La primera dama de EE UU mantiene una agenda discreta en sus primeros días viviendo en Washington.
Un hombre mayor alto, con algo de sobrepeso y vestido con una corbata larguísima roja.
Podría ser Donald Trump, de 71 años, pero es su suegro, Viktor Knaus, de 73.
Una de las escenas que ha dejado el traslado, el pasado domingo, de Melania Trump a la Casa Blanca ha sido ver a sus padres junto a su marido y el hijo que tiene con él, Barron. Todos ellos bajaron juntos del Air Force One y del helicóptero que los llevó a la residencia presidencial en Washington tras pasar el fin de semana en Nueva Jersey.
Apenas hay imágenes de Donald y Melania con los progenitores de la exmodelo eslovena, de 47 años y casada con el multimillonario neoyorquino desde 2003.Se sabe muy poco de ellos, ni siquiera cuántos días han pasado en Washington ayudando en la mudanza de su hija.
Los paralelismos físicos entre el presidente estadounidense y su suegro han sido la nota divertida del traslado, pero ahora empieza la parte seria y complicada para la primera dama: encontrar su lugar en la Casa Blanca con un marido que vive acechado por crisis permanentes y parece cada vez más aislado y victimista.
Rompiendo con la tradición, Melania Trump decidió seguir viviendo en su ático de lujo en la Torre Trump de Nueva York tras la investidura presidencial del pasado 20 de enero.
Se quedó con Barron, de 11 años, hasta que finalizara el curso escolar.
El menor, que el próximo curso estudiará en un colegio religioso a las afueras de la capital de Estados Unidos, también afronta ahora el reto de adaptarse a una nueva vida en otra ciudad bajo el escrutinio constante.
Su familia ha pedido a la prensa que respete la intimidad del chico.
Solo se la ha visto en dos ocasiones acompañando a su marido en actos públicos.
Hasta ahora, ha sido una primera dama en la sombra, con escasas apariciones y una voluntad expresa de blindar su privacidad y la de su hijo.
Ha optado por la prudencia tras la polémica por el discurso que pronunció en la convención republicana el pasado julio y que incluía partes calcadas a uno de su predecesora, Michelle Obama. Además, se ha visto eclipsada por el protagonismo de Ivanka Trump, hija del presidente y asesora con despacho propio en la Casa Blanca.
“Creo que el hecho de que Melania no haya adoptado muchas de las tareas tradicionales de una primera dama cambiará cómo vemos la posición y quizá la próxima esposa del presidente no tendrá que mudarse tampoco a la Casa Blanca”, dice por teléfono la periodista Kate Andersen Brower, autora de un libro sobre las interioridades de la Casa Blanca (La Residencia) y otro sobre primeras damas de EE UU (Primeras Mujeres).
Brower destaca la independencia de la mujer del actual presidente. “Se siente segura de sí misma y no es pesarosa.
Con otras primeras damas, como Michelle Obama y Laura Bush, daba la sensación de que querían complacer a la gente”, sostiene. “Creo que ella entiende sabiamente que no puedes agradar a todo el mundo todo el tiempo y no parece que le importe mucho.
Puede que esto cambie la forma en que el puesto de primera dama es afrontado en el futuro”.
Bajo el constante foco de los medios de comunicación sobre qué dice y cómo viste, y de rumores sobre crisis de pareja, la exmodelo deberá definir quién quiere ser.
Tiene que completar su equipo de asesores y decidir si quiere escoger una causa a abanderar, como Michelle Obama con la obesidad o Laura Bush con la lectura infantil.
“Creo que será mucho más visible”, señala Brower, que recuerda que Obama no lanzó su plataforma a favor de una alimentación saludable hasta su primer año en la residencia presidencial.
Melania ha sugerido que quiere actuar contra el acoso en Internet y que la educación de su hijo será su prioridad.