La expareja posa sonriente para la prensa antes de entrar en la iglesia de San Vicente de la Barquera.
Paula Echevarría y David Bustamante
han acompañado juntos y sonrientes a su hija Daniella en el día de su
Primera Comunión. La pareja ya difundió este viernes, en la víspera de
la celebración, una imagen de los tres en la que se decían "felices" con
los preparativos. La imagen fue un adelanto del completo reportaje del
que han sido objeto la actriz asturiana y el cantante cántabro, en la
entrada en de la iglesia Santa María de los Ángeles de San Vicente de la
Barquera (Cantabria). Con grandes sonrisas, gestos cómplices, nervios y
algún beso, la familia ha recibido un aluvión de flashes, durante el
trayecto de entrada a la iglesia en la que la niña, de ocho años, fue
bautizada.
Para este día tan especial, la actriz e influencerPaula Echevarria ha lucido un vestido rosa con motivos florales de la firma Dolores Promesas que ha combinado con una diadema con el mismo print.
Daniella vestía de Rosa Clará y David Bustamante ha escogido un traje
azul con chaleco y corbata con estampado de motocicletas. La separación del matrimonio ha colocado en el punto de mira esta
reunión familiar. De hecho, la imagen publicada por el cantante en
Instagram ha sido la primera en la que aparecen juntos desde que saltaron las alarmas por su separación este abril. En un principio, se apuntó a que el distanciamiento de la pareja haría
que la niña terminara celebrando este acto religioso en Madrid junto a
sus compañeros de clase el pasado 6 de mayo, pero finalmente no se
cumplieron esos pronósticos. Paula Echevarría y David Bustamante
viajaron este viernes a San Vicente organizar los últimos detalles. Este sábado, Echevarría había compartido en su perfil de Instagram una
nueva imagen de la población, de apenas 4.000 habitantes, para informar
del buen tiempo con el que se presenta el día. Daniella fue bautizada con un mes y medio por el sacerdote Florencio
Hoyos, familiar del cantante y el mismo que ofició su matrimonio la
basílica de Covadonga en 2006.
La característica de equipo es lo que une a Irene y a Pablo, los Underwood y, con mucho esfuerzo, a los Trump.
Messi, con sus hijos y los del futbolista Cesc Fàbregas, el 12 de junio en Ibiza.GTRESONLIN
Si Podemos fuera una serie de Netflix, Irene Montero y Pablo Iglesias
podrían ser los nuevos Underwood, la pareja presidencial de la serieHouse Of Cards.
Pablo sería más campechano, por ahora, que el señor Underwood e Irene,
más morena, por ahora, que la manipuladora señora Underwood. Ambas
parejas reciben aplausos y críticas por ser simultáneamente públicas y
privadas. Un día amor, otro día equipo. Al contrario que al portavoz del PP, me encanta ese plan. Los Underwood
combaten para ganar más poder. Irene y Pablo lo hicieron el pasado
martes contra el Gobierno, con situaciones de alta tensión como la enumeración, en orden alfabético, que ella hizo de los más de 60 casos de corrupción
que involucran al PP. Y esa frase, casi titular, que cualquier
guionista envidiaría: “La corrupción tiene sede y es Génova 13”, que no
solo sintetiza sino que sirve de localizador. Ahora podemos pensar que el presente es un poco más elevado, incluso
sutil, como el cambio que indica la nueva imagen corporativa de Podemos. Parecen haber quedado en el fondo del armario las camisas de cuadros,
altisonantes estampados y los colores periféricos. En su lugar, vemos el
resurgimiento de las chaquetas desestructuradas, que visten pero con
flexibilidad. Se recomiendan mucho para las negociaciones de verano y no
le restan emoción a una censura. A eso hay que agregar una corbata
pelín desatada y de color azul petróleo, manga arremangada, libreta con
tapa de cuero desgastado, como de reportero. El Dustin Hoffman de la
película Todos los hombres del presidente. Otro juego de poder es la próxima boda de Messi. Allí también sucedió una moción de censura, pero en este caso contra la wedding planner,
esa figura surgida en la década de los noventa y que implica tanto
sentido de la responsabilidad como nervios de acero. Bárbara Diez,
cotizadísima especialista en organizar eventos y nupcias en Argentina,
fue despedida por el padre de Messi porque su planificación les estaba
dejando casi pobres aunque sin llegar a los niveles de lo que Hacienda
le ha sacado al astro. Todo esto a tan solo dos semanas de la boda.
Bárbara, muy bárbara, no comenta nada en su Instagram donde solo sube
fotos de los muchísimos eventos en los que sigue contratada con su
estrategia consumista y abiertamente liberal. Los Messi han fichado wedding planners locales con una estrategia de crowdfunding,
es decir, que todo el que trabaja para la boda lo hace gratis, a manera
de colaboración. Antonella aparece cada vez más fresca y relajada en
las fiestas que están celebrando en Ibiza como entrenamiento. Seguramente porque sabe que el menú no será sustituido. Ofrecerán carne,
empanadas y locro, un guiso andino muy reconstituyente. El menú
confirma que la familia Messi quiere una boda criolla, normal,
rebajadita mientras que la organizadora se cegó por el glamour y
las estrellas. Fue una buena idea plantarle una moción de censura y
sustituirla. Ojalá pudiéramos hacer lo mismo y con la misma velocidad en
el Congreso.
La verdadera Claire Underwood, Melania Trump, por fin se muda a la Casa Blanca. Melania había pedido completar el curso escolar para que su hijo Barron
no pasara por una experiencia traumática ante la presidencia de su
papá. La mudanza sucede al mismo tiempo que avanza la investigación
contra el presidente de EE UU. Quizás Melania venga en plan refuerzo,
que es algo muy típico en las parejas que saben hacerse equipo, que no
son todas. Precisamente, esa característica de equipo es lo que une a
Irene y a Pablo, los Underwood y, con mucho esfuerzo, a los Trump. La investigación sobre la relación de Trump con los rusos ha creado un héroe, el exdirector James Comey, que es el director del FBI más conocido desde Hoover. Su comparecencia trastornó la programación matutina de la televisión
estadounidense. Yo iba a participar en un crudo debate sobre si la cara
es más importante que el cuerpo, cuando tuvimos que conectar con el
Senado. Incluso las maquilladoras, que atienden las notas del colegio de
sus hijos y los balances bancarios al mismo tiempo que te dejan sin
arrugas y anaranjado (porque en la televisión tienes que salir naranja
para no verte verde), apartaron la esponjita con la que pintan 10
rostros en una hora para ver a Comey. “No tiene brillos, buena señal”,
dijo la maquilladora que me tocó. “Hombre que no suda, hombre que no
miente”, expresó sin censura.
Quizá porque uno no recuerda cómo se produjo el recambio generacional
cuando era joven resulta más traumático de lo que debiera ceder el
testigo a otros. Quizá porque uno no se para a pensar, por ejemplo, que
las radios fueron tomadas, literalmente, a finales de los 70 y los 80,
por una turba juvenil que en mucho menos tiempo de lo que entonces
parecía invadieron el espacio radial con sus músicas, su universo
cultural y su tendencia al naturalismo, si es que así se puede llamar a
quien trata de expresarse como una persona normal y no impostando la voz
para dar la temperatura en el exterior de nuestros estudios. Éramos
nosotros, la generación que hoy sobrepasa los sesenta y los que andamos
en la cincuentena. Teníamos prisa por hacernos con el micrófono y darle
el sonido que correspondía a un país que estaba cambiando. Miro mi caso, pero había muchos como el mío: me senté balbuceante en
un estudio a los 19 años y a los 24 ya estaba presentando programas. Cuando logré mi anhelado sueño, el que más he deseado en la vida,
presentar un programa en Radio 3, tenía 27 años. 27 y un contrato, un
equipo y una responsabilidad. Me pagaban, no sé si acertadamente, para
que llenara dos horas con un estilo que no se pareciera al de otro. La
voluntad de ser singular era un desafío y una obligación.
Todos
éramos muy jóvenes. Más jóvenes de lo que creíamos. Con un grado
considerable de insensatez que se reflejaba en los resultados. Nos
hacíamos adultos mientras trabajábamos o como consecuencia de la
responsabilidad que se nos había encomendado. Igual en la prensa, en el
arte o en la literatura. Habría que certificar la edad en la que en
aquellos años comenzaban los aspirantes a hacerse con un oficio y en qué
momento pasaban a gozar de una responsabilidad. Esta Feria del Libro de Madrid
que acabamos de celebrar permitía reflexionar sobre ello. Firmaban los
habituales, pero también nuevos nombres que se van haciendo con un
público; poco a poco, porque no cuentan con el respaldo de un potente
grupo editorial, pero responden a la necesidad que cada generación tiene
de ser contada. Hay quien siente su poltrona amenazada por esta
presencia y no entiendo a qué viene esa incomodidad, esa desconfianza,
en quienes con tanto desparpajo desbancaron a sus mayores. Es como no
haber entendido que nosotros también necesitamos que entre en nuestras
mentes el aire fresco. Las nuevas editoriales, las que paso a paso se
han ido haciendo con un sitio en las mesas de novedades y han logrado en
poco tiempo un sello que los lectores reconocen, están introduciendo
títulos que conectan con un cambio de mentalidad: su atención al
pensamiento ecologista, a las distintas voces del feminismo o a la
desatada transformación de las ciudades responden a la necesidad de un
activismo cívico: ¿lo captan los políticos? Han recuperado nombres que dormían en el purgatorio de los
descatalogados: Thoreau, Dwight Macdonald, Emma Goldman, Henry Lefebvre,
Lewis Mumford, Jane Jacobs o Grace Paley, y que nos hermanan con ese
pasado en el que se inauguró un tipo de conciencia.
La celebración del juvenilismo por sistema me espanta, pero
es que no es eso, no es eso. En el fondo, el entusiasmo por lo juvenil
es una manera de certificar tu conocimiento intergeneracional, pero sin
hacer concesiones reales. Lo que resulta urgente es que nos mostremos de
una vez dispuestos a compartir el espacio con una generación que ya
debió asumir responsabilidades hace tiempo. ¿Con qué cuajo los llamamos
banales e ingenuos si mantenemos un tapón profesional que les impide
entrar con todo derecho en el mundo de los instalados? Les condenamos al
alternativismo de por vida con trabajos precarios, mala
conciliación, alquileres prohibitivos, poca responsabilidad y una
economía asfixiante que les hace dependientes de los padres, lo cual es
humillante para unos y trabajoso para los otros. Es irónico: los colocamos en una posición secundaria sin indicios de
progreso para luego reprocharles que tienen poco arrojo. ¿Nos tienen
manía? Algo de eso hay. Está la ironía natural que el joven ejerce
contra sus mayores, añadida a una perspectiva mezquina de futuro. ¿Fue
nuestra juventud más fácil? No, pero la posibilidad real de mejora es un
elemento fundamental para la satisfacción personal. ¿Qué quieren las
madres, los padres? Que sus hijos progresen, también necesitan sentirse
liberados por completo de esa carga. Mientras no se tomen medidas para
incentivar el trabajo no abusivo, el sueldo digno, la casa asequible y
se les conceda un lugar destacado, ¿cómo impedir que nos tengan recelo? Jamás pronunciaré esa frase discutible de "es la generación más
preparada de la historia". La realidad es que es el desarrollo pleno de
un oficio, no la universidad, lo que te convierte en alguien solvente,
enfrentado de verdad al desafío de la vida. Algunos hemos aprendido ya
mucho de la irrupción de “los nuevos” en el universo cultural. Más que
sentir amenaza o desprecio hay que ceder un espacio que no es de nuestra
exclusiva propiedad. Tratarlos como adultos y no como niños eternos.
El Ayuntamiento recuerda en un emocionante acto a los heridos y los 21 fallecidos en el atentado de ETA.
Es de las cosas que quedan grabadas en la memoria de la ciudad. No
hay nadie en Barcelona de más de 40 años que no recuerde dónde estaba la
tarde del 19 de junio de 1987, cuando ETA hizo estallar una bomba en el aparcamiento del Hipercor
y mató a 21 personas e hirió a otras 45. El Ayuntamiento ha recordado
este sábado a las víctimas en un austero, pero emotivo y emocionantísimo
acto. Un reconocimiento que, aparte de la colocación del monumento
conmemorativo en la Meridiana en 2003, ha tardado 30 años en llegar. Ha sido un acto breve pero intenso. 15 minutos sin más palabras que las del poema Por quien doblan las campanas,
de John Donne, que ha leído la dramaturga Àngels Aymar. El acto ha
logrado reunir las familias de 20 de los 21 fallecidos: desde chavales
hasta personas muy mayores. Bestial la emoción de sus caras y sus
lágrimas 30 años después.
Sentados bajo el monumento de piedra gris, han contemplado el
espectáculo de los bailarines que se han movido al son de solo de piano. Luego, uno a uno, acompañados por los bailarines se han levantado para
dejar un objeto de su familiar muerto en el atentado sobre una silla
vacía. Lágrimas en los ojos de buena parte de los asistentes. Familiares, público, autoridades --encabezadas por la alcaldesa Ada
Colau-- y periodistas. Una pelota, un ordenador, una foto, un balón, una
máscara, unas castañuelas, hilos de coser, papeles, una libreta, una
nariz de payaso, un reloj, unas gafas, un libro, telas y zapatillas, una
camiseta, bolígrafos, una flor, unos patucos de recién nacido y un
vestido de bebé. No ha habido parlamentos tampoco en la posterior visita a la placa
que recuerda el atentado y que el Ayuntamiento ha colocado ante el
centro comercial. Una conmemoración que si ha tardado tres décadas es
porque todavía hay heridas abiertas.