Acaba de abrirse el telón y el actor principal hipnotiza con su donaire al público antes de atacar su papel.
Conocemos el argumento de la obra, que empezó como una comedia de enredo (llena de personajes pintorescos que entraban y salían), y su trágico final, pero no habíamos visto jamás la ambientación.
¿Quién decora estos sitios? ¿España entera es así? ¿Era así de asfixiante el estilo Aznar/Botella?
¿Cómo logramos sobrevivirle a él como presidente del Gobierno de las armas de destrucción masiva, y a ella como hada madrina de los fondos buitre, a los que regaló las viviendas de protección oficial subvencionadas por los contribuyentes madrileños?
Porque no es que resulte feo, recargado, imperialista y frío, es que la atmósfera moral que exuda nos trae a la memoria la boda de El Escorial, que se planificó sin duda en un lugar muy parecido a este. Se pregunta uno qué clase de decisiones se pueden tomar desde detrás de esa mesa y no tiene más que repasar la historia de la España contemporánea para responderse.
Más allá de la ventana se aprecia la otra torre inclinada que presagiaba las caídas a las que luego hemos asistido.
Todo fue una representación a la altura del decorado.
Es difícil vivir por encima de él, del mismo modo que es difícil separar el fondo de la forma.
He aquí la forma. El fondo lo estamos pagando todavía.
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