
La firma apuesta por prendas minimalistas con buena relación calidad-precio. Foto: Modern Citizen
Modern Citizen se aleja bastante de la apuesta por la última
tendencia para centrarse en básicos y prendas, principalmente lisas,
para el día a día. No esperen encontrar en su catálogo el último clon de
Vetements ni referencias a las chicas
nerd de Gucci.
La firma defiende como fórmula de éxito ofrecer prendas básicas de calidad aceptable y precio asumible. La misma receta que llevó a
Everlane, otra enseña estadounidense que viene pisando fuerte, a convertir unos sencillos pantalones negros en
objeto de deseo para 12.000 mujeres.
El precio medio de sus creaciones ronda los 65 euros (hay que tener en
cuenta que los precios de Zara son más altos fuera de España) e incluye
un buen surtido de vestidos lisos de distintos cortes y longitudes,
discretos tops con alguna concesión a los volantes y otros tantos
pantalones y faldas perfectos para ir a la oficina. Tampoco faltan
accesorios, productos de belleza y una línea de decoración como mandan
las reglas actuales de la diversificación.
Lo más llamativo de su propuesta es que defienden el
‘Made in China’ por bandera.
Cuando muchas marcas mantienen en segundo plano que producen en países
asiáticos, llega Modern Citizen para gritarlo a los cuatro vientos. La
explicación es sencilla:
fabrican en China, sí, pero con unas
condiciones de trabajo reguladas y en la mismas fábricas que producen
para diseñadores como 3.1 Phillip Lim. Tal y como explica la fundadora a
Racked,
produce en fábricas de Hong Kong y quiere “humanizar” la fabricación en
el país asiático, de donde proviene su familia. “Nunca entendí la idea
de la mala calidad asociada con China, probablemente debido a mi
herencia china, pero creo que es un sesgo cultural, una percepción que
espero pueda ser cambiada. El país ha estado fabricando ropa para todo
el mundo durante los últimos 100 años. Pensar en un país entero como ‘de
mala calidad’ me parece realmente torpe, teniendo en cuenta que algunos
de los mejores productos del mundo se hacen allí”, defiende.
La imagen que quieren proyectar se acerca a la de firmas de lujo. Foto: Modern Citizen
Tras su experiencia durante seis años trabajando en
estrategia y desarollo de negocio digital del grupo GAP, parece que
Jessica Lee tiene claro lo que la gente quiere y cómo ofrecerlo. Supo
detectar que existe un nicho de mujeres que desean vestir bien sin
rascarse el bolsillo y sin toparse con otros tantos
looks
iguales por la calle. Eso y crear una comunidad son las claves de una
marca digital hoy en día. “Zara ofrece un producto increíble, pero no
emocional.
Es muy utilitario”, explicó a Business of Fashion. Por eso su propósito es generar una clientela fiel y crear una comunidad que comparta gustos, valores y conversación además de prendas.
No es la única enseña estadounidense que ha sabido reconocer la fórmula. Ahora que
Nasty Gal ha dejado de ser ejemplo estrella de caso de éxito, firmas como Everlane o
Genuine People le
toman el relevo. Esta última, con base en China, no deja de ganar
notoriedad acercando al resto del mundo ropa y accesorios importados.
“Apostamos por poco stock y mucha rotación de producto. Nos basamos en
la estética asiática y estamos creando verdaderos fans de la firma, algo
que no ocurre con grandes cadenas”,
afirma su fundadora.
Reformation y Fame and Partners
también son otros dos buenos ejemplos si analizamos marcas con un rango
de precios un poco superior. La primera triunfa internacionalmente –y
recorre los editoriales de las revistas de moda– con sus vestidos
escotados perfectos para eventos. La segunda defiende la personalización
como valor principal. Bajo el lema “moda antirápida” crean productos
bajo demanda acabando con el exceso de stock y cuadruplicando sus ventas
cada año desde que naciera en 2014. Y luego están enseñas de toda la
vida como Madewell, probablemente lo más parecido a un Zara americano
pero algo más caro.