Repasamos los diseños de celebridades que marcaron un antes y un después con la elección para caminar hacia el altar.
John F. Kennedy y Jacqueline Bouvier, desde
entonces más conocida como Jackie Kenendy, contrajeron matrimonio el 12
de septiembre de 1953.
Un traje de la diseñadora Ann Lowe que causó
sensación entre la alta sociedad neoyorquina por su estilo clásico y
refinado.
Para confeccionarlo tardaron más de dos meses y se necesitaron
50 kilos de seda en color marfil.
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Grace Kelly abandonó su prometedora carrera en
Hollywood para empezar una vida con el príncipe Raniero de Mónaco. La
pareja se casó el 18 de abril de 1956, y para la ocasión la princesa
Gracia llevó un vestido de novia de Helen Rose, quien la había vestido
en sus películas 'Alta sociedad' y 'El cisne'.
Fue el traje más caro que
la diseñadora hizo nunca, solo el encaje tenía más de cien años de
antigüedad.
De la primera boda de Elizabeth Taylor a su enlace con Richard Burton hay todo un mundo. En su enlace, en 1950, con el multimillonario Conrad 'Nicky' Hilton llevó un
vestido de novia creado por la legendaria diseñadora y figurinista de
Hollywood Helen Rose. El 15 de marzo de 1964, en su boda —la quinta para
la actriz— con Richar Burton, La actriz vestía un traje de gasa, color
amarillo girasol, llevaba flores en su cabello y un broche de esmeraldas
que el protagonista de 'Cleopatra' le compró.
Joe DiMaggio y Marilyn Monroe se casaron el 14
de enero de 1954 en el Ayuntamiento de San Francisco. La ambición rubia
se alejó de todo lo que podía esperarse de una estrella de Hollywood, y
su traje de novia consistió en un sencillo yconjunto de falda lápiz en
color marrón oscuro y con cuello de piel de armiño en tonos marfil.
La evolución de una actriz. El 25 de septiembre
de 1954, Audrey Hepburn se casaba con el actor y director Mel Ferrer y
para el día contó con la ayuda de su diseñador de cabecera, Hubert de
Givenchy, que le diseñó un traje de inspiración victoriana con un fajín a
la cintura y cuello abotonado. A la izquierda: Audrey Hepburn el día de
su boda civil con Andrea Dotti, el 18 de enero de 1969, para cuya
ocasión eligió un sencillo vestido rosa a juego con el pañuelo de
Givenchy.
El 14 de mayo de 1964 don Juan Carlos de Borbón
contraía matrimonio con Sofía de Grecia en Atenas. Jean Dessés fue el
diseñador de un traje confeccionado en lamé de plata, cubierto de tul, y
con el frente realizado en encaje de bruselas y una cola de cinco
metros.
El 20 de julio de 1966, Mia Farrow se casaba en
Las Vegas con Frank Sinatra. Siguiendo el estilo de los sesenta, la
actriz se enfundó en un sencillo traje compuesto pir una chaqueta y una
falda hasta la rodilla.
El 1 de mayo de 1967 Elvis y Priscilla se
convirtieron en marido y mujer. Para su boda con el rey del rock and
roll, la novia prefirió llevar un vestido diseñado por ella misma.
El 20 de enero de 1968 Sharon Tate y Roman
Polanski cortaban su tarta de boda. Para la ocasión, la actriz y modelo
apostó por la estética de los años sesenta con un vestido corto y cuello
cisne.
La boda de Mick Jagger y Bianca Perez, desde
entonces Bianca Jagger, rompió las reglas en muchos sentidos. Pero uno
de ellos fue el estilismo que decidió escoger la novia para su gran día,
celebrado en Saint-Tropez el 15 de myo de 1971: un blazer sin nada
debajo y una falda mide de color blanco, con una pamela con velo.
Una novia, dos estilos. A la izquierda,
Carolina de Mónaco el día de su boda con Philippe Junot, el 29 de junio
de 1978. A sus 21 años, escogió un recatado vestido con falda de organza
de Marc Bohan para Dior. En su enlace con Stefano Casiraghi, el 29 de
diciembre de 1983, Carolina de Mónaco daba un giro de 180 grados y
aunque volvía a apostar por Dior, elegía un moderno vestido de raso en
tono doarado.
El vestido con el que Diana Spencer pasó a
convertirse en princesa ha pasado a la historia por su pomposidad. Para
su boda con Carlos de Inglaterra, el 29 de julio de 1981, escogió un
vestido de David y Elizabeth Emanuel, hecho con seda, tafetán y 10.000
perlas.
Manuel Pertegaz fue el modisto escogido por doña Letizia para el vestido de su boda con Felipe de Borbó, celebrada en Madrid el 22 de mayor de 2004. La hoy Reina
vistió un modelo inspirado en la línea princesa —de corte continuado
desde los hombros al suelo— con una colla de cuatro metros y medio. El
escote en pico y cuello, parte de la espalda y la cola fueron bordados
en hilo de plata y oro.
El 23 de octubre de 1998 Eugenia Martínez de
Irujo le daba el "sí, quiero" al torero Francisco Rivera. Para el día de
su boda, la hija de la duquesa de Alba fes vestida por un diseño
exclusivo de Enmanuel Ungaro. Aunque lo que pasará a la historia será la
corona que lucía: una diadema de platino, brillantes y perlas que
perteneció a la emperatriz Eugenia de Montijo.
El 29 de abril de 2011, Kate Middleton se
casaba con Guillermo de Ingalterra. Para el día de su boda, la hoy
duquesa de Cambridge escogió un vestido de Sarah Burton para Alexander
McQueen. Un estilo clásico y romántico que luego fue copiada por muchas
novias, era el inicio del hoy conocido como "el efecto Kate".
Un diseño de Riccardo Tisci para Givenchy fue la elección de la estrella de la televisión Kim Kardashian para su boda con Kanye West, celebrada en Florencia el 24 de
mayo de 2014. Un traje valorado en medio millón de dólares con encaje y
transparencias.
Brad Pitt y Angelina Jolie sorprendieron al
mundo con la noticia de su boda en Francia el 23 de agosto de 2014. Para
la ocasión, la actriz aposto por un vestido de alta costura de Versace,
aunque lo que pasará a la historia es que decidiera incluir en él
dibujos hechos por sus seis hijos, tal y como dejó ver en las imágenes
publicadas por la revista 'People' y '¡Hola!', a las que la pareja
vendió la exclusiva para luego donar el dinero.
Jane Auer vivió junto a su marido, el célebre escritor Paul Bowles, la
ebullición cultural y el posterior ocaso de la ciudad marroquí durante
el siglo XX. Recorremos las callejuelas, plazas y cafés que fueron el
escenario de su compleja relación. LA SUERTE es efímera y junto a ella a menudo se abre el precipicio. La
neoyorquina Jane Auer, de cuyo nacimiento se cumple este año el
centenario, desembarcó en Gibraltar en 1948 siguiéndole los pasos a su
marido, Paul Bowles, quien se había mudado a Marruecos medio año antes para escribir su primera novela, El cielo protector, que obtuvo un éxito inesperado y fulgurante. Atrapada en las redes exóticas de Tánger, bajo un alud de sensualidad orientalista, la escritora, que había publicado una novela muy personal titulada Dos damas muy serias
—apreciada por algunos escritores, pero incomprensible para críticos y
lectores—, no sospechaba que en aquel escenario encontraría la
perdición . En busca de un espacio de huida y libertad, como muchas otras
creadoras modernistas, exploró la vivencia de la expatriación. Sus
últimos años estuvieron marcados por la enfermedad y la desdicha.
la escritora camina con Cherifa, su amante marroquí, ataviada con un chador y unas gafas de sol. Nada hacía presagiar ese desenlace cuando Jane y Paul se conocieron, a
finales de los años treinta, en una fiesta en el neoyorquino barrio de
Harlem, entre bocanadas de humo de marihuana y jóvenes vanguardistas. Ella, recién estrenada la veintena, destacaba por su ingenio y especial
don de gentes; él, siete años mayor, era un compositor musical de
talento, con poemas publicados, que atraía a los demás por su porte
enigmático y distinguido. Se casaron al cabo de un año en Manhattan, sin
que fuera un impedimento que se sintieran atraídos por personas de su
mismo sexo.
Antes de convertirse en figuras cruciales de la escena artística
transoceánica, en 1941 vivieron en una casa comunal en Brooklyn
Heights, habitada, entre otros, por el compositor Benjamin Britten, los
hijos de Thomas Mann —Erika y Klaus— o el poeta W. H. Auden. El escritor
suizo Denis de Rougemont afirmó que todo lo que era novedoso en América
se cocía en esa casa. El atípico matrimonio —él, un artista disciplinado y viajero; ella,
aficionada a las noches alcohólicas y propensa al bloqueo creativo—
recaló en Tánger a raíz de un sueño. Dormido, Paul entrevió un barrio
árabe de callejuelas sinuosas bañado por una cálida luz: era la ciudad
africana que visitó por primera vez en 1931. Allí, la pareja disfrutó de
la efervescencia de una ciudad con estatus de Zona Internacional,
asistió a su ocaso como centro comercial y diplomático y finalmente la
conoció con una nueva faz, cuando pasó a soberanía marroquí en 1956. Políglota —llegó a hablar con soltura francés, español y árabe
marroquí—, Jane, que se definía como “coja, lesbiana y judía”, se
enamoró de una mujer del país africano. Paul tuvo que regresar a Nueva
York para componer la música de una obra teatral de Tennessee Williams, y
Jane se quedó sola en el hotel Villa de France. Todos los días, después
de su lucha matutina contra la hoja en blanco, se dirigía a su otro
campo de batalla, el Zoco Grande, donde Cherifa, su amante, regentaba un
pequeño puesto de grano. La marroquí, que guardaba las distancias, solo
consiguió hechizar más a Jane. Para la escritora, Cherifa tenía un atractivo irresistible tanto por la
lengua árabe, que ella aún no dominaba, como por la posibilidad
romántica de embarcarse en una relación con una mujer musulmana. En una
carta a Paul, le dice: “Quizá deba permanecer a perpetuidad al borde de
esta civilización suya. Cuando estoy en casa de Cherifa me sigo
sintiendo al borde de eso, y cuando la veo luego, ni más ni
menos amistosamente, como esas melodías que continúan sin cesar, basta
para convencerme de que nunca estuve allí”.
El piloto sufría una convulsión mientras viajaba por una carretera al norte del Estado de Illinois.
El momento en el que el hombre sube al coche.EP
Un hombre conducía su coche el pasado viernes cuando el
vehículo delante suyo invadió el carril contrario.
Al observar que el
conductor estaba inconsciente, Randy Tompkins no dudó en parar en plena
carretera, descender de su coche y adentrarse en el otro vehículo para
salvar la vida del conductor. Entró al vehículo con un salto por la ventana del pasajero.
Ocurrió
en Dixon, una localidad situada en el norte del Estado de Illinois. El
incidente fue grabado en vídeo por la cámara de un coche de policía que
se encontraba en la zona. Tompkins explicó que tuvo que introducir dos
dedos en la boca del desconocido conductor para evitar que éste se
tragara su lengua durante el infarto.
La chilena
publica 'Más allá del invierno', una obra sobre la capacidad de
alegría, esperanza y reinvención que atesoran las personas.
Hace año y medio, cuando vino a Madrid a presentar su penúltimo libro, El amante japonés,
Isabel Allende le decía a quien quisiera escucharla mirándole a los
iris con sus iris como ascuas: “Estoy abierta al amor”. Tenía 73 años y
acababa de romper “triste pero civilizadamente” una convivencia de 28
con Willy, el gringo grande y amoroso de algunas de sus novelas. Ayer, Allende volvió a Madrid con un nuevo libro bajo el ala y un amor nuevo alegrándole las pajarillas. Más allá del invierno
(Plaza & Janés), el título de su nueva obra, inspirado en una
frase de Camus, es un homenaje a la capacidad de alegría, esperanza y
reinvención que atesoran las personas por muy mal que les vengan dadas. “No solo los humanos, sino los pueblos, las naciones, el mundo tiene un
verano invencible dentro que puede acabar con cualquier invierno si le
damos la oportunidad y asumimos el riesgo”, explica ella y uno,
viéndola, no puede por menos que creerla .
Primorosamente vestida con una casaca color mimosa y maquillada como
para una boda, Allende recibe en el claroscuro de una sala de la vetusta
Casa de América. "Esta luz es despiadada. Nos vamos a ver como monos en
el vídeo", bromea, con las tablas que le otorgan décadas de entrevistas
en su larga carrera de estrella global de la literatura. Allende (Lima,
1942) ha despachado millones de ejemplares de sus 23 libros, desde La casa de los espíritus a De amor y de sombra, Cuentos de Eva Luna y Paula,
su obra más íntima y también la más querida, aunque solo fuera por el
hecho de que, gracias a ella, su fallecida hija Paula está viva en la
memoria colectiva. “Aún hoy, 23 años después, recibo cartas de personas
enfermas, o que han sufrido una pérdida, o que han llamado Paula a una
hija inspirados por ella, y eso es mucho más de lo que alguien puede
esperar de una obra”, dice, sus ojos acuosos más húmedos que nunca. Los protagonistas de su nueva novela: Lucía, Richard y Evelyn, dos
sesentones y una adolescente, son expertos en pérdidas, dolor y
desarraigo. Inmigrantes los tres en Estados Unidos, escapando cada uno
de su debacle personal y colectiva, que , unidos por una carambola del
destino, descubren su verano interno redimidos unos por el amor
romántico y todos por la solidaridad con el prójimo. Allende, “extranjera siempre, empezando de nuevo en diferentes sitios
toda la vida”, no se muestra desesperanzada ante “la situación actual
en la que se cierran las fronteras, porque creo que son circunstancias
que van a cambiar. Trump es un accidente y no va a durar mucho. Puede
hacer mucho daño, pero no va a destruir el mundo que hemos avanzado en
los últimos cien años. Hay movimientos bajo la superficie de gente joven
que está cambiando las cosas. He vivido lo suficiente como para saber
que todo es un péndulo y nada es eterno. Vivimos un invierno de
gobiernos, de refugiados, de terrorismo, de miedo, pero el verano
invencible está también ahí, y al final ganará la tendencia de más
solidaridad, más democracia, más libertad, más educación. Las
migraciones no se paran con muros ni leyes, sino resolviendo situaciones
terribles en los lugares de origen”. Allende accede gozosa a narrar cómo llegó de nuevo el verano a su propia
vida. Al separarse de su pareja, se retiró a una casita de California
con su ordenador y su perro, resuelta a vivir sola el resto de sus días. “En esas, un señor de Nueva York me escuchó en la radio de su auto,
camino de Boston . Escribió un correo, y otro, y otro, a mi oficina. Al
tercero, le contesté yo misma porque lo acompañó de un ramo de flores. Cinco meses después de recibir cada día un correo dándome los buenos
días y otro las buenas noches, aproveché un viaje de trabajo para verle. Ahí, en cinco minutos, se armó la cosa, y ahora él está vendiendo lo
que tiene para venirse conmigo. O sea, que esas cosas ocurren, son
milagros que pasan. Sí, me enamoré a los 75 por tercera vez en mi vida,
no hay amor sin riesgo”, relata, sin poder ni quizá querer esconder una
risa entre boba y cómplice ante la cara entre cómplice y boba de su
interlocutora. Así, a la vez animosa y resistente, se muestra Allende, experta en
retratar a mujeres extraordinarias que, según ella, copia del natural
más que fabula. “Vengo de una cadena de ellas, trabajo con ellas, estoy
rodeado de ellas, no tengo que inventarme nada”, explica esta creadora
curada de espanto, que no de sorpresas. “Siempre estoy alerta, abierta al misterio de la vida, a las cosas
maravillosas que uno espera, y a las trágicas que uno no desea. Lo peor
ya me pasó. Cuando me separé de Willy, al que amé muchísimo, la gente me
daba el pésame, como diciéndome 'ay, esa pobre señora vieja que se va a
quedar sola'. Y yo pensaba, esto no es ni el 10% de lo que pasé cuando
murió Paula. Ya nada va a partirme".