17 sept 2017
48 Horas en Gran Canaria, (Dunas de Maspalomas)
Sinéad O’Connor, cronología de un declive retransmitido
Sinéad O’Connor, cronología de un declive retransmitido
El último escándalo de la cantante: acusar a su madre de abusos en televisión
Sinéad O’Connor sufre un trastorno bipolar diagnosticado en 2003.
No es la única famosa con esta afección mental, pero a diferencia de otras como la actriz Catherine Zeta-Jones, la cantante irlandesa de 50 años ha expuesto su enfermedad al público durante 14 años.
Ya sea a través de entrevistas o de mensajes en las redes sociales, nadie la ha asesorado o protegido y los medios y la audiencia han permanecido impasibles mientras ella ofrecía blemas legales e incluso anuncios de intentos de suicidio.
absurdas, acusaciones que podían meterla en problemas legales e incluso anuncios de intentos de suicidio.
El último de una lista de episodios tan tristes como morbosos ha sido la entrevista que ha concedido esta semana al programa de Dr. Phil, en la que se pudo ver a una mujer rota, que relataba entre lágrimas que lo que más le gusta de su madre “es que esté muerta”.
Después admitió que había perdonado a su progenitora, que murió en un
accidente de coche cuando ella tenía 19 años, pese a los continuos
abusos físicos y hasta sexuales que presuntamente le habría infligido
durante la infancia.
Cuesta creer que con esta entrevista O’Connor haya
tocado fondo teniendo en cuenta su historial.
Hace tiempo que se la
conoce más por sus espectáculos personales que por los ofrecidos sobre un escenario, y no parece que la retransmisión de su derrumbe se vaya a detener hasta un desenlace fatídico.
Hace dos años Sinéad O’Connor dio el susto.
La policía de Dublín acudió a su domicilio después de ser alertada por unos mensajes que la cantante había publicado en Facebook.
El último decía que había tomado una sobredosis, porque “es la única
forma de que se me respete”.
La policía la encontró bien y la dejaron en
manos de los médicos. No se supo si lo de la sobredosis fue cierto o se
lo inventó para llamar la atención en un acto fruto de su bipolaridad.
Dos meses antes le habían quitado el útero, y durante su ingreso
escribió mensajes avisando de que un presunto acosador la iba a violar.
Al mismo tiempo, la cantante anunciaba que en el hospital la tenían
vigilada por si se quitaba la vida.
En 2016 hubo otro anuncio de
suicidio en redes sociales acompañado de la desaparición de la cantante.
Fue el tercero, ya que se supo que en 2011 tuvo lugar un primer aviso a través de Twitter con la pertinente intervención de las autoridades.
En caída libre desde 2003
Los intentos de suicidio llegaron tras años de decadencia desde que la artista anunció su retirada de la música en 2003, coincidiendo con el diagnóstico de su enfermedad.Poco antes se intuía que no estaba bien.
Se hizo ordenar sacerdote por un grupo independiente de la Iglesia católica.
En 1992 dio la vuelta al mundo su imagen rompiendo una foto del papa Juan Pablo II en televisión.
Luego se hizo llamar Madre Bernadette Mary. Después se retractó. En 2000 aseguró que era lesbiana; luego rectificó.
A los cinco años dijo que había tenido tres relaciones con mujeres, pero que se inclinaba más “por los chicos peludos”.
Simples anécdotas si se comparan con sus salidas de tono en la Red.
Estuvo a punto de tener que pagar cinco millones de dólares al presentador Arsenio Hall tras acusarle de facilitar a Prince las drogas que le causaron la muerte.
En 2013 dijo que Miley Cyrus estaba prostituida por la industria musical y sobre Kim Kardashian en 2015 lanzó un “¿qué hace esta zorra en la portada de Rolling Stone?
La música ha muerto”. Hasta llegar esta semana a una entrevista desgarradora en la que resulta imposible valorar hasta qué punto lo que cuenta es verdad o delirio.
Entre los mensajes que publicó el pasado agosto mientras estaba hospitalizada se encontraba este: “La enfermedad mental es como las drogas, no le importa nada quien seas”.
De momento a Sinéad O’Connor no le crea ningún problema compartirla con un público que teme recibir cualquier día un disgusto definitivo sobre la artista.
De la inestabilidad a la soledad
Sinéad O'Connor ha pasado por cuatro matrimonios.
El primero de ellos, con el productor musical John Reynolds, fue el menos tumultuoso
. Su segundo matrimonio fue con el periodista Nicolás Sommerlad en 2002. Su tercer marido fue el músico Stephen Cooney y el último Barry Herridge, un terapeuta especializado en desintoxicaciones de drogas —solo duró 16 días—. Tiene cuatro hijos y solo el mayor, Jake Reynolds, es de uno de sus maridos.
El resto han nacido fruto de otras relaciones.
Tras el intento de suicido de 2016 culpó a su hijo mayor de su destrucción.
El primero de ellos, con el productor musical John Reynolds, fue el menos tumultuoso
. Su segundo matrimonio fue con el periodista Nicolás Sommerlad en 2002. Su tercer marido fue el músico Stephen Cooney y el último Barry Herridge, un terapeuta especializado en desintoxicaciones de drogas —solo duró 16 días—. Tiene cuatro hijos y solo el mayor, Jake Reynolds, es de uno de sus maridos.
El resto han nacido fruto de otras relaciones.
Tras el intento de suicido de 2016 culpó a su hijo mayor de su destrucción.
Redes neuronales...........................................Juan José Millás
Lo explica muy bien Yuval Noah Harari en Sapiens (Debate), donde señala que nuestro secreto para cooperar en grupos cientos de miles o millones de individuos se debió al advenimiento de la ficción.
Desde el instante en el que nuestro cerebro fue capaz de alumbrar realidades imaginadas como la religión, el código civil, la patria o El Corte Inglés, los seres humanos, fusionados en torno a tales mitos, pudimos superar el umbral crítico de cooperantes que en nuestros parientes, los chimpancés, no pasa de 50.
Gracias a esa ficción la gente puede convivir en espacios reducidísimos sin que la violencia estalle.
Al llegar a casa, asegurarán que vienen de la playa sin conciencia alguna de mentir.
De hecho al día siguiente de que se publicara esta foto en El País, me telefoneó un amigo de Barcelona para que lo buscara con una lupa, pues había estado allí en el momento en el que se sacaba la instantánea.
Es uno de los que creen estar bañándose.
Este amigo también estuvo entre la multitud cuando vino el Papa a España porque es muy católico.
Ahora es independentista, pero hasta hace poco llevaba una banderita española en la muñeca.
A veces saltamos de una ficción a otra como el chimpancé de una a otra rama. Todo esto gracias a la versatilidad de nuestras redes neuronales.
Empecinados.........................................Rosa Montero
¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se
caigan del caballo? ¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas?
Nunca he sido una persona mitómana, supongo que por temperamento
pero también por haber empezado a trabajar como periodista a los 19
años, lo cual me hizo conocer desde muy joven a gente famosa y comprobar
que tienen los mismos agujeros que tenemos todos.
De hecho, cuando advierto algún defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie fue una madre muy dura), a menudo aún lo admiro más, porque eso lo humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que siempre es la existencia.
Por eso me alucina la urgencia que tanta gente parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales, divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un cristiano integrista.
En 40 años de vida profesional, pocas veces he recibido vapuleos tan airados por parte de lectores como en tres ocasiones en las que escribí algún juicio crítico sobre John Lennon, Michael Jackson y Lady Di.
Y mis textos no habían sido sangrantes, pero los fans no pudieron soportar la más leve sombra en el aura luminosa de sus santos: los ídolos han de ser perfectos y sin mácula.
Hay gente que parece no ser capaz de aguantar la existencia sin tener a mano algún diosecillo terrenal al que adorar.
En un reportaje sobre los 20 años de la muerte de Lady Di, vi a una mujer que, por supuesto, no había conocido personalmente a la princesa, y que decía: “Fue el peor día de mi vida”.
Es llamativo, ¿no? Sobrecoge el pozo sin fondo de su necesidad.
Estos extremos de mitificación nos pueden parecer conmovedores o patéticos y en cualquier caso inofensivos; pero es que por desgracia esa misma avidez de santos, y lo que es aún peor, de paraísos, se encuentra en muchos otros ámbitos sociales con consecuencias nefastas.
Santo intocable es, por ejemplo, el Che Guevara, trepado a los altares en medio mundo; y, dado que los paraísos tradicionales como la URSS, China o Cuba se han ido resquebrajando con el tiempo, un número asombroso de personas en apariencia inteligentes y amables se aferran con recalcitrante ceguera a la invención del edén venezolano.
Y, como sucede en todos estos procesos de mitificación, da igual que la realidad desmienta su espejismo una y otra vez; que Venezuela sea un Estado en colapso, que haya violencia, torturas, desapariciones, asesinatos y el más escandaloso pisoteo de los derechos democráticos.
Todo esto no importa nada, porque los prejuicios sólo ven lo que quieren ver (ya lo decía Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”), y porque no estamos hablando de ideas, sino de creencias.
No nos encontramos en el territorio de la razón, sino de la fe.
¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se caigan del caballo?
¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas? Me temo que ni aun así.
El mes pasado, Óscar Puente, alcalde de Valladolid y nada menos que portavoz de la ejecutiva socialista, dijo en una entrevista que la crisis de Venezuela “estaba sobredimensionada” y que era “responsabilidad colectiva de los venezolanos” (le tuvo que corregir públicamente Lastra, la vicesecretaria general del PSOE, que habló de los más de 100 muertos en las protestas y de los 600 presos políticos).
En fin, Puente no es imbécil, o eso espero; pero dijo eso en lo más álgido del conflicto y de la represión, mientras corría la sangre. ¿Qué se están jugando personalmente los que se empecinan contra viento y marea en seguir creyendo en paraísos inexistentes?
Quizá les alivie cierta culpa inconsciente de poseer más que otros en este mundo de atroz desigualdad.
O quizá sean individuos más frágiles y necesiten aferrarse a dogmas pétreos para aguantar la desazón de vivir.
Puede que sean románticos y demasiado inocentes, es decir, ignorantes; pero lo reprobable es que se niegan a ver la realidad (atrévete a saber, como diría Kant).
Y también supongo que creer en un edén terrenal alegra la vida, de la misma manera que la alegran los finales felices de Hollywood.
No sé, la verdad, no me lo explico, no acabo de entenderlo, pero resulta trágico porque, bajo una supuesta defensa de una sociedad más justa, terminan siendo cómplices de tiranos.
De hecho, cuando advierto algún defecto en un personaje que admiro (por ejemplo, la gran Marie Curie fue una madre muy dura), a menudo aún lo admiro más, porque eso lo humaniza y le permite servir de verdadero modelo en esa lucha que siempre es la existencia.
Por eso me alucina la urgencia que tanta gente parece sentir de construirse un altarcito de dioses personales, divinidades intocables a las que se aferran con la misma fe que un cristiano integrista.
En 40 años de vida profesional, pocas veces he recibido vapuleos tan airados por parte de lectores como en tres ocasiones en las que escribí algún juicio crítico sobre John Lennon, Michael Jackson y Lady Di.
Y mis textos no habían sido sangrantes, pero los fans no pudieron soportar la más leve sombra en el aura luminosa de sus santos: los ídolos han de ser perfectos y sin mácula.
Hay gente que parece no ser capaz de aguantar la existencia sin tener a mano algún diosecillo terrenal al que adorar.
En un reportaje sobre los 20 años de la muerte de Lady Di, vi a una mujer que, por supuesto, no había conocido personalmente a la princesa, y que decía: “Fue el peor día de mi vida”.
Es llamativo, ¿no? Sobrecoge el pozo sin fondo de su necesidad.
Estos extremos de mitificación nos pueden parecer conmovedores o patéticos y en cualquier caso inofensivos; pero es que por desgracia esa misma avidez de santos, y lo que es aún peor, de paraísos, se encuentra en muchos otros ámbitos sociales con consecuencias nefastas.
Santo intocable es, por ejemplo, el Che Guevara, trepado a los altares en medio mundo; y, dado que los paraísos tradicionales como la URSS, China o Cuba se han ido resquebrajando con el tiempo, un número asombroso de personas en apariencia inteligentes y amables se aferran con recalcitrante ceguera a la invención del edén venezolano.
Y, como sucede en todos estos procesos de mitificación, da igual que la realidad desmienta su espejismo una y otra vez; que Venezuela sea un Estado en colapso, que haya violencia, torturas, desapariciones, asesinatos y el más escandaloso pisoteo de los derechos democráticos.
Todo esto no importa nada, porque los prejuicios sólo ven lo que quieren ver (ya lo decía Einstein: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”), y porque no estamos hablando de ideas, sino de creencias.
No nos encontramos en el territorio de la razón, sino de la fe.
¿Qué más tiene que suceder en Venezuela para que esos fieles devotos se caigan del caballo?
¿Que descuarticen bebés en las plazas públicas? Me temo que ni aun así.
El mes pasado, Óscar Puente, alcalde de Valladolid y nada menos que portavoz de la ejecutiva socialista, dijo en una entrevista que la crisis de Venezuela “estaba sobredimensionada” y que era “responsabilidad colectiva de los venezolanos” (le tuvo que corregir públicamente Lastra, la vicesecretaria general del PSOE, que habló de los más de 100 muertos en las protestas y de los 600 presos políticos).
En fin, Puente no es imbécil, o eso espero; pero dijo eso en lo más álgido del conflicto y de la represión, mientras corría la sangre. ¿Qué se están jugando personalmente los que se empecinan contra viento y marea en seguir creyendo en paraísos inexistentes?
Quizá les alivie cierta culpa inconsciente de poseer más que otros en este mundo de atroz desigualdad.
O quizá sean individuos más frágiles y necesiten aferrarse a dogmas pétreos para aguantar la desazón de vivir.
Puede que sean románticos y demasiado inocentes, es decir, ignorantes; pero lo reprobable es que se niegan a ver la realidad (atrévete a saber, como diría Kant).
Y también supongo que creer en un edén terrenal alegra la vida, de la misma manera que la alegran los finales felices de Hollywood.
No sé, la verdad, no me lo explico, no acabo de entenderlo, pero resulta trágico porque, bajo una supuesta defensa de una sociedad más justa, terminan siendo cómplices de tiranos.
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