Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 oct 2017

Una histórica reunión................................ Boris Izaguirre

La imagen de cinco mujeres históricamente reunidas, símbolos de la independencia del machismo, ante la de varios caballeros arrastrándonos a un lío histórico.

 

DUI: Declaracion Unilateral de Independencia en Cataluña
Carles Puigdemont y su gobierno tras el referéndum ilegal celebrado el 1 de octubre en Cataluña. Jordi Bedmar Pascual
Mira que son feos y mal vestidos-as. Y ahora que se les irá Zara, bueno el mundo de inditex ¿Dónde se vestirán ellos y ellas? Parecen uniformados en el mal gusto y los pelos? Han visto como van peinados, menos el rapado? ¿En que se gastan el dinero? a Llongueras no creo que vayan, aunque un susto te puedes llevar....No hay peluqueros independentistas Modernos? 
No sé si pueden ir al Corte Inglés o a Cortefield pero siempre hay promociones....AHHHH!! que igual ya han sacado sus centros y andan por España buscando acomodo...Pues chicos una vida sin maquillaje un buen corte de pelo un sencillo vestido o traje te cambian mucho, pero claro tendrán que ir a Valencia a comprarlo....no sé ...
Un poco mareado de tantas banderas y discursos, decidí revisar unilateralmente el momento final del reciente desfile de Versace en el que la diseñadora de la firma, Donatella, salió acompañada de las cinco mujeres que impusieron en el mundo el término top model. 
Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helen Christensen aparecieron deslumbrantes, icónicas, colocadas en pedestales, en plan diosas pero también como héroes de una patria llamada Moda.
Y una vez que Donatella echó a andar, cada una de ellas ayudó a la siguiente a incorporarse a la pasarela y desfilar como si avanzaran en la historia, entre ovaciones, emoción desbordada, lágrimas en los ojos.
 Las vi como superhéroes que habían conseguido burlar los peores enemigos de la mujer activa: la edad y el sobrepeso. Cada una de ellas avanzaba representando una nacionalidad, Bruni es italiana exiliada en Francia y, además, ha sido primera dama de la República.
 Schiffer es alemana, exnovia de un mago, musa de otro mago llamado Lagerfeld.
 Naomi es negra y británica.
 Cindy morena, con lunar, estadounidense, y Christensen tiene padre danés y madre boliviana. 
Me di cuenta de que las top models fueron la primera imagen global, una versión glamurosa de la publicidad de Benetton.
 Son las mamás de Instagram, donde no importan las nacionalidades sino quién seas o en quién consigues convertirte.
Bravo por Versace.
 El desfile y la colección rendían un homenaje al diseñador, fallecido hace veinte años
Mientras el quinteto avanzaba se escuchaba Freedom de George Michael, uno de los himnos de los años noventa y en cuyo vídeo Linda Evangelista parecía apoderarse de la identidad de Michael y ser ella la cantante. 
Pero Linda no estuvo presente en la pasarela, y esa ausencia generó todo tipo de comentarios, ya que Evangelista fue la más top model, la más camaleónica, la más cambiante de rasgos y peinados. 
Y continuó cambiando hasta que hace días no fue incluida en el quinteto porque ha engordado y, por ello, no cumple con la idea de que los cincuenta son los nuevos treinta que representan las elegidas por la excluyente actitud de Donatella.
 Estoy en el batallón de los que habría preferido ver a Evangelista desfilar junto a sus compañeras, dando una imagen de unidad.
 Me irrita que la casa Versace no haya ofrecido una alternativa negociada a su llamativa ausencia.
Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helena Christensen, en el desfile de Versace en París.
Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helena Christensen, en el desfile de Versace en París. Getty
 
Siempre me identifiqué con Linda más que con las elegidas. 
Después, cuando conocí a Cindy en Crónicas sentí que hablaba como una abogada cara con una dicción impecable.
 “Tienes mucha actitud”, me dijo. 
A Naomi la conocí en un programa de Isabel Gemio y me dio un beso en la boca largo y cariñoso, muy Velvet, pese a que en ese momento la juzgaban por haberle tirado un teléfono a la cabeza a una asistente.
 Carla me concedió una entrevista telefónica en la que hablaba tan en susurros que reconocí que había heredado la sordera de mi padre y entonces habló todavía más quedo. Carla, que visitó España como cantante y primera dama francesa, debería volar a Barcelona y calmarlo todo con sus canciones.
 Claudia Schiffer inauguró un Fashion Café en Barcelona en 1996, plena era Pujol. 
Y en una cena madrileña para Christensen, posterior a su exposición de fotos sobre carreteras a oscuras, me sentaron a su lado.
 Me preguntó cómo siendo venezolano tenía nombre ruso y yo quise saber qué era lo más boliviano de su belleza. “Mi manera de pensar”, me dijo. 
 
Observándolas en ese desfile triunfal me di cuenta de que las conozco mejor que a los líderes top de la independencia catalana. 
Y es que la imagen del quinteto precedió a la que ofreció el Govern arropando a Puigdemont durante el anuncio de los resultados del 1 de octubre.
 Eran más de cinco pero, por necesidad técnica, los informativos achicaron la imagen y solo veíamos a Puigdemont con cinco varones. 
Tal y como están las cosas, no creo que alguien haya querido rendir un velado homenaje al quinteto de top models, pero sí podemos comparar ambas imágenes.
 La de cinco mujeres históricamente reunidas, símbolos de la independencia del machismo, y otra de varios caballeros arrastrándonos a un lío histórico. 
Mi marido, que mantiene fantástico peso y humor, me hace ver que mientras el Banco Sabadell cambia de sede, el premio Planeta resiste convocando para la semana que viene en Barcelona.
 Espero que acudan todas las top models. 
 Linda incluida.
 

El absurdo avanza......................................Juan José Millás



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IMAGINEMOS UNA reunión del Colegio de Arquitectos presidida por este eslogan: “Somos arquitectos”.
 Quien dice una reunión de arquitectos dice un congreso de poetas o un simposio de médicos.
 Suena un poco raro, ¿no?, que se señale lo evidente
. Podemos admitirlo en esas reuniones de vecinos celebradas en los salones de un hotel: “Asamblea de vecinos de la calle Tal, número cual”.
 Ahí sí se entiende porque uno puede equivocarse de sala y votar una derrama que no le corresponde. 
 Ahora bien, si la directiva del PSOE se reúne y los periodistas están viendo los rostros (conocidísimos) de sus dirigentes y han acudido a su sede convocados por el mismo PSOE, ¿qué sentido tiene ese cubo del primer plano de la foto donde se afirma que son la izquierda? ¿Acaso hay alguna duda?
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 Y, de haberla, ¿en la cabeza de quién está: en la de los que presiden la reunión o en la de los ciudadanos que al día siguiente tropezaríamos con esta imagen en las páginas de los periódicos? Hay algo oscuro en esa información que casi se nos pasa por alto, algo que se dirige a nuestro inconsciente más que a nuestro encéfalo.
 No logramos imaginar una reunión del PP, presidida por el mismísimo Rajoy, a cuya entrada figurara en grandes caracteres el lema “Somos la derecha”. 
Está claro que son la derecha, los votantes lo hemos sabido siempre y Rajoy también.
 ¿A qué abundar en lo obvio? ¿Acaso no resulta indiscutible que el PSOE es la izquierda? 
Debe de haber por fuerza en esas tres palabras un mensaje oculto al que curiosamente no hizo alusión ningún editorial de la fecha. 
El absurdo avanza.
 Nos rodea.

El deseo de ser otro...................................Rosa Montero

Creo que la gente se puede dividir entre aquella a la que desasosiega pernoctar en un hotel y aquella a la que produce una sensación de libertad.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
BUSCANDO INFORMACIÓN en Internet para una novela que estoy escribiendo me he topado con un dato que me ha dejado turulata: cada día desa­parecen en España alrededor de 38 personas. Lo que supone un total de 14.000 al año. 
De 140 de ellas no volveremos a saber nada nunca más.
 Desde que, en 2010, se creó el registro de PDyRH (Personas Desaparecidas y Restos Humanos: qué nombre tan ominoso), ha habido más de 121.000 denuncias; 4.000 de los casos siguen sin resolverse.
 ¿Cómo es posible que en esta sociedad hiperconectada puedan evaporarse tantísimas personas?
 Amedrenta imaginar un submundo de mafias, trata de blancas, tráfico de órganos.
 O trágicos accidentes y suicidios en lugares inaccesibles: montañas, acantilados. 
O, ya desbarrando, agujeros negros capaces de transportarte a otro universo o pingües empresas clandestinas especializadas en proporcionar nuevas identidades (a decir verdad, esto último puede que exista). 
Pido perdón si mis palabras parecen frivolizar un tema tan terrible como éste: pocas cosas debe de haber más dolorosas que el hecho de no volver a saber de alguien, ignorar qué ha sido de esa persona, no poder cerrar jamás la candente herida de su pérdida. 
Pero es que la cifra me ha parecido tan elevada que se me ha disparado la cabeza.

Supongo que en la mayoría de los casos lo que subyace es el afán de escapar de sus propias vidas.
 ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo poderoso de ser otro, de huir de uno mismo y empezar de cero?
 Venimos al mundo pletóricos de posibilidades, con un sinfín de caminos abiertos a nuestro alrededor; y luego el tiempo, jardinero loco, se encarga de ir podando los brotes tiernos de nuestras otras vidas potenciales, hasta dejarnos encerrados en la rama pelada de lo que somos.
 Ser sólo uno en ocasiones asfixia.
 También por eso leemos novelas, vemos películas, vamos al teatro: para experimentar de manera virtual otras existencias.

¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo poderoso de ser otro, de huir de uno mismo y empezar de cero?
Uno de mis cuentos favoritos, Wakefield, de Nathaniel Hawthorne, expresa de manera magistral esta ansia de no seguir siendo lo que eres.
 Un respetable burgués del siglo XIX sale un día de casa para un recado nimio y no vuelve a ser visto en muchos años.
 Pero lo más grandioso es que alquila un piso enfrente de su antiguo domicilio y pasa todo ese tiempo espiando el dolor de sus familiares, el exacto contorno que ha dejado su ausencia. 
El relato no lo explica, por supuesto (por eso es tan bueno), pero supongo que, cuando al fin regresa, es porque ya ha conseguido convertir su antigua vida en la vida de Otro.
Yo no soy tan escapista como Wakefield, pero no puedo evitar imaginarme siendo otra persona, un salto mental que hago de manera involuntaria todo el rato y que no tiene nada que ver con el hecho de envidiar una vida bella, sino, supongo, con la necesidad de salir del encierro de ti mismo.
 Por ejemplo, contemplo de pasada un cartel de Se vende en un balcón de un triste edificio junto a una fea y mustia estación de tren, y de pronto me digo: ¿y si yo estuviera viviendo ahí? ¿Y si me hubiera pasado treinta años mirando pasar los trenes y escuchando su fragor hasta dejar de oírlo?
 O descubro en el norte de Escocia una granja remota con un hilo de humo en la chimenea, y al instante me veo en esa cocina junto al perfumado fuego de turba, protegida por fríos muros de piedra de la dura, bella y sublime soledad que atisbo cada día por el ventanuco. Seguramente por todo esto escribo novelas. 

Y seguramente también por eso me gustan los hoteles.
 Creo que la gente se puede dividir entre aquella a la que desasosiega pernoctar en un hotel y aquella a la que eso le produce una sensación de libertad. 
Dormir solo en un cuarto desconocido e impersonal es la manera más fácil de ser otro, o al menos de no ser nadie. 
En ese espacio carente de futuro y de memoria puedes quitarte momentáneamente el peso de tu vida como quien se quita una chaqueta y, tras vivir unas breves vacaciones de ti mismo, regresar con alivio y placer a tu yo y a tu madriguera.
 Pero para algunos no debe de ser tan sencillo: Wakefield pasó años fuera de sí.
 Quién sabe, puede que los que desaparecieron para siempre estén buscando aún el camino de vuelta.


Jueces de los difuntos.......................................Javier Marías....

Las actuales sociedades pretenden ser impolutas y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas.

Javier Marías
PARECE QUE LOS políticos no tengan otra cosa que hacer que cambiar los nombres de las calles y retirar estatuas, placas y monumentos. 
Mientras algunas ciudades se degradan día a día (el centro de Madrid está aún más asqueroso que bajo Gallardón y Botella, que ya es decir), los munícipes y sus asesores las desatienden y se entretienen con ociosidades diversivas, es decir, maniobras
llamativas con las que disimulan sus gestiones pésimas y sus frecuentes cacicadas.
 En España hay larga tradición con este juego.
 Durante la República se cambiaron nombres, más aún durante la Guerra, el franquismo fue una apoteosis (hasta se cargó los cines y cafeterías “extranjerizantes”, el Royalty pasó a ser el Colón, etc), y durante la Transición, más discretamente, se recuperaron algunas antiguas denominaciones (por fortuna, Príncipe de Vergara volvió a ser esa calle y no la del nefasto General Mola, conspicuo compinche de Franco). 

Pero ahora, sin que haya variado el régimen democrático, a ciertos políticos y a ciertas gentes les ha dado un ataque de pureza con el asunto, y no sólo aquí, sino en los Estados Unidos y en Francia, y no digamos en Sabadell, donde un pseudohistoriador considera a todo español impuro y ha propuesto suprimir del callejero a Machado, Quevedo, Calderón, Lope, Larra y no sé cuántos impostores más, a unos por “franquistas”, a otros por “anticatalanes” y a otros simplemente por “castellanos”. 
Huelga decir que entre los primeros, con anacrónico rigor, contaba a Góngora, Lope y Quevedo.
 Pero, más allá de este lerdo y xenófobo individuo y de su lerdo y xenófobo Ayuntamiento que le encargó el proyecto, hemos entrado en una dinámica tan absurda como imparable. 
Las actuales sociedades pretenden ser impolutas (cuando no lo son en modo alguno) y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas.
 Una cosa es que haya calles y plazas dedicadas a asesinos como Franco y sus generales, Hitler y sus secuaces o Stalin y los suyos. Se trata de individuos que lo único notable que hicieron fue sus crímenes.
 Pero hay otra mucha gente compleja o ambigua, imperfecta, a la que se rinde homenaje por lo bueno que hizo y a pesar de lo malo. 
Se tiende estúpidamente, además, a juzgar todas las épocas por los criterios de hoy, como si los muertos de pasados siglos hubieran debido tener la clarividencia de saber qué sería lo justo y correcto en el XXI.
 Alguien que en el XVII o en el XVIII poseía esclavos no era por fuerza un desalmado absoluto, como sí lo es quien hoy los posee o los que pregonan la esclavitud, el Daesh.
 ¿Que en el XVIII había ya algunos abolicionistas (Laurence Sterne uno de ellos)? Sí, pero se los contaba con los dedos de las manos. En Francia se habla de retirarle todo honor a Colbert, que cometió pecados, pero también fue un Ministro extraordinario y un valedor de las artes y las ciencias.
 Si nos pusiéramos a analizar con minucia las vidas de cada cual (no ya de políticos y militares, sino de escritores y artistas, en principio más sosegados), nunca encontraríamos a nadie sin tacha. Téngase en cuenta, además, que desde hace décadas el hobby de los biógrafos es “descubrir” lacras, escándalos y turbiedades en sus biografiados.
 Este era machista, aquel abandonó a su mujer, el otro maltrató o acomplejó a sus hijos; Neruda y Alberti escribieron loas a Stalin, D’Annunzio fue mussoliniano una época, Lampedusa era aristócrata, Heidegger simpatizó con el nazismo, Ridruejo fue falangista, Cortázar y Vargas Llosa apoyaron la dictadura de Castro un tiempo, García Márquez hasta su último día, Sartre no se inmutó ante los asesinatos en   masa de Mao, Pla y Cunqueiro estuvieron conformes con Franco.
 Pero si todos esos escritores tienen calles en algún sitio, no es por esos lamparones, sino pese a ellos y porque además lograron buenos versos o prosas o filosofías.
 Y algunos rectificaron a tiempo y abjuraron de sus errores. Si se hurga en lo personal, estamos perdidos.
 Quizá el mejor poeta del siglo XX, T. S. Eliot, se portó dudosamente con su primera mujer, Vivien. 
No digamos el detestado Ted Hughes con las dos suyas. 
Si alguien los homenajea no elogia esos comportamientos, sino sus respectivas grandes obras y el bien que con ellas han hecho.
 En mi viejo libro Vidas escritas recorría brevemente las de veintitantos autores, entre ellos Faulkner, Conan Doyle, Conrad y Stevenson, Emily Brontë, Mann, Joyce, Rimbaud, Henry James, Lowry y Nabokov.
 La mayoría fueron calamitosos, algunos desaprensivos, muchos egoístas y unos cuantos fatuos hasta decir basta. ¿Y qué? No se los honra por eso. 
 Si uno observa al microscopio a los benefactores de la humanidad, como Fleming, probablemente encontrará alguna mancha. 
Como la tienen, a buen seguro, cuantos hoy, erigidos en arrogantes jueces de los difuntos, se empeñan en “limpiar” sus callejeros y sus estatuas. 
Desde que tengo memoria, no recuerdo una sociedad tan hipócrita y puritana como la actual, ni tan sesgada.
 Más vale que recurra a los números para distinguir las calles, o a la antigua usanza inofensiva: Cedaceros, Curtidores, Milaneses, ya saben. Éstas, en Madrid, aún existen.Porque son o eran Artes y Oficios.