Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

28 may 2017

A lo largo de tres siglos de nuestra vida................. Lola Huete Machado ..

La escritora ghanesa Yaa Gyasi publica 'Volver a casa' un maravilloso recorrido sobre el afán del ser humano por sobrevivir, la pasión de la familia y la historia (más inhumana) de la humanidad.

El presidente Barack Obama visita junto a su familia el fuerte de Cape Coast en Ghana el 11 de julio de 2009. Ampliar foto
El presidente Barack Obama visita junto a su familia el fuerte de Cape Coast en Ghana el 11 de julio de 2009. The White House Photostream

Todo empieza con el fuego. Y acaba en el mar.

 El nacimiento de Effia en medio de un incendio en una aldea perdida de Ghana, marca el inicio de una novela, que como dice la editorial Salamandra en la contraportada, muestra la energía de una nueva generación de narradores africanos que marcarán sin duda el tiempo literario que viene.

 Effia tiene una hermana, Esi, a la que nunca conocerá.

 Son hijas de la misma madre, Maame, pero de padres de etnias distintas (asante y fante) y sus vidas están marcadas por la actividad guerrera, política y social de cada uno de ellos.

 Una de las hermanas, bellísima, se quedará en tierra africana y será obligada a casarse con un gobernador británico, heredará así la esencia de su cultura matizada por el contacto con los blancos.

 La otra, hija también de rey local, será hecha prisionera y vendida como esclava. 

Yaa Gyasi, la autora, es ghanesa, nacida en 1989, el año en que todo cambiaba para el mundo con la caída del muro de Berlín. Ella pertenece ya a una generación sin telón de acero, sin muchos de los miedos del pasado, con nuevos aires políticos y de globalización en el horizonte. 

Esta es su primera novela, curiosamente publicada en Estados Unidos -donde ha residido desde los dos años de edad (en el Estado de Alabama)-, en tiempo de Barack Obama, un presidente negro, el primero. 

Algo que nunca nadie antes habría imaginado, y mucho menos los protagonistas de esta obra.



Y en Volver a casa, la autora ha sido ambiciosa como la que más a la hora de plantearse el argumento: trescientos años de historia familiar (y al tiempo, global) condensa en sus páginas a través de los hijos, nietos, bisnietos de estas dos hermanas nacidas poco antes de que los británicos, holandeses y portugueses se dieran cuenta de que en las fortificaciones levantadas a lo largo de la llamada Costa de Oro desde el siglo XVII para comerciar con este y otros preciados metales, la mercancía más valiosa era la mano de obra esclava.
 Ese es el hilo del que tira Gyasi para narrar las vicisitudes de hombres y mujeres, luchadores y cobardes, locos y cuerdos, agricultores, mineros, cantantes, drogadictos, amas de casa, limpiadoras, estudiantes.. durante un tiempo que ha marcado de una manera trascendental el mundo actual: explotación, comercio de seres humanos, guerras civiles y tribales en dos continentes, leyes restrictivas y/o liberadoras, el advenimiento de ciudades y barrios hasta convertirse en lo que hoy son, el desarrollo agrícola e industrial, el lento cambio de rol y derecho para las mujeres, el progresivo acceso a la educación...
En este libro hay vida rural y urbana; hay campo, bosque, agua, sequía, paisaje, tradición, religión, batallas… 
Gente empeñada en sobrevivir generación tras generación. 
El imperialismo occidental en África de fondo y la connivencia y participación activa de determinadas etnias en la caza y comercio de esclavos africanos (los asante y los fante, sí, pero hubo más), tan intenso durante siglos que marcó el despegue industrial de Europa y Estados Unidos y el retraso hasta hoy mismo de muchas zonas del continente, con una sangría y perdida de mano de obra joven datada ya en muchos millones de personas. 
África nunca ha olvidado tamaña herida.
 El colonialismo europeo se alargó hasta la década de los sesenta del siglo XX.
 Y tras la independencia de la mayoría de sus Estados hace ya más de 50 años, las nuevas generaciones del continente africano están revisitando ahora su historia sirviéndose de disciplinas artísticas diversas, especialmente rap, teatro, danza, cine, y tal como este libro demuestra, la literatura.
 Esta va perdiendo poco a poco su condición oral, y va ganando territorio escrito a pasos agigantados, mezclada con estos nuevos tiempos tecnológicos que permiten mayor difusión digital y de convocatoria transnacional.
 Hay numerosas voces nuevas, ferias del libros, ambición por ocupar un territorio literario que hasta hace unas décadas estaba reservado a unos pocos (grandes) nombres del panorama narrativo.
 El árbol genealógico de las hijas de Maame en Ghana (África) a través de tres siglos. Portada de la novela 'Volver a casa' y foto de la autora.

El árbol genealógico de las hijas de Maame en Ghana (África) a través de tres siglos. Portada de la novela 'Volver a casa' y foto de la autora.  
 

 Un árbol genealógico es todo lo que utiliza Yaa Gyasi. Mira hacia atrás a través de él con una curiosidad infinita, intentando narrar el devenir de sus ancestros y de entender por qué cada uno hizo lo que hizo para sobrevivir y, sobre todo, para traspasar su tradición, cultura y lengua a sus descendientes, para "seguir siendo en ellos". 

Yaa Gyasi consigue así aquello que a muchos nos gustaría: mirar por la cerradura y ver con nuestros propios ojos lo qué les sucedió y cómo se las arreglaron nuestros antepasados. Cómo se alimentaron, vistieron, se amaron o trabajaron; cómo criaban a sus hijos, iban al mercado, lavaban su ropa, bailaban en las celebraciones… 

Cómo lidiaban con las circunstancias, con la enfermedad, la vejez, el nacimiento o la muerte; como superaban desventuras, se resistían ante la falta de libertad, se unían a otros en busca de soluciones, creían en la magia o en distintas religiones.

 Y sobre todas las cosas, lo que este libro consigue es describir cómo todos ellos van arrastrando día tras día esa pesada losa: lo que que representa ser negro, ser considerado inferior; ser explotado, discriminado, invisibilizado sistemáticamente.

 Lo que supone serlo aún hoy, en el siglo XXI.

 

Gyasi consigue espiar en el corazón de la Historia (con mayúsculas) no contada, ser testigo de primera mano de un crimen que nos retrata tal cual fuimos y somos como Humanidad.
 ¿Cómo explicar la mentalidad de aquellos negreros obviando que aún hoy el tráfico de personas es uno de los negocios más boyantes del mundo?
La idea de la novela, según la autora, germinó durante un viaje de regreso a Ghana, la tierra de sus padres, gracias a una beca de la universidad de Stanford.
 Y no cuesta mucho imaginarla visitando alguno de los fuertes ubicados a todo lo largo de Cape Coast. 
Verla entrar al de Elmina, imponente; blanco cal y piedra gris entrelazados con el barniz de los siglos; cañones en la altura bajo un sol impenitente; decenas de pescadores faenando con sus pateras a pie del castillo y cosiendo las redes de colores, bajo la puerta “sin retorno”, allí donde tantos seres humanos estuvieron prisioneros antes de ser embarcados a través del océano. 
Barcos yendo y viniendo durante cuatro siglos (el tráfico atlántico de esclavos se abolió en Inglaterra en 1807 pero permaneció activo en América, Brasil, hasta 1888) cargados de hombres, mujeres y niños cazados por las aldeas del interior; transportados y arrojados a los fosos del fuerte, hacinados, hambrientos, seres desesperados que dejaban atrás todo lo conocido y querido, para trabajar forzados luego (los más fuertes, los que sobrevivían) en los campos de algodón (fundamentalmente) estadounidenses para sus dueños blancos.
Hay un museo sobre la esclavitud en el fuerte de Cape Coast con paneles ilustrativos, dibujos de época repletos de argollas, látigos, utensilios, naves, negros y negreros, mapas de impacto, rutas del comercio triangular entre África/Europa/América.
 Y no cuesta imaginar a Gyasi mirando cada panel con detenimiento.
 En ese silencio.
 Ese nudo que se le hace a todo aquel que lo visita; muchos hijos de la diáspora, entre ellos.
Todo lo cuenta esta nueva voz de la literatura africana con un lenguaje sencillo, descriptivo, tan impactante y cinematográfico que ya lo dicen bien los editores al vender su obra: “Hay libros buenos, libros hermosos y luego están los grandes libros.
 Hay libros que emocionan y educan, y luego están los que son menos habituales, los valiosos, lo que tienen la fuerza de cambiar nuestra forma de entender la complejidad de este mundo extraño. Volver a casa pertenece a esta segunda categoría”.
 Porque empieza con el fuego y acaba en el mar.

Críticas a Telecinco por lo que hizo la cadena al terminar la final de Copa

"¡Felicidades anuncios! ¡Campeones de Copa!", han ironizado algunos.

EFE
El árbitro pita el final. El Barcelona, campeón de la Copa del Rey. Los jugadores culés lo celebran y los del Alavés, agotados, se hunden en la derrota.

Los barcelonistas se abrazan mientras los vascos agradecen a la afición el apoyo constante.
Es momento de la ceremonia de entrega de trofeos.
 Los jugadores albiazules suben al palco para recoger las medallas de finalistas, algunos entre lágrimas, otros conteniendo la tristeza. Todos reciben el consuelo de las autoridades.
Pero de todo esto sólo vemos parte del final, cuando ya quedaban pocos jugadores del Alavés por recibir su medalla.
 ¿Por qué?
Porque Telecinco cortó la emisión justo tras el pitido final y se marchó a los anuncios, algo que no gustó nada de nada a los televidentes, que expresaron su disconformidad en las redes sociales:

 

¡Con qué pasión se amó!...................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
EN LA MITOLOGÍA griega, si ustedes se acuerdan, Narciso, que acabaría dando nombre a una patología, era un tipo que rechazaba a todas las mujeres porque estaba enamorado de sí mismo.
Un día contemplándose en las aguas de una fuente, se acercó tanto a su propio rostro, quizá para besarse en la boca, que se ahogó. Aquí tienen a una ahogada, víctima también del amor a sí misma. Miren cómo se retoca el rostro sabiéndose observada por su acólito Francisco Granados, y por su sacristán Alfredo Prada, y por su colega Alberto López Viejo, y por su asistente Juan José Güemes. Reina sobre todos ellos, pero a ninguno hace demasiado caso, embebida como está por la imagen que le devuelve el espejo, espejito, quién es la más bella de todas las mujeres.
Tanto de su acólito, como de su sacristán, como de su colega y su asistente, hay abundante información en Internet.
 Pueden ustedes asomarse a esas aguas para hacerse una idea de los arquetipos en los que a esta señora le gustaba verse retratada.
 No están todos los que son, pero son todos los que están. 

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Claudio Álvarez
Dice la leyenda que en el lugar donde se ahogó Narciso creció una flor bella y que olía muy bien. 
En las aguas donde se ahogó Esperanza Aguirre, en cambio, nació una rosa negra de la que todavía emana una pestilencia insoportable, y que salió por un ojo de la cara al contribuyente. 
No hay dedos para contar los millones de euros que se colaban por el sumidero de la corrupción mientras ella se pintaba los labios bajo la mirada sumisa de sus monaguillos.
 ¡Con qué pasión se amó y nos despreció! El narcisismo mata. 

Muy hartas..............................Rosa Montero

María Rodrigo fue la primera compositora española. Este año se cumplen 50 de su muerte. Su olvido coincide con el de tantas otras mujeres brillantes. 
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
EL PRÓXIMO 8 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de María Rodrigo, en el exilio (Puerto Rico) y en el más completo olvido. Como dice la escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen para siempre.
 Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento la sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla.
El director de orquesta José Luis Temes lleva años clamando en el vacío e intentando recuperar el patrimonio musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo.
 Hace un par de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras, y ahora está haciendo un pequeño documental sobre ella. 
María Rodrigo (1888-1967) tenía un talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para piano (era también pianista), óperas…, de hecho, fue la primera mujer en estrenar una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo. Practicó la docencia y volcó sus mayores esfuerzos en difundir la música clásica entre las clases humildes.
 Fue grande y fue genial y la tenemos arrumbada. 

No es la única. 
De hecho, es la tónica habitual con las mujeres.
 Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas, que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se apresuró a borrar de los anales. 
Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino, creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. 
Duró hasta 1939 y agrupó a unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras, juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo… Todas ellas tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un proyecto de modernización social que truncó la guerra. Últimamente han empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido intento de otorgarles el protagonismo que merecen.
Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas, prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de 1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.
Y es que tengo la sensación de que las mujeres del mundo empezamos a estar hartas, terriblemente hartas del paternalismo con el que, a regañadientes, la sociedad nos va aceptando.
 Se habla de cuotas y de la falta de mujeres como si accediéramos a los puestos y a la vida plena casi por caridad, porque “las pobres también tienen que estar”, y no porque nos lo merecemos tanto o probablemente más que muchos.
 El prejuicio sexista en el que nos educan a todos hace que tendamos a valorar más a los varones.
 Diversos estudios demuestran esa ceguera selectiva, como el que hizo la Universidad de Yale en 2013 cuando cogió los proyectos de un chico y una chica que aspiraban a un puesto de laboratorio y los envió para su calificación a 120 catedráticos, hombres y mujeres. El varón, qué casualidad, sacó en todo mejor nota; pero resulta que los dos proyectos eran exactamente iguales, salvo que uno lo firmaba John y otro Jennifer (la mitad de los catedráticos leyó el de él y la otra mitad el de ella).
De manera que no, no pedimos que nos dejen pasar porque estamos discriminadas y tienen que ayudarnos.
 Pedimos tan sólo que se nos juzgue exactamente igual que se juzga a los hombres, lo cual hasta ahora no ha sucedido. 
Y para ello primero tenemos que convencernos a nosotras mismas de que valemos tanto o más que ellos (ya digo que el machismo también intoxica a las mujeres) y luego alzar de una vez la voz y empezar a patear metafóricamente todas las puertas.