La mujer,
que estaba en libertad condicional desde 2015, ha llegado este martes
por la mañana al aeropuerto valenciano de Manises.
María José Carrascosa, la abogada española que pasó ocho años en prisión en Nueva Jersey (Estados Unidos) tras una controversia judicial con su exmarido a cuenta de la custodia de su hija,
ha regresado esta mañana a Valencia, donde ha sido recibida por su
padre, José Carrascosa. Este ha confirmado a EFE que su hija, en libertad condicional desde 2015, ha llegado este martes al aeropuerto de Manises y se ha mostrado muy emocionado con este reencuentro. Un tribunal español le otorgó a ella la custodia de su hija Victoria, pero otro estadounidense se la dio al padre,
Peter Innes, y en noviembre de 2006, un año después de llevarse a la
chica a España, Carrascosa fue detenida durante una estancia en EE UU y
en 2009 fue condenada a 14 años de prisión acusada de desacato y
secuestro. Carrascosa e Innes estuvieron casados cinco años, hasta que en 2004
decidieron separarse y firmaron un acuerdo que establecía que ninguna de
las partes podía sacar del país a la niña -entonces de cuatro años- sin
el consentimiento del otro, de forma que el pasaporte estadounidense de
la menor quedó bajo custodia del despacho de Lesvenich &
Marzano-Lesvenich. Sin embargo, ese despacho entregó a Carrascosa el pasaporte y esta se
llevó a la niña a España en enero de 2005. Luego la mujer volvió a EE
UU y en 2006 fue detenida e ingresó en prisión, donde, según las
autoridades de este país, permanecería hasta que devolviera a la niña o
completara la condena que tiene de catorce años de cárcel.
Desde entonces, Carrascosa se negó a llegar a un acuerdo con el que
fuera su marido, al que acusaba de agredirla e incluso de haber tratado
de envenenarla y asesinarla, y los intentos de mediación entre las
partes y las correspondientes autoridades han resultado infructuosos. Carrascosa argumentaba que las autoridades de su país también se han
pronunciado sobre este caso y habían prohibido a la niña salir de
territorio español hasta que tenga 18 años.
Su expareja pidió su libertad condicional
Tras ser condenada, la valenciana pidió en varias ocasiones la
libertad condicional. En 2012, las autoridades judiciales de Nueva
Jersey rechazaron por segunda vez la petición que en esa ocasión había
presentado su exmarido. Peter Innes había solicitado a ese organismo que
la excarcelase "inmediatamente" y expidiera su regreso a España, donde
se encuentra la hija de ambos, argumentando que "retenerla en prisión no
vale para nada" porque está "enferma mentalmente", según una copia de
la misiva remitida a EFE. Finalmente, las autoridades judiciales le concedieron la libertad
condicional en abril de 2015 y a su salida de la cárcel de la ciudad de
Hackensack, en el estado de Nueva Jersey, Carrascosa declaró a EFE que
en las últimas horas había vivido "una acumulación de sensaciones" y le
tocaba retomar su propia vida para superar casi nueve años que ha estado
encarcelada en EE UU. "Tengo un montón de cosas por hacer (...) Tengo que ponerme los
zapatos de mi vida. He llevado los zapatos de una vida que no era la
mía", dijo entonces Carrascosa poco después de tener el primer contacto
telefónico con su hija Victoria, que en aquel momento tenía 15 años. "Hemos estado llorando las dos como dos Magdalenas", agregó para
asegurar que tenía unas "ganas increíbles de darle un abrazo" y que su
idea era volver a España y reunirse con su hija y sus padres, aunque
reconoció que aún había trámites legales que resolver antes de que las
autoridades estadounidenses le permitieran salir del país.
Sin embargo, esos trámites se han ido retrasando y el regreso a Valencia
se ha producido dos años y cuatro meses después de su salida de la
prisión estadounidense.
Al abrir un libro nos sumergimos en diferentes historias hasta
olvidarnos de la nuestra. Otras veces llegamos a descubrir cosas de
nosotros mismos a través de sus personajes. Una buena lectura puede ser
el mejor refugio donde aliviar nuestra alma y un antídoto contra las
adversidades.
LE HAN DEJADO, el mundo ya no es maravilloso. Como en un permanente jet lag, no atina a conectar con la realidad que le envuelve. Decía Freud que
las palabras y la magia fueron al principio una misma cosa. ¿Es por eso
que seguimos buscando refugio en los libros cuando la vida se nos
antoja una broma estúpida? Usted, pasajero en horas bajas, abre una
novela y en sus páginas encuentra algo parecido a un bote salvavidas, un
alivio balsámico al desasosiego. Los lectores voraces saben bien que las bibliotecas y las librerías
son un botiquín eficaz para el alma, como ya se afirmaba en la
Antigüedad. La ficción y la poesía, sostiene la novelista Jeanette
Winterson, son medicinas que curan la ruptura que la realidad provoca en
nuestra imaginación. Conforme al tópico horaciano dulce et utile,
nos enseñan deleitando. El eco de las palabras, su ritmo, y las
imágenes con una gran carga emocional inundan y activan los recovecos de
nuestra conciencia. Cuando leemos un texto literario inteligente y
seductor, el mundo se vuelve más habitable. Entre las bondades de leer ficción, la primera, por obvia que parezca,
es llegar a conocernos mejor. Proust, a quien hoy pocos negarán sus
aptitudes para la ciencia cognitiva, afirmaba que cada lector, cuando
lee, es el propio lector de sí mismo. Añadía que la obra del escritor no
es más que una suerte de instrumento óptico que este ofrece al otro
para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no habría podido ver
por sí mismo. Adentrarse en el universo de las novelas es vivir
múltiples vidas. Con un libro entre las manos se abre ante nosotros un
terreno para experimentar un sinfín de circunstancias. La biblioterapia es
posible gracias al choque de identificación que se produce en el lector
cuando se ve reflejado en la historia. Empatizamos con otra gente,
otras maneras de pensar. La lectura, además, es una aventura intelectual
trepidante. Para el Nobel de Literatura André Gide, leer a un escritor
no era solo hacerse una idea de lo que decía, sino irse de viaje con él.
Leer nos sitúa en un espacio intermedio: a la vez que dejamos en
suspenso nuestro yo, nos vincula con nuestra esencia más íntima, un bien
valioso para mantener cierto equilibrio en estos tiempos de
distracción. La lectura, decía María Zambrano, nos brinda un silencio
que es un antídoto para el ruido que nos rodea. Nos procura un estado
placentero similar al de la meditación y nos aporta los mismos
beneficios que la relajación profunda. Al abrir un libro conquistamos
nuevas perspectivas, pues la ficción comparte con la vida su esencia
ambigua y polifacética. Dado que solo podemos leer un número limitado de
títulos, ¿qué es lo que buscamos?, ¿obras que reafirmen nuestras
creencias, o bien que hagan que estas se tambaleen? Kafka lo
tenía muy claro, solo deberíamos adentrarnos en las obras que muerdan y
pinchen: “Un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar
helado de nuestro interior”.
Manual de remedios literarios. Cómo curarnos con libros,
de Ella Berthoud y Susan Elderkin (editorial Siruela). Un original y
divertido libro sobre biblioterapia que habla del poder curativo de la
palabra escrita. — La lectura como plegaria, de Joan-Carles Mèlich (Fragmenta). Una reflexión sobre la lectura y la escritura en 262 fragmentos filosóficos. — Por qué leer los clásicos, de Italo Calvino (Siruela). El escritor nos recuerda que los clásicos nunca terminan de sorprender y resistir al tiempo. — Poema, de Rafael Argullol (Acantilado).
Un breviario contemporáneo erudito y sensible de reflexiones sobre la
condición humana y el discurrir del mundo. — El intérprete del dolor, de Jhumpa Lahiri
(Salamandra). La escritora indaga sobre las barreras que deben salvar
personajes de diferentes culturas en su búsqueda de la felicidad. — La muerte de Iván Ilich, de Lev Tolstói (Nórdica). Una luminosa novela que en realidad es un poema capaz de reconciliarnos con nuestra condición mortal. — Pequeño fracaso, de Gary Shteyngart
(Libros del Asteroide). Después de mudarse con su familia a Nueva York,
el niño judío ruso Ígor se transforma en Gary, un personaje que narra la
experiencia de vivir a caballo entre dos países que son enemigos.
El torero responde así cuando se le pregunta por el estado de salud de su esposa María José Campanario.
Uno de los culebrones del verano en la llamada prensa del corazón es
la enfermedad que sufre María José Campanario, esposa del toero Jesulín de Ubrique,
que le ha llevado a permanecer ingresada en una clínica de Málaga. Campanario intentó en un inicio ocultar su estancia en el centro
hospitalario para después admitir que estaba siendo tratada por los
problemas que sufre derivados de la fibromialgia que padece. Campanario, según algunas fuentes, está fuertemente medicada desde
hace tiempo y tiene problemas para llevar una vida normal. Telecinco ha
añadido en varios de sus programas que la odontóloga además sufre una
depresión y está obsesionada con Belén Esteban, madre de la hija mayor de Jesulín de Ubrique. De ahí, dicen, que incluso se haya teñido de rubio .
El torero ha sido visto entrando y saliendo de la clínica en la que se trata a su esposa y también en su finca. Abordado por los periodistas en busca de información, Jesulín de
Ubrique ha respondido: "Yo solo hablo con las revistas que me pagan". Todo parece indicar, por tanto, que el secretismo que rodea al estado de
salud de su pareja quedará claro vía exclusiva. Poco antes de ser ingresada María José Campanario, el 7 del julio
pasado, la pareja había anunciado su deseo de volverse a casar, un gesto
que fue interpretado como una manera de hacer caja con una exclusiva. La pareja ha vendido siempre sus acontecimientos personales a la revista
¡Hola!.
David Jones no quiso ser artista o simplemente un músico, David Jones siempre quiso ser una estrella. Era la única forma de no volver a ver esa miseria que vio de pequeño. Y la acabó siendo, una estrella llamada David Bowie. “Vi gente desfavorecida a mi alrededor y niños que iban al colegio con
zapatos rotos, niños pobres. Me impactó de tal forma que pensé que nunca
iba a pasar hambre o estar en el lado equivocado de la sociedad”, le
dijo una vez el cantante a Dylan Jones, exdirector de la edición
británica de la revista GQ y autor de la próxima biografía David Bowie: A Life, uno de los cuatro libros que se publicarán sobre el cantante este otoño.
“David Bowie era su propia creación, su propia obra de arte. Era un
chico del Brixton [distrito al sur de Londres] de la posguerra con su
mirada puesta en el mundo”, relata Jones, quien ya había escrito un
libro anterior sobre Bowie y su transformación en Ziggy Stardust. “Toda
su carrera profesional era un mito, una leyenda e invención”, dice y con
la sucesión de anécdotas e historias explicadas en esta nueva biografía
añade material a la leyenda, pero también verdades puesto que son todos
testimonios y recuerdos recogidos de más de 180 personas que lo
conocieron, “amigos, rivales, amantes y colaboradores”.
“Descubrí cosas sobre él en los años setenta que me sorprendieron”,
cuenta Dylan Jones. Cuando parecía que sabíamos todo sobre Bowie. “Sus
extravagancias sexuales y narcóticas dejan a los Rolling Stones como amateurs”. Y, además, empezó muy pronto. La cantante Dana Gillespie,
por ejemplo, recuerda cómo siendo su novia en los sesenta cuando ella
tenía 13 o 14 años, y Bowie dos más que ella, él ya le engañaba tanto
con hombres y mujeres. Fue el momento en el que el cantante intentaba
encontrar su identidad y cambiaba de imagen cada 18 meses. Paseaba por
Carnaby Street, recogiendo las bolsas de basura llenas de ropa que
tiraban las tiendas. Influenciado por la lectura de Starman Jones, El retrato de DorianGray
y todas las películas, libros y música que le había enseñado su medio
hermano Terry, David Bowie saciaba su incansable curiosidad y su
necesidad constante de mejorar, pero también los usó primero como una
forma de huir de aquella miseria de Bromley y, más tarde y el resto de
su vida, de escapar de la locura que sobrevolaba su familia materna y a
la que sucumbió su hermano Terry.
“Como casi todos nosotros, se preocupó por volverse loco, pero
claramente nunca le pasó, a pesar de sus esfuerzos”, dice su amigo, el
escritor Hanif Kureishi, en la crítica sobre esta nueva biografía, que
describe como la más completa publicada hasta ahora. Está toda su vida, desde Bromley a su final en Nueva York junto a la mujer que cambió su vida, Iman.
Están las anécdotas para melómanos, como el viaje que compartió con
John Lennon a Hong Kong en el que buscaron un restaurante donde comer
sesos de mono, pero Lennon acabó bebiendo sangre de serpiente y
metiéndole a Bowie en la boca un huevo de 1.000 días cocinado en orina
de caballo; o como cuando Paul McCartney lo invitó a su casa, pero claramente celoso de su éxito no salió a recibirle y mandó a su mujer, Linda.
Pero también habla de su reconocida bisexualidad, y de cómo uso el
sexo como un arma o medio para conseguir todo lo que quería, todo
aquello que necesitó para convertirse en una estrella. Como a Lindsay
Kemp, el mimo que dice haberle enseñado todo sobre cómo moverse en el
escenario y con la que mantuvo un affaire, y recuerda levantarse una mañana y encontrarse a Bowie teniendo relaciones en la habitación de al lado con su mejor amiga.
Más seductor que sexi
“David era magnético. Más seductor que sexi”, dice Tony Zanetta, que
llevó sus negocios en los setenta. Decía que se había acostado con más
de 1.000 mujeres y algunas de las groupies que conocieron ese
carisma seductor cuentan sus historias. Como Lori Mattix que perdió su
virginidad con Bowie cuando tenía 15 años. O Josette Caruso que descubre
al menos un límite sexual que puso: acostarse con un cadáver. “¿Por qué
pensarían que me puede interesar algo así?”, recuerda que le dijo
sorprendido. Su fama le precedía, las orgías que organizaba en los setenta con su
mujer Angie, sus años en Los Ángeles en los que consumía siete gramos de
cocaína al día y por lo que llegó a pesar 43 kilos. Solo evitó las
drogas psicodélicas por el miedo a desatar la esquizofrenia. Toda su
vida intentando huir de la locura, pero rozándola con los dedos. Solo
conocer a Iman en 1990 le evitó acabar en ella.