La gigantesca tormenta pierde fuerza y se dirige hacia el noroeste.
Dos millones de personas sin luz. Las inundaciones causan enormes daños.
Trump concede la declaración de gran desastre.
Con vientos de 215 kilómetros por hora, Irma alcanzó este domingo Estados Unidos, dio un mazazo histórico a sus costas y luego empezó a perder fuerzas hasta este lunes que ha quedado rebajado a categoría 1.
El domigno lo hizo a la 2.
Días antes sembró la devastación en el sur del estado, amenazó la costa oeste y arrasó el Caribe.
Atrás dejó dos millones de personas sin luz y enormes daños sin cuantificar.
Poco a poco se van conociendo víctimas mortales relacionadas con su paso y según algunos medios locales, hasta cuatro muertes más pueden estar relacionadas.
Todavía bajo la onda expansiva de Irma, Florida empezó a pensar en su reconstrucción.
“Miren por sus vecinos, por su familia. Ayuden a quien puedan”, dijo el gobernador Rick Scott.
El presidente Donald Trump aprobó la declaración de “gran desastre” a la zona.
El huracán vino precedido por el terror.
El ejército de tormentas, marejadas y ráfagas explosivas que le acompañaban había sembrado decenas de muertos y miles de millones en pérdidas en Cuba, Barbados, San Martín y las Islas Vírgenes.
Con esta credencial, el domingo le llegó el turno al sureste estadounidense.
La pesadilla irrumpió con fuerza y puntualidad meteorológica.
Al despuntar el alba, los primeros vientos golpearon los Cayos y empezaron a extenderse por el sur de la península.
Casas sumergidas, coches arrastrados, carreteras inutilizadas.
La devastación material, en las primeras horas, fue grande, pero los daños humanos parecían haberse minimizado en comparación con otras catástrofes.
No fue casual.
En previsión del golpe, el cuarto Estado más poblado de la nación (21 millones de habitantes) había emprendido una gigantesca operación de evacuación y acogida.
En los días y horas previos, la Guardia Nacional fue movilizada, más de seis millones de personas habían sido conminadas a que abandonasen sus hogares y a decenas de miles se les dio techo en 393 refugios públicos.
Todo ello ayudó.
Pero cuando Irma se abalanzó definitivamente sobre Florida, la capacidad de maniobra se volvió escasa, casi nula.
La suerte estaba echada.
Era la hora de los elementos.
El archipiélago de los Cayos fue el primero en recibir el ataque. Con un largo historial de huracanes y desastres, el último en 1998, su exposición a los vientos y al aumento del nivel del mar le hicieron una víctima perfecta.
La subida de las aguas inundó los islotes y dejó la consabida estela de destrucción. Estados Unidos, que durante días ha seguido con una mezcla de terror y pasión el avance del huracán, empezó a removerse en la silla.
Las imágenes de desbordamientos masivos y paraísos rotos ametrallaron las redes sociales y las televisiones.
“Se ha tratado de una situación extremadamente peligrosa y potencialmente letal”, indicó el Servicio Meteorológico Nacional.
Tras dejar atrás lentamente los Cayos, el huracán se encaminó hacia la costa oeste.
Miami, al oriente, se había librado de ser el punto de impacto. Como zona más densamente poblada de Florida, un ataque frontal podría haber significado un Armagedón.
Eso no ocurrió.
Pero tampoco vino la paz.
Una vez fuera del rumbo de colisión, la ciudad también se sumergió en una pesadilla.
Las ráfagas de viento llegaron a alcanzar los 160 kilómetros por hora y las aguas de su espléndida costa rompieron en innumerables puntos las barreras de contención.
Hubo apagones, cayeron grúas desde rascacielos y muchas calles se volvieron inmensos canales.
Nadie podía salir y hasta la policía dejó de prestar servicio ante la fuerza de los vientos.
Gris y azotada, Miami parecía una ciudad en retirada.
Para nosotros, el peligro es que pueda haber algún tornado”, contaba Juan Castillo, ingeniero estadounidense.
Refugiado en su casa con diez miembros de su familia, dedicó el día a leer y ver la televisión. Aunque sin bajar la guardia: “Hasta que no pase del todo, no se puede dar por acabado”.
Aún más inestable parecía el frente occidental.
Una franja costera hacia la que se dirigía Irma y donde se alternan largas y opulentas urbanizaciones con zonas ocupadas por inmigrantes dedicados al campo y la construcción.
En este avance, el huracán tomó tierra en Marco Island y amenazó dos puntos sensibles.
El primero correspondía a la ciudad de Naples, en cuyo anillo metropolitano residen miles de jubilados.
Y el segundo era Tampa y su área de influencia: más de cuatro millones de habitantes.
El temor en esta zona era que Irma elevase el nivel del mar hasta cuatro metros y dejase las casas de playa bajo el agua.
Un escenario terrible que podía traer consigo la tragedia y dejar sin hogar a miles de familias que no han asegurado sus viviendas.
“Mi casa vale más que cualquier indemnización millonaria, muchacho.
Yo soy esa casa y no puedo permitirme perderla”, decía Peter Akey, de 64 años, bronceado y con el pelo de color plata.
También andaban preocupados por los efectos de la tormenta John Flaherty, de 75 años, y su esposa Joanne.
Esta pareja de jubilados de Boston posee una vivienda en Naples y tiene un pequeño bote en el puerto.
Ante el huracán salieron de casa a toda velocidad y se fueron a un hotel con lo que ellos consideraban básico.
“Unas chanclas, mi esmoquin negro y suficiente vino para sobrevivir.
A ver si el de arriba se levanta por la mañana y decide salvar mi botecito del ojo del huracán”, bromeaba John.
Un tono muy distinto mostró Daniel Castellano.
Este hondureño de 19 años había ido a Naples en bicicleta en busca de comida enlatada.
En su casa, no había alimentos suficientes si el temporal se alargaba.
“Estoy un poco nervioso. Viniendo para acá aguante hambre, desvelos y gangas [bandas criminales], pero no sé, quién sabe si puede que este huracán sea hasta más tremendo que aquello”, decía.
Finalmente, tras una semana explosiva, Irma redujo su potencia. Nacido a finales de agosto frente a Cabo Verde, el huracán alcanzó el miércoles pasado las Antillas.
Con vientos de 295 kilómetros, sostenidos durante más de 33 horas, superó cualquier registro anterior, incluido el tifón Haiyan en 2013 en Filipinas, y se mostró ante el mundo como un fenómeno mortífero.
En su irrupción en el Caribe devastó lo que encontró a su paso y, después de machacar Cuba, enfiló hacia Florida.
Pese a este debilitamiento, en su camino hacia el norte aún puede causar daño.
Sus vientos de 175 kilómetros son por hora una amenaza.
En Florida nadie ha dado por terminada la batalla.
Y Georgia, Alabama, Carolina del Norte y Carolina del Sur mantenían este domingo el estado de emergencia.
Las dudas todavía son muchas y ni siquiera se conoce cuál ha sido el alcance de los daños ocasionados.
Las medidas preventivas fueron múltiples y las alertas intensas.
El objetivo prioritario ha sido que el coste en vidas humanas sea menor que en otras catástrofes similares.
Con Andrew, en 1992, fallecieron 65 personas, se perdieron 65.000 viviendas y los daños superaron los 26.000 millones de dólares.
El balance de Irma, que mantiene su actividad este lunes, aún tardará.
Pero nadie ha dejado de considerarla una amenaza.