Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 sept 2017

Odio..............................................................Rosa Montero

Cuando supe que habían matado a Younes me alegré. Pero inmediatamente sentí la desesperanza de haberme llegado a alegrar por una muerte violenta. 


COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
A LOS HUMANOS nos es muy fácil odiar. 
Amar se nos da bastante mal (amar sin posesividad, sin idealizaciones ni decepciones, sin celos, equívocos, exigencias, egoísmos), pero lo que es odiar todos lo hacemos divinamente. 
Los psicólogos saben que el odio es una respuesta irracional y primaria ante la frustración; cuando algo duele, algo angustia, algo nos estropea la vida, se nos dispara el odio y nos alivia.
Es un automatismo, como cuando tenemos una herida en la boca y la lengua no deja de arrimarse a ella.
 Reconozcámoslo: en ese golpe primero de odio ciego y caliente hay placer. 
O, por lo menos, consuelo.
 Esa pulsión inmediata intenta dar salida a una emoción intensa con la que no sabemos qué hacer. 
Y, cuanto más inermes nos sintamos ante esa emoción, ante esa frustración, más arderá nuestra inquina.
es imposible evitar por completo el odio, que está en la misma base de lo que somos.
 Pero sí podemos y debemos evitar quedarnos apresados por él
Me temo que es imposible evitar por completo el odio, que está en la misma base de lo que somos.
 Pero sí podemos y debemos evitar quedarnos apresados por él, eternizarnos y embrutecernos en el ritual del aborrecimiento.
Como ya hemos dicho que produce placer, un placer arcaico y bárbaro, hay personas que lo siguen alimentando, exactamente igual que los drogadictos, hasta llegar a depender de su odio por completo y hacerlo la base de su identidad. 
Hasta definirse por el adversario al que odian. Como los Capuleto y los Montesco. 
Como el Ku Klux Klan o como los nazis. La historia del progreso social, de la civilidad y la democracia pasa precisamente por enfriar ese odio, por controlar de manera racional y con ayuda de las leyes esas emociones elementales y atroces.
 Escribo todo esto, claro, porque ahora estamos emborrachados de odio. 
 De un odio cada vez más febril y crecedero. Desde el atentado de las Torres Gemelas, que inauguró un nuevo terrorismo en Occidente, han pasado casi 20 años, y las repetidas masacres han ido consiguiendo lo que los terroristas pretenden, su mejor baza para triunfar: azuzar el odio indiscriminado contra el islam. 
En España, por ejemplo, hemos pasado de 49 incidentes de islamofobia en 2014 a 573 en 2016 (un incremento de más del 500%).
Pero estos datos empalidecen ante la brutal ola de odio que ahora estamos viviendo tras lo de Cataluña: chicas apaleadas por llevar el pañuelo, un niño musulmán pateado por un energúmeno… Brama todo Occidente ansioso de sangre, sin duda amparado y espoleado en su furia racista por el ejemplo nefasto de los Trump (nunca pensé que volvería a citar al Ku Klux Klan en un artículo: los creía tan extintos como los diplodocus). 
Da igual que el 90% de los muertos por el terrorismo fundamentalista sean musulmanes y en países islámicos; da igual que los musulmanes de Occidente lo condenen (esas pobres madres de los terroristas muertos manifestándose en Ripoll me han roto el corazón). 
El odio no escucha y no ve; ignora sistemáticamente todo lo que no va de acuerdo con sus prejuicios. 

Es difícil luchar contra esta marea venenosa. Confieso que cuando supe que habían matado a Younes me alegré.
 En primer lugar, por el alivio de haber acabado con ese peligro; pero supongo que también por el impulso de odio, por la venganza. E inmediatamente sentí cierto asco y la desesperanza de haberme llegado a alegrar por la muerte violenta de una persona de 22 años. Lo dijo hace 15 días Carlos Yárnoz en EL PAÍS en su magnífico artículo Tirar a matar: seis presuntos terroristas han fallecido por disparos de los Mossos y hasta el texto de Yárnoz nadie lo había resaltado. 
Nadie se inquietó. Nadie se preguntó si no podrían haber disparado a las piernas, como en Finlandia. 
Y lo peor es que estoy segura de que a la inmensa mayoría se le pasó la idea por la cabeza: pero optamos por ignorar la lucecita de alarma porque lo que queremos no es vencerlos, sino exterminarlos. Sí, es muy difícil luchar contra el odio, pero no tenemos más remedio que hacerlo si queremos mantener nuestra integridad.
 Y es que, en efecto, estamos en guerra y la estamos perdiendo, pero no por lo que dicen algunos que reclaman una respuesta más violenta, sino porque corremos el riesgo de convertirnos en unos tipos tan despreciables y tan llenos de odio como los terroristas.
 

Feminismo antifeminista....................................Javier Marías....

Los motivos, por mucho barniz falsamente progresista que se les dé, son siempre malos cuando conducen a resultados pésimos y a la regresión.
Lo suyo ya es una Obsesión.


Javier Marías
APARECIERON el mismo día en este diario dos noticias “deportivas” que me dieron que pensar. 
Una era nacional, y anunciaba que en la Vuelta a España “las azafatas ya no darán el beso en el podio al ciclista que reciba premios”.
 “Habíamos recibido muchas quejas”, decía el director de la competición, “y no queremos que esa foto pueda repetirse”.
 Y añadía ridículamente: “Mantenemos las cuatro azafatas de podio, pero establecemos nuevo protocolo. 
Más que floreros, como se critica, que sólo están para salir en la foto, pura presencia, tendrán una función de asistentes, dándole el trofeo y el ramo de flores a la autoridad correspondiente, que será quien se los entregue al ciclista”.
 La verdad, no veo diferencia: sólo que las azafatas le pasarán los premios a un señor encorbatado en vez de a uno sudoroso y con pantalón semicorto.
 En realidad, lo único que se suprime es el beso en la mejilla, que hace décadas consideraban pecaminoso los curas y monjas (bueno, y hoy en día los islamistas, que ni siquiera se dignan estrechar la mano a una mujer) y hoy consideran machista y sexista los nuevos curas y monjas disfrazados.
 Me llamó la atención que el redactor se refiriera al ciclismo como a “un deporte antiguo atrapado por fin por la modernidad”. ¿Por la modernidad? Más bien por la regresión, el reaccionarismo y la ranciedad.
Porque veamos, ¿no es el beso en la mejilla, o en las dos, el saludo habitual entre hombre y mujer en España, incluso entre completos desconocidos, desde hace mucho?
 Yo tiendo a ofrecer la mano, pero veo que bastantes mujeres no se toman ese gesto a bien, como si me reprocharan estar poniendo distancia.
 Sólo a los puritanos extremos y a los partidarios de la sharía les puede parecer eso mal.
 Por pecaminoso o por sexista, el resultado es el mismo: la condena del tacto y el roce entre varón y mujer.

Una de las cosas por las que lucharon siempre las feministas, desde sus albores, fue por la libertad indumentaria de la mujer
La otra noticia la encontré más grave, y venía de los Estados Unidos, de donde importamos todas las imbecilidades y ningún acierto. 
La LPGA, el circuito americano femenino de golf, ha enviado una circular a todas las golfistas profesionales prohibiéndoles minifaldas, escotes y mallas, bajo multa de mil dólares a la primera infracción y del doble si son reincidentes. 
Fueron algunas jugadoras las que protestaron por la vestimenta de otras compañeras, en particular de Paige Spiranac, “más famosa y rica por la proyección de su imagen en las redes sociales que por sus éxitos en el campo de golf”. 
 En la foto que se ofrecía de ella se la veía sin ningún escote y con falda más larga que las de las tenistas. 
Consultada al respecto la navarra Beatriz Recari, contestó: “Eso hace que paguen justas por pecadoras. 
Se puede dar un toque a tres o cuatro golfistas, pero tampoco se puede volver a una mentalidad de hace 30 años, con faldas por la rodilla”.
 Lástima que ignore que hace 30 años había mucha más libertad que hoy y todo el mundo vestía como le venía en gana, en casi cualquier ocasión. 
Y no digamos hace 40 y aun 50: la mayoría de las jóvenes llevaban minifaldas con más de medio muslo al descubierto. ¿Y por qué “pecadoras”?
 Ay, le salió la palabra clave. Una de las cosas por las que lucharon siempre las feministas, desde sus albores, fue por la libertad indumentaria de la mujer. 
Primero se deshicieron de refajos y corsés insoportables, luego mostraron el tobillo, la pantorrilla, la rodilla, finalmente el muslo entero y se enfundaron en pantalones.
 Reivindicaron su derecho a ir cómodas o sexy, según el caso, y, en el segundo, a que no por ello se las acusara de “ir provocando”, y se justificaran, por ejemplo, abusos y violaciones en virtud de su atuendo.
 En los años 70 y 80 muchas feministas prescindieron del sostén pese a que causara escándalo que así se les notaran más los pezones.
Quienes se oponían a eso, quienes denunciaban y multaban a las que llevaban bikini o practicaban topless, eran los estamentos más pacatos y ultras del régimen franquista, las señoras pudibundas de cada localidad, los señores meapilas y retrógrados.
 Que hoy se pueda multar de nuevo a las mujeres por enseñar las piernas o el escote es de una gravedad absoluta.
 Más aún cuando la medida se hace pasar por “moderna”, “digna”, “antimachista” y demás.
 Lo que nunca consiguieron los mojigatos, los represores, los que cortaban los besos en las proyecciones de las películas y plantaban grotescos y espúreos títulos de crédito sobre un escote de Sophia Loren “libidinoso”, lo están logrando las actuales pseudofeministas traidoras a su causa, entre las cuales da la impresión de haberse infiltrado una quinta columna de curas y monjas y señoras remilgadas y beatos de antaño.
 De nada me sirve que aduzcan que ahora “el motivo es bueno” para reprimir y prohibir y multar, si el resultado es el mismo de las épocas más oscuras y cavernosas, es decir, reprimir y prohibir y multar.
 Salvando las insalvables distancias, es como si me viniera una gente proponiendo el exterminio de los judíos, pero ahora “por un buen motivo”.
 Pues miren, no.  

Los motivos, por mucho barniz falsamente progresista que se les dé, son siempre malos cuando conducen a resultados pésimos, al atraso y a la regresión.
Pues mire usted Sr. Marias, yo llevaba minifalda y era mi padre quien me lo prohibia, antes las monjas ya nos decían como llevar un bañador y nos daban un patrón para , cosa que nunca entendí pusieramos unos volantitos que nos taparan los hombros dos cmm.
y una faldita muy mona, mi madre nunca hizo caso y llevaba el bañador que ella considerase bonito.
Así que más adelante no llevé sujetador, y si que era feminista, pero mi marido no le gustaba eso.
Es decir que eran los hombres y las monjas los que no nos dejaban ir como quisiéramos. Ahora usted saca el tema y me hace recordar que siempre fueron los hombres quienes proibian vestir como nos diera la gana. Y hoy todavía opinan sobre nuestra manera de vestir.
Y no daría tantas vueltas sobre los saludos beso o mano da igual en una presentación. Si alguien me lo presentara como se imagina, le daría la mano si usted me la tendiera, un beso no pega mucho, "Aquí una amiga, y aqui el Sr. Javier Marias......pues no.
Hay muchas formas de ser educada.

9 sept 2017

Mas Mañanas.................................................. Boris Izaguirre.

Más que un dios menor, Tita es la gran superviviente. 

Ella sí que sabe y está educando a sus hijas para que sobrevivan a Irma, al referéndum catalán y también al supuesto fin del mundo.

Carmen Thyssen-Bornemisza, el pasado julio.
Carmen Thyssen-Bornemisza, el pasado julio. Europa Press via Getty Images

 La línea aérea norteamericana que tiene las mismas siglas que Alcohólicos Anónimos, AA, canceló el miércoles más de 400 vuelos desde el aeropuerto de Miami como precaución ante la llegada del huracán Irma mañana domingo. 

Mi vuelo a Filadelfia para conectar con otro hacia España resultó afectado. 

Tras esperar, la agente que me atendió resultó ser la más malhumorada y beligerante de las que atendían en inglés. 

Al escuchar mi acento, deletreando el localizador, se puso más amargada y antipática, más AA. 

Insistió en que el huracán era de categoría 5, que el vuelo estaba cancelado y colgó. 

Los huracanes son así días antes de llegar, en un segundo te quedas sin vuelo, sin agua y sin posibilidad de ir a algún sitio mientras las autoridades exigen que evacues.

Evacuar es siempre un problema. 

El nivel de alarma en Miami está directamente relacionado a la poca precaución que tomaron en Texas ante el huracán Harvey. Como somos muchos latinos, tan propensos a tomar decisiones aparatosas o de última hora, la histeria ha inundado la ciudad. En vista de mi vuelo cancelado, he tomado una actitud Melville y, como el capitán Ahab, me quedo.

 No me muevo. Mi marido está a salvo en Madrid. He llamado a mis amigas y me he encomendado a Tita Thyssen, la filántropa que es mi Billy Wilder. 

Más que un dios menor, Tita es la gran superviviente.

 Ella sí que sabe y está educando a sus hijas para que sobrevivan a Irma, al referéndum catalán y también al supuesto fin del mundo que también predicen para octubre.

 Si en la película El planeta de los simios lo único que permanecía de nuestra civilización era la Estatua de la Libertad, ahora sabemos que lo único que nos sobrevivirá son las hijas de Tita.

 ¡Menos mal! Porque estas maravillosas niñas, como nos hace saber su madre en su entrevista para ¡Hola!, saben hablar castellano, catalán, inglés y francés.

 Asomado a mi balcón en Miami, esperando a que me trague el huracán, pienso en Tita.

 Creo que Heini Thyssen la amó tanto por su humor como por su buen ojo. 

La recuerdo saliendo de su museo dispuesta a encadenarse a un árbol en el Paseo del Prado y atendiendo a la prensa con maestría. 

Hizo historia evitando que el Paseo del Prado se transformara en una autopista. 

Y está magnífica educando a sus hijas, aunque eché en falta un poquito de natación. 

Sería un entrañable homenaje a Lex Barker, ese Tarzán glorioso, rubio y primer marido de Tita, que compró Mas Mañanas, la propiedad donde descansa en paz y donde se educan las gemelas.

 Para arreglarlo todo antes del 1 de octubre, a mí me gustaría que Tita sustituyera a Carles Puigdemont y expusiera en su Gobierno la misma cordura, fortuna y orden que ha conseguido en sus maravillosos museos.

Antes de la visita del huracán Irma, pasé unos días junto a mi padre y mi hermana en Los Ángeles.

 Tembló la tierra, levemente, 1,5 en la escala de Richter.

 Lo precedió una ola de calor en el fin de semana. 

 Surfeándola, mi marido consiguió llevarme al Japanese Pavilion, ese lugar donde te gustaría pasar el último día de tu vida.

 En este momento alberga una delicada exposición de porcelana esmaltada, cloissonné, que tuvo mucho predicamento en los primeros años del siglo pasado. 

Allí, concluí que la alta mariconada siempre viene en mi rescate y la verdad me encantaría que también en el de todas y todos. Así como el huracán tiene un ojo, hay que aprender de Tita y educar el ojo hacia el mejor coleccionismo. 

El poder sanador de la belleza tiene pocos sustitutos.

 Imagino que también por eso Tita colecciona y desea que sus hijas lo entiendan.

 Las cosas verdaderamente bellas parecen tener una innata capacidad de supervivencia.

 Por eso sobrevive la Estatua de la Libertad en ese primer El planeta de los simios.

 Por eso vinieron a mí esas porcelanas japonesas

. Por eso en el museo Thyssen exponen las obras maestras del Renacimiento.

 Y, por eso, por creer en la fuerza de lo bello y coleccionable, me quedo esperando que Irma no me arrase mientras pienso en Tita, en Billy Wilder y en Mas Mañanas. 

Un hotel de Florida se prepara para la llegada del huracán Irma.

 La princesa Leonor y la infanta Sofía estudian mandarín, pero Tita está educando a sus herederas para que también “entiendan el coleccionismo”. Y a mí eso me contenta. 

Abre una ventana, pequeña pero encantadora, a la esperanza y al futuro.

Un dolor que no caduca................................. Elvira Lindo

La serie documental 'The Keepers' trata del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma.

 

FOTO: Una fotografía de la monja Catherine tomada cuando daba clases de Lengua en el instituto Arzobispo Keough, en Baltimore. / VÍDEO: Tráiler de la serie 'The Keepers'.
¡Lo servimos al momento! Así lo promete la publicidad en la sociedad de la impaciencia. 
Lo dañino de esa anhelada inmediatez es que está acabando con nuestra capacidad de ser pacientes, ese desfasado antídoto natural contra la ansiedad. 
Todo se conjura para debilitar un mecanismo de defensa que a los niños antiguos se nos hacía ejercitar a diario, pero está visto que hasta a nosotros que crecimos en una sociedad con menos estímulos se nos ha quedado fofo el músculo de la paciencia.
 Igual que queremos el libro o la compra a domicilio sin demora, borramos de inmediato el estrés con un ansiolítico, cuando nuestra naturaleza no está preparada para esas prisas.
El síntoma de la ansiedad puede enmascararse pero el dolor no prescribe. 
De eso trata, en gran parte, la serie documental The Keepers, del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma, y del tiempo que se toman ciertas instituciones para reconocer que algunos de sus miembros causaron daños terribles que podrían atenuarse si se asumiera la responsabilidad y se pidiera perdón. 
En 1969, en la ciudad de Baltimore, desapareció la hermana Cathy Cesnik, una joven profesora que daba clase de literatura en el instituto femenino Arzobispo Keough.
 Encontraron su cadáver meses después, en un vertedero: había sido vejada y asesinada.
 El caso conmocionó a las alumnas porque Cesnik era una de esas profesoras que provocan adoración y crean escuela.
 Nunca la olvidaron. 
Tanto es así que dos de sus alumnas, hoy cercanas a los 70, se pusieron a investigar por su cuenta para esclarecer un caso que la policía no estudió con el debido celo. 
 Establecieron una conexión asombrosa: alrededor de la fecha del asesinato de Cesnik se producían abusos sexuales en el despacho del consejero espiritual del instituto, el padre Maskell. 
La primera alumna que se atrevió a denunciarlo, Jean Hargadon, no hizo público su nombre hasta 2014. 
A partir de ese momento, cerca de cuarenta de aquellas chicas se fueron agrupando en torno a nuestras investigadoras aficionadas, que resultaron ser más perspicaces que la policía.
 En estos momentos, cobra fuerza la teoría de que un hombre o varios, capitaneados por el cura, se quitaron de en medio a la monja, porque tenían la certeza de que una alumna le había informado de lo que estaba ocurriendo y esta estaba a punto de denunciarlo.
 Había más personajes implicados: las aterrorizadas mujeres cuentan que el padre Maskell invitaba en ocasiones a otros curas y a algún policía a participar del abuso.
El documentalista Ryan White sabía del caso Cesnik por su madre y su tía, que habían estudiado en el instituto, ya que el asesinato no resuelto de la monja siempre rondó la memoria de las estudiantes. Y como si el espíritu de la profesora velara como un alma en pena por todas las niñas a las que había enseñado literatura, cincuenta años después, al tirar del hilo del crimen han ido saliendo las atrocidades que ocurrían en hora escolar, en aquel despacho al que acudían las chicas cuando el padre Maskell reclamaba a una u otra por el altavoz.
 El dolor no prescribe, a pesar de que 25 años es el plazo que la ley estadounidense estipula para que se denuncie un delito.
 Pero muchas de las que prestan testimonio, también algún anciano puesto que Maskell fue trasladado a un centro masculino y abusó también de niños, son ancianos que reprimieron su memoria durante años para hacer soportable la vida, ser capaces de amar, tener hijos, concentrarse en un trabajo.
De pronto, cuando el esfuerzo que les exigió la vida se relaja, ven un día en televisión algo que les recuerda al monstruo y a partir de ahí el dique que contiene esa parte de la biografía censurada comienza a agrietarse. 
Así lo sintió la víctima que vertebra el documental, Jean, asombrosamente parecida a Glenn Close, dotada de un discurso sincero y directo, que llega a contar que un cura la llevó hasta el vertedero donde se pudrían los restos de la monja para advertirle: esto es lo que le sucede a las chicas que hablan demasiado.
La archidiócesis de Baltimore respondió a la defensiva a este documental que se estrenó en mayo y que ha sido considerada la serie del año.
 En la página de la iglesia, una frase escueta: “The Keepers es ficción”. 
Reconocen que hubo abusos, de hecho llegaron a acuerdos de compensación con algunas víctimas, pero no quieren aparecer como encubridores del delito.
 Frente a esa actitud decepcionante, los testimonios terribles de tantas víctimas, que no hablaron mientras sucedía porque estaban muertas de miedo, que callaron luego por pura supervivencia.
 Hoy son ancianas, ancianas valerosas, que verbalizan el horror porque sienten la necesidad de que los culpables sean señalados aun después de muertos como el padre Maskell.
En cuanto a nosotros, los espectadores, es un acto de reparación que las escuchemos.
 Hay historias que precisan tiempo, 50 años, pero observamos que el dolor es terco, brota intacto de los labios de las víctimas. 
No es un dolor de usar y tirar.