Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 sept 2017

La increíble historia de Gloria Grahame: la diva de Hollywood que no murió en Liverpool


Una película narra el desgarrador romance de la actriz ganadora del Óscar, interpretada por Annette Bening, en sus últimos años de vida. 

Gloria Grahame
La historia de una de las grandes musas del Hollywood de los 50 llega ahora a la pantalla. Foto: Cordon Press

“Amor. Justo como en las películas”. 
El eslogan publicitario que aparece en el primer cartel de la cinta Film Stars Don´t Die in Liverpool (Las estrellas de cine no se mueren en Liverpool) no deja lugar a la confusión. 
Lo que se cuenta, o se aspira a contar, es lo que aquí definiríamos como “un romance de cine”. Tiene todos los ingredientes clásicos del pastiche para mantenernos inmóviles frente a la pantalla: la celebridad internacional y el anónimo provinciano, la mujer mayor y el hombre joven, una enfermedad fatal… 
Como tantas otras veces en la ficción, Gloria Grahame protagonizó en la década de los 70 una historia que rompió tabúes, siendo recuperada ahora por el director Paul McGuigan.
 Otra diva contemporánea como Annette Bening se pone en la piel de la ganadora del Óscar por Cautivos del mal y, según la crítica, puede que este papel le otorgue por fin la estatuilla que tanto se le resiste.
 Si creías que Bette Davis y Joan Crawford eran las únicas musas del blanco y negro que volverían a brillar en la pantalla, sigue leyendo.

Gloria Grahame
Gloria Grahame y su intérprete en la ficción, Annette Bening. Foto: Agencias

La de Grahame fue una carrera tan relevante como olvidada hoy en día.
 Diva del Hollywood dorado, femme fatale por excelencia y musa, entre otros, del cineasta Nicholas Ray (Rebelde sin causa), que también fue su esposo. 
Uno de los cuatro que le pusieron un anillo en el dedo, siendo el último su propio hijastro, Anthony Ray.
 Su magnetismo lo resumió como nadie el personaje que interpretaba Humphrey Bogart, compañero de elenco en En un lugar solitario
“Nací cuando ella me besó, morí el día que me abandonó y viví el tiempo que me amó”. La actriz construyó una carrera como respuesta contestataria a la ingenuidad de Marilyn y, al igual que tantas otras antes y después, fue jubilada de forma prematura por la dictadura sexista que sigue rigiendo la meca del cine. 
 Su última etapa profesional la pasó sobre las tablas, a medio camino entre Los Ángeles (donde residían sus cuatro hijos) y Londres.
 Allí tenía como vecino a un actor de medio pelo, que a sus veintisiete años de edad no conseguía triunfar. 
“Sus movimientos eran rítmicos y resbaladizos. Su voz distintiva y su rostro familiar. 
Ella no vestía ropa cara, solo su habitual camiseta y unos pantalones vaqueros.
 Me cautivó. Me deslumbró su estilo”, escribió Pete Turner, el vecino, en la biografía que da nombre a la película. 
Gloria Grahame
Gloria Grahame y Humphrey Bogart, pareja protagonista de ‘En un lugar solitario’. Foto: Getty
Era 1979 y las casi tres décadas de diferencia entre ambos no fueron un obstáculo para que la improbable pareja, la estrella de Hollywood y el amateur de Liverpool, se mantuviera como tal.
 Su “Glo” le descubrió las bondades y lujos de las grandes urbes de Estados Unidos hasta que un día, sin previo aviso, esta cortó todo contacto.
 Después de varios meses en los que el aspirante a actor rehízo su vida, la intérprete volvió a llamarle para confesarle que el motivo de la ruptura era una importante enfermedad. 
No quería ser una carga.
 Sufría un cáncer de mama con metástasis en el estómago que un doctor negligente había empeorado causándole una infección al intentar extraerle líquido del cuerpo. 
Grahame desoyó los consejos médicos y rechazó cualquier tratamiento. 
Prefería pasar sus últimos días en otra parte.

Gloria Grahame

Gloria Grahame
Gloria Grahame y Humphrey Bogart, pareja protagonista de ‘En un lugar solitario’. Foto: Getty

Gloria Grahame
Turner acudió a la llamada de auxilio.
 La recogió del hotel en el que residía mientras ensayaba su última obra de teatro en Londres.
 Volvió con ella a Liverpool, su ciudad natal, donde él y su familia se hicieron cargo de los cuidados. 
 Pero como anuncia el título, ese no es el lugar idóneo para enterrar a una estrella de cine. 
El que sería su último amor conocido avisó a los hijos de esta para que la llevaran de vuelta a Estados Unidos. 
Solo tres horas después de que el avión comercial que transportaba a la actriz tomara tierra en el aeropuerto JFK de Nueva York, Gloria Grahame falleció.
 Justo como en las películas. 

 

 

Vuelve el bulo de Meryl Streep, la foto en el metro y el “demasiado fea”

La imagen de la actriz tras una audición fallida a los inicios de su carrera vuelve a hacerse viral pese a que se demostró que era falsa hace dos años.

Meryl Streep
La imagen no concuerda con la fecha real del casting de King Kong. Foto: Facebook
 

Hace dos ya se hizo viral

Y desde hace un par de días, por iniciativa de una cuenta de un fan del artista Banksy (aunque muchos crean que es el auténtico, es un seguidor que acumula casi dos millones de followers en Twitter), ha vuelto a extenderse por las redes el bulo de la foto de Meryl Streep volviendo en metro de Nueva York en los 70 tras, supuestamente, una audición en la que la rechazaron por ser “demasiado fea” para actuar en King Kong.

El pie de foto la imagen, tomada de una cuenta de Facebook de seguidores de Meryl L. Streep que se subió el 10 de noviembre de 2015 y que supuestamente cita palabras textuales de la artista dice:

 “Esta soy yo volviendo a casa tras una audición para King Kong en la que me dijeron que era demasiado ‘fea’ para el papel.

 Fue un momento trascendental para mí. Aquella malintencionada opinión podía haber roto mis sueños de convertirme en actriz o forzarme a recomponerme y a creer en mí misma.

 Tomé aire y dije: ‘Siento que pienses que soy demasiado fea para tu película pero la tuya es sólo una opinión entre miles. Hoy tengo 18 nominaciones al Oscar”. 

Pero ni la cuenta que lo firmó en su día es de Meryl Streep, ni la imagen se corresponde con el día de la supuesta audición, ni Meryl Streep ha dicho esa frase literalmente. 

Tal y como explicó Anne Helen Petersen al desmentir el bulo en 2015, Streep explicó en enero de 2015 en The Graham Norton show una anécdota similar donde narró cómo antes de hacerse famosa intentó hacerse con el papel protagonista de King Kong, que consiguió finalmente Jessica Lange (aquí el vídeo). 
 Era 1976, el hijo de Dino de Laurentiis había visto a Streep en un obra de teatro y decidió presentársela a su padre, productor de King Kong, para la película.
 Al verla entrar su despacho, según recuerda la propia actriz en el vídeo, De Laurentiis (padre) dijo que era demasiado brutta (fea), a lo que ella contestó, también en italiano: “Siento no ser lo suficientemente guapa para estar en King Kong“.
Ni las palabras coinciden ni la foto se tomó cuando volvía del despacho de De Laurentiis.
 La imagen se tomó cinco años después de incidente, en 1981. Es una instantánea tomada por Ted Thai y sí, ya había ganado un Oscar por Kramer contra Kramer
Por cierto, Streep ya no acumula 18 nominaciones. Son 20 y son tres oscars.

Patti Smith, el poder de la poesía y la música frente a la muerte

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Patti Smith: Dream of Life, 2008. Imagen: Clean Socks / Thirteen / WNET.

«Elegie» fue grabada el 18 de septiembre de 1975, el mismo día en el que, cinco años antes, murió Jimi Hendrix.
 Con esta canción, un acto profético que no fue ni fruto del azar ni tampoco del capricho, Patti Smith cerraba Horses.
 «Trompetas, violines, los escucho en la distancia / Y mi piel emite un rayo, pero creo que es triste, muy malo / que nuestros amigos no puedan estar hoy con nosotros».
 Su voz y el piano de Richard Sohl atravesando la niebla de pesar que deja a su paso la muerte de quienes nos importan. 
Desde el regreso de Smith a los escenarios en 1995, la balada ha sonado esporádicamente en sus conciertos —especialmente en aquellos en los que se interpreta Horses al completo— para recordar a aquellos que ya no están.
 Héroes a los que admiró en su juventud, como Brian Jones, pero también maestros con los que compartió la vida y la creación, y a quienes ha visto morir. Robert Mapplethorpe, Lou Reed, Jerry Garcia, Fred «Sonic» Smith.

Iluminaciones
Prácticamente desde el principio de su carrera, antes incluso de grabar aquel primer álbum, Patti Smith ya lamentaba la ausencia eterna de quienes habían alimentado su espíritu y su talento. 
Cantó apasionadamente a la fraternidad y al amor romántico en canciones como «Kimberly» y «Because the Night», y su obra es una inextinguible celebración de la vida y el arte. 
Por eso mismo, la muerte del artista, está tan presente en sus versos.
 Su obra se estremece por la ausencia de creadores prodigiosos, como Jim Morrison, que según Smith fue «lo más cercano que un músico de rock & roll había estado de ser un artista».
 En 1972, durante una visita a su tumba parisina, tuvo una revelación:
 «Me senté allí durante un par de horas. Estaba cubierta de barro y temía moverme. 
De repente todo se terminó. Ya daba igual. Cruzando mi cráneo había nuevos planes, nuevos sueños, nuevos viajes, sinfonías, colores. 
Solo quería irme de allí, volver a casa y hacer mi propio trabajo. Enfocar mi proyector sobre mi ritmo interior». 
Smith escribió la canción «Break It Up» inspirándose en el líder de The Doors.
 También sería el punto de partida de un artículo publicado en Creem en 1975 bajo el título «Jukebox Cruci-fix» en el que reflexionaba sobre el sentido último de las más célebres defunciones del rock & roll:
 «Me niego a creer que Hendrix tuviera la última mano poseída, que Joplin tuviera la última garganta ebria, que Morrison tuviera la última mente iluminada.
 No se deslizaron sus pieles ni se disolvieron por siempre para nosotros para hibernar en rockolas póstumas».

Patti Smith, el poder de la poesía y la música frente a la muerte

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Muerte de Brian
Desde sus inicios como poetisa, Patti Smith conjuró los nombres que la inspiraron y empujaron a buscar su propia voz. 
Admiró a escritores, actrices, poetas, pintoras, iconos. Modigliani, Genet, Pollock, Edie Sedgwick, Rimbaud, Jeanne Moreu, Frida Kahlo, Anna Karina.
 Además, intuyó que el cada vez más poderoso rock & roll —que la contagió de niña, cuando su padre veía el Ed Sullivan Show en la televisión— albergaba una nueva forma de arte, a través de la cual algunos de aquellos trovadores eléctricos —con Dylan a la cabeza— estaban destinados a crear una nueva forma de poesía, simple pero inquebrantable, culta y popular a la vez.
 Se enamoró de los Stones
De los gestos de Mick Jagger, del rostro canallesco de Keith Richards, de la diabólica belleza de Brian Jones.
 Durante el verano de 1969 estando con su hermana Linda en París, comenzó a tener una serie de sueños recurrentes.
 En aquellas visiones, el ya exmiembro de Rolling Stones se encontraba siempre bajo una terrible amenaza donde el agua era un elemento omnipresente. 
Patti convenció a Linda para adelantar su regreso a la capital —estaban en una granja en las afueras— e intentar avisar a quien fuese —en aquel momento, Smith no era nada más que una joven dependienta en una librería neoyorquina— de que Jones corría un grave peligro. 
Cuando llegaron, el titular sobre su muerte ya ocupaba los periódicos de aquel día.
 Brian Jones murió ahogado en una piscina en julio de 1969. En el poema «Edie Sedgewick (1943-1971)», incluido en Seventh Heaven (1972), su primer libro, lamentaba la pérdida de quien fuera la actriz fetiche de Warhol durante 1965, fundiendo su figura con la de Brian Jones:
 «Y me gustaría verla / levantarse de nuevo / sus huesos blancos / con el pequeño Brian Jones / el pequeño Brian Jones / como muñequitas sonrojadas».

El rock del dérèglement
Aquellas premociones avanzaron un aspecto que ha terminado por resultar imprescindible en su trabajo.
 Patti Smith es quizá la única gran artista del siglo XX que ha llorado a través de su obra a muchos de los nombres capitales de la cultura de dicho siglo.
 Con algunos de ellos recorrió parte de su propio camino.
 La vida y el destino se han encargado de que la elegía con la que cerraba Horses haya ido perpetuándose hasta el día de hoy. 
La última vez fue a raíz de la muerte del que fuera su cómplice y amante, el escritor, actor y músico Sam Shepard, fallecido el pasado 27 de julio, al cual recordó en un artículo para The New Yorker titulado «My buddy» (mi compañero). 
Estos lamentos, ya adquieran forma de verso o de prosa, forman parte indisociable de su opus.
 Resulta inevitable que así fuera, puesto que el rock & roll implica el riesgo de una muerte prematura, inducida casi siempre por ese dérèglement que Rimbaud practicó afanosamente en sus años como poeta.
 Morrison, Jones, Hendrix, Joplin, primero; después, Kurt Cobain, Jim Carroll, Lou Reed y su propio marido, Fred Smith, guitarra de los revolucionarios MC5, el hombre por el cual abandonó su carrera musical en 1980, coautor de «People Have The Power», una de sus canciones más famosas.

Como ocurriría en posteriores ocasiones, la muerte de Mapplethorpe no irrumpió de manera aislada en la vida de Smith. Unos meses después fallecía Richard Sohl, que fue junto a Lenny Kaye uno de los músicos con los que se acompañó  en los recitales donde guitarra y piano se sumaban al ritmo de sus torrenciales declamaciones poéticas. 
Allen Ginsberg, cuyo primer encuentro con Patti en 1969 es relatado en Éramos uno niños (una anécdota divertida y enternecedora en la cual el poeta intenta ligar con ella al confundirla con un chico) falleció a causa de un cáncer en 1997. Smith y Philip Glass estuvieron entre los amigos que cuidaron de él durante la enfermedad. 
En su funeral recitó uno de sus poemas, «Cremation of Chogyam Trungpa» y desde entonces ha participado con Glass en diversos actos en su memoria. 
En agosto de ese mismo año moría también William Burroughs. Se conocieron cuando el escritor regresó a Nueva York en 1974, convirtiéndose casualmente en padrino de la generación punk que estaba naciendo entonces en la ciudad.
 «Construye un buen nombre», le aconsejó el autor de Yonqui a Smith, con quien mantuvo una buena amistad durante los años que ambos coincidieron en la ciudad.
 «Mantenlo limpio. No te comprometas, no te preocupes por ganar mucho dinero o ser famosa.
 Preocúpate por hacer un buen trabajo y tomar las decisiones adecuadas y proteger lo que hagas.
 Y si te ganas una reputación, eventualmente, ese nombre será tu propia divisa».

Jim Carroll  fue otro autor brillante cuyos inicios coincidieron con los suyos, sellando sus destinos para siempre. 
Compartió apartamento y estrecheces con Mapplethorpe y con ella a principios de los años setenta. 
Y fue quien la animó a que recitara sus poemas en público, en los encuentros poéticos que tenían lugar en St Mark’s Church, en compañía de autores como John Giorno o Anne Waldman. Carroll, que participaba con su amiga de la pasión por Burroughs, Ginsberg y Rilke, se convirtió rápidamente en un reputado escritor. Estuvo nominado al Pulitzer en 1973 por el poemario Living in the movies pero su obra cumbre fue The basketball diaries (1978), en la que relataba sus correrías callejeras durante los primeros años de su adicción a la heroína. 
En 1980 debutó como cantante de rock & roll con el álbum Catholic Boy
 En él se incluía un tema que hablaba de su amiga («Crow») y también la que habría de ser su canción inmortal, «People Who Died». 
Carroll falleció a los sesenta años, en septiembre de 2009. En su juventud había conseguido librarse de la heroína pero no pudo burlar el efecto letal de un ataque al corazón. 
En una de las evocaciones que hizo tras su muerte, Smith destacó que era un poeta de raza, como lo fue Rimbaud.
 Había nacido para serlo y poseía todas las cualidades necesarias para ello: técnica, lenguaje, belleza y una mirada propia.
La huella de Bolaño

Durante los últimos años, la figura y la obra de Roberto Bolaño se han convertido en una de sus fijaciones. 
Ha escrito poemas para él y ha participado en diversos homenajes alrededor de su figura, entre ellos uno organizado en 2010 por la Casa de América de Madrid. 
En él, Smith, acompañada a la guitarra por Lenny Kaye, recreó una electrizante versión de «Free Money» en el peor momento de la crisis económica, instando a la rebelión contra los poderes económicos. 
Bolaño, cuya casa de Blanes ha sido objeto de peregrinación por parte de la artista, como en su día lo fueron la Casa Azul de Frida Kahlo o la tumba de Jim Morrison, tiene su lugar entre los recuerdos conjurados en M Train
 «Al leer [su poema] “Amuleto” reparé en que se refería de pasada a la hecatombe —un antiguo sacrificio ritual de cien bueyes— y decidí escribir una hecatombe para él: un poema de cien versos. Sería una forma de darle las gracias por haber pasado el último trecho de su vida afanándose por acabar su obra maestra, 2666. Ojalá le hubieran concedido una dispensa especial para continuar con vida porque 2666 parecía concebida para prolongarse eternamente, siempre que él quisiera seguir escribiendo. 
Qué triste injusticia para el hermoso Bolaño, morir en la plenitud de sus facultades, a los cincuenta años.
 La pérdida de su persona y de lo no escrito nos niega cuando menos un secreto del mundo»
. Quizá para afrontar esta y todas esas pérdidas, para tener cerca a los autores que ya no escribirán, las canciones que nunca existirán porque sus compositores se han ido, Patti Smith continúa escribiendo y cantando.
 Solo así se puede mantener vivos a los muertos. 
Ella misma lo dice en Éramos unos niños: «¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos?
 Ese es mi afán más hondo».

El cura asesino de Madrid......................... Patricia Gosálvez

La Iglesia sigue siendo reticente a mostrar su historia más negra.

 

La Luna y la silueta de la Catedral de la Almudena, de Madrid.
La Luna y la silueta de la Catedral de la Almudena, de Madrid.
El primer obispo de Madrid duró muy poco.
 Monseñor Martínez Izquierdo apenas estaba empezando a poner orden en el disipado clero madrileño cuando, ocho meses después de tomar posesión de la nueva diócesis, uno de esos curas indisciplinados con los que pretendía acabar le metió tres tiros por la espalda. 
Fue el Domingo de Ramos de 1886, en las escaleras de la colegiata de San Isidro, en plena calle Toledo. 
Tras dispararle, el cura Galeote, su asesino, gritó: "¡Ya estoy vengado!".
 La muchedumbre que estaba entrando a misa casi lo lincha.
 Galeote no fue el primer cura asesino de Madrid. 
"Se daban bastantes casos, pero la Iglesia siempre los escondió", explica Salvador Daza, co-autor del libro De la santidad al crimen: clérigos homicidas en España (1535-1821). Según el historiador, la Iglesia sigue siendo reticente a mostrar su historia más negra: "Acceder a los archivos eclesiásticos no resulta nada fácil, aunque hayan pasado siglos; para ellos 200 años no son nada".
 Durante su investigación, muchas veces ocultó el tema de su libro ante las instancias religiosas para así esquivar el secretismo y conseguir permiso para rastrear entre los viejos archivos los crímenes de los hombres santos. 
Encontró, por ejemplo, el asesinato de la calle de las Beatas de 1776, el primero en Madrid en el que un sacerdote fue sometido a un proceso civil sin tener que esperar a que actuase antes la justicia eclesiástica ("durante siglos, la Iglesia se había limitado a cambiar a los curas homicidas de parroquia y esperar que la gente olvidase el crimen", explica Daza).
 El cura de la calle de las Beatas se enamoró de una viuda joven que le cosía la sotana y a la que decidió acosar para obtener favores carnales, llegando incluso a ofrecerle serenatas. 
"Al final, un vecino se atrevió a hacer un comentario del tipo, 'este ni es cura ni es nada, es un sinvergüenza", explica el historiador, "cosa que ofendió el honor calderoniano del fraile, que, sin más, se cargó al vecino a los dos días".
 La justicia lo habría condenado a muerte (previa desconsagración), pero Carlos III intervino para salvaguardar el buen nombre de la Iglesia. 
Peor suerte tuvo el padre Sanvítores, al que colgaron en la Plaza de la Cebada en 1815 por matar a martillazos a su mantenida. 
Lo hizo por celos, después de acostarse con ella y darle la absolución para que no muriese en pecado.
A los curas homicidas, como a los demás mortales, les mueven las bajas pasiones. 
"Abunda el crimen pasional, ya que la mayoría del clero no era vocacional ni célibe", dice el historiador, 
"pero también hay bastantes asesinatos por poder, una suerte de parricidios, en los que se mata al superior".
 Detrás, siempre está el honor herido, ya que los religiosos eran educados en el privilegio, y si veían su estatus atacado, reaccionaban violentamente. 
"Todavía vemos ese prurito hoy en día, en la prepotencia de los obispos", opina Daza. 

Al cura Galeote, malhumorado y pendenciero, le habían quitado una misa.
 Perdía dinero y por ello se quejó amargamente a Monseñor Martínez Izquierdo, pero éste no le hizo ni caso. 
Galeote se ofendió y decidió solucionarlo al grito de "¡Ya estoy vengado!". 
El caso fue muy sonado no sólo por la condición de la víctima (carismático obispo de mano dura) y el asesino (sacerdote excéntrico, amancebado y avaricioso). 
Fue, además, un proceso clave para legitimar la psiquiatría en España, ya que se discutió si Galeote era responsable de sus actos y si era humano ejecutarle en el caso de que estuviese loco.

Al final decidieron que no, y le internaron en el manicomio de Leganés, donde el director Luis Simarro encabezaba el nacimiento de la psiquiatría moderna. 
El centro de salud Santa Isabel sólo conserva de la antigua Casa de Dementes su fabulosa fachada neomudéjar. 
Por dentro todo es nuevo. En el instituto psiquiátrico, hasta el lenguaje ha cambiado.
 En época de Galeote, los psiquiatras eran frenópatas
. Defendían el degeneracionismo, según el cual las taras mentales se manifestaban en taras físicas (en el caso de Galeote se hizo hincapié en su sordera, el marimachismo de una de sus hermanas y la cara estrambótica de otra). 
A los enfermos mentales entonces se les llamaba monomaniacos, imbéciles, degenerados o simplemente locos, así en general.
 El manicomio de Leganés fue la tumba de Galeote, que murió de viejo en 1922.
La tumba del obispo se encuentra bajo el altar de San Isidro, la iglesia en la que le dispararon.
 Por fuera, el templo está prácticamente igual que entonces (sólo las torres eran un poco más bajas).
 Por dentro, también.
 Salvo por las velas eléctricas, que funcionan con monedas de 10 céntimos, y por las cámaras de los turistas, podríamos estar en 1886. 
 Efectivamente, para la Iglesia, 123 años no son nada.