Tommaso Koch
La última película de la Segunda Guerra Mundial arrasa en la taquilla y recibe buenas críticas pero también molesta en Francia por sus ‘olvidos’ históricos.
Lo tiró todo a la arena.
El fusil, el equipo, a saber si hasta el casco. Llovían las bombas, arreciaba la batalla.
Pero enfrente estaba su hogar, y era lo único que importaba. A los compañeros, que le miraban alucinados, les dijo que iba "a caminar hasta casa".
Cuentan los testigos que el soldado se adentró en el mar, decidido a cruzar los más de 80 kilómetros del canal de la Mancha.
Directo hasta Inglaterra.
Como él, varios militares intentaron la misma hazaña. Su mente, rota por la guerra, debió de pensar que nadar hacia la muerte era cuando menos mejor que esperarla en la playa. Porque ese parecía el único destino que aguardaba a los 400.000 miembros de la Fuerza Expedicionaria Británica atrapados en Dunkerque en mayo de 1940.
Enviados a salvar a Francia del avance nazi, acabaron arrinconados por los alemanes en la costa norte del país.
A sus espaldas, el enemigo, dispuesto a masacrarlos. Por delante, solo olas.
En el horizonte, su patria. Tan cerca, tan lejos.
“Una de las historias que más me impresionó fue la de un veterano que me contó que la gente se metía andando en el agua”, escribió Christopher Nolan en The Telegraph. Tanto que el cineasta quiso reflejarla en una secuencia de su película Dunkerque.
En ella, el director de Memento y El caballero oscuro reconstruye la desesperante espera del Ejército británico y el milagro de su rescate, uno de los episodios más fascinantes y claves de la Segunda Guerra Mundial, ya que permitió a Reino Unido recuperar las fuerzas para aguantar la tormenta nazi. Más de 330.000 soldados fueron sacados de aquella ratonera, gracias a la Marina de su país, a la movilización de cientos de embarcaciones civiles y a la orden, que el mismísimo Hitler firmó, de parar el ataque contra Dunkerque, un misterio que aún intriga a los historiadores.
Pero muchísimos más han sido los espectadores que el filme de Nolan ha cosechado por el planeta, con más de 284 millones de euros de ingresos, el cuarto filme sobre la Segunda Guerra Mundial más taquillero de la historia.
Y eso que falta su estreno en China.
Su relato de la lucha por la vida, por tierra, mar y aire, ha enamorado a los críticos de las revistas más prestigiosas —es "una obra maestra", según The Hollywood Reporter o The Atlantic—, mostrado a Hollywood que otra superproducción es posible y desatado debates, tanto de cine como de historia.
¿Es fiel a los hechos? ¿Emocionante o demasiado patriotera? ¿Puede encantar un filme sin trama?
"Considerarla una obra maestra cuando lleva pocas semanas en las salas me parece osado.
Genera mucho realismo, pero su guion carece de ritmo", opina Magí Crusells, profesor de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona. Nolan, en realidad, quiso prescindir del guion.
La idea nació en 1992, cuando el director cruzó el canal de la Mancha, en barco, junto con su pareja, Emma Thomas, rumbo a Dunkerque.
El tiempo pésimo y el mar enfurecido complicaron la travesía. “Llegamos en medio de la noche, tras 19 horas de navegación. Y eso sin gente bombardeándonos”, ha contado Nolan.
De ahí que su respeto por el relato de Dunkerque, que en Reino Unido todos conocen, se disparara.
Su abuelo, además, peleó y murió en la Segunda Guerra Mundial.
Así que el director le planteó a Thomas una experiencia que trasladara al espectador hasta aquella pesadilla: “Quiero solo mostrarlo, sin guion”.
Finalmente, su ahora esposa le convenció de que incluyera una trama. Y Nolan acabó escribiendo un texto de 76 páginas, el más corto de su carrera.
El filme, en el fondo, siempre estuvo listo.
Él, sin embargo, no.
Para plantearle a Hollywood una película bélica sin un solo estadounidense y que relate una gigantesca derrota hacían falta galones.
Hoy, el creador de Interstellar los tiene.
De hecho, de su negociación con Warner Bros sacó un triunfo de gran estratega: 150 millones de presupuesto, más de 1.000 extras, el compromiso de usar el ordenador solo cuando fuera necesario —el filme emplea aviones y barcos reales, algunos incluso de la contienda original, y llegó a desplegar 60 navíos a la vez durante el rodaje— y un sueldo antológico (20 millones y un 20% de los ingresos de taquilla).
A cambio, el cineasta filmó qué significa sobrevivir en una guerra.
“No quise empantanarme en los asuntos políticos. El problema no es tampoco quiénes son, serán, o de dónde vienen los personajes. La única cuestión que me interesaba era: ¿Saldrán de allí?", ha asegurado.
Una elección tan extrema trae consecuencias.
En el filme casi no se escuchan diálogos.
Básicamente, porque apenas los hay.
Pero, también, porque el ruido de la batalla los cubre tanto que varias salas avisan con un cartel de que si el espectador no capta alguna frase no es por fallos técnicos del cine.
Sin embargo, el principal foco de las polémicas ha sido que la cámara de Nolan dejara fuera demasiados detalles, según sus críticos.
Así, Le Monde y Le Figaro le acusan de menospreciar el rol de las tropas francesas en proteger la retirada de los británicos. Los franceses, además, fueron los últimos en ser evacuados, y Reino Unido estuvo muy cerca de abandonarlos a su destino.
El filme no incluye ni un solo soldado alemán y "se podría haber profundizado más en por qué se detuvo su ataque" Hitler, afirma José Miguel Sales Lluch, autor del libro La Segunda Guerra Mundial en el cine.
Tampoco se ven africanos o indios entre las tropas aliadas, pese a que su presencia fue clave en la resistencia.
Apenas dos mujeres hablan en toda la película.
En general, se acusa a Nolan de perpetuar el filón occidental que blanquea la historia y la escribe desde su ombligo.
El cineasta ha sido atacado incluso por reivindicar el patriotismo en época del Brexit, además de quien, como David Cox, de The Guardian, considera que el filme “no es más que un montón de soldados esperando”.
“Los historiadores no podemos buscar todo lo que falta. Aunque sí es cierto que el filme magnifica una anécdota menor: de cinco días de rescates, los barcos civiles solo participaron en dos”, tercia Crusells.
"Una película, o incluso una enciclopedia, no puede contarlo todo.
Lo importante sería que un filme de este tipo refleje una verdad global sobre lo que pasó", considera el historiador de cine Santos Zunzunegui.
Sales Lluch considera que el interés que sigue suscitando la Segunda Guerra Mundial obedece a que la gente sigue buscando respuestas al brutal conflicto.
Otros añaden que es una guerra más fotógénica para el cine que la Primera Guerra Mundial y que el enemigo es mucho más identificable.
Y otro experto, el historiador británico John Brioch, defendió en un repaso en Slate las verdades de Nolan.
Apuntó que es cierto que los aviones británicos tenían que cuidar la gasolina, que solo les permitía una hora de autonomía en vuelo, y que los folletos que la propaganda alemana lanza sobre la ciudad al principio del filme también son verosímiles. Algunos hasta han buscado parecidos entre el civil que zarpa a ayudar con su barco, interpretado por Mark Rylance, y el comandante C.H. Lightoller, cuya historia real recuerda a la del personaje.
Ken Sturdy también navegó hacia Dunkerque. Hoy tiene 97 años y en 1940 acudió como miembro de la Marina a rescatar a sus compatriotas.
Hace unas semanas se sentó con su chaqueta militar y sus medallas en una butaca en Calgary (Canadá) y volvió a sus recuerdos: “Estaba ahí de nuevo.
Vi a mis antiguos amigos, y muchos murieron en la guerra”. Contó a Global News que lloró, “porque los seres humanos hacen cosas increíbles y otras tan estúpidas”; porque “nunca termina”.
Y apuntó: “No vayan al cine solo por entretenimiento. Piensen”.