David Jones no quiso ser artista o simplemente un músico, David Jones siempre quiso ser una estrella. Era la única forma de no volver a ver esa miseria que vio de pequeño. Y la acabó siendo, una estrella llamada David Bowie. “Vi gente desfavorecida a mi alrededor y niños que iban al colegio con
zapatos rotos, niños pobres. Me impactó de tal forma que pensé que nunca
iba a pasar hambre o estar en el lado equivocado de la sociedad”, le
dijo una vez el cantante a Dylan Jones, exdirector de la edición
británica de la revista GQ y autor de la próxima biografía David Bowie: A Life, uno de los cuatro libros que se publicarán sobre el cantante este otoño.
“David Bowie era su propia creación, su propia obra de arte. Era un
chico del Brixton [distrito al sur de Londres] de la posguerra con su
mirada puesta en el mundo”, relata Jones, quien ya había escrito un
libro anterior sobre Bowie y su transformación en Ziggy Stardust. “Toda
su carrera profesional era un mito, una leyenda e invención”, dice y con
la sucesión de anécdotas e historias explicadas en esta nueva biografía
añade material a la leyenda, pero también verdades puesto que son todos
testimonios y recuerdos recogidos de más de 180 personas que lo
conocieron, “amigos, rivales, amantes y colaboradores”.
“Descubrí cosas sobre él en los años setenta que me sorprendieron”,
cuenta Dylan Jones. Cuando parecía que sabíamos todo sobre Bowie. “Sus
extravagancias sexuales y narcóticas dejan a los Rolling Stones como amateurs”. Y, además, empezó muy pronto. La cantante Dana Gillespie,
por ejemplo, recuerda cómo siendo su novia en los sesenta cuando ella
tenía 13 o 14 años, y Bowie dos más que ella, él ya le engañaba tanto
con hombres y mujeres. Fue el momento en el que el cantante intentaba
encontrar su identidad y cambiaba de imagen cada 18 meses. Paseaba por
Carnaby Street, recogiendo las bolsas de basura llenas de ropa que
tiraban las tiendas. Influenciado por la lectura de Starman Jones, El retrato de DorianGray
y todas las películas, libros y música que le había enseñado su medio
hermano Terry, David Bowie saciaba su incansable curiosidad y su
necesidad constante de mejorar, pero también los usó primero como una
forma de huir de aquella miseria de Bromley y, más tarde y el resto de
su vida, de escapar de la locura que sobrevolaba su familia materna y a
la que sucumbió su hermano Terry.
David Bowie y su pareja Iman.Cordon Press
“Como casi todos nosotros, se preocupó por volverse loco, pero
claramente nunca le pasó, a pesar de sus esfuerzos”, dice su amigo, el
escritor Hanif Kureishi, en la crítica sobre esta nueva biografía, que
describe como la más completa publicada hasta ahora. Está toda su vida, desde Bromley a su final en Nueva York junto a la mujer que cambió su vida, Iman.
Están las anécdotas para melómanos, como el viaje que compartió con
John Lennon a Hong Kong en el que buscaron un restaurante donde comer
sesos de mono, pero Lennon acabó bebiendo sangre de serpiente y
metiéndole a Bowie en la boca un huevo de 1.000 días cocinado en orina
de caballo; o como cuando Paul McCartney lo invitó a su casa, pero claramente celoso de su éxito no salió a recibirle y mandó a su mujer, Linda.
Pero también habla de su reconocida bisexualidad, y de cómo uso el
sexo como un arma o medio para conseguir todo lo que quería, todo
aquello que necesitó para convertirse en una estrella. Como a Lindsay
Kemp, el mimo que dice haberle enseñado todo sobre cómo moverse en el
escenario y con la que mantuvo un affaire, y recuerda levantarse una mañana y encontrarse a Bowie teniendo relaciones en la habitación de al lado con su mejor amiga.
Annie Lennox y David Bowie.Cordon Press
Más seductor que sexi
“David era magnético. Más seductor que sexi”, dice Tony Zanetta, que
llevó sus negocios en los setenta. Decía que se había acostado con más
de 1.000 mujeres y algunas de las groupies que conocieron ese
carisma seductor cuentan sus historias. Como Lori Mattix que perdió su
virginidad con Bowie cuando tenía 15 años. O Josette Caruso que descubre
al menos un límite sexual que puso: acostarse con un cadáver. “¿Por qué
pensarían que me puede interesar algo así?”, recuerda que le dijo
sorprendido. Su fama le precedía, las orgías que organizaba en los setenta con su
mujer Angie, sus años en Los Ángeles en los que consumía siete gramos de
cocaína al día y por lo que llegó a pesar 43 kilos. Solo evitó las
drogas psicodélicas por el miedo a desatar la esquizofrenia. Toda su
vida intentando huir de la locura, pero rozándola con los dedos. Solo
conocer a Iman en 1990 le evitó acabar en ella.
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