La actriz apostó por su firma de cabecera, en un día tan señalado.
Analizamos el 'look' de Paula Echevarría en la Primera Comunión de su hija.
Paula Echevarría ha vuelto a dar este sábado otra lección de estilo en la Primera Comunión de su hija Daniella. La protagonista de la serie de televisión Velvet volvió a confiar en Dolores Promesas, su firma de cabecera para los grandes acontecimientos luciendo un diseño estampado en el que predominaba el rosa, uno de los colores de esta temporada.
La asturiana derrochó estilo con un diseño midi con colorido estampado en tonos azules y verdes sobre fondo rosado.
Además, el diseño de Paula tenía un favorecedor escote corazón y una manga a un solo hombro muy abullonada.
El rosa del vestido y la forma del diseño resaltaba de manera especial su piel bronceada y su silueta.
Al igual que su hija, Paula también llevó el pelo suelto, con raya al medio, adornado con una diadema de Mibuh forrada de la misma tela del vestido.
La marca andaluza también firma el clutch, un modelo de terciopelo en azul pavo real con origianl broche de pedrería en forma de rana.
Para no sobrecargar su estilismo, la intérprete eligió un calzado bastante discreto: unas sandalias de tiras finas en color nude de Lodi que combinaban con su vestido.
Como joyas, Paula llevó unos pendientes de piedras claras en forma de lágrima que le aportaban mucha luz al rostro.
En
cuanto al maquillaje apostó por resaltar el color de su piel
enfatizando ligeramente los ojos y la boca con un labial, que como no
podía ser de otra manera, era rosado.
La primera dama de EE UU mantiene una agenda discreta en sus primeros días viviendo en Washington.
Un hombre mayor alto, con algo de sobrepeso y vestido con una corbata larguísima roja.
Podría ser Donald Trump, de 71 años, pero es su suegro, Viktor Knaus, de 73.
Una de las escenas que ha dejado el traslado, el pasado domingo, de Melania Trump a la Casa Blanca ha sido ver a sus padres junto a su marido y el hijo que tiene con él, Barron. Todos ellos bajaron juntos del Air Force One y del helicóptero que los llevó a la residencia presidencial en Washington tras pasar el fin de semana en Nueva Jersey.
Apenas hay imágenes de Donald y Melania con los progenitores
de la exmodelo eslovena, de 47 años y casada con el multimillonario
neoyorquino desde 2003. Se sabe muy poco de ellos, ni siquiera cuántos
días han pasado en Washington ayudando en la mudanza de su hija. Los
paralelismos físicos entre el presidente estadounidense y su suegro han
sido la nota divertida del traslado, pero ahora empieza la parte seria y
complicada para la primera dama: encontrar su lugar en la Casa Blanca
con un marido que vive acechado por crisis permanentes y parece cada vez
más aislado y victimista. Rompiendo con la tradición, Melania Trump decidió seguir viviendo en su ático de lujo en la Torre Trump
de Nueva York tras la investidura presidencial del pasado 20 de enero. Se quedó con Barron, de 11 años, hasta que finalizara el curso escolar. El menor, que el próximo curso estudiará en un colegio religioso a las afueras de la capital de Estados Unidos, también afronta ahora el reto de adaptarse a una nueva vida en otra ciudad bajo el escrutinio constante. Su familia ha pedido a la prensa que respete la intimidad del chico.
La primera semana de Melania viviendo en Washington ha sido
discreta. Solo se la ha visto en dos ocasiones acompañando a su marido
en actos públicos. Hasta ahora, ha sido una primera dama en la sombra,
con escasas apariciones y una voluntad expresa de blindar su privacidad y
la de su hijo. Ha optado por la prudencia tras la polémica por el
discurso que pronunció en la convención republicana el pasado julio y
que incluía partes calcadas a uno de su predecesora, Michelle Obama. Además, se ha visto eclipsada por el protagonismo de Ivanka Trump, hija del presidente y asesora con despacho propio en la Casa Blanca.
“Creo que el hecho de que Melania no haya adoptado muchas de
las tareas tradicionales de una primera dama cambiará cómo vemos la
posición y quizá la próxima esposa del presidente no tendrá que mudarse
tampoco a la Casa Blanca”, dice por teléfono la periodista Kate Andersen
Brower, autora de un libro sobre las interioridades de la Casa Blanca (La Residencia) y otro sobre primeras damas de EE UU (Primeras Mujeres).
Brower destaca la independencia de la mujer del actual
presidente. “Se siente segura de sí misma y no es pesarosa. Con otras
primeras damas, como Michelle Obama y Laura Bush, daba la sensación de
que querían complacer a la gente”, sostiene. “Creo que ella entiende
sabiamente que no puedes agradar a todo el mundo todo el tiempo y no
parece que le importe mucho. Puede que esto cambie la forma en que el
puesto de primera dama es afrontado en el futuro”. Bajo el constante foco de los medios de comunicación sobre qué dice y cómo viste,
y de rumores sobre crisis de pareja, la exmodelo deberá definir quién
quiere ser. Tiene que completar su equipo de asesores y decidir si
quiere escoger una causa a abanderar, como Michelle Obama con la obesidad
o Laura Bush con la lectura infantil. “Creo que será mucho más
visible”, señala Brower, que recuerda que Obama no lanzó su plataforma a
favor de una alimentación saludable hasta su primer año en la
residencia presidencial. Melania ha sugerido que quiere actuar contra el acoso en Internet y que la educación de su hijo será su prioridad.
La cantante vive un gran momento de iluminación y
expansión creativa: acaba de publicar un disco tributo a la francesa
Dalida; seguirá con su gira por los cinco continentes durante dos años y
en agosto volverá al estudio
Con estas palabras escritas en una nota, el 3 de mayo
de 1987, la cantante Dalida justificaba y se disculpaba por su decisión
antes de tomar una sobredosis de barbitúricos que acabaría con su vida
en su casa de Montmartre: «La vie m’est insupportable. Pardonnez-moi»
(«La vida me resulta insoportable. Perdonadme»).
Era la cantante más popular de Francia y estaba considerada
la reina de la canción mediterránea.
Veinte años antes, era la propia
Dalida quien encontraba la nota de despedida de uno de sus grandes
amores, Luigi Tenco, que se había pegado un tiro en la habitación de
hotel que compartían.
Acababan de participar juntos en el Festival de
San Remo con Ciao amore ciao, que ni siquiera pasó la primera criba.
Es
una de las canciones elegidas por Luz Casal para el álbum homenaje A mi
manera, que acaba de salir a la venta en Francia.
Nos
encontramos con ella en los jardines de la Embajada de Francia, en
plena calle Serrano de Madrid, donde la cantante, espléndida, acaba de
terminar la sesión de fotos para esta entrevista. Está radiante y
emociona comprobar que sigue manteniendo, después de haber sido
aplaudida y reconocida en escenarios de todo el planeta, ese deje
auténtico en el hablar, esa actitud sin imposturas, esa verdad que ya la
hizo única cuando el público la descubrió en la década de los 80.
¿Por qué un tributo a Dalida? Fue surgiendo de manera natural, porque la verdad es que yo
no he tenido grandes guías en mi música. Puedo hablarte largo y tendido
de Édith Piaf, puedo hablarte de Janis Joplin, de Chrissie Hynde, son
grandísimas artistas a las que admiro, pero no puedo decir que haya
seguido la estela de una cantante en concreto. Sin embargo, Dalida fue,
de alguna manera, viniendo a mi vida. Aunque estilísticamente ella es
más pop que yo, en mi repertorio habitual hay tres o cuatro canciones de
ella que siempre incluyo en mis conciertos. Luego, conocí a su hermano
pequeño, un hombre de más de 80 años, bastante peculiar, por cierto, que
lleva media vida preservando el legado de su hermana, considerada hoy
una de las grandes divas de la música francesa. Por otra parte, durante unos meses, cada vez que iba a París
me alojaba en un hotel que estaba al lado del cementerio de Montmartre,
donde ella está enterrada y, desde la terraza de mi habitación, veía su
sepultura y las legiones de fans que iban allí un día tras otro a
visitarla. Te puedes imaginar el día que me asomé la primera vez y vi
que mi habitación daba a su tumba… me quedé muerta, claro. Y creo que
este homenaje parte de todas esas llamadas, esas pequeñas señales que me
han ido acercando a Dalida. El suicidio de Dalida fue el final de una
trayectoria marcada tanto por la gloria profesional como por la tragedia
personal. De los hombres que hubo en su vida se suicidaron tres (Luigi
Tenco, Morisse –su exmarido– y Richard Canfray) y la palabra que más se
repitió cuando ella murió fue «soledad». Ella, en la música, lo había conseguido todo. Fue la primera
cantante a la que se le entregó un disco de diamante, creado ex profeso
para ella, vendió más de cien millones de álbumes y cantó unos mil
temas, muchos de los años 60, pero en su repertorio hay también
canciones de los años 40 y 50, que son auténticos himnos para los
franceses . Abarrotaba los conciertos y el público la adoraba. Pero ella
buscaba el amor verdadero y, por las razones que fuera, no eligió a los
hombres adecuados. Iba detrás de ese gran amor que la quisiera por quién
era ella y no por su éxito y no lo encontró. Su vida, además, parece
que estuvo marcada por un aborto, al que se sometió voluntariamente, que
la dejó estéril, y hay que situar ese acontecimiento en la época,
finales de los años 60, porque ahora las mujeres que decidimos no tener
hijos lo hacemos libremente, pero para aquellas mujeres no era lo mismo. A mí también me llama mucho la atención la nota que escribió, porque
puede parecer que el suicidio es una decisión egoísta y, sin embargo
ella pide perdón, como si dijera: «No puedo más, me tengo que ir,
entendedme». De casi las mil canciones que grabó Dalida usted ha
dado forma a un disco de 11. ¿Cómo ha sido ese proceso de selección?
¿Por qué unas canciones y no otras? A mí las canciones me tienen que decir algo en la piel,
necesito sentirlas. Lo que no necesito es vivir la letra, no necesito
que la letra me haya pasado a mí específicamente, por eso soy intérprete
y no compositora. A veces, cuando se me acerca un fan y me dice: «¡Qué
total esa letra que has escrito!», tengo que puntualizar: «Que no, que
no la he escrito yo», pero me gusta sentirla y hacer que el público la
sienta. En la selección de los temas de Dalida nos encontramos con un
material muy amplio y muy disperso, no exagero si te digo que habré
escuchado más de 500 canciones. Pero hay algunas que van como
quedándose. Si pasan 15 días y no me acuerdo de un tema es que no me
sirve, pero si me despierto una noche con una frase o la melodía o la
historia, digo: «Atención, que aquí hay algo».
Nuria Espert (L'Hospitalet de Llobregat, 1935) es una leyenda viva. Presentarla de otra forma sería ridículo. -¿La niña Espert mentía o actuaba? -No mentía, pero sí actuaba: empecé a recitar siendo muy pequeña
porque mis padres me enseñaban poemas y yo los decía en la fábrica, en
casa, con mis padres o con alguien que hubiese por allí. Empecé antes de
entender lo que decía. -Memorizando versos. -Sí: "La princesa está triste / ¿Qué tendrá la princesa?", de Rubén
Darío, y cosas malísimas, en catalán o en castellano, que mis padres
recogían y me enseñaban. -Sus padres. -Mi madre era obrera textil. Mi padre era carpintero. Usted. -Yo me recuerdo feliz en una casa que no era muy feliz, porque mis
padres no se entendieron bien y se separaron pronto. No hubo peleas, ni
gritos, ni nada de eso. Pero era un ambiente frío. Yo tenía todo el
calor de mi madre, así que me bastaba. -¿Qué ocurre cuando se sube al escenario, cuando ve por primera vez
lo que va a ver el resto de su vida: gente sentada esperando que usted
haga algo? -Ya mis actuaciones de niña prodigio del barrio me ponían sumamente
nerviosa. Después, como parece que lo hacía bien, mis padres empezaron a
ir los domingos a una cosa que existía en Cataluña, que no sé si existe
ya, los cau d'arts, que son unos nidos de arte donde obreros y gente
del barrio sale y recita. Me convertí en una pequeña estrella y eso me
torturaba, me hacía muy desgraciada. El lunes estaba muy bien, y si
había ido bien la cosa, el martes estaba contenta. El miércoles ya me
empezaba a poner nerviosa.
-Medea es su gran papel
No sólo porque fue un éxito y me dijeron cosas muy buenas, sino
porque yo me enteré de quién era. Yo. Me descubrí. Era la más
sorprendida. Tuve una adolescencia muy acomplejada. Salir de la calle
Buenos Aires, de Hospitalet, e ir al Romea de Barcelona. Todos estábamos
a lo nuestro y no había ningún ambiente de camaradería, al menos
conmigo. O era yo la que se cerraba y no lo propiciaba.
-¿No tiene problemas en las compañías? -En el Romea enseguida contrataron a otra niña, que es Julieta
Serrano. Nos pusieron en el mismo camerino. Éramos las dos mindundis y
ahí encuentro a una amiga que venía de una clase trabajadora pero de
otro nivel. Tenían ducha, un hermano que había ido a la universidad, que
le pasaba libros que Julieta me pasaba a mí. Ahí ya no me siento sola. -Estábamos con Medea. -Fue como una locura, salió en todos los periódicos. Mis padres los
tenían todos. A mí me parecía que había pasado algo importantísimo y que
ya todo iba a seguir por ahí, cosa que no fue cierta para nada. -¿Sus padres vivieron siempre juntos? -Tenían una relación civilizada. Pero no había amor. -¿Eso le marca? -En la adolescencia, el matrimonio era lo último que me apetecía. Los
chicos no me interesaban, no tuve ningún novio. El matrimonio era una
palabra oscura, donde dos viven juntos toda la vida y lo normal es que
salga mal. Así que conocí a Armando [Moreno, actor y productor] y a los
seis meses nos casamos. -¿Por qué se hacen empresarios? -Porque yo tenía mis sueños y él dijo: "Mira, eso no te lo va a ofrecer nadie. Esto hay que salir a buscarlo". Eso fue durísimo. ¿Algún secreto?
-El secreto es copiar los papeles, el texto, varias veces. Y se queda
grabado. Hasta ayer. Esto te lo regalan. Es tonto vanagloriarse, porque
te lo regalan. Y el cuerpo, en un momento dado, te lo quita. Está
fatigado y dice: hasta aquí. O no, o te permite ir aumentando el
esfuerzo. -¿Se pensaba en activo a estas alturas entonces? -Ni se me ocurría. Una persona de 40 me parecía muy mayor.