santiago de Compostela que se ve atrapada por una trama internacional a partir de dos antiguas piedras con poderes sobrenaturales) no hizo más que crecer la fama de quien empezó su trayectoria como periodista y con especial debilidad por los enigmas del pasado. 
Ello le llevó a dirigir la gran revista española sobre el tema, Más allá de la ciencia, con solo 27 años y a colaborar asiduamente en el espacio televisivo de Iker Jiménez Cuarto milenio. Llegó incluso a tener espacio propio, Arca secreta, en Antena 3 TV. Esa afición se tradujo también en algunos libros de ensayo, como Roswell: secreto de Estado (en realidad, su primer título, de 1995, donde defendió con polémica la ocultación por EE UU de unas pruebas con supuestos extraterrestres).
 El maestro del Prado (2013), sobre un hombre que desvela misterios en los cuadros de la pinacoteca madrileña, y La pirámide inmortal (obra basada en una anterior suya sobre la estancia de Napoleón en el interior de Keops) completan la bibliografía de ficción de quien ha sido calificado como el Dan Brown español, pero mejor documentado.
 En las antípodas de esa trayectoria se coloca la finalista, la abogada y escritora Cristina López Barrio (Madrid, 1970) que, si bien debutó en la literatura juvenil, ha encontrado un equilibrio entre el ritmo trepidante investigaciones con el retrato psicológico femenino. Lo hizo ya en su debut en la narrativa adulta con La casa de los amores imposibles (2010, traducido a 15 idiomas) sobre una saga de mujeres condenadas a sufrir de amor, siguió el hilo en El cielo en un infierno cabe (2013) y Tierra de brumas (2015) y lo repite en la obra finalista Niebla en Tánger, donde una joven de vida anodina, tras acostarse con un hombre, se ve envuelta en una misteriosa trama. 
La única pista de su amante se la da la novela que se dejó en la mesilla de noche, que irá coincidiendo con la vida real de aquel. “Es algo muy cercano a mi historia, un viaje emocional de una mujer en crisis que se busca a sí misma”.
 

 

 

El arte que se escondía en Auschwitz, la mayor fábrica de la muerte de la historia

 
  • Una exposición recoge algunas de las 2.000 obras producidas en el campo nazi de exterminio, que llegó a tener un museo con dibujos encargados por los guardianes.

    Auschwitz 
    Una sala de la exposición, con el cartel de la entrada del campo de Auschwitz, en el que se lee "El trabajo os hará libres"
    Con Auschwitz se acabó la poesía, escribió el filósofo alemán Theodor Adorno, pero no el arte. 
    Los presos de este campo de concentración y exterminio nazi construido por Alemania en Polonia produjeron al menos 2.000 obras de arte, en algunos casos dibujos a carboncillo con materiales robados a sus guardianes que describían el horror de su vida cotidiana;
     en otros, encargos de los SS, que llegaron a mantener un museo en las instalaciones donde fueron asesinadas 1,1 millones de personas, el llamado Lagermuseum
    Una exposición en Cracovia, ciudad polaca situada a unos 70 kilómetros del campo nazi, Face to face. Art in Auschwitz, reúne por primera vez la pintura y los dibujos creados por los presos de la mayor fábrica de la muerte de la historia.
    La exposición, abierta hasta el 19 de noviembre y organizada con motivo del setenta aniversario de la conversión de Auschwitz en un museo, recoge también los originales de uno de los documentos más importantes del Holocausto, el llamado Cuaderno de bocetos de Auschwitz.
     Se trata de dibujos a lápiz en 22 pequeñas cuartillas que un preso anónimo escondió y que fueron encontrados en 1947 por un antiguo recluso, Jozef Odi, que ejercía como guardián del recién inaugurado museo.
     El autor muestra la llegada de un transporte con deportados judíos, la separación de familias y el encaminamiento de las víctimas hacia las cámaras de gas.
     Era alguien que conocía todo el proceso del asesinato en Auschwitz. 

    "Los objetos creados ilegalmente por los presos eran muy importantes", explica la conservadora del Museo de Auschwitz, Agnieszka Sieradzka, comisaria de la muestra, autora de un libro titulado precisamente Lagermuseum.
     "No tenían nada: solo su uniforme, unos zapatos de madera, un gorro, una cuchara y un bol para la sopa, del que dependía su vida.
     El arte era algo que les convertía en humanos. No hay que olvidar que son dibujos realizados con materiales robados a los SS, con gran peligro". 
    Cualquier forma de arte o creación —se conservan también rosarios hechos con migas de pan, pequeñas tallas de madera— era una forma de resistencia, pero también de vida, de lucha contra el terror que pretendía anularles como seres humanos. "Todo imagen estaba prohibida", insiste Sieradzka. 
     "Al dibujar se jugaban la vida".

    Pero las pinturas que se conservan del campo nazi no reflejan solo el sufrimiento de los presos, sino también su explotación. Como escribe la conservadora en el catálogo de la muestra, "el arte, como la música que interpretaba la orquesta del campo, fue incorporada a la propaganda nazi y explotada por los SS con diferentes objetivos. 
    Estaba totalmente subordinada a una política determinada, pero también a los deseos individuales de los SS".
    Los presos fueron obligados a pintar murales propagandísticos para el comedor de sus asesinos, reflejando la más pura estética nazi, pero también cuadros de paisajes teutónicos o retratos que reflejaban la misma ideología racista y fanática en la que se basaba un lugar como Auschwitz. 
    También se conserva un documento especialmente espeluznante, seguramente dibujado por un Kapo —un preso que ayudaba a los SS, a cambio de privilegios, que normalmente eran conocidos por su crueldad—. 
    Se trata de un manual de comportamiento para los guardianes en forma de dibujos. 
    Muestra lo que hacen bien y lo que hacen mal: en un dibujo se ve a los guardias despistados, fumando, mientras un preso escapa (mal) y otro disparando contra todos los presos cuando alguien trata de escapar (bien).
     Parece una broma de mal gusto, pero es uno de tantos ejemplos de la "banalidad del mal": el manual circuló por la mayoría de los campos de concentración del Estado nazi.
    La muestra recoge también retratos de los presos —"Las caras cambiaban tan rápido que no las reconocías", escribió sobre ellos uno de sus autores, Wlodzimierz Siwierski, preso 4629, resistente polaco que pasó dos años en Auschwitz y sobrevivió a la guerra—, escenas de torturas y palizas, de las marchas bajo el frío a trabajar como esclavos, del barro que se multiplicaba por todas partes o de presos clasificando zapatos en Canadá, el nombre que recibía el lugar del campo donde llegaban todas las pertenencias de judíos enviados a las cámaras de gas (unas 870.000 personas fueron asesinadas a las pocas horas de llegar al campo de Auschwitz II, Birkenau).
    Sus autores son en algunos casos anónimos, pero en muchos otros están identificados y algunos sobrevivieron al nazismo para convertirse en artistas importantes, como Xawery Dunikowski (preso número 774) o Jan Komski (preso número 564 y 152.884, porque fue detenido dos veces, aunque sus captores nunca lo supieron).
     Komski emigró a Estados Unidos después de la guerra y trabajó como ilustrador para The Washington Post
    Algunos dibujos, como los bocetos, se encontraron después de la guerra, otros fueron sacados ilegalmente por la resistencia del campo.
     Todos ellos, los que sobrevivieron y los que no, los que conocemos y los anónimos, fueron capaces de crear algo más que arte, vida, en medio de la muerte.