Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 may 2017

La belleza eterna de Jeff Buckley..............Por FERNANDO NAVARRO

Se cumplen 20 años de la trágica muerte de un músico irrepetible por su sensibilidad estética.

Jeff Buckley, en Atlanta, en 1994.
Jeff Buckley, en Atlanta, en 1994.
“Tu alma es bella”. Eso fue lo que una oyente le dijo a Jeff Buckley al finalizar un concierto en una cafetería de Nueva York. 
Aquel joven cantante trataba de ganar experiencia sobre los escenarios de la Gran Manzana cuando una chica de pelo oscuro, descrita por él en una entrevista al diario The New York Times en 1993, se acercó hasta él y, mirándole fijamente, tan fijo que pensaba que era para decirle algo malo, definió su música impactada por lo que había sentido. 
 Para desgracia de todos, apenas dio tiempo a escuchar los recovecos de esa alma.
 Con tan solo un disco oficial y 30 años, Buckley se fue demasiado pronto. 
Y, sin embargo, hay todavía algo sobrecogedor en su voz, como una resonancia que apacigua el paso del tiempo y cura las heridas.

No han sido pocos los que han dicho que este músico, nacido en una localidad de California, siempre ha estado sobrevalorado.
 Con más éxito comercial una vez muerto que en vida, fue elevado a los altares por parte de la prensa especializada tras su fallecimiento en 1997. 
Justo o injusto, todo aquel que se ha adentrado en las profundidades de Grace, un álbum que aparece en todas las publicaciones musicales como una obra maestra de los noventa, sale tocado. Aprecia la sensación del vértigo, siente el aliento de la existencia, bajo un aura bella y etérea.
 Cuando ya en los noventa, como ahora, muchos valores vitales parecían traducirse simplemente bajo términos materialistas, ajenos al contacto humano, Grace era como adentrarse en un bosque encantado lleno de fabulosos secretos.

Buckley llegó a convertirse en un músico extraordinario a pesar de la sombra alargada de su padre.
 Hijo del malogrado Tim Buckley, el magnífico cantautor que creó un lenguaje musical sorprendente en los sesenta con su mezcla de folk y jazz, pasó su infancia y adolescencia con su madre y su padrastro.
 La primera, una amante de los Beatles, cultivó sus inquietudes artísticas. 
El segundo, un tipo incapaz de dar tres notas con una guitarra pero con una discografía envidiable, le regalaba discos de Jimi Hendrix, Pink Floyd, The Who o Booker T. and The MG’s. 
Cuando Buckley apenas tenía nueve años, fue su padrastro quien le compró, de hecho, su primer disco de rock, Physical Graffiti de Led Zeppelin. 
La banda británica marcaría desde entonces su música en esa búsqueda premeditada de monumentalidad.
 A su padre, por el contrario, apenas le conoció.
 El mayor de los Buckley dejó a su familia al poco de publicar su primer álbum.
 Solo le vio una vez cuando Jeff tenía ocho años.
 El iconoclasta Tim se precipitó sin freno por el abismo de las drogas y el alcohol
. A los 21 años era una estrella
 A los 25 tenía problemas para conseguir contratos discográficos debido a su dependencia. A los 28 murió de una sobredosis de heroína.
La Herina se llevó a muchos de los mejores del ámbito artístico, casi todos muy jovenes.Fue su amante infernal.... 

Fue un concierto tributo a su padre lo que permitiría que Jeff entrase en el mundo de la música. 
En 1991 se organizó en Nueva York una actuación para recordar la figura de Tim Buckley en St. Ann’s, una iglesia de Brooklyn conocida por acoger eventos musicales como la presentación del Songs for Drella de Lou Reed y John Cale. 
Jeff, un músico principiante, fue invitado.
 Su estilo sorprendió a muchos.
 El cantante decidió entonces quedarse en la ciudad para desarrollar su música.
 Alquiló un apartamento en East Village, centro de la contracultura neoyorquina por el que pasaron hipsters, beatniks, hippies y punkies, y se movió por la órbita artística de St. Ann’s o el Knitting Factory, garito fundamental de la escena musical neoyorquina, cercano al legendario CBGB’s, cuya programación se basaba en el rock y el jazz y fue lugar de acogida de Sonic Youth, Cassandra Wilson, Yo La Tengo o Gil Scott Heron.

Formó parte de la banda Gods & Monsters, liderada por Gary Lucas, antiguo guitarrista de Captain Beefheart, pero no llegó al año con una formación que pecaba de anárquica y no permitía a Buckley dar con la clave de su música.
 Por su cuenta, decidió que lo mejor era instruirse en pequeños escenarios donde tocar en directo y probar sus experimentos.
 De un sitio a otro del Greenwich Village al final aterrizó en el café Sin-é, enclavado en la zona de St. Marks Place. Sin-é era un pequeño refugio para la música alternativa y terminó por hacerse un nombre en el bullicioso ambiente de la ciudad.
 Abierto por inmigrantes irlandeses, solían tocar Sinead O’Connor, The Waterboys o Shane McGowan, cantante de The Pogues.
 El día que Buckley entró por primera vez para pedir trabajo y, de paso, cantar alguna noche lo hizo con el Astral Weeks de Van Morrison bajo el brazo.
 Y, de alguna manera, los ecos de ese disco también llegarían a su música.
Decía sentirse influido por Billie Holiday, Bob Dylan, Louis Amrstrong o Judy Garland, pero Buckley guardaba también un poder místico al estilo de Van Morrison, menos visceral, más sugerente, pero igual de evocador. 
 Podía sonar como un bluesman blanco del Mississippi, como un cantante de jazz haciendo acrobacias con su voz o como un desafiante vocalista de pop lanzándose al vacío.
 Pero no sonaba como el veinteañero que era. 
Ofrecía una intimidad singular, reconfortante. 
Como el propio Morrison, las baladas románticas se transformaban en desesperados gritos de amor mientras se desprendían inquietudes de alcance sobrenatural.
 Grace, publicado en 1994, era la culminación perfecta de este viaje que te saca del cuerpo.
 Canciones como Mojo Pin, Last Goodbye o Lover, You Should've Come Over impulsan a otra dimensión.
Como escribía el crítico musical británico Seth Jacobson, en una época en que la banda sonora de la angustia juvenil estaba definida por las guitarras grunge y las camisas a cuadros, las delicadas melodías y la sensibilidad estética de Jeff Buckley le dejaban al margen de todo.
 Era atípico. Con otras referencias vitales y artísticas como Nina Simone, Edith Piaf o el cantante paquistaní Nusrat Fateh Ali Khan, Buckley, quien amparado por su apellido rechazó firmar con el gran sello Columbia Records hasta que el productor ejecutivo no oyese su música, decía que escuchó a Miles Davis decir que hay que amar verdaderamente lo que haces para hacerlo tuyo para siempre. 
Según el propio artista: “La sensibilidad no es una ñoñería. Porque una pulga aterrizando sobre un perro suena como explosión”.
Visto con el paso que da el tiempo, de alguna manera, Grace y Buckley representaban la pureza y el equilibrio perfecto en otro estado para una década marcada por el desencanto.
 Como afirmaba el historiador Howard Zinn en su libro La otra historia de Estados Unidos
“A principios de los noventa, el sistema americano parecía estar fuera de control: lo caracterizaba un capitalismo incontrolado, una tecnología incontrolada, un militarismo incontrolado, un divorcio entre el gobierno y la gente que decía representar. 
El crimen estaba fuera de control, el cáncer y el SIDA estaban fuera de control.
 Los precios, los impuestos y el desempleo estaban fuera de control. El deterioro de las ciudades y la ruptura de las familias estaban fuera de control. 

Y la gente parecía percibir esta situación”. Grace se presentaba como el refugio, donde el cuento tierno y triste permitía reencontrarse con uno mismo, mirar a través del espejo.
Como en una dramática fábula, Buckley estaba en Memphis dispuesto a grabar su segundo disco cuando con un amigo se perdió por la ciudad y terminaron a orillas del Mississippi.
 Se lanzó vestido al agua al tiempo que cantaba.
 Las fuertes corrientes del gran río lo arrastraron sin remedio. Su cuerpo sin vida apareció días después
 Como legado, más allá de sus actuaciones en el disidente East Village u otros escenarios, un EP primerizo y sesiones sueltas de grabación, solo quedaba el álbum Grace
Al igual que un artesano, moldeó una melancolía adherente a los tiempos que, por el filtro de su voz, por su propósito artístico, radiaba luz y señalaba la épica de la vida.
 En palabras del propio Buckley:
 “La música es infinita.
 Y aunque me he enamorado incontables veces con toda clase de músicas, de todas partes del mundo... siempre hay algo. 
Yo creo que simplemente se llama libertad”.
 Escuchando su versión de Hallelujah de Leonard Cohen, precedida de un suspiro, todavía hoy, la fragilidad alumbra con tanta belleza que parece que el misterio de la vida queda resuelto por ese instante libre, humano y eterno.
**Este artículo fue publicado en este periódico el 24 de agosto de 2011 y formó parte del libro del autor Acordes Rotos: Retazos eternos de la música norteamericana (66 rpm), publicado en 2012.

 

Confesiones de la duquesa de Cornualles

Camilla habla por primera vez de cuando era amante de Carlos de Inglaterra: “Fue horrendo”.

La esposa del heredero al trono británico explica que se sintió prisionera por el asedio de la prensa.

La duquesa de Cornualles pasa revista a tropas en Aylesbury, Inglaterra, el pasado día 24. La duquesa de Cornualles pasa revista a tropas en Aylesbury, Inglaterra, el pasado día 24. Getty Image

 

Camilla de Cornualles, esposa del príncipe de Gales, ha hablado por primera vez a la prensa de la época en que fue la otra, del momento en que se hizo público su romance con Carlos de Inglaterra, cuando este estaba casado con la difunta Diana de Gales y ella con Andrew Parker-Bowles.
 En una entrevista con The Mail on Sunday (el dominical del sensacionalista Daily Mail), la consorte del heredero de la corona británica explica con "un candor asombroso" (según el propio diario) cómo se convirtió en prisionera en su propia casa: "Fue horrendo".

El diario ha construido, mediante la entrevista a la propia duquesa y con varios familiares directos, un extensísimo retrato de la vida de Camilla Rosemary Shand (su nombre de nacimiento), la mujer que saltó a la fama como Camilla Parker-Bowles y que ahora es Camilla Windsor, por su segundo matrimonio.
La duquesa de Cornualles, que va a cumplir 70 años, explica cómo vivía prácticamente escondida por el acoso de la prensa, en un momento en que era una de las mujeres más odiadas por los británicos: 
"Durante más de un año, cuando vivíamos en Middlewick House, yo no podía ir a ninguna parte". 
Su hijo Tom Parker-Bowles recuerda cómo les perseguían: "Los paparazis nos seguían a todas partes y nos acechaban como fantasmas. 
Teníamos unos prismáticos en el cuarto de baño de mamá para vigilarlos. ¡A veces había una docena!".

El diario subraya que Camilla nunca se quejó del asedio de la prensa.
 Lo que sí recuerda la princesa consorte es que era muy desagradable: "Fue horrendo. Fueron unos tiempos profundamente desagradables que no le desearía ni a mi peor enemigo. 
No habría sobrevivido sin mi familia".
 El diario le pregunta entonces sobre si cree que tiene capacidad para afrontar los momentos difíciles y ponerlos en su lugar. 
"Por supuesto que sí", contesta la duquesa.


El príncipe Carlos y Camilla Parker-Bowles, el día de su boda en abril de 2005.
El príncipe Carlos y Camilla Parker-Bowles, el día de su boda en abril de 2005.
Carlos se separó de Diana en 1992, pero el divorcio no fue oficial hasta 1996, un año antes de la muerte de Lady Di en París —de la que este año se cumple el 20º aniversario—. 
Se casó con Camilla en 2005
Esta asegura que desde su infancia estaba preparada para la vida entre la realeza, aunque a veces se mira a sí misma con escepticismo. "Tienes que reírte de ti misma porque si no puedes hacerlo es mejor que abandones.
 A veces pienso ¿quién es esa mujer? No puedo ser yo. Y así es cómo sobrevives".
Y dice esto a pesar de que piensa que desde pequeña fue preparada para desempeñarse con soltura en este papel real.
 "Gracias a dios fui criada por mis padres con una buena base y me enseñaron modales.
 Puede que en este tiempo suene un poco esnob, pero entonces dejamos el colegio a los 16 años y no íbamos a la universidad a menos que fueras un cerebrito.
 En cambio íbamos a París y Florencia [el aristocrático viaje antes llamado Grand Tour] y aprendimos sobre la vida y la cultura, a comportarnos entre la gente, a cómo hablar a la gente.
 Eso estaba muy arraigado en mi vida y, sin esa base, la vida entre la realeza hubiera sido mucho más difícil".

Adopciones: la historia real que no se cuenta.............. Juan Cruz

Yolanda Guerrero aborda en su novela ‘El huracán y la mariposa’ un fracaso que suele quedar callado.

Crónicas del país

Yolanda Guerrero, en el café Gijón de Madrid.
Yolanda Guerrero, en el café Gijón de Madrid.
Ha escrito un libro y ha roto un tabú.
 Yolanda Guerrero, periodista (trabajó en EL PAÍS más de 20 años), conoce bien el drama de un fracaso, el de las adopciones fallidas; ha escuchado testimonios y tiene también su propia, dolorosa, experiencia.
 Y porque de esta no quiere escribir, ha vertido en la ficción la naturaleza real de ese fracaso, que afecta a muchas familias o individuos que no lo cuentan. 
Ella lo hace en una novela, El huracán y la mariposa (Catedral).
 La escritura le ha servido para aligerar “el equipaje” de muchas personas que han adoptado un niño o una niña y el desapego rompió desde el principio el encanto soñado por el adoptante.
“He intentado distanciarme de mi propia historia para escribir este libro”, dice. 
“Sé que con él puedo ayudar a mucha gente”.(Un poco Prepotente, creo que su novela no me gustará)
 El caso que está en el fondo de El huracán y la mariposa es esa niña (el huracán) que, una vez adoptada, exhibe “el trastorno del desapego”.
 Lo explica Guerrero: “Cuando hay una disfunción entre el vínculo del niño en sus primeros años, ¡o en sus primeros meses!, con quienes lo cuidan, ese vínculo se rompe, se acaba el apego.
 Y el niño desconfía de todo el mundo”. Quienes la han sufrido (hay pocas estadísticas, porque no muchas personas exhiben ese fracaso) cuentan como un infierno la lucha imposible por restaurar el apego.
 En la novela, la niña adoptada ha sido víctima de maltrato por su familia original; la situación con la nueva familia la devuelve al huracán de su memoria y se incendia una relación ya imposible. 

“Los psicólogos”, cuenta la novelista, “dicen que esos niños conciben el mundo de un modo desorganizado, en el que las cosas no están donde deben estar: para ellos, la persona que los cuida los devuelve a los que los han podido violar, abusar o abandonar. 
Es un trastorno habitual. Unos lo superan. Otros, como en la novela, se niegan a aceptar el nuevo apego como una solución. 
Y eso hace inviable la relación”.
Para las personas que son víctimas de ese fracaso “es una historia que nunca se llega a superar. 
Consiguen entenderlo después, no mientras sucede.
 Para la novela he hablado con muchos psicólogos, psiquiatras, con muchas familias que lo han sufrido y me han ayudado a componer el puzle de todo lo que ocurre.
 Pero una vez que se recompone eso no significa que la herida se cierre”.
Los adoptantes viven situaciones violentas “sin motivo aparente” y se produce “ese sentimiento de culpa que nos han enseñado desde pequeños”.
 El adoptante se culpa y la sociedad lo mira. 
Escucha que le dicen: “No haberlo hecho”. ¿Y no habría que hacerlo? 
“No habría que hacerlo sin preparación. Para adoptar un niño no hace falta solo tener amor: hay que tener mucha información, buscarla, pedir ayuda.
 Hay que consultar a psicólogos, saber bien de dónde viene el niño, con cuántos años y qué tipo de familia es la que está adoptando”. 
El resultado de la desinformación se cuenta, metafóricamente, en El huracán y la mariposa.
  Uno de los testimonios recogidos por Guerrero es la de una niña, cuyo maltrato se desconocía al adoptar.
 El resultado es un volcán, un huracán.
Ahora hay en España algunas asociaciones que acogen a quienes manifiestan haber fracasado en sus adopciones.
 En Cataluña hay estadísticas, unos 80 afectados…
 “Mi relación con ellos ha sido de mucha empatía: las Administraciones aún hablan de ‘niños abandonados’ cuando los padres renuncian a ellos.
 Y no son niños abandonados, son niños a los que los adoptantes se ven abocados a dejar sin su tutela, en manos de los servicios sociales. Porque el huracán no tiene remedio.
Tras la presentación del libro, el último miércoles, fueron a saludarla personas que han vivido, en un lado y en el otro de las adopciones. 
Una le dijo: “Yo salgo en la novela”. Se lo podían haber dicho muchos, adoptantes y adoptados.
 Algunas de esas experiencias se recogen en sitios que ella recomienda (buenostratos.com, lavozdelosadoptados.es, petales.es). “Los niños adoptados se pasan la vida buscando respuestas”. Porque, como se dice en el libro, en esta mesa imposible hay dos partes y ninguna de las dos tiene la culpa.


28 may 2017

Los siete capítulos olvidados de ‘Cien años de soledad’

 

García Márquez publicó episodios sueltos para sondear al público antes de terminar la novela.

García Márquez, en octubre de 1965 cuando escribía 'Cien años de soledad'.
García Márquez, en octubre de 1965 cuando escribía 'Cien años de soledad'.
Meses antes de terminar Cien años de soledad, Gabriel García Márquez arrastraba serias dudas sobre la calidad de una novela que acabaría convertida en un clásico de la literatura.
 “Cuando leí lo que llevaba escrito”, confesó por carta a un amigo, “tuve la desmoralizante impresión de estar metido en una aventura que lo mismo podía ser afortunada que catastrófica”. 
Algo poco conocido es que García Márquez publicó siete capítulos de Cien años de soledadpara aplacar esas dudas.
 Y lo hizo cuando aún no había acabado la novela (la concluyó en agosto de 1966) ni había firmado el contrato con la Editorial Sudamericana, que rubricó el 10 de septiembre del mismo año. ç
La novela salió el 30 de mayo de 1967.
 El próximo martes se cumplirán 50 años.

Los siete capítulos se publicaron en periódicos y revistas que circulaban en más de 20 países.
 Representan más de un tercio de la novela, que en total tiene 20 capítulos.
 Ni siquiera hay copias de los mismos en el archivo personal de García Márquez en el Harry Ransom Center en Texas, que guarda su legado.
 Para encontrar su rastro hay que recorrer bibliotecas en Francia, Estados Unidos, Colombia y España.
Los capítulos cayeron en el olvido porque se creía que eran idénticos a los publicados en la primera edición de 1967 de la novela.
 Pero la comparación de las versiones descubre una realidad diferente. 
Desde la primera página hay cambios en el lenguaje, la estructura, la ambientación y la descripción de los personajes.
 De ahí que estos capítulos olvidados sean de un gran valor literario para entender cómo fue escrita la novela.
 García Márquez afirmó haber quemado las notas y los manuscritos preparatorios tras recibir la primera copia del libro.

Hasta 42 cambios

El primer capítulo salió el 1 de mayo de 1966 en El Espectador de Bogotá, cuando aún le quedaban tres meses para finalizar la obra. Entre esa versión y la edición final de 1967 hay hasta 42 cambios significativos que aparecen desde la primera página.
 Las casas de Macondo, por ejemplo, no eran “de barro y cañabrava” como en la edición final, sino simplemente de “adobe”. El escritor buscaba un lenguaje más preciso.
También hay modificaciones importantes en la estructura general de la novela.
 Por ejemplo, en la edición de 1967, la acción destructora de las termitas que anuncia el declive de la casa de la familia Buendía se describe hacia el final de la novela. 
Pero en la versión de El Espectador, “el comején socavaba los cimientos de la casa” desde el primer capítulo. 
Referencias tan iniciales a las termitas restaban dramatismo a la futura decadencia de la casa.
En la edición definitiva, Macondo es un pueblo aislado de la civilización, cuyo emplazamiento exacto se desconoce.
 Por el contrario, en el capítulo de El Espectador, Macondo se localiza con facilidad, pues limitaba “al occidente con los médanos del río de La Magdalena” de Colombia.
 García Márquez suprimió este y otros detalles sobre la ubicación concreta de la población para crear en el lector la impresión de que podía ser un pueblo típico de cualquier país latinoamericano.

El llanto de Aureliano

Otro cambio sorprendente tiene que ver con el nacimiento del coronel Aureliano Buendía.
 En la edición final, el coronel “había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos”, mientras que en el capítulo de El Espectador, el héroe recibía un trato poco heroico y hasta prosaico: la comadrona le daba “tres nalgadas enérgicas” para hacerle llorar.

García Márquez, en octubre de 1965 cuando escribía 'Cien años de soledad'.
García Márquez, en octubre de 1965 cuando escribía 'Cien años de soledad'.




El siguiente capítulo que García Márquez probó con los lectores salió en la revista Mundo nuevo en agosto de 1966. Publicada en París, esa revista se convirtió en el principal escaparate de la literatura del boom latinoamericano.
 Sus 6.000 ejemplares mensuales se vendían en 22 países, incluidos Estados Unidos, Holanda, España, Portugal y casi toda América Latina.
 En este capítulo localicé hasta 51 diferencias con respecto a la edición final. Por ejemplo, José Arcadio, cuya madre Úrsula temía que naciese con una cola de cerdo, vino al mundo como “un hijo saludable”, mientras que en la edición final, el autor aumentó el dramatismo al escribir: “Dio a luz un hijo con todas sus partes humanas”.
Primer capítulo de 'Cien años de soledad' publicado en 'El Espectador', de Bogotá.
Primer capítulo de 'Cien años de soledad' publicado en 'El Espectador', de Bogotá.
La alquimia, tan importante en los capítulos iniciales, se mencionaba en el del Mundo nuevo con el término experto “la Opera Magna”. 
El escritor simplificó la lectura y optó solo por alquimia.
Tras la publicación del segundo capítulo, pasaron cinco meses hasta la salida del siguiente.
 García Márquez debió emplear ese tiempo para revisar la novela, porque el nuevo capítulo era el más arriesgado: el ascenso al cielo de Remedios la bella.
 El escritor eligió para su divulgación Amaru, una revista peruana dedicada a la literatura de vanguardia internacional. 
Sus lectores eran exigentes escritores y críticos literarios.
 García Márquez no solo comprobó la solidez literaria de ese capítulo con ellos, sino que también se lo leyó en voz alta a su círculo de amistades en su casa de la Ciudad de México. “Convoqué aquí a la gente más exigente, experta y franca”, escribió en una carta dirigida a su amigo Mendoza en el verano de 1966. 
“El resultado fue formidable, sobre todo porque el capítulo leído era el más peligroso: la subida al cielo, en cuerpo y alma, de Remedios Buendía”.
Por último, la semana previa al lanzamiento de la novela, el magacín argentino Primera Plana publicó un fragmento del capítulo sobre las 32 guerras del coronel Aureliano Buendía. Primera Plana estaba diseñada para el gran público, y sus 60.000 ejemplares semanales circulaban dentro y fuera de Argentina. Aunque ya no tenía tiempo de añadir cambios, García Márquez envió un capítulo que debía cautivar al público de un continente que seguía marcado por las guerrillas insurgentes contra el poder, como la guerrilla del propio coronel Aureliano Buendía.
Como revela la correspondencia de García Márquez, al publicar los capítulos más novedosos y “peligrosos”, el escritor tomó buena nota de las sugerencias hechas por sus amistades y lectores.
 La historia detrás de estos capítulos olvidados de Cien años de soledad descubre el arduo trabajo de edición que García Márquez desplegó, en especial para aplacar esa “desmoralizante impresión” que tuvo al leer lo que llevaba escrito de una novela que a partir del 30 de mayo de 1967 había de cambiar el rumbo de la literatura.
Álvaro Santana-Acuña es investigador y profesor asistente de Whitman College