Cuando nació, sus padres, en especial Francisco Rivera, hicieron todo lo posible por mantenerla en el anonimato.
Pero este lunes que cumple 18 años es portada de las revistas ¡Hola! y Semana,
que han adelantado sus números.
Nadie duda de que ha nacido una nueva
estrella para la prensa del corazón por la fama que atesora su familia y
porque ella misma quiere disfrutar de ella.
Cayetana Rivera Martínez de
Irujo es una joven que se parece mucho a su padre y, por tanto, a su
abuela Carmen Ordóñez pero que dicen tiene arrebatos de carácter muy
parecidos a su otra abuela, la duquesa de Alba.
De ella ha heredado su pasión por Sevilla, el flamenco y por los
caballos.
Tana, como la llaman en su familia, ha vivido hasta ahora en
Madrid con su madre pero a partir de ahora la joven pasará largas
temporadas en la capital andaluza, donde reside su padre con la nueva
familia que ha formado con Lourdes Montes.
Cuando la duquesa de Alba cumplió la mayoría de edad su padre
organizó una gran fiesta por todo lo alto para presentarla en sociedad. Lo mismo ocurrió con Eugenia Martínez de Irujo.
Y el mismo camino quería seguir Tana, que desde hace meses planeaba una
gran cita con 400 invitados en La Pizana, la finca que su madre heredó. Pero ha sido su padre quien ha echado por tierra sus planes. De momento
hoy festejará su cumpleaños en familia y luego con un grupo de amigos,
pero mucho más reducido. A medio plazo puede que llegue la fiesta.
En la decisión de no celebrar una gran puesta de largo parece que
están las malas notas de Tana. Suspendió en junio tres asignaturas, que
aprobó en septiembre, pero suspendió las pruebas de acceso a la
universidad. Este año académico para ella se queda en blanco a la espera
de una nueva convocatoria. Su deseo es estudiar Administración de
Empresas y Relaciones Internacionales pero sobre la mesa tiene varias
ofertas para ser imagen de algunas firmas y mucho dinero por medio. La portada de este lunes de Tana, abrazada a su padre, es toda una
declaración de intenciones. "Me encanta verte feliz, ver cómo te pareces
cada día más a tu abuela Carmen", dice el torero ya retirado de su hija. Rivera Ordóñez brindó el último toro de su carrera a su hija en la plaza de toros de Ronda. La lucha por la custodia de Tana supuso un cisma entre la familia Rivera Ordóñez y los Alba. La duquesa siempre declaró que Francisco Rivera
era su yerno favorito e hizo todo lo posible por la reconciliación del
matrimonio, roto en 2002, tras tres años y medio. Pero todo se truncó
cuando Rivera acudió a los tribunales porque deseaba pasar más tiempo
con su hija . Pasados los años, la relación se ha normalizado pero la
duquesa murió sin dirigir la palabra a su yerno. Eugenia Martínez de
Irujo también ha rehecho su vida con Narcís Rebollo, presidente de la compañía discográfica Universal.
Debía ser un nombre potente para que, por un lado, no quedara
sepultado por el ruido sociopolítico generado por el traslado de
Barcelona a Madrid de la sede editorial, y, por otro, para que
garantizara buenos números tras dos meses en que las ventas de libros
han caído en España un 25%.
Y la maquinaria del premio Planeta dio con la fórmula al otorgar la 66ª edición del galardón, con sus 601.000 euros de bolsa, al turolense Javier Sierra, sin duda el rey del thriller conspirativo español, con El fuego invisible, con el mítico Santo Grial como eje de la trama.
No olvidándose del otro
gran espectro de la lectura en España (las mujeres la practican en un
66,5%, casi 10 puntos más que los hombres), la finalista (que recibirá
150.250 euros) fue la madrileña Cristina López Barrio con Niebla en Tánger,
donde la monótona vida de una joven muda deviene en una trepidante
intriga tras acostarse una noche con un misterioso desconocido.
Dominador
de los códigos del género como solo pueden hacer clásicos como Dan
Brown, Sierra (Teruel, 1971) se ha labrado con poco más de media docena
de títulos un notabilísimo lugar bajo el sol del thriller de
enigmas con sustrato histórico, hasta el extremo de que le han llevado a
ser el único escritor español hasta la fecha que ha entrado en la lista
de los libros más vendidos en EE UU.
Fue en 2006, en sexta posición,
con la versión inglesa de La cena secreta (2004), título que, junto a El ángel perdido (2011), conforman las dos grandes tarjetas de presentación del escritor.
Dominador
de los códigos del género como solo pueden hacer clásicos como Dan
Brown, Sierra (Teruel, 1971) se ha labrado con poco más de media docena
de títulos un notabilísimo lugar bajo el sol del thriller de
enigmas con sustrato histórico, hasta el extremo de que le han llevado a
ser el único escritor español hasta la fecha que ha entrado en la lista
de los libros más vendidos en EE UU. Fue en 2006, en sexta posición,
con la versión inglesa de La cena secreta (2004), título que, junto a El ángel perdido (2011), conforman las dos grandes tarjetas de presentación del escritor. Sierra, al contar la trama de su ya octava novela, le dio un poco de emoción a la multitudinaria gala literaria
(unos 950 invitados) del premio mejor dotado de las letras españolas,
alejada del crispado clima sociopolítico que vive Cataluña por el
proceso secesionista y por la decisión, ejecutada el jueves, del Grupo Planeta de trasladar su sede social y fiscal a Madrid.
Las declaraciones del presidente del séptimo conglomerado editorial del
mundo, Josep Creuheras, en la tradicional rueda de prensa previa del
día anterior al fallo y la presencia como máximas autoridades políticas
de perfiles poco significados —a presidenta del Congreso, Ana Pastor, y,
por parte de la Generalitat, de los consejeros de Empresa y
Conocimiento y de Cultura, Santi Vila (amigo personal de Pastor de
cuando negociaban las infraestructuras) y Lluís Puig, respectivamente—,
desactivaron las expectativas de los más de 250 periodistas presentes y
facilitó que se rebajara notablemente la tensión. Como mandan los cánones, es un joven profesor e investigador universitario el protagonista de El fuego invisible .Afincado
en Dublín, pasa unos días en Madrid. Será aquí donde se verá envuelto
en peligrosas pesquisas que le llevarán a seguir el rastro del mítico
Santo Grial. “El fuego invisible es la fuerza de la palabra”, resumió
Sierra, que aseguró que la novela “gira en torno a una palabra inventada
en el siglo XII: Grial. Y de la pregunta de dónde vienen las ideas”. Un ritmo narrativo trepidante y una tremenda erudición sobre el tema (el autor suele haber estado in situ
en los lugares donde transcurren sus tramas) marcan una novela que en
realidad engarza con el sello Sierra, bien definido ya en 1998, cuando
debutó con La dama de azul donde, utilizando la figura de la
monja del siglo XVII María Jesús de Ágreda, detenida por la Inquisición,
juega con sus famosas bilocaciones para urdir una trama con espías
psíquicos de la CIA y expertos del Vaticano. El éxito que se intuía en Las puertas templarias (desde su aparición, en 2000, ha estado ininterrumpidamente en librerías) se ratificó con La cena secreta, que construyó a partir de unos supuestos mensajes crípticos en el lienzo de La última cena de Da Vinci y que le lanzó mundialmente a la fama, publicándose en 42 países y vendiendo más de tres millones de ejemplares.
Investigador de enigmas
En 2011, con El ángel perdido (11 meses, 55 ciudades y siete
países para la promoción de la historia de una restauradora de la
catedral de Santiago de Compostela que se ve atrapada por una trama
internacional a partir de dos antiguas piedras con poderes
sobrenaturales) no hizo más que crecer la fama de quien empezó su
trayectoria como periodista y con especial debilidad por los enigmas del
pasado. Ello le llevó a dirigir la gran revista española sobre el tema,
Más allá de la ciencia, con solo 27 años y a colaborar asiduamente en el espacio televisivo de Iker Jiménez Cuarto milenio. Llegó incluso a tener espacio propio, Arca secreta, en Antena 3 TV. Esa afición se tradujo también en algunos libros de ensayo, como Roswell: secreto de Estado
(en realidad, su primer título, de 1995, donde defendió con polémica la
ocultación por EE UU de unas pruebas con supuestos extraterrestres). El maestro del Prado (2013), sobre un hombre que desvela misterios en los cuadros de la pinacoteca madrileña, y La pirámide inmortal
(obra basada en una anterior suya sobre la estancia de Napoleón en el
interior de Keops) completan la bibliografía de ficción de quien ha sido
calificado como el Dan Brown español, pero mejor documentado. En las antípodas de esa trayectoria se coloca la finalista, la abogada y
escritora Cristina López Barrio (Madrid, 1970) que, si bien debutó en
la literatura juvenil, ha encontrado un equilibrio entre el ritmo
trepidante investigaciones con el retrato psicológico femenino. Lo hizo
ya en su debut en la narrativa adulta con La casa de los amores imposibles (2010, traducido a 15 idiomas) sobre una saga de mujeres condenadas a sufrir de amor, siguió el hilo en El cielo en un infierno cabe (2013) y Tierra de brumas (2015) y lo repite en la obra finalista Niebla en Tánger,
donde una joven de vida anodina, tras acostarse con un hombre, se ve
envuelta en una misteriosa trama. La única pista de su amante se la da
la novela que se dejó en la mesilla de noche, que irá coincidiendo con
la vida real de aquel. “Es algo muy cercano a mi historia, un viaje
emocional de una mujer en crisis que se busca a sí misma”.
Una
exposición recoge algunas de las 2.000 obras producidas en el campo nazi
de exterminio, que llegó a tener un museo con dibujos encargados por
los guardianes.
Con Auschwitz se acabó la poesía, escribió el filósofo alemán Theodor Adorno,
pero no el arte. Los presos de este campo de concentración y exterminio
nazi construido por Alemania en Polonia produjeron al menos 2.000 obras
de arte, en algunos casos dibujos a carboncillo con materiales robados a
sus guardianes que describían el horror de su vida cotidiana; en otros,
encargos de los SS, que llegaron a mantener un museo en las instalaciones donde fueron asesinadas 1,1 millones de personas, el llamado Lagermuseum. Una exposición en Cracovia, ciudad polaca situada a unos 70 kilómetros del campo nazi, Face to face. Art in Auschwitz, reúne por primera vez la pintura y los dibujos creados por los presos de la mayor fábrica de la muerte de la historia. La exposición, abierta hasta el 19 de noviembre y organizada con motivo del setenta aniversario de la conversión de Auschwitz en un museo, recoge también los originales de uno de los documentos más importantes del Holocausto, el llamado Cuaderno de bocetos de Auschwitz. Se trata de dibujos a lápiz en 22 pequeñas cuartillas que un preso
anónimo escondió y que fueron encontrados en 1947 por un antiguo
recluso, Jozef Odi, que ejercía como guardián del recién inaugurado
museo. El autor muestra la llegada de un transporte con deportados
judíos, la separación de familias y el encaminamiento de las víctimas
hacia las cámaras de gas. Era alguien que conocía todo el proceso del
asesinato en Auschwitz.
"Los objetos creados ilegalmente por los presos eran muy importantes",
explica la conservadora del Museo de Auschwitz, Agnieszka Sieradzka,
comisaria de la muestra, autora de un libro titulado precisamente Lagermuseum. "No tenían nada: solo su uniforme, unos zapatos de madera, un gorro,
una cuchara y un bol para la sopa, del que dependía su vida. El arte era
algo que les convertía en humanos. No hay que olvidar que son dibujos
realizados con materiales robados a los SS, con gran peligro". Cualquier
forma de arte o creación —se conservan también rosarios hechos con
migas de pan, pequeñas tallas de madera— era una forma de resistencia,
pero también de vida, de lucha contra el terror que pretendía anularles
como seres humanos. "Todo imagen estaba prohibida", insiste Sieradzka. "Al dibujar se jugaban la vida".
Pero las pinturas que se conservan del campo nazi no reflejan solo el
sufrimiento de los presos, sino también su explotación. Como escribe la
conservadora en el catálogo de la muestra, "el arte, como la música que
interpretaba la orquesta del campo, fue incorporada a la propaganda
nazi y explotada por los SS con diferentes objetivos. Estaba totalmente
subordinada a una política determinada, pero también a los deseos
individuales de los SS". Los presos fueron obligados a pintar murales propagandísticos para el
comedor de sus asesinos, reflejando la más pura estética nazi, pero
también cuadros de paisajes teutónicos o retratos que reflejaban la
misma ideología racista y fanática en la que se basaba un lugar como
Auschwitz. También se conserva un documento especialmente espeluznante,
seguramente dibujado por un Kapo —un preso que ayudaba a los SS, a
cambio de privilegios, que normalmente eran conocidos por su crueldad—. Se trata de un manual de comportamiento para los guardianes en forma de
dibujos. Muestra lo que hacen bien y lo que hacen mal: en un dibujo se
ve a los guardias despistados, fumando, mientras un preso escapa (mal) y
otro disparando contra todos los presos cuando alguien trata de escapar
(bien). Parece una broma de mal gusto, pero es uno de tantos ejemplos
de la "banalidad del mal": el manual circuló por la mayoría de los
campos de concentración del Estado nazi. La muestra recoge también retratos de los presos —"Las caras
cambiaban tan rápido que no las reconocías", escribió sobre ellos uno de
sus autores, Wlodzimierz Siwierski, preso 4629, resistente polaco que
pasó dos años en Auschwitz y sobrevivió a la guerra—, escenas de
torturas y palizas, de las marchas bajo el frío a trabajar como
esclavos, del barro que se multiplicaba por todas partes o de presos
clasificando zapatos en Canadá, el nombre que recibía el lugar del campo
donde llegaban todas las pertenencias de judíos enviados a las cámaras
de gas (unas 870.000 personas fueron asesinadas a las pocas horas de
llegar al campo de Auschwitz II, Birkenau). Sus autores son en algunos casos anónimos, pero en muchos otros están
identificados y algunos sobrevivieron al nazismo para convertirse en
artistas importantes, como Xawery Dunikowski (preso número 774) o Jan
Komski (preso número 564 y 152.884, porque fue detenido dos veces,
aunque sus captores nunca lo supieron). Komski emigró a Estados Unidos
después de la guerra y trabajó como ilustrador para The Washington Post. Algunos dibujos, como los bocetos, se encontraron después de la guerra,
otros fueron sacados ilegalmente por la resistencia del campo. Todos
ellos, los que sobrevivieron y los que no, los que conocemos y los
anónimos, fueron capaces de crear algo más que arte, vida, en medio de
la muerte.