El Ayuntamiento recuerda en un emocionante acto a los heridos y los 21 fallecidos en el atentado de ETA.
Es de las cosas que quedan grabadas en la memoria de la ciudad. No
hay nadie en Barcelona de más de 40 años que no recuerde dónde estaba la
tarde del 19 de junio de 1987, cuando ETA hizo estallar una bomba en el aparcamiento del Hipercor
y mató a 21 personas e hirió a otras 45.
El Ayuntamiento ha recordado este sábado a las víctimas en un austero, pero emotivo y emocionantísimo acto.
Un reconocimiento que, aparte de la colocación del monumento conmemorativo en la Meridiana en 2003, ha tardado 30 años en llegar.
Ha sido un acto breve pero intenso.
15 minutos sin más palabras que las del poema Por quien doblan las campanas, de John Donne, que ha leído la dramaturga Àngels Aymar.
El acto ha logrado reunir las familias de 20 de los 21 fallecidos: desde chavales hasta personas muy mayores.
Bestial la emoción de sus caras y sus lágrimas 30 años después.
Sentados bajo el monumento de piedra gris, han contemplado el espectáculo de los bailarines que se han movido al son de solo de piano.
Luego, uno a uno, acompañados por los bailarines se han levantado para dejar un objeto de su familiar muerto en el atentado sobre una silla vacía.
Lágrimas en los ojos de buena parte de los asistentes.
Familiares, público, autoridades --encabezadas por la alcaldesa Ada Colau-- y periodistas.
Una pelota, un ordenador, una foto, un balón, una máscara, unas castañuelas, hilos de coser, papeles, una libreta, una nariz de payaso, un reloj, unas gafas, un libro, telas y zapatillas, una camiseta, bolígrafos, una flor, unos patucos de recién nacido y un vestido de bebé.
No ha habido parlamentos tampoco en la posterior visita a la placa que recuerda el atentado y que el Ayuntamiento ha colocado ante el centro comercial.
Una conmemoración que si ha tardado tres décadas es porque todavía hay heridas abiertas.
El Ayuntamiento ha recordado este sábado a las víctimas en un austero, pero emotivo y emocionantísimo acto.
Un reconocimiento que, aparte de la colocación del monumento conmemorativo en la Meridiana en 2003, ha tardado 30 años en llegar.
Ha sido un acto breve pero intenso.
15 minutos sin más palabras que las del poema Por quien doblan las campanas, de John Donne, que ha leído la dramaturga Àngels Aymar.
El acto ha logrado reunir las familias de 20 de los 21 fallecidos: desde chavales hasta personas muy mayores.
Bestial la emoción de sus caras y sus lágrimas 30 años después.
Sentados bajo el monumento de piedra gris, han contemplado el espectáculo de los bailarines que se han movido al son de solo de piano.
Luego, uno a uno, acompañados por los bailarines se han levantado para dejar un objeto de su familiar muerto en el atentado sobre una silla vacía.
Lágrimas en los ojos de buena parte de los asistentes.
Familiares, público, autoridades --encabezadas por la alcaldesa Ada Colau-- y periodistas.
Una pelota, un ordenador, una foto, un balón, una máscara, unas castañuelas, hilos de coser, papeles, una libreta, una nariz de payaso, un reloj, unas gafas, un libro, telas y zapatillas, una camiseta, bolígrafos, una flor, unos patucos de recién nacido y un vestido de bebé.
No ha habido parlamentos tampoco en la posterior visita a la placa que recuerda el atentado y que el Ayuntamiento ha colocado ante el centro comercial.
Una conmemoración que si ha tardado tres décadas es porque todavía hay heridas abiertas.
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